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O N C E

—¿A dónde me llevas, cazador?

Silencio.

Estaba manejando con tranquilidad, concentrado en no causar ningún accidente, manteniendo mi enfoque solamente en la carretera. Intentaba bloquear el calor que de repente me había dado. Estaba molesto y un poco frustrado por lo que había pasado; no me gustó no conseguir lo que quise.

Los labios me picaban. Vi por el espejo retrovisor que mantenía en mi rostro el ceño fruncido.

Beverly quiso provocarme y funcionó a la perfección. Caí redondito a sus encantos, ¿y qué hombre en su sano juicio no?

Escuché la risa suave de la pelinegra filtrarse por mis oídos.

—¿Crees que llegaré a un punto en donde algún día me dejes de ignorar? —preguntó con burla.

—No. —musité.

—¿No?

La vi de reojo, distrayéndome un rato. Se acomodó en su asiento, echando su cabellera larga y ondulada hacia su espalda, dejando al descubierto su clavícula.

—Pues que no. Ignorar a las personas es parte de mi encanto. —intenté bromear. Al parecer dio resultado porque se rio un poco, negando con la cabeza.

Oculté la sonrisa que se quiso asomar por mis labios al ver una en los suyos. Aunque quisiera, me era imposible no mirarla de soslayo, por lo menos un par de segundos. Tenía este ridículo presentimiento que si me despistaba aunque sea por un rato, ella no estuviera aquí conmigo más.

Se desabrochó el cinturón y se inclinó hacia mí. Respiró en mi oreja y sentí cómo formó una sonrisa, con sus labios rozando mi piel.

—Eres todo un caso, Hunter Morgan —susurró en mi oído—. Y me encanta.

Con expresión seria le di la cara un segundo antes de centrarme de nuevo hacia al frente. Casi suspiré del alivio cuando vi que el semáforo estaba en rojo. No podía concentrarme con ella respirando en mi cuello.

Detuve el auto.

—No me provoques, Beverly. —le advertí. Tragué duro.

—Pero no estoy haciendo nada, cazador. ¿Estás nervioso?

Giré mi torso un poco para darle la cara. Evité sorprenderme por la cercanía entre ambos. El olor dulce de su perfume me hipnotizó y el azul cielo de sus ojos me idiotizó por completo.

¿Qué me había preguntado?

—¿Eh? —balbuceé. Pareciera que el mundo se detuvo y solo se enfocara en ella— Vamos, dame un beso. —supliqué.

Tomé su mentón y con toda la delicadeza acerqué su rostro al mío.

El corazón se me aceleró un poco. No le di importancia por ahora.

Y entonces, escuché cómo hacían sonar el claxon. Maldije en voz baja, dándome cuenta que el semáforo ya había cambiado a verde y no estaba avanzado. No recordaba que nos encontrábamos en el auto, en camino a nuestra cita.

¿Tan rápido así cambió o así de rápido sentía que se iba el tiempo con ella?

Beverly se apartó y se acomodó en su asiento, colocándose el cinturón de nuevo.

Con prisa pisé el acelerador y comencé a avanzar, haciendo que los bocinazos cesaran al fin.

—Parece que no obtendrás tu beso muy pronto, guapo, ¿eh? —se atrevió a burlarse. Solté un gruñido bajo, cargado de disgusto.

Segunda vez dentro de treinta minutos en que me rechazaba un beso.

—Lo haces a propósito, Bev. —recalqué. Ella se echó a reír.

—Tal vez.

Bueno, si ese era el caso, esta cita sería mucho más larga de lo que preveía y ni siquiera había comenzado aún. Suspiré, derrotado.

Beverly se pasó todo el camino insistiendo y adivinando a dónde íbamos a ir hoy. Realmente estaba ansiosa por saber en qué lugar la pasaríamos, pero no le dije nada. Ahora ambos estábamos frustrados, pero por razones completamente distintas.

