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T R E S

24 de Enero, 2021.

El constante sonido de mi celular sonando logra que despierte.

Lucho por abrir mis ojos, puesto que aún tenía mucho sueño y qué decir del martirizante dolor de cabeza que tenía ahora gracias a la conocida resaca.

Después de que Liam me haya jaloneado la noche anterior en busca de Jamie, ya que según él tenía prioridades más importantes en ese momento que buscarme otra botella de cerveza, como seguir besuqueándose con la rubia plástica de la fiesta, estuvo gruñón hasta que al fin dimos con ella.

Nunca lo había visto alegrarse tanto de haberla visto como ayer.

No recuerdo mucho de lo que pasó después de eso, pero sí estoy seguro que tomé más que solo una cerveza extra.

—¿Vas a contestar el teléfono? —Pregunta Jamie entrando al dormitorio— No ha dejado de sonar y es molesto.

—No grites, que puedo escucharte perfectamente si hablas más bajo. —le recrimino, poniendo la almohada encima de mi cabeza, para tratar de cubrirme de la luz que entraba por la ventana.

Ella se ríe con lo que acababa de decir, pero yo no le veía gracia alguna. Gruño.

—No lo hice, guapo —dice, pero su volumen seguía igual de alto—. La resaca es una perra, ¿verdad? —Vuelve a reírse— Te he dejado un vaso con agua y una pastilla para el dolor. Te espero en la cocina.

Quiero protestar, pero antes que pueda siquiera responderle, se marcha, cerrando la puerta detrás de ella. No me agradaba mucho la idea de Jamie metiéndose en mi cocina —o hurgando por mi casa—, pero creo que ya era muy tarde como para recordárselo una vez más ya que podía percibir el olor del desayuno filtrarse por mis fosas nasales.

Tomo asiento en la cama y efectivamente, en el taburete enseguida de la cama se encontraba lo que me había dejado la medicina para la resaca. Me trago la pastilla con la ayuda del agua sin pensarlo dos veces porque sentía que mi cabeza explotaría en cualquier momento. Paso mis manos por mi rostro, en un intento de despertarme un poco, pero en eso mi celular vuelve a sonar.

Con toda la pereza del mundo, lo tomo y presiono en la pantalla el botón verde para contestar.

—¡Hasta que contestas! —grita mi amigo del otro lado de la línea, causando que aleje un poco el móvil de mi oreja— He estado llamándote desde hace media hora.

—Uno, baja la voz que me explotará la cabeza y dos, estaba dormido.

Escucho como suspira al otro lado del teléfono.

—Escucha, necesito que vengas a recogerme...desperté en la casa de la rubia y quiero marcharme antes que despierte —me explica con apuro—. Te envié la dirección por mensaje, ven ya.

Me llevo mi dedo índice en mi pulgar al puente de mi nariz, porque pensé que pudo haber sido un asunto importante, pero viniendo de Liam, las expectativas eran altas.

—Liam, pensé que era una emergencia. —le digo exasperado.

—¡Lo es! —dice como si en realidad lo fuera.

Alejo mi teléfono de mi oreja una vez más, solo para ver la hora que era, antes de hablar—: Liam, te mataré. ¡Son las siete de la mañana! —su risa inunda mis oídos.

—Mejor ámame. Nos vemos.

Cuelga la llamada.

Me quedo estático un rato más en mi lugar, respirando hondo para intentar recuperar un poco de la paciencia que ya había perdido con él.

Siguiendo un poco adormilado, hago un esfuerzo por levantarme de la cama y dirigirme al baño para lavarme el rostro. Me doy la confianza de cerrar mis ojos mientras caminaba, porque después del tiempo que he estado viviendo en mi casa, ya me la había aprendido de memoria, hasta me había aprendido cuántos pasos eran de mi habitación a cualquier lugar de la casa y cuántos eran para girar a la izquierda o derecha.

...siete, ocho, nueve y ¡mierda!

Abro los ojos de golpe al sentir el dolor del tremendo golpe que me había dado contra la esquina de algún mueble en el dedo meñique de mi pie.

Eso sí que había logrado despertarme. Maldigo internamente mientras intentaba no emitir algún sonido, alzando mi pierna derecha y sobando un poco la parte adolorida. Doy algunos pasos atrás para sentarme de nuevo en el colchón y es ahí cuando lo noto.

Esta no era mi casa, sino la de Jamie. Después de todo no tendría que recriminarle por meterse en mi cocina.

