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• Capítulo 4 •

C.

En cuanto entro puedo ver lo linda que es su casa. Aquel día que la acompañé por primera vez, pude apreciar la fachada de su casa y supuse que entre todas las demás del pueblo esta era la más bonita y no me equivoqué, pues el interior de la vivienda es tal y como me lo imaginaba. Sus muebles blancos parecen ser cómodos, las paredes son de color crema, sus cortinas rojas vuelven el lugar más atractivo. Tiene unas hermosas lámparas que iluminan exquisitamente la sala, incluso tiene un tocadiscos, eso sí que es una maravilla tecnológica.

Desde la puerta puedo apreciar su cocina y si no fuera porque días atrás mientras caminaba por aquí vi gente construyendo, hubiera pensado que estoy en la ciudad y no en un pueblo. Tiene cosas de las más modernas que alguna vez he visto y por el acabado de su hermosa mesa y sillas, supongo que la maestra Myoui es una mujer muy rica.

—Desde aquí puedo yo —menciona. Pestañeo incrédula y rápidamente recuerdo que todavía la tengo entre mis brazos—. Siéntate, mientras iré a cambiarme —dice educadamente.

—¿Quiere que la ayude? —pregunto. Ella me mira consternada y rápidamente me percato de lo que he dicho y como eso ha sonado—. Quiero decir... ¿Si quiere que la ayude a llegar a su habitación? Seguramente debe estar en el segundo piso.

—Sí, se lo agradecería mucho.

—No se preocupe —le aclaro que no tiene por qué agradecer, es lo mínimo que puedo hacer después de haberle causado tantas molestias.

Bastan unos cuantos minutos para poder subir completamente las escaleras y en cuanto la maestra abre la puerta, puedo apreciar una hermosa y colorida habitación. La cama se ve tan suave, sin contar el exquisito aroma que desprende de adentro. ¡Dios, que bien huele su cuarto!

—¿Tiene hielo? —digo mientras poco a poco la suelto y ella dificultosamente cruza la puerta.

—¿Hielo?

Asiento.

—Para su tobillo, si se pone un poco sobre la zona inflamada, pronto dolerá menos.

—En el congelador creo que puede haber.

—Tomaré un poco. —Bajo de nuevo las escaleras y con rapidez entro hasta la cocina—. Todo es tan bonito —susurro para mí misma.

Toco con cuidado la repisa de madera donde guarda una gran variedad de productos e interminables latas de espinacas. Río por ese descubrimiento. Sigo observando y pasando por la mesa me encuentro fascinada por la gran cantidad de electrodomésticos que tiene. ¡Incluso tiene una batidora! Si yo tuviera una, haría tartas y galletas todos los días, justo como lo hago en mi trabajo.

Cuando al fin llego al refrigerador me limito a no ser tan fisgona y observar lo que hay dentro, así que en cambio, abro el congelador y busco adentro un poco de hielo. Saco con rapidez unos cuantos cubitos y buscando por la cocina, me topo con un trapo que no dudo ni un segundo en tomar. Con cuidado lo enrollo, logrando hacer un pequeño amarre con el mismo y pronto un pequeño círculo se forma, camino hasta la sala y me siento en uno de los muebles a esperar.

Tenía razón, son muy cómodos.

Escucho la madera crujir, delatando que la maestra Myoui se acerca, sin embargo, me quedo completamente de piedra al ver la vestimenta con la que baja. Tiene una bata blanca sin mangas, que deja expuesta su piel blanca y muy suave seguramente, alzo un poco mi mirada y puedo apreciar sus marcadas clavículas. Sin duda tiene un cuerpo muy lindo. Justo cuando llego a su rostro noto que se ve un tanto avergonzada por mi mirada, así que inmediatamente la aparto.

—Gracias, señorita Son, nuevamente me ha ayudado, no sabe cuánto se lo agradezco —menciona alegre.

Me levanto apenada y la ayudo a tomar asiento.

—No se preocupe, de verdad, no me molesta hacerlo. —Tomo de la mesa de noche el trapo con hielos y la miro—. ¿Puedo? —Asiente y con lentitud me arrodillo frente a ella para poner la espontánea compresa sobre su tobillo.

—Creo que con eso bastará —suspira—. Espero mejorar pronto, sino será un problema ir el lunes así a la escuela.

—Sí —digo molesta. Tonto Anthony, por su culpa la maestra está herida—. Lo bueno de todo es que hoy es viernes y tiene dos días para recuperarse.

—Sí, eso espero.

La miro con discreción, sujeta fuertemente la orilla del sillón, al parecer de verdad le duele mucho. Espero que con el hielo pronto su tobillo se desinflame y pueda volver a caminar.

—Es muy bonita su casa —pronuncio ante el incómodo silencio.

—Gracias, hice todo lo que pude para sentirme a gusto.

