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III


Los ojos de Aaron Been estaban cubiertos por ciento treinta y dos pestañas oscuras, libres de las habituales gafas cuadradas sus ojos parecían dos gemas oscuras envueltas de ámbar dorado que preservaba todos los recuerdos de una vida anterior. Me trasladé directamente a una tienda de especias al aspirar su perfume y me juré que ese sería mi lugar favorito desde ese momento. Aaron era hermoso, espectacular y cautivador. ¿Cómo podía existir tanta majestuosidad en un sólo hombre?

Sentí una corriente calidad atravesar de lleno mi cuerpo cuando sus delgados brazos me envolvieron, mi corazón creció dentro de mi pecho al sentirlo tan cerca y me vi sacudida por el más delicioso de los temores ante la perspectiva de colisionar en ese instante. Se encontraba tan cerca de mí. Podía escucharlo llamarme «hermosa Charlotte» y sentir su aliento arrastrándose hasta el nacimiento de mi cabello. Nuestros pies se rozaron cuando cerró más el espacio entre nosotros, una de sus manos me tomó justo por detrás de mi cuello y la otra rodeó mi cintura haciendo que mis pechos se apretaran contra su elegante tórax. Se inclinó sobre mí con la mirada fija en mis labios, susurró mi nombre y su aliento a ¿whisky? chocó con mi rostro. Dudé por un segundo, no sabía en qué momento el mentolado aliento de mi vecino se había transformado en el de un alcohólico. Sin embargo, su cercanía volvió a captar mi atención y dejé pasar el molesto olor.

¡Realmente Aaron Been iba a besarme!

Me puse de puntillas, cerré los ojos y preparé mis labios lista para el beso.
Esperé. Esperé un poco más. Y un poco más después de eso.

¡Maldita sea, Aaron Been, bésame ya!

Dejé de sentir las manos de Aaron a mí alrededor, su presencia se escurrió de la misma manera en la que había llegado. No, no, no. Todo era un jodido sueño.

Abrí los ojos y me encontré con el rostro de Matty, me veía con los ojos entrecerrados y una expresión divertida en los labios.

—¿Te encuentras bien? —preguntó, sin quitar la sonrisa socarrona de su pequeño e inoportuno rostro. Asentí lentamente, ordenándome recordar por qué mi mejor amiga estaba en mi cama junto a mí. Oh, sí, Jason el bastardo—. ¿Por qué tenías esa cara mientras dormías?

—Estaba dormida, no sé de qué demonios hablas —respondí con desdén, levantándome sobre uno de mis codos.

Matty soltó una risilla burlona.

—Parecías estar lista para ser despertada con un beso de tu encantador príncipe azul. —Bromeó—. Tal vez se trataba de uno de esos sueños eróticos con Aaron y acababas de tener un orgasmo de diez.

—Cierra la boca, Matilda. —Ladré, totalmente sonrojada—. Fuiste tú quién roncó toda la jodida noche.

Matty me miró ofendida, abrió la boca para contraatacar pero fue interrumpida por la timbre de la puerta principal.

—Yo atiendo —dije, levantándome totalmente de la cama—. Tú sigue descansando.

Di pasos grandes hasta la puerta, huyendo lo más rápido que pude del escrutinio de mi mejor amiga. Mis orejas continuaban rojas debido a su último comentario y al recuerdo que éste trajo consigo. De todos modos, sólo había tenido esa clase de sueño una vez y no es como que yo lo pidiera. Peiné mi cabello con los dedos de mis manos y trabajé un poco con las arrugas de mi pijama antes de abrir la puerta. Jack Dashner sonreía incluso antes de que pudiera abrir la puerta por completo. Vestido con su acostumbrada formalidad, me regaló una sonrisa afectuosa al mismo tiempo que me ofrecía una de sus manos mientras sostenía un maletín negro en la otra.

—Buenos días, señorita Brown —dijo, estrechando mi mano.

