D O C E
25 de Marzo, 2021.
Deposito un beso rápido en los labios de Jamie, mientras envolvía mis brazos alrededor de su pequeña figura.
Descanso mi mentón en su coronilla, tomando una gran respiración. Jamie se apega más a mi pecho, pasando las yemas de sus dedos por la superficie de mi torso desnudo, erizando mi piel en el proceso.
Suspiro de nuevo.
No era usual que Jamie y yo nos quedáramos así, abrazados el uno al otro en la misma cama, desnudos, pero en ocasiones me daba permiso de hacerlo. Por ella. Solamente por ella. En lo personal, este tipo de muestras de afecto no eran algo que yo procuraba ya que si lo hacía, uno de los dos comenzaría a encariñarse de una manera de la que no estaba dispuesto, tanto en como yo sentirlo, a en responderlo.
Eso sí que sería jodido.
Jamie y yo solo éramos amigos. Un par que se conocían el cuerpo, pero no más.
Sonaba duro, incluso aceptaba que a veces parecía muy idiota viniendo de mí catalogarnos así, pero ambos habíamos llegado a este acuerdo. Tanto ella como yo buscábamos lo mismo, solo que a Jamie en veces le daba por querer acurrucarse un rato o actuar como si en verdad fuéramos pareja de vez en cuando.
Claro, no me molestaba. No le daba importancia ya que sabía que ella no lo decía en serio.
Y como había dicho antes, no lo negaba, tampoco lo confirmaba. Éramos el punto medio de una pareja y amigos. Solo que no quería definirlo como "amigos con beneficios". Eso estaba muy trillado ya.
Paso mi mano por detrás de su cuerpo, colocándola en su espalda baja. En un movimiento suave, acaricié su piel, de arriba abajo, lento. Logré que se estremeciera.
Tiré un poco de la comisura de mi labio mientras no me veía.
-¿En qué tanto piensas? -inquiere en un susurro débil. Se apartó un poco de mí para verme a los ojos.
Alcancé a ver los suyos, grandes, cansados y curiosos.
-En nosotros...-dije sin tapujos, siendo honesto por completo. Vi los ojos de Jamie abrirse de par en par antes de relajarse de nuevo.
-¿De verdad? -preguntó con anhelo. Una sonrisa se formó en su boca. Asentí una vez- Dime qué pensabas. -pidió.
Suspiré, reuniendo palabras que podía usar para explicarle en lo que pensaba realmente. No le mentí diciéndole que pensaba en nosotros, solo que no de la manera en que ella podría estar imaginándose ahora mismo.
Pensaba en nuestra relación, pero en cómo éramos amigos solamente. Mis pensamientos rondaban a su alrededor, pero no de una manera romántica. Sabía que si le decía la verdad, de tajo, estaría de acuerdo conmigo, así como lo estuvo la primera vez que lo planteamos, pero ahora...
Ahora parecía algo apuñalador decirlo en voz alta, sabiendo que llevamos cerca de un año haciendo esto.
Puesto que ahora había cariño, no siempre era mi intención lastimarla con lo que decía, pero tampoco había motivo para que le doliera lo que le dijera.
-Vamos, anda...-insistió.
Mierda.
-Pensaba en que no somos un par de amigos muy extraños -escuché su risa, después asintió, emitiendo un sonido que no supe cómo nombrar-. Y también que no hacemos esto muy a menudo...
-¿Qué cosa? -Volvió a reír- ¿Quitarnos la ropa mientras nos besamos y...
-No -la interrumpí, dejándola con la pregunta a medias-. No me refiero a eso. Yo hablo de esto, de abrazarnos después de satisfacer nuestras necesidades carnales.
Jamie se quedó seria unos segundos. Abrió la boca para hablar pero volvió a cerrarla.
-Sí, no lo hacemos muy a menudo, ¿no? -Comentó después de unos minutos- Pero por favor, no vuelvas a decir "necesidades carnales".
Negué con la cabeza, esta vez escapándoseme una sonrisa ladeada a mí. -No -concordé con ella, ignorando su petición-. La razón es no crear un lazo más fuerte que el de amigos, bonita. -la estreché de nuevo, jugando con su cabello.
Sentí cómo se tensaba bajo mi toque. Ahora fui yo el que se apartó para mirarla con claridad. Le tembló la boca antes de soltar una carcajada enorme.
-Eres un gran idiota, Hunter Morgan. Estás consiente de eso, ¿verdad? -esbozó otra sonrisa, dándome vista a sus dientes blancos- A veces puedes ser tan tierno y romántico, pero luego abres tu boca y el encanto se va.
Me atesta un golpe suave en el brazo, juguetón.
-Pero si soy muy gracioso y amigable.
Jamie alzó una ceja, desafiante.
-Bien. No lo soy. -terminé admitiendo.
-En absoluto, Hunter. Ni un poco.
Sus comisuras se estiraron. Esta vez sí le sonreí.