—¿Y sirvió? —exclamo intrigada.

Asiente con una sonrisa.

—Ayudó mucho el hecho de haber traído mis cosas y comprar otras. La verdad pensé que tardaría más tiempo en acostumbrarme a estar lejos de mi hogar, pero a decir verdad, me siento más a gusto aquí.

—Y... ¿por qué se fue? —Espero que mis preguntas no la molesten—. Me dijo que terminó por venir aquí porque pasaron algunas cosas allá donde vivía.

Ella se mantiene en silencio por un tiempo para al final dejar escapar un cansado suspiro y una risa nerviosa. La miro confundida ante su extraña forma de comportarse, al menos agradezco el hecho de que no frunciera el ceño y me sacara a patadas de su casa por ser grosera y preguntar algo que claramente no me incumbe, pero tengo tanta curiosidad sobre su pasado que es imposible aguantarme las ganas.

—Mis padres y yo no concordamos. Ellos querían casarme con un hombre al que claramente no amaba y mucho menos conocía. Sin contar el hecho de que era doce años mayor que yo y muy egocéntrico —revela nerviosa y la miro consternada. De todas las cosas que me imaginé que diría, nunca pensé que la palabra "matrimonio" iría de por medio.

—Ya veo. Lamento haberle hecho una pregunta tan íntima, no debió ser para nada de su agrado. Me disculpo.

Ella niega con la cabeza.

—Está bien, no te preocupes. ¿Tú vives aquí desde siempre? —pregunta intentando cambiar de tema.

—Sí, mis padres también se criaron aquí, por lo que no tuvieron que mudarse.

—¿Eres hija única?

—No, tengo un hermano mayor, pero él se fue de la casa en cuanto cumplió la mayoría de edad. Vive en la ciudad, aunque de vez en cuando nos visita.

—Yo también tengo una hermana mayor —dice sonriente—. Ella tampoco vivía con nosotros. Se casó y tuvo que hacerse cargo de su familia.

—¿Se lleva bien con ella?

—Sí, aunque a veces suele molestarme —ríe—, pero es muy buena hermana.

Sonrío.

Tenía cierta incomodidad por el hecho de venir a su casa y tener que toparme a su esposo, pero ha terminado siendo lo contrario, pues por ningún lado veo fotos de ella con algún elegante y guapo hombre.

—Pensé que usted vivía con su esposo —digo tímidamente—. Escuché en la escuela que no estaba cansada, pero creí que sí. No es muy común ver a una mujer como usted soltera.

—En la escuela se dicen muchas cosas de mí. —Hace una mueca—. No me interesa casarme.

La miro sorprendida.

—¿De verdad? —Asiente—. Usted es una mujer muy hermosa, fácilmente podría conseguir a cualquier hombre.

—Digamos que no estoy interesada en buscar a ninguno.

—¿Por qué? —exclamo sin poder evitarlo.

—No es necesario de un hombre para poder ser feliz. Me gusta mi soledad, mientras me tenga a mí misma, todo estará bien. Además, no quisiera descuidar mi profesión.

—Vaya, usted es una mujer muy impresionante. —Me sonríe con las mejillas sonrojadas, aunque no entiendo por qué—. Yo nunca había pensado en eso —le confieso—. Mi madre siempre me dijo que debía crecer para formar una familia y cuidar muy bien de mi esposo. Es la primera vez que escucho a alguien referirse así de las relaciones entre mujeres y hombres.

—Yo también escuché eso de mi madre —suelta con... ¿Sarcasmo?—, pero simplemente aquello no fue para mí. Esa es mi manera de ver las cosas. Es aceptable que no tengas el mismo pensamiento que yo —menciona comprensiva—. ¿Tú tienes novio? ¿O por qué tanta curiosidad sobre mí?

¿Curiosidad sobre ella? ¿Qué quiere decir con eso?

—No, no tengo. —La vergüenza arrasa con mis mejillas—. Pero me pareció curioso su forma de pensar. No creo que mis padres ni nadie en el pueblo concuerde con usted, pero suena bien.

—Seguramente. Todos tenemos opiniones diferentes. —Asiento dándole la razón—. Usted no tiene problemas con eso, ¿verdad, señorita Son?

—¡No! ¡Claro que no! —me apresuro a decir. Ella casi de inmediato suelta una carcajada mientras me examina divertida. Mis nervios como siempre me llevan la contra—. Yo respeto su forma de pensar.

—Tranquila, está bien. Aunque me alegra escuchar eso.

No puedo evitarlo y por la pena termino apartando mi mirada de ella a los objetos que se encuentran en el interior de su casa, más específicamente, a su tocadiscos.