—Buenos días, señor Dashner. —Canté, devolviéndole la sonrisa—. Pase, por favor.

Jack Dashner era mi albacea y guía sobre todos los asuntos legales relacionados con las propiedades de mi abuelo y, desde que él falleció, Jack también era presidente de Brown & Epps. La familia Dashner era amiga de mi familia desde que mi padre era un niño, por lo que mi ahora albacea, junto a su esposa y su hijo Marvin, se convirtieron en el único lazo que me mantenía unida a mi verdadera familia, por lo que procuraba tenerlos cerca. El señor Dashner pasó su robusto cuerpo a través de la puerta y me siguió hasta la sala de estar en donde se sentó en uno de los sillones junto a mí.

—Señorita Brown, disculpe la hora de mi visita —dijo, en tono de disculpa—. Pero es importante que hable con usted.

—No hay problema —respondí, conteniendo un bostezo—. ¿Pasa algo malo?

Él negó con la cabeza.

—Nada grave —murmuró, inclinándose un momento para buscar algo dentro de su maletín. Una vez que lo encuentra, lo extiende hasta mí—. Esto es para usted.

Me entrega un elegante sobre color coral, en uno de los reversos del sobre se encontraba el nombre del bufete escrita con letras doradas.

—¿Qué es? —inquirí.

—El consejo ha organizado una cena, insisten en que usted se presente —explica—. Dicen que es hora de conocer a la heredera el señor Brown, de hecho, la cena será en su honor.

Me atraganté con mi saliva.

—¿En mi honor? —Chillé, cuando pude recuperar el habla. Jack asintió—. ¿Por qué?

—Charlotte —dijo, en tono paternal—, tu abuelo murió hace ya un año. ¿No crees que es hora de que aceptes que el bufete es tuyo?

—Pero señor Dashner, yo no puedo...

—Sabes que Karla y yo estaremos contigo en todo momento —interrumpe—. Tienes nuestro apoyo absoluto y estoy segura de que todo el consejo te amará.

—Gracias —murmuré, jugando con el dobladillo de mi camisa de franela. Sabía que mi abuelo pretendía presentarme con todas esas personas antes de morir, sabía que esa tarea fue cedida al señor Dashner y sabía que no podía hacer más que aceptar. Tragué saliva—. Entonces... ¿Cuándo es la cena?

—Esta misma noche. —La sonrisa de Jack se ensanchó en cuanto escuchó mi pregunta, yo en cambio me mordí los labios para detener sus temblores—. Un auto pasará por ti alrededor de las nueve.

Cerré la puerta detrás del Jack Dashner después de otro intento suyo por tranquilizarme. Por supuesto, fue un intento fallido. ¿Cómo podría siquiera atreverme a sentirme tranquila?
Ni siquiera podía respirar de manera correcta. Hacía poco más de un año de la muerte de mi abuelo y toda esa gente pretendía que su nieta —a la que nadie conocía— llegara a suplir su puesto de la noche a la mañana. ¡Joder! Recibí un título en cinematografía, no tenía ni una mierda de idea respecto a leyes o derechos. Mi abuelo era un gran abogado y llevaba en las venas sangre de líder, yo era llamada "brownie" por mis compañeros de trabajo y por mis venas no corría más que sangre de gorda frustrada.

¡Joder!

Si no podía hacer nada para defenderme de mi propio desprecio, ¿cómo sería capaz de sacar a otros de prisión? Tal vez no era demasiado tarde para estudiar leyes. Si comenzaba en el próximo curso, al cumplir los treinta habría terminado. Tal vez tendría más oportunidades una abogada experta en cine, podría defender a actores mal pagados, plagios o... ¿A quién engañaba? Jamás podría hacerlo, tal vez Lottie lo lograría, pero ella no aparecía constantemente.

—¿Ocurre algo malo?

La voz de Matty me sacó de mis fantasías. De mis fracasadas fantasías.