Cuando se ha pasado un poco el dolor, busco mi ropa con la mirada, y cuando la localizo, comienzo a vestirme. Tomo mi tiempo para hacerlo, al igual que con toda la paciencia del mundo, y como si mi amigo no estuviera en un apuro me encamino hacia el baño para lavar mi rostro.

Después reúno mis cosas y salgo de la habitación para encontrarme con el pequeño cuerpo de Jamie dándome la espalda, con su pelo recogido en un moño alto. Me acerco a ella, colocándome detrás y plantando un beso en su mejilla; al sentirme, da un pequeño respingo, para seguido de eso voltearse y rodearme con sus brazos y darme una sonrisa. Le doy un beso corto en los labios.

—Ahora regreso, debo ir por el idiota de Liam a la casa de una rubia con la que pasó la noche —digo, causando que ponga una cara de enfado—. No tardare mucho, pero...¿podrías preparar una ración extra para él? Por favor, nena.

La beso otra vez, para ver si con eso la convencía. Le regalo una pequeña sonrisa cuando accede. Asiento una vez como agradecimiento y me marcho para ir en busca de mi amigo.

Saco el teléfono del bolsillo trasero de mis vaqueros cuando estoy dentro de mi coche para saber qué rumbo tomar. La casa de la rubia quedaba cerca de donde estaba, asi que enciendo el motor y enciendo la radio, buscando algo para escuchar para llenar el silencio que llenaba el auto.

Una canción lenta suena y decido dejarla puesto que nunca fueron de mi agrado las canciones muy ruidosas. Siempre me ha gustado lo tranquilo. Pongo la canción en un volumen bajo ya que todavía seguía doliéndome un poco la cabeza.

Conforme conduzco, la melodía termina y comienza otra, siendo ésta un poco más rápida y con más ritmo, pero no la quito. Sin darme cuenta, comienzo a tamborilear mis dedos sobre el volante al ritmo de la canción, la cual comienza a agradarme y me obligo a mi mismo a memorizar el nombre de ésta misma. La música prosigue y antes que acabe, llego a mi destino.

Para mi fortuna, Liam ya estaba esperándome fuera de la casa, sentado en la banqueta, con el teléfono en sus manos. Al verme, el rostro se le ilumina y se para con rapidez.

Detengo el auto un poco delante de él y espero a que abra la puerta para que suba.

—Has tardado más de lo que predije —me reprocha entrando al carro—. Por cierto, buena canción. Kodaline me agrada. —sube el volumen de la radio.

Lo miro con enfado en mi rostro.

—Deberías darme las gracias, idiota. Estaba a punto de no venir —presiono el acelerador y hago camino de vuelta a casa de la pelinegra que tenía esperando—. Y sí, es una buena canción.

***

La mañana pasó tranquila después de eso, a excepción de la inevitable pelea entre Liam y Jamie. Ellos dos siempre estaban discutiendo por una razón u otra, por más ridícula que esta fuera.

Claramente había cierta tensión entre esos dos, pero ellos lo negaban. Mi amigo me decía constantemente que solo le causaba gracia molestarla y que yo tenía el paso libre con ella, mientras que Jamie solo soportaba estar en la misma habitación con él o tenerlo en su casa por mí. O eso me dicen, pero en realidad no podría importarme menos.

Ahora que estaba por fin en mi casa, me dedico a trabajar desde ella.

Por el momento, no tenía ningún otro pendiente mas que entregar editadas las fotos de una sesión que tuve una semana atrás, para ser más específico, tenía hasta mañana para tenerlas listas, pero lo bueno dentro de este set de fotografías, era que tenía la mayoría listas, solo quedándome un par por terminar.

A decir verdad, todo este trabajo me resultaba más que relajante y satisfactorio. No todos tienen la paciencia o talento para esta rama del arte, porque la fotografía para mí era más que solo tomar una cámara y tomar una foto, sino que era en sí, capturar la esencia de la escena, objeto u persona que tenías frente a ti, y eso era exactamente lo que yo me dedicaba a hacer.

Tal vez por eso mi trabajo sobresalía de entre los demás.

Conforme yo seguía trabajando en la edición de las fotografías, Penélope, la mujer de la que se encargaba de la limpieza en mi casa, hacía su trabajo en silencio, mientras que Dakota, su nieta, jugaba en silencio con sus muñecas en el suelo de la sala mientras que yo estaba sentado en el sofá, con mis piernas extendidas sobre esto.

