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N U E V E

La respiración se me detiene y el pulso se me acelera.

Mi boca se abre levemente con sorpresa, porque vaya que esa sí era una, y todavía no decidía si era agradable o no.

Veamos: Beverly invitándome a salir.

Saborear esas palabras en mi boca fue más placentero de lo que llegué a imaginar. En todas las veces, era yo el que invitaba a una mujer a una cita, pero que ella fuera la que tomara la iniciativa me volvió un poco loco, en el buen sentido.

Hasta fue un poco ardiente que Beverly lo hiciera. Y es que en realidad, viniendo de ella, no me sorprendía mucho que tuviera la osadía de invitarme a salir, ya sea por diversión o algo más. Era un poco difícil saber lo que ocurría por su cabeza ahora mismo.

Y por primera vez, me había quedado sin palabras. Estaba seco, incapaz de mover algún músculo o ninguna extremidad; parecía imposible. Solo parecía poder ser capaz de observarla, analizando sus facciones e intentando guardarlas en mi memoria por siempre, si eso era siquiera posible.

Mientras mi rostro se encontraba impasible, el de ella era coqueto, esperando alguna reacción de mi parte. Y también una respuesta.

—¿Entonces? —Me anima a responderle— ¿Te quedarás sin decirme a qué hora me recogerás el jueves o yo debo decírtelo?

Es ahí cuando, al fin, decido reaccionar.

—No sabía que había dicho que sí.

Mantengo mi rostro inexpresivo. Ella, en cambio, alza ambas cejas y toma dos pasos hacia al frente, esos que se había retirado con anterioridad para observar mi reacción.

Inevitablemente, y como si fuera una necesidad, la abrazo por la cintura con mi brazo izquierdo, subiéndolo después con lentitud, trazando con mi dedo índice un camino hasta llegar a su cuello, acariciando su cabello en el proceso. Luego, vuelvo a bajar mi mano a donde la había colocado en un principio, acercándola ahora un poco más a mí.

Beverly voltea hacia abajo, ubicando mi mano en su cintura y echando una risa suave de sus labios naturalmente rosas e hinchados.

—No puedes hacerte el difícil e intentar decirme que no cuando tu cuerpo grita "sí".

—Entonces la siguiente vez coordinaré mi cuerpo con mi lengua, ¿no crees? —susurro cerca de su boca. Su respiración calmada alcanza mi cuello, causando que se me erice la piel.

—No ha pasado nuestra primera cita cuando ya estás pensando en la segunda, cazador. —una sonrisa surcó sus labios.

Blanqueo los ojos al escuchar el apodo que me dio, que realmente, no era uno. Solo mi nombre traducido al español.

Alza la cara para tener una vista mejor a la mía, mientras yo la bajaba para obtener el mismo resultado.

Jalo la comisura derecha de mi labio de una manera casi imperceptible, solo para que ella lo notara, y así lo hizo.

Me acerco a Beverly y la beso con lentitud una vez más, llevando un ritmo delicado, suave, absorbiendo su sabor, su esencia. No me pude resistir en no hacerlo cuando tenía razón en que mi cuerpo gritaba que quería de ella más que solo un beso, dos citas y mil fotografías de ella en mi vida.

Quería más, mucho más y no sabía cuánto estaba dispuesta a darme, o de yo en recibir.

—Creo que así parece. —susurré contra sus labios cuando me separé.

***

15 de marzo, 2021.

Alzo la vista, encontrándome con la de mis padres, inquietas y curiosas.

Por lo general a ellos no les importaba meter sus narices en mis asuntos, sino que al hacer aquello parecía alegrarles la vida aunque no consiguieran sacarme mucha información, como lo usual.

Era como un tira y afloja de ellos queriendo saber más de mi vida privada y yo intentando empujarlos lejos para que no supieran nada.

Al final siempre ganaban ellos, de una manera u otra. Se enteraban de mis asuntos tarde o temprano y solo me podía hacer una pequeña idea de cómo lo hacían si de mí nunca salía nada. O la culpa era de Anna, la astuta o de Liam, el consentido. Ya hasta tenía un par de cosas personales aquí en casa de mis padres, y en la mía también.

A veces me preguntaba si en realidad él era el hijo y yo el adoptado. De todas maneras, en secreto, adoraba que mis padres quisieran tanto a mi amigo.

El único, por cierto.

—Nene, ya dinos quién es la muchacha. No has dejado de observar el teléfono por más de media hora y los demás no tardan mucho en llegar.

Y ahí estaba. Mi madre no resistiendo más quedarse callada porque de seguro la duda la estaba carcomiendo de adentro hacia fuera.

Apagué la pantalla del teléfono y me la guardé en el bolsillo del pantalón.

—Hijo, ya dile a tu madre lo que sucede o no dormirá ni dejará dormir en la noche planteándose cómo es la chica que te sacó una sonrisa. —complementa papá, intentando notarse indiferente al asunto.

Alzo una ceja.

—Verán, es curioso que piensen eso, que simplemente asuman que una mujer me tenga así, pegado al móvil. —camino hacia la cocina, tomando unas uvas y llevándomelas a la boca. Ambos se miran, sorprendidos.