¿La maestra es rica? Sí, muy rica. Aunque no entiendo por qué ha terminado por venir aquí, cuando es más que obvio que este pequeño pueblo no le llega ni a los talones. Entonces, ¿por qué aquí? La casa está muy bien arreglada, pero sigue siendo pequeña y rústica como las demás. No hay cines y mucho menos centros comerciales. Lo más seguro es que se haya confundido, porque está claro que la ciudad es una mejor opción.

—Veo que miras mucho las decoraciones de mi casa. Y mi tocadiscos también, ¿quieres escucharlo? —pronuncia sonriente.

Me avergüenzo ferozmente y bajo la cabeza en un intento desesperado por ocultar la evidencia en mis mejillas.

—N—no, disculpe. Es que nunca había visto tantas cosas así en una casa. —Cuando la miro, ella me observa apenada.

—Oh, no era mi intención incomodarla, pensé que solo tenía curiosidad.

—Y la tengo. Hoy iba a ir a la casa de un amigo. —Anthony—. Él es el único en el pueblo que tiene un tocadiscos, su papá es doctor, por lo que solo él puede darse el lujo de tener uno. Seguro se escucha vergonzoso... —Hago una mueca—, pero sería la primera vez que escucharía música.

Ella me mira sorprendida, casi incrédula por lo que acabo de decir.

—¿Nunca has escuchado música? —me pregunta, como si realmente no me creyera. Niego con la cabeza—. ¿Ni en el trabajo?

—El pueblo no es muy grande, así que tampoco es que lleguen muchos clientes como para que Han, el dueño, compre uno. Mi papá tiene un radio, pero no deja que nadie lo toque, solo lo usa para escuchar sus partidos de béisbol y las noticias.

—Admito que me sorprendió, pero no hay nada por qué avergonzarse. —Se levanta del asiento y con dificultad llega hasta el tocadiscos donde termina por tomar un disco—. ¿Quieres escuchar música? —me pregunta amablemente.

La miro anonadada. No puedo creer que ella tenga la amabilidad y la gentileza de ofrecerle a esta pobre pueblerina de su elegante música, y más aún siendo una desconocida para ella.

—No quiero molestarla, de verdad está bien —menciono sonrojada.

Ella niega y sin darme tiempo de volver a reprochar, termina por poner el disco.

El sonido que emite después de que la aguja toca el vinilo, es impresionante y casi tan mágico que tengo que pestañear varias veces antes de concentrarme en la música y en su letra.

—Shake de Sam Cooke, sin duda el Rey del Soul, uno de los mejores cantantes afroamericanos —dice suavemente intentando no interferir con la música.

Agradezco infinitamente en mi interior la gran fortuna de haberme encontrado con esta buena mujer, porque a pesar de saber que no podía —aunque quisiera—, escuchar música, me muestra de la suya y me la comparte como si se tratara de un simple "Hola". La miro con una sonrisa, ella discretamente y muy en silencio tararea la letra de la canción, yo, sin embargo, muevo mi cabeza tratando de seguir el ritmo de la música.

Siempre había escuchado a las personas blancas, incluso a los mismos blancos pobres del pueblo, maldecir y aborrecer a los afroamericanos o como ellos solían llamarles: "Hombres negros". Pero esta mujer que derramaba suma elegancia y que es más que obvio, es rica, parece disfrutar de algo hecho por alguien así.

En cuanto termina la canción ella muy ágilmente aleja la aguja y guarda el disco en una pequeña y delgada lámina de cartón. Se gira con cuidado y termina por unir su mirada conmigo. Mi corazón late a una velocidad impresionante. ¿Así se escucha la música? ¿Acaso estoy soñando? Esas preguntas se repiten en mi mente a pesar de que claramente sé la respuesta, pero es que parece muy irreal el hecho de que esta es la primera vez que escucho algo así. Al final ha pasado.

Ella regresa con dificultad al sillón y se deja caer sin más. Me mira todavía con una sonrisa, parece divertida y no sé si es por el hecho de lo que acaba de suceder; siendo para ella seguramente algo muy tonto y normal. En todo caso, mi felicidad se nota en todo mi rostro.

—¿Y bien? —dice sin despegar la mirada de mí.

—Increíble, de verdad muchas gracias.

—No hay de qué.

—Esta es la primera vez que escucho música y de verdad estoy impresionada y agradecida al mismo tiempo. ¿Cómo podría agradecerle?

—¿Agradecerme? —Asiento, pero ella niega de inmediato—. De verdad no tienes que hacer nada, por lo general estoy tan ocupada que nunca suelo usar mi tocadiscos. Saber que a alguien le hizo feliz el hecho de escucharlo, sin duda es el mejor agradecimiento que me pueden dar —me hace saber.

—Insisto. Si vuelve al restaurante le daré una porción de la especialidad de la casa: tarta de fresas. Las cosechan aquí mismo en el pueblo, por lo que la fruta es fresca. Le encantará, se lo aseguro.

