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IV


El Señor Dashner me esperaba fuera del lugar tal y como prometió esa mañana. Me ayudó a bajar del auto y tomé el brazo que me ofreció antes de entrar juntos a uno de los rascacielos frente al río Chicago iluminado por las luces de los edificios y los autos que recorren a lo largo de éste. La cena se celebraría en uno de los salones dispuestos para los eventos de las diferentes firmas cuyas oficinas se encontraban en el edificio, un par de pisos por encima del piso del bufete.
En el lugar, todo era demasiado ostentoso para mi gusto, las mesas estaban repartidas al rededor del lugar formando una U, cubiertas con finos manteles blancos sobre los que descansaban unas finas vajillas y delicados adornos florares. Frente a las mesas se encontraba un podio sobre un pequeño escenario apenas un metro por encima del suelo. Vi a hombres y mujeres vestidos con trajes formales y me sentí completamente fuera de lugar. Claro que Lottie ni siquiera se dio por enterada y continuó su camino a través del salón con la cabeza bien alta. A pesar de ser la única mujer que no viste faldas ajustadas, nadie reparó en mí. Dashner me presentó a unos cuantos abogados que me observaron como si frente a ellos tuvieran a un ser de otro mundo, o como verían a un pintor haciendo un boceto de La Mona Lisa en medio de un banco.

—Quiero que conozca a uno de los abogados más importantes del bufete. —Susurró Dashner, mientras seguimos caminando entre la multitud—. Es miembro del consejo y, a pesar de ser tan joven, su abuelo le tenía gran estima.

Asentí, restándole importancia a quién sea que estuvieran a punto de presentarme. Me dirigió hasta un grupo de personas que nos daba la espalda, mientras sostenían una acalorada discusión sobre un tema que por supuesto, no entendí.

—Buenas noches, señores. —Saludó Jack, con educación.

EL grupo enteró se volvió casi al mismo tiempo.

¡Mierda! ¡No!

La expresión de Aaron Been al verme, me congeló en el lugar al que fui recluida por Lottie. Suspiré aliviada al recordar que esa noche ella había decidido hacerle frente a toda esa situación que terminó por tornarse aún más extraña. Sin embargo, mi felicidad duró lo mismo que un parpadeo, al segundo siguiente fui empujada al frente y la mujer segura de sí misma que controlaba mi cuerpo se escondió tras las barreras que estaban formadas en mi interior. Quise gritarle lo cobarde que era y mofarme de su arruinada seguridad, pero en ese momento estaba tan asustada que ni siquiera me sentía capaz de abrir la boca.

—Señores, les presento a la señorita Brown —dijo el hombre que continuaba sosteniendo mi brazo y a quien le debía continuar de pie.

Cada uno de ellos fue presentado por separado y me ofrecieron sus manos para posteriormente limpiarlos en sus ropas de manera discreta. No podía culparlos, mi nerviosismo causaba que mis manos se convirtieran en manantiales naturales de sudor.
Aaron fue el último en ser presentado e hizo una pequeña reverencia evitando mi asquerosa mano de la manera más educada y humillante que pudo encontrar. Las presentaciones incómodas terminaron y una conversación respecto a las nuevas leyes en algún país europeo desató un debate del que perdí el hilo en el mismo momento que inició. Todos defendieron sus opiniones con tal fiereza que me temblarían las piernas si tuviera que elegir a uno de ellos para darle la razón. Quizá no. Tal vez mi corazón mandara a la mierda al resto de la gente y nombrara como ganador absoluto a Aaron Been sin darle la oportunidad de siquiera abrir la boca. Oír su voz, fue demasiado para mis piernas. Su tono grave llevando cada palabra por su garganta y la manera en la que sus labios se movían al pronunciarlas provocó un camino de cosquillas por toda mi columna vertebral. Pronto comencé a imaginar la manera en la que sonaría mi nombre bailando en su boca, fantaseé con sus delgados labios explorando mi cuello y su cabello quebrado enredado en mis dedos.

Me abofeteé internamente. Una extraña ola de calor comenzó a extenderse por todo mi cuerpo. Me hice una nota mental: Nunca, ni por error tengas fantasías poco decentes sobre un hombre que se encuentra a medio metro de distancia de ti.

Mi advertencia llegó demasiado tarde y el calor sacudió mi torrente sanguíneo amenazando por hacer arder mi cuerpo. Tenía que salir de ese condenado lugar.

Aclaré mi garganta más fuerte de lo que tenía planeado y la atención de todos se volvió sobre mí.

—¿Desea opinar algo? —preguntó uno de los hombres, cuyo estómago era incluso más grande que el de Dashner.