Los pasados días me había roto la cabeza pensando qué podía hacer para una primera cita con ella. Claro estaba que yo era inexperto en estas cosas ya que no acostumbraba a salir con muchas mujeres en mi vida. Para ser exacto, solo he salido con tres, contando a Jamie y dejando de lado a Beverly. Con las primeras dos no duró más de cinco meses. Ambas me habían dado la misma excusa para cortar conmigo —aunque no fuimos nada serio— y eso era que ellas querían una relación estable, en donde un hombre realmente las amara.

Creo que al final de cuentas no fue en realidad una excusa, sino más bien, una razón. Ellas querían algo de mí que yo claramente no podía darles... aún.

No sé qué fue de ellas, no nos mantuvimos en contacto. Ahora solo me centraba en Jamie y al parecer, ahora en la entrometida también.

Le pasé una venda a Beverly para que se tapara los ojos cuando estábamos a unos cuantos minutos de llegar.

—Póntela, no quiero que sepas a dónde vamos. Es una sorpresa. —murmuré con voz neutra. Sentí después cómo su mano tomaba la tela de la mía.

—¿Y qué pasa si hago trampa? —Inquirió— ¿Habrá un castigo?

Alcé una ceja, sorprendido. La miré por un segundo, viendo su rostro pícaro.

—Bien, sabía que no tienes filtro, mucho menos vergüenza de mostrarte al mundo, pero, ¿un castigo? —me fue imposible no reírme por su descaro.

—Yo solo preguntaba —alzó los hombros, restándole importancia. Después se colocó la venda, amarrándola por detrás de su cabeza—. Al menos te hice reír en lugar de irritarte, que la mayoría de las veces que hablo sucede porque resulta que eres alguien bastante insoportable que tampoco le gusta soportar a los de...

—Beverly...—advertí, cortándole de pronto—. No me irrites ahora, bonita.

—Eres muy gracioso, Hunter, ¿lo sabías?

De hecho, no. No lo sabía. Las personas no solían catalogarme de esa forma, pero hallé ese comentario demás. No dije nada después de eso. Solo me quedé a escuchar su risa suave, porque incluso eso era agradable de escuchar viniendo de Beverly.

Estacioné el auto y le advertí que no se destapara los ojos. Ella rechistó, pero al final me hizo caso. Me bajé del coche y lo rodeé por enfrente para abrirle la puerta y ayudarle a bajarse de él.

Apreté su cintura con mi brazo izquierdo, mientras que con mi mano libre tomé su bolso. Escuchaba el sonido que producían sus tacones con cada paso que dábamos.

Beverly ya era alta, y con zapatillas me llegaba hasta las sienes. Sus piernas largas y esbeltas me eran imposibles de ignorar.

Saqué las llaves de mi casa con sumo cuidado, vigilando que no hiciera trampa y se quitara la venda. No hasta que estuviéramos dentro. Abrí la puerta, cuidadoso de no hacer ningún ruido, guiándola para que entrara. Cerré la puerta con el mismo sigilo.

—Está muy callado, ¿en dónde estamos? —preguntó.

En lugar de contestarle, me puse detrás de ella, dándome el derecho de quitarle la venda de los ojos. Cuando ésta le dio vista a lo que estaba frente a ella, jadeó de la sorpresa.

—¿Tú... hiciste eso por mí? —se dio la media vuelta para verme. Sus ojos agrandados y su mano tapando su boca me satisficieron.

—Sí, ¿te gusta?

Eché una mirada por toda mi casa.

Las luces estaban bajas y había velas por todos lados, dando la iluminación perfecta y romántica. Había música de fondo, una tranquila, de acuerdo a la ocasión. Había acomodado un camino de pétalos de flores que daban una pequeña mesa que estaba decorada con un mantel beige y pétalos también. Esos que provinieron de un ramo de flores me había traído Penélope, la mujer que se encargaba de la limpieza de mi hogar. También la que me había ayudado en montar todo esto y refinó la idea.