—Corazón, ¿podría hacerle algo de comer a Dakota? Solo ha desayunado y ya tendrá hambre la pobre... —Me pregunta la mujer de avanzada edad mientras me miraba con pena —. Pero si no quieres no hay problema. Puedo ir a comprarle algo para comer.

Sus palabras son rápidas y torpes, en un intento de no querer molestarme por el hecho de querer alimentar a su nieta. Miro a mi costado, encontrándome con la pequeña, mirándome con sus ojos grandes.

Me regala una sonrisa amplia y veo algunos huecos en ella por la falta de dientes en su pequeña boca. Le regreso la sonrisa, es una pequeña y de labios cerrados, casi invisible, pero la nota.

¿Realmente me consideraban tan desalmado como para negarme? Penélope ha estado trabajando conmigo desde que yo me mudé para acá, pero hace apenas menos de un mes comenzó a traer consigo a Dakota con ella, porque su madre consiguió un trabajo que le impedía cuidarla como antes.

En realidad no me molesta que la traiga, de hecho, siempre he sido bueno tratando a niños.

—Por supuesto que puede, Penélope. No entiendo por qué me pide permiso —le digo, tratando de poner una buena cara para ella—. Usted sabe que no me molesta que tome mis cosas, de otro modo, no la hubiera contratado. —frunzo el ceño.

Tal vez fui un poco rudo al decirle, pero ver que soltó una risa con lo dicho, me dio a entender que le había caído en gracia. Después de todo este tiempo, se había acostumbrado a mi carácter. Pero en mis palabras no había mentira. Penélope era de las pocas personas que no me molestaba que hurgara entre mis cosas; sabía que ese era su trabajo, además que le tenía confianza y sabía que no era entrometida.

—¿Tienes hambre, pequeña? —le pregunto a la niña, volteando a un costado para verla. Ella asiente energéticamente.

Le hago un movimiento con la cabeza para que fuera con su abuela, que ahora se encontraba cocinando algo para ambos, porque yo también tenía hambre. Dirijo mi vista de nuevo a la computadora y siento cómo la niña se levanta, pero en lugar de caminar hacia la cocina, se posiciona a mi lado, viendo lo que yo.

—Eso es bonito. —dice apuntando a la pantalla. Asiento.

—Lo es.

Continúo lo que estaba haciendo, pero ahora con Dakota parloteando sobre cada movimiento que hacía. Sonrío internamente. Minutos después, escuchamos cómo nos hablan diciendo que la comida estaba lista. Cierro la laptop y me levanto, caminando hacia el comedor, con la niña siguiéndome el paso. Cuando tomamos asiento, le revuelvo el pelo y le hago un ademán con la mano para que empezara.

Penélope me mira sorprendida, pero la ignoro.

—A comer, pequeña.

***

—¡Mierda, mierda y más mierda! —exclamo viendo la hora en mi teléfono.

Se me había olvidado por completo que tenía una cita con una mujer hoy a las cuatro de la tarde en punto.

Y eran las tres con cuarenta y cinco de la tarde.

Esto de no tener a Ana recordándome mi intinerario me estaba volviendo algo loco y todavía no pasaban las dos semanas que le había dicho que podía tomarse. Tomo las llaves que yacían sobre la mesa, junto a mi teléfono y maletín. Con torpeza me pongo los zapatos, casi estrellándome con el suelo por ir caminando al mismo tiempo.

Penélope y su nieta ya se habían marchado hace alrededor de una hora, lo cual agradecía porque de haber sido que Penélope no hubiera terminado su trabajo para este entonces, tal vez me viera en la obligación de decirle que volviera más tarde. Tampoco la dejaría sola en mi casa.

Cierro la puerta detrás de mi y con las llaves del auto en la mano, presiono un botón en el pequeño control que tenía para que el seguro se quitara de las puertas. Cuando estoy por fin dentro, arranco el carro y comienzo mi camino directo al estudio.

Al menos había terminado de editar las fotografías que tenía pendientes.

Reviso la hora en el reloj que tenía puesto en la muñeca y veo que faltaban cinco minutos para que dieran las cuatro de la tarde.

Si hay algo que repudio, es la impuntualidad, e irónicamente estaba haciendo una de las cosas que más odiaba. Piso el acelerador, y por mera suerte, no diviso ninguna patrulla que me pueda detener por exceso de velocidad y agradezco al cielo porque para mi fortuna, los semáforos se encontraban en verde y eso significaba que no tendría que detenerme.