—La señorita Brown debe estar de acuerdo conmigo. —Fanfarroneó otro, con la cabeza cubierta de canas.

Una mujer junto a ellos se mofó y dijo: —Por favor, Hall. Tu idea es lo más descabellado que he oído en toda la noche y la señorita Brown estará de acuerdo conmigo.

¡Mierda! ¿De qué hablaban todas esas personas? ¿Los refugiados en España? ¿Algo sobre la corte inglesa? ¿Los niños hambrientos de África? ¡No, no, no! Continente equivocado.

—Uh, bueno. —Mi garganta se secó, carraspeé—. En realidad estoy de acuerdo con... —Oh, mierda. ¿Cuál era el nombre de aquella mujer?—. Con el señor Hulk.

Escuché a unos cuantos atragantarse con sus bebidas.

—Interesante —respondió la mujer junto a Hulk—. ¿Algún motivo en especial?

Pues claro que tenía un motivo. ¡Olvidé su jodido nombre!

Recé a todos los santos que conocía porque algo inteligente saliera de mi boca, no obstante, todos ellos habían decidido que sería más divertido dejarme a mi suerte.

—Bueno realmente tengo un motivo de peso. —Cambié el tono de mi voz, intentando sonar divertida—. Es demasiado desconcertante que casi todo un continente sea más delgado que una.

¡Ay no, Charlotte!

Algunos de mis acompañantes pusieron los ojos en blanco y el resto ahogó sonrisas burlonas o simplemente se quedó con la boca abierta. Aaron Been no movió ni un sólo músculo, aunque el tono rojizo de su rostro era un clara señal de su molestia. Me disculpé y pedí indicaciones para llegar al baño. Dashner me indicó el camino que me llevaría al tocador de damas y hui en esa dirección lo más rápido que me fue posible.
Cerré la puerta principal al comprobar que nadie más se encontraba en el interior. Saqué mi teléfono móvil de la pequeña cartera brillante que sostenía en una mano y busqué entre mi lista de contactos el nombre de Matty. Ella respondió al cuarto timbre.

—¡Charlotte! —Chilló, emocionada—. ¿Cómo va tu noche?

—¿Renée está contigo? —pregunté sin responder a su pregunta.

—No, ella se fue hace unos minutos. Tenía una clase de baile erótico al que no podía faltar ni de broma, ¿pasa algo con ella?

—Aaron Been está aquí —Grité, sosteniéndome del lava manos.

—¿Te refieres a...?

—¡Sí! —Volví a interrumpirla—. Trabaja para mi abuelo... Es decir, para mí. ¿Qué se supone que daba hacer?

—Impáctalo con tu presencia. —Ordenó, casi podía ver su rostro arrugado mientras me daba las órdenes—. Hazle saber que Charlotte Brown existe y que es un jodido idiota por no haberlo notado antes.

Ahogué una risa irónica. Estaba segura que lo que Aaron deseaba era precisamente, jamás haberse enterado de mi existencia.

—Dudo que eso me sea posible —confesé, apretándome el estómago ante el recuerdo—. Acabo de quedar como la mayor de las idiotas frente a él.

—No puede ser tan malo. Recuerda que después de todo tú eres Lottie, la mujer que él desea con todas sus fuerzas.

—No creo que eso ayude demasiado justo ahora. —El malestar de mi estómago incrementó, unas terribles nauseas se apoderaron de mí—. Maldita la hora en la que toda ésta gente decidió que sería buena idea conocer a la magnífica heredera.

—No seas tan dura contigo misma, Charlotte. Eres una mujer grandiosa e inteligente, sólo evita entrar en pánico, ¿está bien? No pa...

La llamada se cortó sin más. Marqué una vez más pero el buzón entró al instante. Pasó lo mismo con el décimo intento. Bien, bien. Podía superar esto, después de todo, había superado cosas peores, ¿no es cierto?

¿Qué fue lo que ella dijo? Evitar entrar en pánico.

«Evitar entrar en pánico. Evitar entrar en pánico. Evitar entrar en pánico.»

Mientras caminaba de regreso al salón, me di cuenta que era demasiado tarde. El pánico inundaba ya todo mi sistema. Reduje mis pasos y respiré profundo, tratando de desaparecer el temor que comenzaba a asfixiarme. Encontré a Dashner hablando con un hombre que no había visto, el grupo se esparció, permitiéndome sentirme medianamente aliviada.

—Señorita Brown —dijo Dashner, cuando me vio llegar—. Le presento al Señor Wolf, otro de nuestros abogados.

Wolf.

—Terry Wolf. —Se presentó con suntuosidad, extendiendo una mano hasta mí.