—No estoy segura —murmuré, sin quitarle la mirada de encima a la invitación—. Era el señor Dashner, vino a entregarme una invitación para una cena... En mi honor.

Matty soltó un grito de emoción.

—¿En tu honor? —Gritó, asentí—. ¡Oh Dios! Charlotte, es increíble. Serás presentada como la dueña y señora de la firma, ¿sabes lo que significa?

¿Qué si lo sabía?

—Matty, lo más probable es que esa gente espere a, no sé, una brillante mujer experta en leyes. No a... Mí.

Ella negó con la cabeza y me hizo un gesto de desaprobación. Algo que aprendí de la minúscula mujer que tenía por mejor amiga, era que mientras más pequeña sea una persona, más debes temerle.

—¡Dios Santo, Charlotte! —Me reprendió, sus pequeñas orejas se tornaron de peligroso color rojo—. No puedo creer que seas tan ciega, ¿cuándo te darás cuenta de todo lo que eres?

Suspiré. El problema era justo eso, que tenía perfectamente claro lo que era. Y lo odiaba con toda mi alma. Le dirigí una sonrisa forzada y me encogí de hombros, restándole importancia al tema.

—¿Me ayudarías a buscar un vestido? —Propuse.

Mi estrategia funcionó y pronto la dura expresión en el rostro de Matty cambió a una enorme sonrisa.

—¿Te refieres a buscar en tu closet o en una tienda? —averiguó.

Recorrí mentalmente todo mi guardarropa. Definitivamente jamás encontraríamos algo que valiera la pena entre todos mis vaqueros, vestidos y enormes blusas. Una sesión matutina en una linda boutique me pondría de buen humor, ¿no es verdad? Por lo menos eso siempre funcionaba con mis amigas.

—Una tienda —dije—. Definitivamente una tienda.

Media hora después era arrastrada por Matty hasta el elevador, ella más entusiasmada con nuestros planes de compras. Realmente lo único que yo deseaba era regresar a mi cama y no levantarme hasta después del mediodía, entonces abrir el refrigerador y comer un delicioso y merecido desayuno.

Las puertas del elevador se abrieron y nosotras nos apresuramos a entrar. Matty continuaba hablando sobre telas y modelos que me harán lucir espectacular, pensé en que me conformaría con no parecer una carpa de circo. Ni siquiera estaba segura de que existieran vestidos de mi tamaño. ¿Te imaginas la cantidad de tela que tendrían que usar para confeccionar algo así? No me malinterpretes, no es cómo que tuviera el físico de una ballena andante, pero tal vez si pareciera un lindo delfín. Un delfín siempre esforzándose por encajar en un océano al que no pertenece, tal vez fuera más como un delfín terrestre.

¡Oh Santo Señor! ¡Estaba enloqueciendo!

—... Por supuesto el vestido debe ser negro —Dice Matty, al mismo tiempo que las puertas del elevador terminan de abrirse—, te hará lucir más delgada.

Las puertas del ascensor dejaron al descubierto la imagen de un hombre vestido en un sensual atuendo deportivo. Varios mechones de cabello rizado escapaban de la gorra de beisbol que cubría su cabeza, mientras sus ojos cafés se encontraban libres de sus gafas y brillaban llenos de energía. Aaron Been se detuvo frente al cubo del elevador, esperando que nosotras saliéramos. No obstante, mis piernas no respondían mientras que la temperatura de mis mejillas iba en aumento, la jodida boca de Matty no se cerró al tiempo suficiente y estoy segura que él escuchó la última oración.

Me golpeé la frente internamente.

—Sabía que ustedes dos estaban aquí —una voz chillona detrás de Aaron me obligó a salir de mi shock provocado por la vergüenza.

