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C U A T R O

3 de Febrero, 2021.

Empuño los dedos de mi mano derecha y la alzo, golpeando suavemente la puerta de madera que tengo frente a mí.

Mis padres me habían invitado a comer hoy, usualmente siempre venía cada domingo, pero habían mencionado que tenían una noticia importante que darme a mi y a Ana.

Mi madre es quien abre la puerta, recibiéndome con los brazos abiertos, y es entonces, en este tipo de ocasiones cuando me permito sonreír. Mamá me rodea con sus brazos y deposita un beso en cada mejilla, como si no me hubiera visto en años. No podía esperar menos de alguien tan efusiva como ella, o como toda mi familia, en realidad.

—Pasa, muñeco.

Agito mi cabeza de un lado a otro por el nuevo apodo que acaba de darme mientras hacía lo que ella me había ordenado. El peculiar olor de este lugar grita «hogar», y como no, si esta casa lo es.

Admito que a veces extraño un poco los días cuando vivía con la familia completa, pero nunca tanto como para volver, aun así mi madre me insinuara regresar —ella siendo la única, claro. Desde que me había mudado, mi padre se preocupaba por mantener a una boca menos y mi hermana se había quedado con mi cuarto, el más grande, por cierto. Muy conveniente para ella.

Me dirijo automáticamente en busca de mi padre para hacerle saber que había llegado, encontrándolo con la cabeza metida en el refrigerador, buscando algo de comer, como siempre.

—¿Buscando algo para comer estando a punto de hacerlo? —le pregunto con burla, cruzando mis brazos. Pega un leve brinco al escuchar mi voz, dándose un golpe en la parte trasera de la cabeza.

—Hoy es un buen día para comer —se voltea y se acerca, dándome un leve abrazo—. Hola, hijo, ¿todo bien? —asiento.

—Todo bien —miro alrededor, buscando a la pequeña de la casa—. ¿Dónde está Ana?

Mi padre bufa, rodando los ojos y apretando su mano alrededor del vaso con refresco que tenía en ella. Arrugo mi entrecejo, observando su reacción; estaba molesto.

—Con el estúpido de su novio —suelta con mala cara—. En su cuarto. Solos —alza las cejas significativamente—.Tu madre no me deja subir y me está volviendo loco. —Vuelvo a asentir.

—Entiendo. Ahora voy a saludarla. —le regalo una sonrisa cómplice, la cual él me regresa y sin pensarlo, voy al encuentro de mi hermana.

Subo las escaleras, dirigiéndome al segundo piso. Cuando estoy frente a la habitación correcta, giro el pomo de la puerta sin previo aviso.

La palabra "desagradable" definiría a la perfección la imagen que tengo frente a mis ojos y cabe decir que no me gusta en absoluto, siendo esta con Ana dándose una sesión de besos con quien parece ser su novio, pero sin embargo, controlo el impulso de dejarle el ojo morado al rubio. En cuanto capto la atención de ambos, se incorporan con rapidez, ella acomodándose el cabello y ropa mientras que él hacía lo mismo.

No me molesto en darle la bienvenida al rubio, sino que me encargo de mostrarle la cara más intimidante que podía formar. No me gusta el chico.

—¡¿Qué te sucede, Hunter?! —Ruge mi hermana, pero no le presto atención— ¿Sí sabes que se debe tocar antes de entrar a una habitación? —ahora, eso sí hace que la mire.

—¿Qué hace este cenutrio contigo? —La miro mal, con desaprobación— Pensé que tenías mejor gusto, Ana.

Vuelvo a mirar al chico rubio, que se encontraba totalmente rígido y nervioso con su mirada puesta en mí. Me adentro a la habitación y me coloco frente a él, haciéndolo sudar. Mi cara de pocos amigos logra ponerle los nervios de punta.

—¿Qué significa eso? —Pregunta ella— Retiro lo dicho, prefiero no saberlo. Pero lo pronto, sal de mi habitación, ¿quieres?

—No —la palabra sale dura y fría. Miro de nuevo al estúpido de su novio—. No sé cómo te han educado a ti en casa, pero en la nuestra se respeta. No quiero encontrarte aquí de nuevo con una posición similar como la que vine a encontrarme hoy. Sería un desperdicio de tiempo tener que dejarte el ojo morado, ¿entiendes...? —dejo las palabras en el aire, esperando escuchar su nombre.