Sus ojos grises, junto con su cabello rubio me resultaron familiares.
¿Wolf? ¿Cómo...?

—Un placer, señor Wolf —musité, estrechando su mano.

—Por favor querida, llámame Terry. —Llevó mi mano a sus labios y depositó un beso, le sonreí incómoda—. ¿Es usted recién egresada? nunca la había visto en los juzgados.

—En realidad no soy abogada —respondí, recuperándome el tiempo suficiente como para sentirme orgullosa de mi respuesta—. Me dedico al mundo del cine.

El Señor Wolf me sonrió de una manera que causó que los vellos de mi nuca se erizaran.

—Qué casualidad —continuó, con una expresión de zorro dibujándose en su rostro—. Mi hija trabaja también en ese caprichoso mundo.

Mi garganta se secó. Terry Wolf era el mismísimo padre de Renée Wolf.
¿Qué debía hacer? ¿Corría peligro de ser delatada con Renée por su padre?
No podía saberlo, ella jamás hablaba de su familia, si lo hiciera, probablemente sabría que él trabajaba para mí y podría evitar esas sorpresas.

Jack anunció que era hora de hacer la presentación, al parecer a todos les había quedado claro que la nieta del hombre a quién tanto admiraron, no valía más la pena y sólo querían escapar de toda esa aburrida mierda. Volví a tomar el brazo de mi albacea y juntos caminamos hasta el podio que esperaba —estoy segura que también aburrido—, para que la nueva dueña de todo eso hiciera su aparición.
Busco a Lottie por todos y cada uno de los rincones de mi interior, pero se había esfumado. Fui abandonada por la única esperanza que tenía de que algo bueno resultara de esa horrible noche, mis piernas temblaban mientras subía los tres escalones que me llevaran a lo alto del escenario.

—¿Señor Dashner? —susurré cuando habíamos subido el último escalón.

—¿Pasa algo? —Él imitó mi tono de voz y se detuvo al darse cuenta que ya no continuaba moviendo mis pies.

—¿Puedo pedirle un favor? —Jack asintió—. Quiero que me presente ante toda esta gente sólo como Miranda Brown.

—Ese era el nombre de su abuela —puntualizó.

—Lo sé, justo por eso se lo pido. Tal vez así me gane un poco el respeto de estas personas.

—Oh, cariño. Eso no es necesario, ellos ya...

—Por favor, Jack —supliqué.

No respondió pero cubrió una de mis manos con las suyas y la apretó en señal de apoyo. Hicimos el resto del camino hasta el podio. Él se detuvo frente al micrófono que emitió un ruido horrible cuando fue encendido y comenzó con su discurso:

—Buenas noches a todos —comenzó, con solemnidad—. La mayoría de los que estamos presentes conocimos a Lawrence Brown, un hombre exitoso, intachable e íntegro. Personalmente fui testigo de los años de esfuerzo que le llevaron el hacer de éste bufete una de las firmas más importantes del país. También fui testigo de lo mucho que amaba a su familia, su amada esposa Miranda a quién tuvimos el placer de conocer, su hijo Tomm y posteriormente la familia que éste formó. El día del accidente de Tomm en dónde murió junto con su esposa y la desaparición de su pequeña hija nombrada igual que la señora Miranda fue para el Lawrence uno de los más dolorosos de su vida. —Mis ojos escocieron, advirtiendo las lágrimas que los acechaban a causa de la mención de mi familia—. Lo único que lo mantuvo vivo todos los siguientes años, fue la esperanza de encontrar a su nieta con vida. Buscó por mar, tierra y debajo de las piedras; buscó sin importar que las probabilidades no fueran buenas. —Dashner hizo una pausa y suspiró—. Esta noche el señor Brown nos da una nueva lección: nada es imposible si lo deseas con todo el corazón. Señores y señoras, me complace presentarles a la nieta de nuestro querido jefe, amigo y mentor, la señorita Miranda Brown.

Esa era mi señal. Caminé directo al podio en donde Dashner se encontraba de pie sonriendo y aplaudiendo cómo el resto del salón. Mis tobillos se sintieron como gelatinas y mis manos sudaban más si es que eso era posible. Jack señaló al micrófono, alentándome a ofrecer unas cuantas palabras, sacudí la cabeza, rechazándole. Él quitó el micrófono de su base para ponerlo en una de mis manos. Lo vi con los ojos abiertos llenos de terror, me dirigió un asentimiento de cabeza y elevé el micrófono hasta mis labios.