Renée Wolf me sonrió picarona de pie junto a Aaron y en un mini vestido rojo que cubría muy poco de su bien formado cuerpo. Sus tacones de aguja —más altos que todos los tacones que poseo— gritaban femme fatale y mi estómago se encogió. ¿Qué demonios podía decir? Toda yo me reducía estando cerca de mujeres como ella. Sin mencionar que, —¡Santos Infiernos!— se encontraba a escasos metros de Aaron Been.

Entonces me hice más pequeña —sólo metafóricamente hablando, por supuesto—.

Aaron dio un paso atrás y me obligué a salir del cubo, él entró sin hacer caso omiso a ninguna de nosotras y las puertas de hierro volvieron a cerrarse.

—¡Por Dios! —Chilló Renée, en un tono demasiado agudo—. ¿Vieron a ese hombre?

«¿De qué hablas? ¿Crees que soy una mujer lujuriosa que se tomó el tiempo necesario para admirar el alborotado cabello de mi vecino después de media hora de correr fuera? ¿O que noté lo duro que lucía su trasero, o tal vez sus brazos bajo su sudadera? ¡Para nada!»

—Es guapo —respondió Matty sin darle tanta importancia.

—¿Guapo? —Bufó Renée—. Es el hombre más caliente que he conocido —¡a que sí!—. ¿Le conoces?

—Uh, bueno, yo. —balbuceé. ¡No, no, no! Ella no puede interesarse en Aaron —. Es mi vecino y esto..., él, él es gay —¿De qué demonios hablas, Brown?—. Ajá, es gay. Ya sabes, sale con chicos y siente verdadera repugnancia por las mujeres, creo que sufre algo como, como una fobia al sexo femenino.

—Es una pena. —Se lamentó ella—. Ya lo había imaginado desnudo sobre mi cama.

Quise decirle que eso sí que era una verdadera pena, puesto que de hecho a quién él imaginaba desnuda sobre su cama era a mí. Aunque tal vez que a quién él imagine sea más como Renée.
¡Jodido mundo de mierda!

Matty cambió de tema y convenció a Renée para acompañarnos a comprar el jodido vestido, cuándo ella preguntó para qué necesitaba uno con tanta urgencia, respondí que era el cumpleaños de mi padre adoptivo —el Señor Cuevas, el mismo que no veo desde hacía diez años— y moría de ganas por verme en su fiesta de cumpleaños.

Si me preguntan, en el fondo sabía que no era correcto ocultarle a Renée que era heredera de una fortuna, pero algo en ella me impedía tenerle la confianza suficiente. Era cómo sí, cada vez que estaba a punto de confesarle la verdad, algo en mi interior sellara mi boca con una cinta de "Restringido, sólo para personal autorizado".
Me sentía mal por eso, de verdad que sí, tantas mentiras para una sola alma comenzaban a sentirse como un bloque de piedra sobre mi espalda. Le mentía a Renée, le mentía a Aaron y me mentía a mí misma. Pronto todas mis mentiras estallarían en mi cara y no habría poder humano que me salvara de la explosión; entonces, me limitaba a rogar a todos los santos que conocía para que ese momento se prolongara tanto como fuese posible.

Llegamos a la boutique y decenas de vestidos eran llevados hasta mí por mujeres en trajes entallados que me lanzan miradas de «no me jodas» cada que un modelo era propuesto por alguna de mis amigas. Después de un par de horas, todos los vestidos eran devueltos, algunos con unas cuantas costuras o cierres arruinados. Entramos a otro par de tiendas y el proceso se repitió. Ningún jodido vestido era lo suficientemente grande para mis caderas o mis pechos. La situación resultaba tan frustrante como vergonzosa, a tal punto que después de probarme el vestido número ¿treinta? mis ojos amenazaron con llorar.

—Tal vez una faja ayude —propuso la mujer que nos ayudaba con la elección de vestidos.
Era cómo cientos de años mayor que yo pero eso no le impedía presumir una figura de una mujer de mi edad. Intenté sentir rencor por ella, pero hasta ese momento había sido la única que no ahogaba risillas siempre que intentaba entrar en algo una talla más pequeña.