—James.

—Bueno, James, no es un gusto conocerte. Ahora largo, tenemos una comida familiar.

No le toma más de cinco segundos tomar sus cosas y despedirse con un beso rápido en la mejilla mi hermana, para después salir disparado por la puerta de su habitación. Minutos después escucho un portazo en la puerta principal y asumo que por fin ha salido de la casa. Asiento satisfecho y suspiro, pero al parecer yo —y tal vez mi padre— era el único feliz porque la cara de Ana estaba roja como tomate.

—Te ves graciosa enojada, pequeña. —me burlo.

—Toma tu gracioso, hermanito.

Recibo su dedo medio como respuesta y me es inevitable contener la carcajada que se había formado en mi garganta. Una sonrisa quiere escaparse de sus labios, la cual ella no logra ocultar por mucho. Niega con la cabeza como respuesta.

—Luego hablaré con James —suspira derrotada—. Pero primero toca antes de abrir la puerta, y lo digo en serio, porque si hay una próxima vez no lo tomaré tan bien como ahora —me amenaza con su dedo índice y con rostro serio—. No fue gracioso ver a mi novio salir despavorido porque alguien no puede ser amable.

—Claro que sí fue gracioso. Papá me lo agradecerá.

Ana rueda los ojos y al segundo escuchamos a mi madre llamándonos para que bajáramos a comer.

Y tal y como lo había predicho, papá me dio las gracias por haber corrido al novio de su hija, alzando una botella de cerveza en mi dirección. Ahora el malhumor de él se había disipado, pero al parecer el mío nunca se iría.

Y no tenía ningún problema con ello.

***

7 de Febrero, 2021.

El día estaba asoleado, lo único bueno que podía hallarle al día de hoy.

Hoy estaba libre del trabajo y había pensado en quedarme hasta tarde durmiendo pero no resultó, sino que por alguna razón, no pude dormir después de las diez de la mañana. No estaba cansado, pero sí aburrido. Andaba merodeando por mi casa, marcando el camino del refrigerador al sillón, cambiando los canales de la televisión porque nada interesante había encontrado en ella.

Horas después de estar editando algunas fotos por mero gusto, comparto algunas en mi página web, pero aún sin nada que hacer, tomé mi cámara y decidí dirigirme a uno de mis lugares favoritos en toda la ciudad: Prospect Park.

Desde que era pequeño, mis padres solían traerme a mí y a Ana a pasear y disfrutar del día. Estaría demás decir que ahora eso ya no sucede, porque el tiempo pasó y nosotros crecimos, pero no por eso dejé de visitar este lugar tan lleno de buenas memorias. Cuando menos pensé, ya estaba bajando de mi auto, caminando para adentrarme hacia al parque, que por cierto, estaba casi vacío, puesto que era temprano y todos estaban trabajando o estudiando.

Mejor aún.

Suspiro con pesadez mientras me dirijo a una banca vacía y tomo asiento en ella. Cierro mis ojos e inhalo con profundidad, relajándome en el proceso. Si pudiera describir este lugar en una sola palabra, definitivamente sería "magical"; el parque se decoraba por sí solo, con todos los árboles que lo rodeaban, con el peculiar cantar de los pájaros, los cuales tenían su nido en lo alto de las ramas y con el sonido del aire golpeteando y moviendo las hojas de los árboles de un lado a otro.

Barro mi vista por las pocas personas que se encuentran aquí, todas siendo, en su mayoría, ancianos. Podía notar que algunos eran pareja, otros simplemente amigos o conocidos e incluso una pareja logró captar mi atención. Venían tomados de las manos, caminando a paso lento, con grandes sonrisas en sus rostros mientras con la mirada monitoreaban a quien debía ser su nieta.

Sonrío más para mí que para ellos y sin pensarlo por mucho más, tomo mi cámara y capturo el momento.

Usualmente mi enfoque en la fotografía era otro, pero siempre era bueno apreciar otro tipo de cosas, como esta, por ejemplo.

No tomo el tiempo que paso aquí, pero conforme pasa este mismo, noto que cada vez se llena más y más de personas. Mi teléfono había sonado un par de veces pero no me molesté siquiera en revisar quién era; quería desconectarme un momento, aunque eso significara ignorar algo posiblemente importante.