—Entonces sin falta iré este fin de semana —menciona divertida y sonrío sin poder evitarlo.

—De acuerdo, la veré allí.

Giro mi rostro y sin querer me topo con un hermoso reloj de madera sobre la pared. ¡Dios, es tarde! Tengo que irme, pronto serán la una de la madrugada y si no llego junto con Tom a mi casa, mi madre me castigará o peor, no me dejará de nuevo salir con él. Al menos si vuelvo temprano, podré decirle que Tom me ha acompañado hasta la entrada y luego se ha ido.

—Disculpe, maestra, yo tengo que irme, mis papás se pueden molestar si llego más tarde.

—Oh, sí, discúlpeme a mí —menciona apenada mientras busca levantarse, pero me apresuro a negar y soy yo quien al final lo hace.

—No se preocupe, no necesita acompañarme, quédese aquí con el hielo un rato y haga lo mismo mañana por más tiempo, tal vez pronto esté menos inflamado su tobillo.

—De nuevo se lo agradezco, no sé qué hubiera hecho si usted no hubiera llegado, tal vez seguiría ahí en la banqueta sufriendo sola.

Muerdo mi labio por la culpa, quiero disculparme y decirle la verdad, pero no quiero meter en problemas a Tom y a sus amigos.

—No hay nada de que agradecer, mejor dicho gracias a usted por la música. Pase buena noche.

—De nada. —Sonríe y le regreso el gesto.

—Descanse —digo con la intención de darme la vuelta e irme, pero su voz me detiene.

—Por cierto, si deseas venir a escuchar algo de música algún otro día... es bienvenida cuando quiera.

La miro entre sorprendida y avergonzada. Es muy tentadora su propuesta y sin objeción diría que sí, pero me incomoda el hecho de venir y estar a solas con ella. No quiero abusar de su confianza.

—No quisiera ser una molestia —me limito a decir.

—No lo es, además usted me va a invitar una tarta, lo correcto sería regresarle el gesto, sirve para que también le muestre alguno de mis discos favoritos.

—Entonces con gusto vendré. —Con torpeza me despido y salgo de prisa de ese lugar. Mi casa queda a unos veinte minutos a pie, por lo que debo apresurarme si quiero llegar cuanto antes.

Con el Jesús en la boca, logro llegar a mi casa a tiempo. En cuanto entro puedo ver a mi madre durmiendo en el sillón, seguro y se quedó dormida mientras me esperaba. Tal dulce como siempre. Me acerco a ella y suavemente la levanto, me mira de arriba abajo, tal vez comprobando algo y cuando al fin obtiene lo que quiere, me sonríe. Me toma de la mano y en silencio ambas llegamos hasta el segundo piso.

—Tu papá ya está durmiendo, métete a bañar y luego te vas a la cama —susurra y entre risitas de complicidad nos alejamos. Ella entra a su cuarto y yo voy directo al mío.

En cuanto busco mi pijama y estoy en el baño, recuerdo todo lo que pasó el día de hoy. Sin duda había sido un día muy extraño. El agua fría cae sobre mi cuerpo y un escalofrío me abraza ante el repentino recuerdo de la mano de Tom sobre la mía. Es inevitable salir con una sonrisa de la ducha y tirarme sobre mi cama para seguir pensando en todo lo que pasó.

Disfruté mucho el día de hoy y espero que pronto se repita una salida así con los amigos de Tom, aunque no me agradan mucho, sé que es la única forma de poder estar cerca de él sin tener tantos nervios. Quiero no pensar tanto en Tom, porque sinceramente a veces siento que me asfixio con sus recuerdos, sin embargo, esta noche entre más pienso en Tom, más recuerdos de la maestra Myoui llegan a la cabeza. ¿Qué tan suave será su cama? Seguro que mucho, debe ser muy cómodo dormir allí.

Justo cuando el sueño empieza a ganarme, abro abruptamente los ojos y me quedo mirando el techo asustada. ¿Qué acabo de pensar? Debo estar delirando. Niego con la cabeza alejando esos malos pensamientos, pero es imposible. Su piel blanca y sus mejillas rosas por haberla detallado sin pudor me aceleran el corazón. Dios, ¿qué rayos me ocurre?

Me obligo a cerrar los ojos y dormir, pero los recuerdos de hoy me hacen sonrojar ferozmente. El hecho de no haber acompañado a Tom y despedirme de un beso. El hecho de haber visto a la maestra Myoui en bata y haberla mirado más de la cuenta. Todo eso me deja con los pelos de punta. Siento que tarde o temprano mi corazón saldrá corriendo de mi pecho y terminará saltando por mi ventana. No puedo detenerlo, entre más me esfuerzo por dormir, más imágenes se proyectan en mi cabeza.

Y lo peor de todo, es que no sé cuál de los dos me acelera más el corazón.

Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.

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