—Buena idea —coincidió Renée.

—Oh, no. —Advertí, sacudiendo la cabeza—. Ni pensarlo, no me pondré una de esas cosas.

—No está a discusión —dispuso Renée—. Yo iré a buscarlo.
Renée y la mujer de la tienda se alejaron sin aceptar otra de mis palabras.

Me sentía como cuando tenía cinco años y era obligada por las monjas del orfanato a usar los uniformes de las niñas mayores mientras que mis compañeras me preguntaban por qué mi cuerpo era tan grueso.

—Así que, Aaron Been resultó ser gay. —Matty habló en susurros desde un banco de cuero en el que se encontraba sentada.

—Era lo único que podía decir para evitar que Renée me obligará a presentarla con él. —Suspiré, dejándome caer junto a ella.

—Lo sé. ¿Te imaginas cómo sería?

—Aaron Been, te presento a Renée Wolf —recé, señalando de un lado a otro como si realmente estuviera presentándolos—. Renée es la maestra del Kamasutra y es aficionada a practicar el sexo tántrico con todos sus amantes. Renée, él es Aaron, el hombre más guapo e inteligente que he conocido y... —lloriqueé— tal vez el amor de mi vida.

—Ugh, —Matty se estremecií—. Una idea terrible.

—Seguro que sí.
Renée volvió con un pedazo de tela en color piel.


Gruñí cuando la faja cubrió mi abdomen. Juro que podía sentir cada uno de mis órganos contraerse dentro de mí, sentí mis intestinos sobre mis riñones y mis costillas. Sin mencionar que la maldita prenda me impedía respirar bien.

¡Querido Dios, acaba con mi sufrimiento ahora!

Matty aplicó un poco de maquillaje sobre mi rostro y Renée se encargó de ayudarme a entrar en el vestido negro, el cual en absoluto me hacía lucir más delgada. A pesar de todo, ellas habían hecho un gran trabajo, el vestido era bonito y el modelo ocultaba todo lo que tenía que ocultar de mi voluminoso cuerpo, las zapatillas negras contaban con un par de centímetros en los tacones y no tenía problemas en caminar con ellas.
Mis amigas terminaron conmigo y llegó el momento que tanto me esforzaba en evitar: mirarme al espejo. Cuando lo hice, mis ojos se abrieron como platos. Quería preguntarles en dónde demonios dejaron a Charlotte. ¿Qué demonios hicieron con ella?

Dentro de mí, sentí que un foco en el fondo de mi alma se encendió. Estaba polvoriento y apenas si podía notar la luz que comenzaba a parpadear, sobre éste se leía "seguridad" y mi garganta se secó por el terror de lo que eso podía causar. La mujer que me devolvió la mirada en el espejo estaba lejos de ser yo, la estudié de pies a cabeza y cuando volví la mirada a la suya, Lottie me vio con las cejas arqueadas. Su mirada me hizo sentir escalofríos, de repente me sentía fuera de lugar en mi propio cuerpo, ella había tomado todo el control y me redujo a un espectador de mis propios movimientos.

Se volvió y les sonrió a mis amigas con verdadero aire de aprobación de sí misma.
El auto que el señor Dashner envió por mí había llegado, y bajé en compañía de mis amigas hasta la calle.

—Vaya Charlotte, tu padre sí que debe amarte —dijo Renée, al ver la espectacular limusina que esperaba por mí.

—Él siempre se caracterizó por ser tan dadivoso conmigo —respondí, con apenas un toque de sarcasmo en la voz.

Matty me dio un abrazo y alcanzó mi odio para susurrarme: —Muéstrales a todos quién es la jefa.

La apreté más fuerte y asentí.

Finalmente subí al auto y éste comenzó su camino al corazón financiero de Chicago, directo a las oficinas de Brown & Epps.

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