—Buenas noches a todos. —El micrófono produjo una estática insoportable después de que abrí la boca. El ruido se disipó y continué hablando a pesar de mi estómago revuelto—. Gracias al señor Dashner por las hermosas palabras respecto a mi familia —Puse mi mano libre sobre mi pecho—. Yo, humm... Prometo no defraudar a ninguno de ustedes, prometo ser fiel al país y guiar mi vida en camino de la ley y el orden, tal como mi abuelo hubiera deseado —¿ese no es el nombre de un programa de TV?—. De lo contrario estaré dispuesta a ser juzgada por la sociedad.

Lo peor que le puede pasar a alguien después de hacer el ridículo en público, es que le aplaudan. El sonido comenzó titubeante hasta que ganó un poco de coordinación. Justo cuando creí que de verdad ya nada podría ponerse peor, mis ojos alcanzaron a un Aaron Been entre molesto y asqueado. Bajé del escenario con una humillación más sobre mis hombros, seguí sin recibir atención. Parecía que todos en esa sala estaban firmemente convencidos de que era la persona más insignificante sobre la tierra.
Salí del salón para buscar un poco de aire y soledad.

—¿Charlotte? —La voz de Karla Dashner me obligó a detenerme—. Querida, ¿a dónde vas?

—Hola, Karla —musité—. Yo... Necesito tomar un poco de aire, de repente me siento poco indispuesta.

Karla me alcanzó cerca de los elevadores y me envolvió en un maternal abrazo.

—Mi niña —susurró, acariciándome el cabello—. Estuviste genial allá dentro, no dejes que esas personas te hagan sentir inferior, les encanta hacerlo.

Forcé una sonrisa. Lo cierto era que había estado fatal y que esas personas no me hicieron sentir inferior, dejaron claro que lo era. Sin embargo Karla no podía ver la verdad del ridículo que acababa de protagonizar, su amor maternal la mantenía ciega.

—Gracias, Karla, pero de verdad me gustaría estar sola. Será un momento, volveré en cuanto antes.

—Está bien, cariño. La oficina de Jack está abierta por si decides descansar un poco, ¿está bien?

—Bien, gracias.

Entré sola al elevador y me dirigí al piso de las oficinas. El lugar se encontraba totalmente desierto, con los exquisitos muebles de caoba llenando la estancia. Me detuve frente a un gran ventanal que regalaba una vista espectacular de norte de Chicago al horizonte. Me pregunté cuán feliz se encontraba realmente mi abuelo desde donde quiere que se encontrara, es cierto que al inicio estaba convencida de que aquel era el lugar en el que debía estar, pero sinceramente, después de esa fatídica cena, ya no estaba tan segura.

Vagué durante algunos minutos por los pasillos del bufete, esperando por que la velada avanzara y finalmente poder marcharme a casa y acabar con una botella entera de tequila para tratar de olvidar las últimas dos horas. Llegué hasta un pasillo ocupado con algunas platas falsas, había algunas puertas con los nombres de varias personas escritas en placas doradas, jamás había estado en ese lugar y todo me resultaba totalmente ajeno. Sin embargo, mi abuelo pasó muchos años en aquellas oficinas y era un placer infinito imaginarlo recorrer aquellos corredores, cerciorándose de que todo marchara conforme a la ley. Mi alma dio un vuelco al encontrarme con la placa cuya leyenda mostraba el nombre de mi eterno amor platónico. Entonces era verdad, Aaron trabajaba para el bufete de mi familia, todo ese tiempo estando de alguna manera, directamente unidos, y yo no le había conocido hasta un año atrás, cuando me mudé.

Un sollozo detrás de la puerta a mi izquierda me arrastró de regreso a la realidad, sacudí la cabeza y me convencí de que todo era producto de mi imaginación. Un segundo llanto me congeló en mi lugar, todo se me antojaba como una escena de película de terror.
Tragué saliva y, a regañadientes, caminé los pocos metros que me separaban de la puerta de dónde provenía el ruido. Puse una mano sobre la perilla y recé algo absurdo antes de girarla. Me encontré con una pequeña niña de unos cinco años que lloraba desconsoladamente sobre un sillón de cuero al interior de la oficina.

—¿Te encuentras bien? —pregunté, cuidando mi tono de voz para no asustarla.

Ella levantó la cabeza para dejar al descubierto sus enormes y lloros ojos azules, bajo unas pestañas increíblemente largas que se pegaban a sus párpados inferiores.

—¿Estás aquí sola? ¿Y tus padres?—Esta vez recibí un encogimiento de hombros seguido de dos lágrimas—. Oye, oye. Yo te ayudaré, ¿está bien?

