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• Capítulo 33 •

Parte 1. La caída de la reina; Final.

C.

Los días encerrada en una habitación oscura se han vuelto algo constante, algo rutinario. Por más que grito por ayuda, nadie parece oírme o tal vez, simplemente nadie quiere ayudarme. Sí, quizás sea eso, pero no está para más, desde aquella noche que mis padres junto a la policía fueron por mí, todos en el pueblo se enteraron de mi romance con Mina. Nadie pareció molesto por el hecho de que una maestra saliera con un alumno, sin embargo, en cuanto supieron que en realidad éramos dos mujeres, desató ira y desagrado desmedido.

Qué irónico.

El repudio de la sociedad cayó sobre mí en el momento que di un paso sobre Belhaven. A cómo lo recuerdo, todos me gritaban cosas horrorosas, me miraban con asco y odio. No entendí que había hecho mal, si solo estaba amando. Dejándome embriagar por una hermosa mujer que me enseñó mi propio valor como persona, pero más tarde comprendí que nadie vería con mis propios ojos lo que estaba pasando. Solo éramos dos monstruos a la vista de cualquiera.

Lloré las primeras tres noches por la inseguridad que me habían generado sus comentarios. Me convencí de que no debía dolerme lo que la gente pensara sobre mí, pero al final no pude. Amaba a Mina, pero en ese momento mi cabeza estaba llena de tortuosos pensamientos que ponían en duda lo que teníamos entre nosotras. Los alejé lo más que pude, noche tras noche hice el intento, hasta que al fin pude descansar en paz. Todo gracias a Mina, porque aunque no estaba conmigo, la sentía en mi corazón y en mi alma. Desde donde ella estuviera, sabía que me estaba dando fuerzas para seguir y lo hice, seguí adelante.

Error, gravísimo error.

Mi padre me apuntó incontables veces con su arma, asegurando que me mataría si no me retractaba ante mis palabras: "Estoy enamorada de una mujer y esa mujer es Mina". El odio que desató en él mi confesión, fue incluso más tenebroso que presenciar al mismo diablo. Me tomó por el cabello y me arrastró por toda la habitación hasta dejarme en aquel viejo colchón donde días atrás había estado durmiendo y allí, sin ni una pizca de compasión, me golpeó hasta que logró que desmayara.

No pude abrir uno de mis ojos después de eso y aquello había pasado hace cuatro días, días en donde también se me privó de la comida, todo con el fin de que le rogara a él por un poco de alimento y a cambio de eso, yo aceptara no amarla, pero incluso con la poca fuerza que aún quedaba dentro de mí, la poca esperanza y también la poca voluntad, me negué y sufrí las consecuencias. Consecuencias que me marcarían de por vida.

No supe —y ahora en la actualidad—, de tiempo. No sé tampoco dónde estoy, ni siquiera sé si sigo en Belhaven. Solo sé que un día cerré los ojos por lo cansada, hambrienta y adolorida que estaba y los abrí cuando un paño húmedo se postraba en mi frente. Seguramente muchos días después.

—Al fin despiertas —dice una voz, pero la escucho tan lejana que apenas puedo diferenciar que es de una mujer—. ¿Puede moverse?

No sé quién está ahí, pero suena preocupada y a la vez aliviada. Quiero mirar quien es, porque dentro de mí aún está la esperanza de que sea Mina, pero sé que no es ella, porque lo sabría con tan solo escuchar su voz.

Lo intento, pero mi vista es tan borrosa que de nuevo cierro los ojos. No puedo hacerlo. Siento mi cuerpo pesado, no hay fuerzas para tan siquiera mover un dedo. Solo me han dejado en esta habitación durante días sin comer, sin beber y sin ver la luz del sol, según ellos esperando que dentro de mí salgan todos esos demonios que me han dañado la mente.

—¿Puede oírme? —vuelve a hablar aquella mujer—. Hey, ¿me escucha?

No hay respuestas de parte mía, solo el sonido de mis pausadas y dificultosas respiraciones.

De un momento a otro el dolor agudo de mis entrañas hace que me retuerza involuntariamente. El quejido de mi voz la separa de mí; lo siento, porque el paño frío que hay en mi frente desaparece. Muero de hambre, literalmente. Ahora que he despertado mi cuerpo reclama la necesidad de comer y aunque quiero seguir firme a mi decisión de no ceder, sé que no soportaré por más tiempo y en cuanto vuelva a dormir es muy posible que no vuelva a despertar.