-Si tan solo supieras los guapo que te ves cuando sonríes, Hunter. -comentó, depositando un beso en mis labios.
Al siguiente segundo sentí su peso sobre mí.
Solo que al otro ya no sentí nada. Una queja salió de mi garganta, viendo cómo se levantaba, lista para irse.
-¿Qué haces? -pregunté, queriendo comprobar mi teoría.
Me miró por encima de su hombro, con su cabello revuelto.
-Manteniendo el lazo de amigos. -bromeó, dándome vista a su cuerpo.
-No, no. Ven acá. -me senté en mi lugar. Incliné mi torso hacia delante para alcanzarla.
Tiré de su cintura y la atraje hacia mí, dándole una mordida en la espalda. Saltó de la impresión. Soltó una risa coqueta.
La tumbé a mi lado.
-Con que ya empezamos con las mordidas, ¿eh?
Ahora fui yo el que se rio. Asentí con mi cabeza. Le di otra mordida suave en el cuello.
-Duerme conmigo. -pedí.
Jamie se quedó pensando en mi propuesta un segundo antes de aceptar.
-Bien. Solo que no estaré cuando despiertes.
-Perfecto.
***
26 de Marzo, 2021.
Justo como había prometido Jamie, el lugar a mi lado en la cama se encontraba vacío cuando desperté, pero en vez de ella, estaba una pequeña nota pegada en la almohada.
Me restriego las manos por el rostro, soltando un bostezo en el camino. Estiro la mano para tomar la nota entre mis dedos, leyendo las pocas palabras que ésta decía.
"Sonríe hoy, amargado."
Negué con la cabeza, divertido.
Guardé el pedazo de papel en el pequeño cajón que había en la mesa de noche, antes de dar un brinco en la cama, asustado, golpeándome en el suelo cuando caí.
Alguien había abierto la puerta de golpe, tomándome por sorpresa.
-¡Hora de despertar, muñeco! -escuché una voz chillona filtrarse por mis oídos, causándome otro susto que me conllevó a darme un golpe en la cabeza con el mueble.
-¡Mierda! -solté.
-Oh, ¿pero qué tenemos aquí? -volví a oír la misma voz, solo que ésta un poco más grave a la vez anterior.
Yo conocía esa voz, y no, no era la de Liam.
Cerré los ojos, dando un suspiro cansado.
-¿Beverly? -pregunté, enfocando mi vista en la pelinegra, la cual estaba cruzada de brazos, recargada en el marco de la puerta y con una sonrisa socarrona en los labios.
Oh, Dios...
Sus ojos estaban recorriéndome de pies a cabeza, éstos deteniéndose en un punto específico de mi cuerpo. Fue en ese momento en que me di cuenta que todavía me encontraba desnudo, por completo, sin ninguna pieza de ropa.
Ni siquiera un bóxer.
Me levante de golpe, buscando con la vista alguna prenda tirada en el suelo, pero no había nada. Por el rabillo del ojo vi a Beverly enderezarse y tomar un par de pasos hacia adelante.
Me volteé a ella, sin ninguna expresión en el rostro.
-Necesito vestirme, Beverly. -anuncié. En cambio, ella hizo un pequeño puchero. Unos segundos después habló:
-Bien, adelante.
Despeiné mi cabello, frustrado ya.
-A solas, mujer.
-¿Y perderme de la vista? Ni loca -se rio-. Ahora entiendo la sonrisa de la otra chica cuando salió de aquí.
Me tensé por completo, volteándola a ver en un movimiento rápido.
Hasta ahora no me había preguntado cómo es que la pelinegra había entrado a mi casa, pero ahora con la mención de Jamie, me quedé en blanco.
Con rapidez rebusqué en los cajones de mi habitación, tomando ropa y vistiéndome frente a Beverly, porque claro estaba que no se iría, y si yo optaba por vestirme en otro lugar, ella vendría detrás de mí.
Cuando terminé, la encaré de nuevo.
-¿Conociste a Jamie?
-¿Ese es su nombre? -Inquirió- Es pelinegra, bajita, delgada y muy guapa -asentí, confirmando su identidad.
Me quedé en silencio un momento, un tanto extrañado al ver que su comportamiento era el mismo de siempre. Pensé que las mujeres, cuando descubrían algo así, estallarían en ira, pero Beverly se lo estaba tomando mejor de lo que creí.
-Salió de aquí hace alrededor de diez minutos, tal vez un poco más. Me encontré con ella porque yo venía para acá. Me dejó entrar a tu casa. -explicó con simpleza antes que yo tuviera la oportunidad de preguntar.
-Oh... ¿y no estás molesta?
Ladeó la cabeza, frunciendo el ceño.
-¿Y por qué lo estaría, cazador? -Preguntó- No me debes nada. No somos nada. -analizó.
Entonces, sin darme cuenta, dejé salir el aire que estaba conteniendo de mis pulmones de una manera sutil. Beverly no se dio cuenta de lo aliviado que estaba al escuchar esas palabras.