La pequeña me estudió de pies a cabeza y me devolvió una expresión que tomé como un "Sí no tengo otra opción".
Cargué a la pequeña entre mis brazos y salimos de la oficina, directo a los elevadores. En el salón todo el mundo continuaba en plan de ignorar a la pobre e infeliz Charlotte. ¿Por qué toda esa gente se sentía superior a todos los que no tenían un título en derecho?

—¿Puedes decirme tu nombre? —Averigüé, limpiando una de las lágrimas de la niña que llevaba en mis brazos.

—Mila —respondió ella con seguridad.

—Muy bien, Mila —acaricié su cabello castaño.

Subí de regreso al escenario y caminé de nuevamente al podio. Casi podía oírlo decir: «¿no tuviste suficiente?»

—¡Hey! —Mi voz sonó a través de los altavoces, demasiado aguda. Por suerte, logré captar la atención que deseaba—. Por favor, escuchen todos. Está pequeña de aquí busca a sus padres. ¿Alguien puede reconocerla?

En el siguiente segundo vislumbré a alguien moviéndose entre la multitud hasta alcanzar el pie del escenario y subir de un salto sin más complicaciones. Cuando se detuvo frente a mí, mi pecho se convulsionó. Era alto, incluso más alto que Aaron, su piel blanca y rozada parecía fuera de lugar comparado con el ancho de sus músculos. Tenía el mismo color de ojos que la pequeña Mila pero sus pestañas no eran tan largas, su cabello castaño y lacio enmarcaban unos pómulos fuertes y la nariz aguileña de un impresionante halcón.

—Dios mío —masculló, tomando a Mila entre sus brazos—. ¿Te encuentras bien, cariño?

Mila asintió y envolvió el cuello de su padre entre sus pequeños brazos.

—Muchas gracias, señorita Brown. —Fue justo en ese momento que me percaté de su acento.

¡Ruso!

—No fue nada. —Murmuré, titubeante—. La encontré en una oficina, llorando.

—No se supone que ella se encontrara sola, se lo juro.

Su voz era la clase de voz que se antojan susurrando cosas eróticas bajo una sensual oscuridad. Eché otro vistazo al espectacular hombre, mientras éste continuaba concentrado en su pequeña hija. No era en absoluto como los matones rusos de las películas, no llevaba el cabello a rape y tampoco se llamaba Dimitri, me quedé sin aliento.

¡Rusia, maravillosa Rusia creadora de hombres perfectos!

—¿Su madre también trabaja en el bufete? —La pregunta se escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla.

—Soy viudo. —Declaró, deteniéndose a limpiar el rostro de Mila.

Mi corazón se hinchó de ternura.

—L-lo siento —balbuceé.

Mi subconsciente sacudió la cabeza, lo menos que hacía era sentir que aquel hombre estuviera disponible. ¿Por qué me alegró que el hermoso padre de Mila se encontrara libre?

—Soy Oleg Ivanov. —Extendió la mano que tenía libre—. Un placer señorita Brown.

Uní mi mano a la suya y —¡no, no, no!— juro que salieron chispas.

Viajé sola de regreso a casa. El final de la noche no resultó tan mal como esperaba, la compañía de la familia Ivanov me salvó de terminar colgada en el centro del salón.
Oleg. Probablemente fue el único en portarse amable conmigo, para ser más exactas, fue el único en darse cuenta de mi existencia. Abrí mi cuenta de correo eléctrico y fui directo a mi bandeja de entrada, encontré un sólo mensaje sin leer, recibido media hora antes.

De: Aaron ([email protected])  
Para: Lottie ([email protected])

Asunto: Noche de locos.
Querida Lottie:
¿Puedes creer lo pequeño que realmente puede ser el mundo? Te pasas toda la vida conociendo a personas que crees de otro mundo, personas que por nada en la vida podrían mezclarse entre tus asuntos, y al segundo siguiente no sólo habitan el mismo planeta, también respiran el mismo oxígeno y la tienes de lleno en algún aspecto de tu vida. Conocí a la nieta del señor Brown, siento pena por ella. Era mejor que continuara desaparecida.

De: Lottie ([email protected])
Para: Aaron ([email protected])
Asunto: Re Re Noche de locos
Querido Aaron:
Hoy me di cuenta de todas las tonalidades que puede poseer una sola persona.

Pulsé Enviar.

Apagué mi móvil al mismo tiempo que el auto dobló la última esquina antes de llegar a mi edificio. Entonces me solté a reír. Reí hasta tener que presionarme el estómago. Reí hasta que las lágrimas saltaron por mis ojos. Reí porque... ¿Qué más podía hacer sí mi vida en ese instante se sentía como un montón de mierda?


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