Escucho varios golpes a mi alrededor que tensan mi cuerpo, aunque me quejo, trato de no gritar, sin embargo, mi garganta está tan seca que si hago el intento de hacer el mínimo sonido, estoy segura de que me lastimaré. Llevo con dificultad una de mis manos hacia mi boca y aguanto el sufrimiento en silencio. Al menos si muero, será siendo quien en verdad soy y no una mentira que habré dicho.

—Ya estoy aquí —susurra cerca de mí.

Me asusto cuando una mano pasa por debajo de mi cuello, al tiempo que me toma del hombro mientras lentamente busca sentarme. El dolor es abismal, quema mi interior y me hace querer llorar. Ya no quiero sufrir, pero aún así tengo que esperar a Mina. O eso es lo que me digo para poder sobrevivir.

—Abre la boca —me pide aquella mujer. No comprendo que piensa hacer, así que me niego—. Confía en mí, por favor, solo hazlo. No haré nada malo.

Extrañamente no encuentro malicia en sus palabras y aunque me digo a mí misma que no debería confiar en ella, en este punto ya no hay nada más que me pueda lastimar. Si me va a envenenar, que lo haga ahora mismo... Pero eso no ocurre. Me sorprendo cuando por mi garganta pasan los primeros rastros de agua en días; calmando a su vez el dolor que me impedía hablar.

¿Quién es ella y por qué me está ayudando?

Acerca de nuevo a mi boca lo que distingo es un trozo de pan. Intento abrir mis ojos para ver de quién se trata y por qué está dándome de comer, pero el violento dolor que siento en mi ojo herido, vuelve a hacer que cierre ambos ojos. Muerdo confiada aquel pan y como hasta que en mi boca ya no hay más rastros de comida.

Mis entrañas parecen calmadas por la ofrenda que les he dado, por momentos me siento lista para volver a hablar y aunque lo dudo, no sé cuando tendré otra oportunidad de hacerlo y mucho menos, cuando volveré a tener las fuerzas suficientes para hablar.

—¿Te... conozco? —pregunto con mucha dificultad.

—No, pero la señorita Myoui sí.

—¿Cómo?

—Era su vecina —dice sin más, mientras vuelve acercar el paño húmedo. Lo pasa por mi cara y labios, regresandome algo de vida.

¿Vecina? ¿Quién? No recuerdo a nadie por más que hago el esfuerzo. Mina no hablaba con otras personas en el pueblo, lo sé porque todas las tardes estuve con ella, además de que Mina siempre me contaba sobre su evidente desinterés en relacionarse con otras personas.

—¿Quién? —digo con curiosidad.

—Me tengo que ir —avisa sutilmente.

—Espera. —No puedo ver nada, pero aún a ciegas logro tomar uno de sus brazos—. ¿Qué es... lo que ha pasado?

—Tus padres han traído en estos días a un sacerdote para que te ayude a librarte del pecado.

¿Qué? Es claro que este martirio nunca va a acabar, no hasta que diga que no amo a Mina o me muera, cualquiera que pase primero, estoy segura que ellos lo esperan con ansias.

—¿Y tú... —Hago una pausa, las energías nuevamente se me acaban.

—¿Qué tengo que ver aquí? —logra decir por mí y mi silencio lo afirma—. Soy una servidora de la iglesia, yo también he venido aquí a librarte.

Sus manos se alejan de mí y lentamente me va dejando nuevamente sobre aquel viejo y sucio colchón. Escucho sus pasos alejarse y el sonido de la luz siendo apagada junto a la puerta siendo cerrada. Otra vez vuelvo a estar sola.

"A librarme", pienso. ¿De qué? ¿Del amor? Si es así, entonces están perdiendo el tiempo, porque no van a lograr que deje de sentir lo que siento por Mina.

Bajo mi mano hacia mi estomago, puedo sentir mis costillas y eso me confirma que no solo han pasado días, sino que también semanas. ¿Dónde está Mina? ¿Por qué aún no ha llegado? ¿Por qué todavía no está conmigo? Le he dicho que esperaré por ella y eso pretendo hacer, pero aunque quiera, mi cuerpo no esperará por mucho tiempo.