Agitado, entro al local, excediéndome ocho minutos de hora de la cita que tenía, pero al ver que solo se encontraba mi equipo trabajando aquí, suspiro con alivio.

—Buenas tardes, chicos. —saludo a todos en general, escuchando como me devolvían el saludo con un asentimiento de cabeza o con un movimiento de la mano.

Me dirijo a mi oficina para dejar mi maletín para después caminar hacia el pequeño cuarto que había acondicionado como cocina. Abro el refrigerador y saco una botella sellada de agua. Dejo que el líquido refresque mi garganta a medida que se desliza por ella y segundos después es cuando consigo controlar mi acelerada respiración.

Tiro la botella en algún bote de basura, y cuando me giro, me encuentro con Marshall frente a mí.

—Ya ha llegado la mujer con la que tienes cita. —me informa y asiento con la cabeza, agradeciendo. Él se da la media vuelta y se marcha.

Despeino un poco mi cabello y aliso mi camiseta para parecer un poco presentable.

Al salir, camino hacia la sala de estar, donde suponía que se encontraba la mujer que venía conmigo, pero cuando llego a donde quiero, mi sorpresa es que no es solo una chica la que viene, sino que son más de cinco. Siete, para ser específico.

Si con solo una mujer me da dolor de cabeza, no puedo imaginarme con siete hablando al mismo tiempo. Simplemente...no. Antes que cualquiera de ellas me vea, me regreso y le llamo a Sofía, una de las chicas que trabaja para mí.

—Necesito de tu ayuda para que me asistas en esta cita. Será mucho barullo y estoy seguro que no entenderé nada de lo que querrá —le explico y ella asiente, desconcertada—. Entre mujeres se entienden, ¿no?

—Así es. —sonríe.

***

—¡Solo diez minutos más, por favor! No podemos empezar sin ella. —dice la mujer castaña, rogándome por tercera vez.

Excelente, ahora serían ocho.

Todavía ni empezábamos la estúpida charla y ya estaba hastiado de que me hicieran esperar, sumándole a las miradas pícaras de otras chicas, me estaba volviendo loco y eso Sofía lo estaba notando. Ella sabía que estaba reteniéndome más de lo usual, pero que en cualquier momento bien podría correrla y decirle que se consiguiera otro fotógrafo.

No me gustaba que me hicieran esperar.

Cuando ya han pasado alrededor de cinco minutos más, la última gota de paciencia se agota y cuando estoy a punto de hablar, el sonido de la puerta estrellándose, seguido de una exclamación pidiendo perdón me impide hablar.

Se escuchan pasos apresurados y maldiciones acompañándolos. Imagino que es la chica a la cual estaban esperando y aún cuando no la he visto, me desagrada. Ha sido más que impuntual e inconscientemente me ha torturado con su espera.

—¡Ya ha llegado la chica que esperamos! —remarca alguna.

—Gracias por el dato, jamás lo habría sabido. —digo con sarcasmo. Ella frunce el ceño.

Sofía intenta ocultar la sonrisa que quiere crecer en sus labios por mi respuesta, cubriendo su boca con la mano.

—¡Siento por llegar tarde! Me había perdido...—anuncia la recién llegada. Observo su vestimenta colorida por el rabillo del ojo.

Desagradable y escandalosa, además que con un gusto horrible en ropa.

Otros cinco minutos de escándalo y revuelo después, es cuando por fin todas callan y decido alzar mi cabeza de entre mis manos. Debes tener paciencia, me repetía a mi mismo.

Me levanto de mi lugar y suspiro con cansancio, mirando hacia el techo, preparándome para presentarme. No las había llevado a mi oficina porque no había espacio suficiente.

Barro mi vista por todas, deteniéndome solamente en una.

Mi mirada se queda clavada en ella por algunos instantes mientras intentaba con todas mis fuerzas no parecer sorprendido, manteniendo mi cara seria. La chica me mira al igual y me regala una sonrisa y es ahí cuando termino de reconocerla.

Era ella, la pelinegra a la que había fotografiado aquella noche cuando bailaba al ritmo de la música que el chico de la guitarra tocaba.

La chica de la cual todos querían saber quién era, y justamente la tenía frente a mí, sonriendo. Carraspeo, saliendo de mi transe, alternando la vista entre todas, ganando unos segundos más para poder presentarme.

—Buenas tardes, señoritas —digo y alcanzo a escuchar un chillido. Evito rodar los ojos—. Para las que no sepan, yo soy Hunter. Hunter Morgan.

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