Pasamos gran parte de la mañana montando esto. Solo se encargó de encender las velas cuando fue su hora de la salida.

Sonreí satisfecho cuando Beverly no me vio.

—Yo... esto es hermoso, Hunter. Me encanta. —dijo sin aliento. La tomé de la mano y la dirigí a la mesa, ofreciéndole un asiento.

—No es nada. Quise hacer algo que te pudiera gustar.

Me senté al otro extremo de la mesa y destapé la comida, la cual todavía se encontraba caliente. La serví en ambos platos, junto a un vino.

Alcé la mirada, encontrando que Beverly me miraba con fijeza. Tal vez curiosidad o incluso incredulidad que yo haya ideado todo esto. No fue fácil. Después de unos segundos, sonrió socarrona.

Oh, no.

—A mi no me engañas, cazador. Admite que hiciste esto porque odias convivir con otras personas y esta era la excusa perfecta para no tener que hacerlo en algún restaurante.

Mierda. Me descubrió.

Tomó la copa con vino y dio un sorbo, expectante. Alzó una ceja, esperando mi confirmación.

—Solo come y disfruta, Beverly. Por favor.

Sonrió triunfante antes de hacer lo que le dije.

***

19 de marzo, 2021.

Desperté sintiendo que algo se removía a mi lado.

Otra vez se movió.

Abrí los ojos para ver de qué se trataba pero los cerré al instante por la luz que se filtraba por la ventana y me daba justo en la cara. Después de unos segundos volví a abrirlos con cuidado, acostumbrando mi vista a la iluminación.

Entreabrí los labios al ver la cabellera de Beverly, quien era la que dormía plácidamente junto a mí. Me sorprendí aún más de notar que yo mantenía mi agarre fuerte contra su abdomen, como si no quisiera que se fuera a ninguna parte.

¿Qué había sucedido anoche?

Repasé todo lo que había pasado. Recogí a Beverly a su apartamento, se vistió frente a mí y me provocó, dejándome con ganas de un beso, uno que nunca llegó. Nos dirigimos hasta mi casa en donde estaba todo preparado para tener una cena romántica —más de lo que hubiera querido. Charlamos bastante anoche, tomando vino. Hasta me reí una vez. Cuando nos dimos cuenta, era ya muy tarde y ambos estábamos achispados por el alcohol en el vino.

Luego recordé que me había pedido quedarse esta noche, solo porque sí. Acepté sin pensar, pero nunca mencioné que dormiríamos en la misma cama. Respeté la condición en la que estaba: un poco tomada. No forzaría nada entre ambos, mucho menos ella estando ebria. Sería algo asqueroso y denigrante de mi parte el tan solo considerar aquello.

Sé que la mandé a dormir a la misma habitación donde la pasó la primera vez, ¿pero entonces por qué amanecí con ella?

Por alguna razón no me sentía molesto ni disgustado.

Arrastré la mano que tenía sobre su abdomen hacia arriba, acariciando levemente sus curvas. Me detuve antes de llegar a su pecho. Me pasé su hombro, en donde tracé un leve círculo, para después apartar el cabello de su rostro.

Detuve el impulso de depositar un beso en su piel.

Me aparté de ella cuando suspiró, con temor de que despertara y me encontrara admirándola como estúpido. Decidí levantarme de la cama, dejándola descansar. Observé la manera en la que estaba tendida, con la sábana enredada entre sus piernas, y cómo solo llevaba una de mis camisas junto a su ropa interior. La luz se filtraba por la habitación de una manera angelical.

Sin pensarlo más, busqué mi cámara y ensamblé el lente adecuado para la ocasión. Esperé a que ésta estuviera encendida por completo y tomé una fotografía para ver si los ajustes estaban correctos. Cuando los cambié a los correctos y necesarios, alcé la cámara de nuevo y enfoqué a Beverly.

Clic.

El sonido que hizo me reconfortó. Revisé la fotografía, viendo un resultado hermoso y simple.