La comida de hoy ha caído como una digna bendición del cielo. Estoy calmada, pero sé que eso no durará por mucho tiempo, por lo que de nuevo me obligo a dormir, así evito el dolor y que el hambre reclame de nuevo toda mi atención.

La mañana siguiente trae consigo otra vez la presencia de aquella extraña mujer. Estoy despierta y consciente de lo que ocurre a mi alrededor, pero finjo estar completamente dormida. Otros pasos se escuchan llegar y el murmullo de más personas me alerta de que algo malo va a pasar, sin embargo, aunque aquella mujer ya me lo ha dicho antes, una presión estruja mi corazón cuando empiezo a escuchar como múltiples oraciones exclaman a Dios para que perdone mi pecado y me libre del maldito demonio. La voz de mis padres aclaman con fervor las plegarias dichas por el sacerdote.

Mis ojos se llenan de lágrimas por la tristeza que siento en este momento. Mis padres están convencidos de que lo que hay dentro de mí no es amor, que en realidad he sido poseída por el mismísimo diablo y que ahora mi alma está maldita.

Tremenda ridiculez.

Nadie entiende que solo estoy amando e incluso siento el verdadero enamoramiento hacia una mujer.

Estoy sola en todo esto.

Después de un tiempo terminan las oraciones, mis padres le agradecen y comentan que mañana nuevamente los esperan para seguir pidiendo por mí.

—Martha, ¿otra vez te vas a quedar? —escucho decir de un hombre.

—Sí, sacerdote Lorenzo, quiero volver a rezarle a la muchacha, tal vez así pronto ella se recupere.

—De acuerdo, pero no tardes —dice él con cierto disgusto.

Hay un silencio repentino y luego la puerta se cierra. La escucho acercarse a mí y sentarse en el colchón mientras toca mi brazo.

—¿Estás despierta? Traje algo de beber y también de comer. —Su voz, hoy puedo escucharla mejor. No es de alguien joven, más bien parece de una viejecilla. Una dulce viejecita—. Vamos, responde, por favor.

Aún sigo sin fuerzas para moverme, pero solo le basta con que lleve mi mano hacia la de ella, para que sepa que estoy despierta. Ella suspira aliviada y me toma de los hombros para —nuevamente como ayer—, sentarme para comer.

Me recuesta sobre su pecho mientras me da de beber, lo hago hasta que el líquido comienza a hidratarme poco a poco. La escucho buscar algo y después me acerca algo húmedo a la boca, que por el sabor sé que se trata de avena. Me alimenta con mucho cuidado y al terminar mi estómago ya no gruñe, al fin desaparece el dolor insoportable en mi abdomen.

—Mañana volveré a traerte algo de comida, resiste por mientras —exclama en, ¿súplica? ¿Con angustia?

—¿Quién eres? —digo mientras tontamente quiero volver a tomar su mano.

—Solo soy una viejecilla.

Me deja en el colchón y luego oigo como cierran la puerta. No apaga la luz. ¿Lo habrá hecho adrede? Pero sobre todo, ¿por qué me está ayudando? No nos conocemos, o si no hubiera podido saberlo con tan solo escuchar su voz.

Lentamente y con mucha dificultad arrastro mis manos hasta tocar la fría pared. Me impulso con la misma intentando sentarme por mí misma y después de varios intentos, al fin lo logro. Sufro en silencio cuando mi cuerpo pide atención y mis heridas desgarran en mí un sufrimiento inimaginable.

Mi respiración es errática, pero aún así, busco mantener mi mente serena. Me concentro y con lentitud busco abrir mis ojos; duele, arde, lastima y quema. Muerdo mi labio inferior evitando gritar por el dolor. Veo los primeros destellos de luz borrosos. Me quejo por eso, pues aunque no hay claridad a mi alrededor, ese pequeño bombillo lastima mi vista. Tantos días en completa oscuridad han hecho efecto.

"Puedes hacerlo", me digo a mí misma. Ambos ojos se encuentran al fin abiertos, miro con dificultad a mi alrededor, apenas acostumbrándome a luz. Busco una salida, algo que me pueda llevar a la libertad, pero solo termino dándome cuenta de algo: no hay forma de salir. Solo hay una puerta y dudo mucho que se encuentre sin seguro, sin contar que no puedo caminar, mejor dicho, tan siquiera moverme.