No pasó mucho tiempo cuando se soltó a hablar tal cual perico. No le presté mucha atención a lo que decía, sino que, como sabía que no estaba en mis posibilidades correrla de mi hogar, no me quedó otra opción más que huir de ella.
Me paseaba de cuarto en cuarto, con una taza de café en la mano para ayudarme a lidiar con la situación antes de considerar irme yo y dejarla aquí.
Cuando quise darle otro trago al café, me di cuenta que ya me lo había acabado. Con la cabeza palpitándome, me regresé a la cocina, con Beverly manteniendo su agarre firme en mi brazo.
No sabía si lo hacía para no perderme de vista o para otra cosa que su mente pervertida requería. Porque sí, lo era. De eso me había dado cuenta los últimos días, y hoy fue cuando lo confirmé.
Preparando ya mi tercera taza de café, tomé asiento en un taburete. La pelinegra se sentó frente a mí, pareciendo no tener ganas de callarse aún.
-Es muy temprano para esto, Bev. Es muy temprano para... ti. -dije, casi derramando lágrimas de exasperación.
-Tonterías, nunca es muy temprano para disfrutar de mi luz. -bromeó.
Pero justo cuando estaba a punto de contestarle, el timbre sonó.
-¡Hunty, nena, ábreme la puerta! -Se escuchó un grito al otro lado de la puerta- ¡Amanda y yo nos morimos de frío!
La muerte me estaba guiñando el ojo ahora mismo.
La cabeza me estaba martillando con solo Beverly estando aquí, ¿y ahora Liam con su novia? No gracias.
Pareciera que esos dos habían hecho planes para hacerme la vida miserable. Observé a la pelinegra, dándole la mirada de "ni te atrevas", pero eso solo la orilló a querer darme la contraria.
En un segundo salió disparada hacia la puerta, abriéndola y recibiendo a Liam, que de tan solo verla, dio un pequeño grito de emoción. Los vi abrazándose, después hacer una seña completamente ridícula.
Me levanté de mi asiento, dispuesto a recibirlo. Cuando llegué, ambos se quedaron serios.
-Oh, hola Hunter. -saludó sin muchas ganas.
Ignoré su tono decepcionado al verme, aún cuando había venido a mi casa, supuestamente a verme a mí.
-No me gustan los extraños. -dije cuando posé mi mirada en su novia.
La chica se sorprendió de verme, pero ignoró por completo lo que había dicho.
-¡Eres Hunter Morgan! -Exclamó en un chillido- No me dijiste que conocías a Hunter Morgan, Liam...-habló ansiosa, removiéndose en su lugar- ¡Oh por Dios, sé en dónde vive Hunter Morgan! Debo decirles esto a las chicas.
Lo que me faltaba.
Liam dio un trago duro al ver mi expresión.
Jalé con rapidez a mi amigo para que entrara, cerrando la puerta de golpe, dejando a la chica con el teléfono en el aire, listo para tomarme una foto. Liam se despidió de ella con un "te llamo luego" antes de partir en risas junto a Beverly.
El tiempo pasó y yo no hallaba en donde meterme ya. No dejaban de hablar ni hacer escándalo.
Estaba a nada de arrastrarlos a ambos fuera de mi casa.
-Si pensaba que era muy temprano para tenerla a ella aquí, me equivoqué. Tenerlos a los dos juntos es mucho peor.
-No te quejes y disfruta de la vida, cariño -se burló el castaño-. Espera, ¿a dónde vas?
-A comprar algo de comer.
Tomé las llaves, mi abrigo y la billetera. Cualquier excusa para salir de aquí un momento era adecuado.
Era oficial, me había rendido y sería yo el que me iría, por lo menos un par de horas.
-Pero vas a regresar, ¿verdad?
No contesté la pregunta, sino que simplemente salí antes que a cualquiera de los dos se le ocurriera acompañarme. O peor, ambos.
Solo que cuando cerré la puerta, me quedó otro obstáculo que sobrellevar: la novia loca de Liam. Se soltó hablando de cuánto me admiraba en un récord de quince segundos.
¿Cuánto tiempo estuvo esperando ahí afuera? Aquello fue lo único que me pregunté.
Las mujeres sí que eran una astilla en el trasero si así lo querían.
-Ven conmigo. No hables -pedí, jalándola del brazo-. Te llevaré a casa.
Al final, todo el parloteo de la chica profesándome su amor eterno, aligeró mi humor.
Y aquel gesto fue mi manera de agradecerle su admiración.
***
He vuelto después de... mucho, ya ni sé cuánto tiempo jajaja
Solo me queda decir que lo lamento a aquellas personitas que se quedan esperando a que actualice. De verdad aprecio su paciencia y fidelidad de quedarse (aunque sean poquitos).
Ahora se mostró un lado más picarín de mi cazador. ¿Quien diría que da mordiditas como muestra de cariño?
Bueno, espero les haya gustado el capítulo. Nos leemos pronto, un besito para todas, dice Liam.
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