Admiré la sencillez de la foto y sus elementos, cómo solo Beverly dormía en la comodidad de mi cama, entre mis sábanas, con el cabello negro azabache alborotado y sin ninguna gota de maquillaje. Solo su esencia, el brillo que irradiaba siendo simplemente ella. Cómo resaltaba tanto, haciendo algo tan simple como dormir.

Clic, clic, clic.

Tal vez el movimiento que provocaba con mi cuerpo caminando alrededor de ella, buscando nuevos ángulos la despertó o a lo mejor fue el sonido que emitía la cámara al tomar una foto fue el culpable.

Me sonrió cuando me ubicó con la mirada.

—¿Qué haces? —preguntó con voz ronca, adormecida.

Se puso boca arriba, creando una nueva pose.

—No te muevas, estás perfecta así —mencioné.

Clic, clic.

Al entender lo que hacía, esbozó otra sonrisa para mí antes de acomodarse en la cama de nuevo, regresando a la pose inicial en la que estaba, boca abajo. Colocó su mentón entre sus manos, dejando que su cabello cayera naturalmente sobre sus hombros y doblando sus rodillas para que sus pies quedaran en el aire, balanceándolos.

Seguí tomando más fotos por los siguientes cinco minutos.

No resistí más que eso, porque el impulso de besarla fue más fuerte que mi pasión por la fotografía.

Acuné su rostro entre mis palmas y me incliné a ella, juntando por fin nuestros labios. Beverly, sorprendida, no me correspondió por un segundo, pero al siguiente imitó los movimientos de mi boca, desesperado por absorberla. El beso fue un poco brusco y feroz, para después convertirse a uno lento y suave, delicado.

La respiración se me agitó, el estómago se me revolvió.

Cuando menos pensé, había aventado la cámara a un lado para acomodarme encima de ella sin aplastarla, con los brazos a sus costados. Entonces sentí que el beso escaló.

Me detuve.

La miré a los ojos y observé sus mejillas sonrojadas junto a sus labios hinchados.

—Buenos días. —susurré, respirando pesado. Me devolvió la mirada.

—Buenos días, cazador. —respondió.

Me tumbé a su lado cuando tomé la cámara de nuevo, revisando las fotos. Me tensé cuando sentí que pasó un brazo por encima de mi estómago, envolviéndome en un abrazo. Se acurrucó en mi pecho, observando las fotografías conmigo.

—Esa es bonita.

Asentí.

—Lo es.

Cuando las repasamos todas, ambos nos quedamos en completo silencio. Jugué con un mechón de su cabello.

—Juro que te dejé dormida en la otra habitación.

—Lo sé, pero me sentí sola —mencionó—. Tu puerta estaba abierta y tomé la oportunidad, ¿te molesta?

Negué, depositando un beso rápido en sus labios. —Para nada.

—¿Sabes? Creo que esta no será la última vez que yo pase la noche aquí.

Algunas horas después se marchó, prometiendo que me sacaría a otra cita.

Por mera curiosidad, me paseé por la habitación de invitados. Encontré la cama hecha. Revisé el mueble de ropa que tenía, en donde guardaba algunos cambios. Solté una risa ronca al encontrarme con una muda de ropa completa de la pelinegra.

Sí, claro estaba.

Esta solo sería una de las primeras noches que nosotros pasaríamos juntos.


***

Otra vez de nuevo con otro capítulo, retrasado por cierto. Lo siento muchísimo, pero es que estuve sintiéndome mal y pues eso atrasó la actualización:(

Espero les haya gustado. Se mostró un poco el lado más...¿humano, gracioso, simpático? de Hunter. No sé cómo catalogarlo realmente. Es alguien complicado, pero ahí va un pequeño progreso.

Al menos se rió en este capítulo, cosa que no sucede a menudo. 

¿Ustedes qué opinan de él? ¿Lo aman, odian o algo entremedio?

Chayito, nos leemos a la otra. 

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