Vuelvo al colchón, la desesperación me toma y acorrala en esa oscura habitación. Tengo miedo, mucho miedo. Ya no quiero seguir aquí, necesito escapar, pero no hay manera y en el estado en el que me encuentro, tampoco podría llegar muy lejos. Me limito a volver a dormir, porque al final del día es todo lo que puedo hacer. Es mi única amiga, porque me ayuda a soñar que estoy en un lugar mejor que este.

[...]

—¿Me escuchas? ¡Hey! Por favor responde. —Siento como me mueven con fuerza, pero apenas y puedo decir algo—. Estás hirviendo, otra vez tienes fiebre.

Sus manos con arrugas se pasean por mi rostro mientras busca que mi cuerpo vuelva a su temperatura habitual, pero no lo consigue. Ella comienza a alzar mi ropa, no la detengo, aunque quiera, no tengo fuerzas. Me descubre el torso y un dolor insoportable atraviesa mi cuerpo cuando sus dedos fríos tocan mi costado derecho.

—¡Dios! —exclama visiblemente asustada—. Tienes varias costillas rotas. Esto está muy mal.

—No... no me toque.

—Si no te curo vas a enfermar, y peor de lo que ya estás —dice ante mi orden.

—No me importa. —Solo quiero salir de aquí, pero para eso necesito que Mina me encuentre.

Abro los ojos, pero las fuerzas de ayer, se han quedado ahí, en el ayer, y no lo consigo. Mi ojo sigue inflamado, pero al menos puedo hablar.

—¿Podría hacerme... un favor? Usted dijo que era vecina de Mina. —Tomo una gran bocanada de aire—. Necesito que ella sepa donde estoy.

—¿Quieres que la encuentre?

Un destello de esperanza me hace sonreír.

—Sí, para que venga por mí —menciono con ilusión.

Ella no responde, en cambio, acomoda mi ropa. Vuelve a pasar el paño húmedo en mi frente y luego me alimenta como los días anteriores. Se lo agradezco en cuanto termina, ha sido muy buena conmigo sin ninguna necesidad y si realmente no me ayuda a buscar a Mina, igual no puedo obligarla ni hacer nada al respecto. Ya ha hecho mucho por mí al no dejarme morir de hambre.

—¿Quién es usted? —le pregunto antes de que se vaya.

—Solo soy una viejecilla —me repite como la última vez y luego cierra la puerta.

¿Quién es? No importa cuanto intente recordar, simplemente no lo consigo. ¿Realmente estará diciendo la verdad o solo está jugando conmigo para sacarme información? Ella ha dicho ser servidora de la iglesia, vino aquí para librarme de los supuestos demonios que tengo, ¿pero por qué me cuida? Debería aborrecerme, como el resto de la gente.

No ha hecho nada para que yo desconfíe de ella, más que venir aquí con las mismas intenciones que mi padres, sin embargo, aunque busco encontrar alguna pista que me indique de sus intenciones detrás de sus acciones, no hay nada. Ha dicho ser una viejecilla, porque en efecto lo es. Su voz cansada, las arrugas de sus manos y el cariño con el que habla, no solo me desconcierta, sino que también me hace ver que no miente, pero aún así sé que algo me oculta.

El tiempo en esa habitación pasa lento y tortuoso, no puedo hacer mucho esfuerzo al moverme y mis necesidades fisiológicas son algo que penosamente tengo que hacer aunque termine sucia a mi alrededor, pero no me queda de otra. Así son todos los días y no tengo más remedio que acostumbrarme. Después de la golpiza que me propinó mi propio padre, mi cuerpo se ha visto afectado, porque literalmente me ha golpeado casi hasta al borde de la muerte.

Él es un hombre grande y fuerte. De un golpe podría tirarme los dientes sin ninguna dificultad, pero al estar tan furioso por mi declaración su fuerza se ha tornado tanto como él: como un animal rabioso, como un monstruo. Lo he desconocido y él también a mí. Mi madre no lo ha detenido, al contrario, lo ha alentado a hacerlo con tal de que al fin me vuelva una persona normal como ellos dicen, no obstante, de mí no saldrán las palabras que tanto esperan, ni con mil golpes más.