Camino alrededor del parque, recorriendo la ruta que tenía memorizada, la misma que siempre recorría cuando venía aquí. Mi lugar favorito del parque estaba un poco apartado, no muchas personas conocían esta parte pero cuando era adolescente tuve la suerte de descubrirlo, y cada vez que venía a ésta área en particular, nunca terminaba encantarme con el pequeño puente que atravesaba el lago que estaba en medio del parque.

Cuando por fin llego a mi destinación, me detengo a un lado del lago observando la clara agua, pero unas risas hacen que alce la mirada. Frunzo mi ceño al ver a un grupo pequeño de chicas paradas en el puente, interfiriendo con el sonido de la naturaleza con el escándalo que emitían sus voces.

—Sabía que te podía encontrar aquí —dice alguien a mi lado. Me giro, encontrando a Liam—. ¿Por qué no contestas mis llamadas? He estado buscándote por todos lados.

—No me apetecía.

—Oh, no te apetecía. Que conveniente —bufa—.

—Sí, es lo que he dicho.

Me doy por vencido en seguir mi paseo en silencio cuando llega Liam. No me molesta que esté aquí, todo lo contrario, ahora no pasearía solo, pero solo que no en silencio.

Como lo usual, Liam comienza a parlotear sobre sus conquistas y como siempre, yo pretendo prestarle atención. Conforme caminábamos y él hablaba, yo intentaba encontrar algo interesante que fotografiar, pero algo llama mi atención, mejor dicho, un sonido, el de una risa, la de una chica, específicamente. Volteo a mi alrededor para identificar la fuente del sonido, pero este ha cesado. Espero unos segundos más para ver si la chica ríe de nuevo, y lo hace, ahora un poco más fuerte. Diviso por el rabillo de mi ojo un cuerpo dando pequeños saltos con los brazos extendidos y los ojos cerrados, dejando que la fría brisa mueva su cabello.

Era ella, era la pelinegra.

Le hago una seña a Liam para que viera lo mismo que yo. Agradezco en silencio porque ella ha logrado dejarlo sin palabras, al igual que a mí me había dejado sin respiración.

Todo en ella lucía espectacular en el momento. Algo que no podía dejar pasar. Ella seguía dando vueltas por el camino que recorría y el viento de pronto se vuelve más fuerte. Preparo mi cámara mientras enfoco el lente en ella. Espero el momento adecuado para tomar la foto perfecta. La pelinegra ríe de nuevo mientras daba una pequeña voltereta; ese era mi momento. Su cabello tapaba parte de su rostro gracias al fuerte viento y su sonrisa era implacable.

Clic.

Observo la fotografía a través de la pequeña pantalla y asiento.

Esa fue una buena foto.

Segundos después se detiene, como si estuviera esperando a alguien. A los pocos minutos diviso al mismo grupo de chicas que había estado en el puente, llegar a ella con paso lento, cotilleando sobre algo que estaba fuera del alcance de mis oídos. Me quedo ensimismado con la figura de la pelinegra que estaba parada al otro lado del parque, siendo separados por metros. Era algo loco para mí que alguien desconocido logre captar mi atención como ella lo había hecho. Ahora estaba curioso de saber quién era ella.

—Hombre, ya deja de mirarla o la atravesarás. —me dice Liam. Hace que salga de mis pensamientos y vuelva a la realidad.

—No estaba viéndola. —miento. Los ojos llenos de burla de mi amigo me miran de arriba abajo mientras suelta una carcajada incrédula— ¿Quién dice que estaba viendo a la pelinegra?

—¿Quién dijo que pregunté sobre ella? Pude haber hablado sobre la rubia linda de allá, o la castaña a su lado, mas nunca dije algo sobre aquella. —sonríe con autosuficiencia. Me da una palmada brusca en la espalda para después cruzarse de brazos y mirar a las chicas junto a mí.

—Touché —digo, aceptando la derrota—. Tal vez estaba viéndola un poco, pero ya la conocí antes, es amiga de una de mis clientas. Es muy irritante, no me agradó mucho.

—Pero también es la más linda de todas, ¿no?

Asiento una vez.