—Nene, ¿acaso tú...? —mamá deja la pregunta al aire. Entendí a la perfección lo que quiso decir. La miré serio, sin darle respuesta alguna con mis gestos— Porque si lo eres, eso explicaría muchas cosas.

—¿Cómo qué?

—Bueno, en realidad nunca nos has presentado a una chica o no hemos sabido de una novia —explica—. Tampoco nos dices mucho sobre tu vida, y eso crea dudas, ¿verdad, amorcito? —mira a mi papá. Éste asiente, pensativo.

Entonces comienza un debate entre mis padres dándome más razones que puedan justificar que juego para el lado contrario. Una de ellas era que siempre me mostraba indiferente con la mayoría de las mujeres que llegaba a conocer.

—Son solo correos pendientes del trabajo, uno de ellos vino con un chiste interno —les miento. En realidad mantenía una conversación con Beverly—. Además, madre, me gustan las mujeres, pero ser un poco odioso no tiene nada que ver.

—Hijo, tú nunca te ríes por un chiste. Eres también medio amargado.

—Oh, cariño, ¿solo un poco? ¡Nuestro hijo es un anciano soltero de ochenta años viviendo en el cuerpo de uno de veintitrés! —exclama— Pero así te ama la mamá. —se acerca a mí y deposita un sonoro beso en mi mejilla.

La envuelvo en un abrazo y ella me aprieta. Reposo mi barbilla en su coronilla porque mamá es muy bajita. A pesar de ser tan agrio, nunca podía serlo con mi madre o Anna. Eran algo muy similar como un punto débil cuando de mostrar más emociones se trataba.

Solo que no era algo muy notorio para desconocidos.

Después de unos segundos, me acerco a su oído.

—Beverly, ese es su nombre. —susurro.

Lo próximo que veo es el rostro iluminado de Elizabeth Morgan y una sonrisa grande abarcando su boca.

***

Cada lunes había reunión en nuestra casa en donde toda la familia pasaba la tarde, poniéndose al día de lo que había pasado en la semana.

Era revitalizante convivir con todos, así nos manteníamos unidos. Eso era un punto a favor. Lo malo de todo es que había corrido la suerte de nacer en una familia extremadamente cariñosa, lo que significaban abrazos y besos por parte de todos.

A veces hasta te daban doble ración de amor porque tanto así y más tenían, y morían por dar.

A lo mejor ellos fueron los que tuvieron la mala suerte de ser asignados un pariente a lo Hunter, pero de alguna manera todo esa efusividad tenía que neutralizarse con algo, y ese "algo" fui yo.

Ellos no se intimidaban al respecto, sino que parecían amar eso de mí porque siempre tenía a todos persiguiéndome por todos lados para, no sé, estar ahí, conmigo. Les encantaba estar con el témpano de hielo, ellos siendo una bola de fuego.

Ah, pero eso sí, era yo el que siempre hacía el trabajo sucio por todos cuando nadie se atrevía a hacerlo. En una ocasión me mandaron a discutir con una anciana que no paraba de gritarles a los pequeños porque jugaban frente a su casa. Fue todo un drama que me dejó con dolor de cabeza. Fue ridículo y lo hicieron más grande de lo que mereció.

Cobardes.

—¡Tío tunter, tío tunter! —volví a la realidad cuando escuché el chillido de Sam, una de las más pequeñitas de todos. La vi corriendo en mi dirección con los brazos abiertos.

Me puse de cuclillas y la esperé, recibiéndola en un pequeñísimo abrazo. La alcé en cuanto la tomé y revolví su cabello rubio, sacándole una queja. Caminé a donde se encontraban los demás para pasar a saludar ya que había estado escondiéndome de todos por veinte minutos ahora.

De no haber sido por la pequeñita que no puede pronunciar bien mi nombre, me hubiera escondido por más tiempo, solo que eso fue lo que le tomó encontrarme.

—Una paleta para Sam por haber traído a su tío Hunter a convivir con la familia. —Violeta, mi prima, le extiende una paleta. La pequeña la toma.

Recibo un saludo azucarado por parte de Violeta, el cual me costó rechazar.

—Traidora. —le digo a Sam, quien ya se encontraba comiendo el dulce. Ella me mira sin ningún síntoma de culpabilidad en su bonito rostro y deposita un beso pegajoso en mi mejilla. Después la bajo de mis brazos y sale corriendo.

Sonrío cuando nadie me ve.

¿Qué podía decir? Soy el tío favorito de todos los pequeños.

Después de recibir una cantidad de abrazos y besos que me durarían por un mes entero, tomo asiento en la sala, en donde todos los niños de la familia se acercaron para jugar.

Escucho el timbre sonar, acompañado de un saludo de parte de Liam.

—¡Ya llegué, familia!

No mucho después lo vi entrar por la puerta principal saludando a todos con felicidad como si no se hubieran visto apenas el lunes anterior.

Mientras tanto, yo me dirigía a mi antiguo cuarto en el piso de arriba, llevando a Carl entre mis brazos para cambiarlo de pañal.

Porque sí, sabía cómo hacerlo.

***

16 de marzo, 2021.

Camino a paso lento, persiguiendo a Sam, quien corría por mi apartamento deliberadamente, solo con los calzoncillos puestos.

Dejarla comer más de una rebanada de pastel de chocolate de desayuno había sido un error y ahora lo estaba pagando. Meto mis manos a los bolsillos del pantalón e inhalo, porque sabía que sería un largo día.

Aclaro que no me molestaba en absoluto tener a Sam como compañía, pero que tuviera tanta energía como lo tenía en este momento gracias al azúcar, me estaba agotando. Ayer, después que la reunión terminara, la pequeña insistió en quedarse conmigo y luego de insistirle a su madre por menos de un minuto, literalmente, aceptó dejarla luego de preguntarme si aceptaba ser su niñero.

Era temprano, alrededor de entre las tres o cuatro de la tarde, y Sam ya llevaba gastando energía por más de dos horas seguidas.

—¿Quieres ver Hairspray? —ofrezco, captando su atención.

Sam asiente energética, corriendo ahora hacia la sala, sentándose en el sillón para ver su película favorita.

Nunca fallaba. Aprendí ese truco de su padre, quien me lo había dicho cuando su nena se quedó conmigo por primera vez.

Tomo la película —la cual había comprado solamente por Sam—, saco el cd del empaque y enciendo la televisión, colocando el disco en el reproductor.

La niña chilló de la emoción cuando ésta empezó.

A los segundos escucho el timbre sonar. Frunzo el ceño porque no esperaba a los padres de Sam hasta después de las siete de la tarde; tampoco podía ser Liam ya que él estaba con alguna chica.

Me dirijo a la puerta y la abro, encontrándome con una cabellera negra.

—¿Qué haces aquí?

Beverly ríe por mi brusquedad.

—Bueno, estaba aburrida y vine acá, ¿te molesta?

—Sí.

—Perfecto, con permiso. —dice sin más y se mete a la casa.

Suspiro, rendido. Cierro la puerta.

Genial, ahora iba a tener que lidiar con dos chicas escandalosas. Una por ser cría, y la otra también, en cierto modo, pero atractiva.

Cuando me giro, Beverly me roba un beso fugaz que no me dio tiempo a reaccionar.

—¿Así me recibirás cada vez que vengas a molestarme?

—Tal vez así se te quite un poco lo amargado.

Niego con la cabeza, divertido, en camino a mi sobrina, quien se encontraba sola de momento.

Al verme, palmea el lugar libre a su lado, indicándome que me sentara junto a ella, y eso hice. Sentí a la pelinegra seguirme por detrás, tomando asiento a mi lado.

—Tío tunter, ¿ella esh tu novia? —me mira con ojos grandes, intercalando la mirada entre Beverly y yo, con la cabeza ladeada.

—No, nena, es mi amiga.

Esh bonita. —apunta, sacándole una sonrisa a Beverly. La miro de reojo, reafirmando sus palabras.

La pelinegra no comentó nada más, lo cual me pareció de lo más extraño ya que rara vez se callaba.

A media película, Sam sentó en mi regazo, acurrucándose en mi pecho. Abracé su pequeña figura con mi brazo libre, ya que Beverly había tomado mi mano momentos antes.

La pequeña se había puesto celosa. Me reí cuando miró a la otra y me abrazó del cuello, depositando un beso en mi mejilla.

Esh mío. —le advirtió.

La película había terminado y Sam se había quedado dormida, gracias a Dios.

Me levanté de mi lugar y la llevé a mi habitación, recostándola en mi cama. Me di la libertad de besar su frente cuando sabía que nadie me miraba.

Me equivoqué.

Beverly estaba recargada en el marco de la puerta, cruzada de brazos con una sonrisa tierna en sus labios. Me acerqué a ella y la empujé con suavidad para alejarnos del cuarto.

Rodeó mi cuello con sus brazos. Yo aparté el cabello oscuro de su rostro, despejando su cara.

De repente el corazón se me aceleró un poco, y me asusté por eso ya que nunca me había pasado antes.

Nos encontrábamos en un momento íntimo y casi mágico, describiría. Solo ahí parados, observándonos a los ojos. No más.

Solo que con Beverly presente, estaba claro que diría algo que rompiera el encanto, y así me previno cuando su sonrisa juguetona se mostró.

—Te ves más ardiente cuando estás con niños. —ronronea.

—Eso explica por qué estabas tan callada.

Beverly suelta una carcajada.

—¿Quién diría que eres bueno con los niños, cazador?

***

Bueno...hola:) Sorry por mi retraso, he estado ocupada estos días. Les pido una disculpa enoooooorme.

¿Alguien se imaginó que Hunter sería bueno con los niños? Lo más seguro es que no, sabiendo cómo es él de enfadoso jajaja

¿Les ha gustado el capítulo? Déjenme un voto si les gustó, aunque claro, esto no es obligación es absoluto. <3

Les mando un beso, ¡hasta la próxima!

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