Sí, ella lo era.

Liam la mira fijamente, como queriendo descubrir, al igual que yo, quién podría ser, porque ni su nombre sabía. Achica los ojos conforme pasan los segundos y es después cuando se le ilumina el rostro.

—¿No es ella la chica de la foto que compartiste en tu página web? Esa por la que todo mundo se volvió loco...—había dado en el clavo. Asiento una vez más, mirándole con el rostro serio.

Él me dio una sonrisa llena de sorna y burla. Ruedo los ojos.

»Deberías acercarte a ella, hermano. Puedes poner la excusa que quieres tomarle un retrato. Ninguna chica le diría que no a ser retratada por el famoso Hunter Morgan. —alza las cejas.

Es cierto. Muchas veces, por la calle me he topado con chicas que me han hecho saber que admiran mi trabajo —no las culpaba— y hasta me pedían que les tomara una fotografía, una para que compartiera en mi página web, pero nunca accedía, y trataba de hacerlo de la manera más amable, dentro de mis posibilidades.

Me quedo pensando unos momentos, analizando si sería buena idea acercarme a la chica. En la reunión apenas abrí mi boca para hablar dejando que Sofía lo hiciera mí, pero sin embargo ella sí habló, a más no poder, pero no directamente conmigo, sino con las demás, discutiendo sobre la famosa boda. Algunas no dejaban de verme, pero yo no podía dejar de ver a la chica de cabello oscuro. Siempre la miraba de reojo, tratando de averiguar qué hacía, pero nunca pude atraparla con sus ojos puestos en mí.

Cuando menos pienso, ya estoy dando pasos a su encuentro y en menos de un minuto me encuentro frente a ella. No parece notar mi presencia, porque se encuentra entretenida charlando con sus amigas, sino hasta que carraspeo. Al principio me mira confundida, tratando de averiguar quién era.

¿Se le ha olvidado mi rostro? ¿En serio? Era el fotógrafo de la boda de su amiga.

Aprovecho el hecho de que sus ojos se encuentren sobre mi y los detallo. Son tan brillantes como el día, de un color azul cielo. Hermosos.

—¡Eh! Tú eres el chico del estudio, ¿no? —habla, y todo mi apreciamiento hacia ella se va. Olvidé por un momento que era irritante— El fotógrafo —afirma. Asiento en respuesta—. ¿Qué te trae por aquí?

Es entonces cuando recuerdo la razón por la cual me acerqué. Quería pedirle una foto, un retrato. Y no dudo un momento en pedírselo.

—Una foto. Quiero tomarte una foto, ¿me lo permites? —voy directo al punto. Sus ojos se abren con sorpresa, puesto que no se lo esperaba, pero adquieren una chispa.

En cambio, las demás chicas, las cuales se me habían olvidado que la acompañaban, chillan de la emoción mientras se decían cosas en voz baja, solo para el oído de ellas mismas.

—Con una condición.

—¿Cuál?

—Debes hacerme ver bonita.

Me río internamente ante sus palabras, mientras una diminuta sonrisa abarca mis labios.

¿Acaso no se ha visto en el espejo? Asiento una vez mientras la sonrisa de boca cerrada permanece en mi rostro. Ella también ríe.

—No cualquier persona se dejaría fotografiar tan fácilmente por alguien, así que supongo que debo agradecerte....—me callo al realizar que no sabía su nombre.

—Beverly. Me llamo Beverly.

Bonito nombre.

Compone su cabello y se pone de pie frente a un grande arbusto que tiene unas cuantas flores. Por enésima vez preparo mi cámara y por segunda vez la enfoco en ella.

Al mirarla a través de la cámara, noto que su cabello cubre gran parte de su rostro, lo cual no me deja capturar su belleza por completo.

—¿Puedo? —le pregunto, pidiéndole permiso. Alzo mi mano, tratando de hacerle entender que quería arreglarla.

Le tomó unos segundos saber cuáles eran mis intenciones, para después asentir. Y con eso, tomo unos pasos cerca de ella y me atrevo a pasar unos mechones rebeldes de cabello detrás de su oreja. Mejor.

Vuelvo a mi posición inicial, arreglando mi enfoque en ella una vez más.

Y sonreíste. Qué bonita sonrisa.

Clic.

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