Entre miles de pensamientos vuelvo a quedarme dormida, con la leve esperanza de que mañana sea un día mejor, pero sobre todo, que pueda salir de aquí y ver a Mina. Reencontrarme con ella es todo lo que quiero hacer.

Cuando despierto la luz se encuentra encendida, con mucho esfuerzo abro uno de mis ojos, con el mejor que puedo ver —aunque sinceramente sigo sin ver nada—. No hay nadie y eso me alivia. Me muevo buscando sentarme, mis pies están entumecidos y si no me muevo ahora, realmente me preocupa no poder hacerlo cuando sí lo necesite.

Algo en mi torso me incomoda, llevo mi mano ahí y siento un bulto. Levanto parte de mi ropa y para mí sorpresa encuentro una venda alrededor de mi cuerpo. Un olor peculiar se desprende de ella y cuando mis dedos tocan esa zona, se humedecen con un extraño líquido; lo llevo a mi nariz y puedo sentir de inmediato un olor muy peculiar. Se trata de aceite, hojas de llante y manzanilla, justo un remedio casero para desinflamar una herida.

Mi mano tiembla cuando escucho la puerta abrirse, dejo caer mi ropa para cubrir de nuevo mi torso. No distingo bien la silueta de la persona que está al frente mío, pero la que viene detrás hace que mi respiración se congele. No estoy ciega, pero tampoco puedo ver con claridad. Todo está borroso, aún así hay una persona que aunque mi vista se nublara, podría distinguir sin ningún problema, pero en este momento no estoy muy segura.

—¿Chaeyoung? —exclaman con incredulidad.

¿Es ella? ¿Acaso Mina me ha encontrado?

—¿Mina? —digo esperanzada—. ¿Eres tú?

Por favor, dime que sí, que vienes por mí para sacarme de este infierno.

—Debemos apresurarnos, ellos no tardarán en llegar —menciona aquella viejecilla.

—¿Mina? —repito con la ilusión de que ella sea quien me responda.

—No, niña, ella no está aquí.

Y mi ilusión se destruye.

Unas delicadas manos me toman de los hombros. No deseo que nadie se me acerque y menos que intente mover mi cuerpo. Yo necesito esperar a que Mina venga por mí, como lo hemos prometido, pero las pocas esperanzas que aún tengo se van tan rápido como llegan. Ella no está aquí, aún así no entiendo entonces quien es la otra mujer.

—¿Puedes ponerte de pie? —Su voz es suave, delicada. Es una mujer joven.

—No —soy sincera. No sé a dónde me llevan, pero mientras me saquen de aquí, estoy bien con eso.

—Abrázate a mí —me pide y eso hago. Es delgada y huele a flores—. Te voy a cargar.

—Ten cuidado con ella, Samantha —exclama con angustia la otra mujer.

¿Samantha? Por qué ese nombre se me hace tan conocido.

Mis ojos se cierran cuando un terrible dolor reclama atención en mi vientre y me hace gritar. Me intenta levantar, pero mis costillas heridas suplican piedad por ellas mismas. La mujer hace caso omiso a mis quejas y el sufrimiento que estoy sintiendo se hace notorio. Logra alejar mi cuerpo de aquel viejo colchón y a pasos lentos y dificultosos me saca de aquel cuarto.

Después de varias semanas vuelvo a escuchar el sonido de un día cualquiera. Los pasos, el viento, los pájaros. Absolutamente todo, incluso el crujir de la madera.

—Martha, abre la puerta —dice la mujer joven—. Trae las cosas que he dejado adentro.

No hay respuesta de aquella viejecilla, pero tampoco reclamos de la mujer, por lo que intuyo que le ha hecho caso.

De repente un frío abismal choca con mi cuerpo, a su vez el sonido a mi alrededor aumenta. ¿Estoy afuera? ¿Al fin logré salir? Parece que sí. Quizás mi sufrimiento al fin ha llegado a su fin, pero hasta no estar en los brazos de Mina, no lo voy a creer.

Necesito llegar a la meta.

—Te voy a recostar de nuevo —me indica ella.

Puedo sentir como hace un esfuerzo para recostarme en una superficie firme pero suave. Deja caer mi cuerpo con cuidado y luego escucho como cierra una... ¿puerta? Abre otra y mi cuerpo se balancea ante una leve sacudida que luego se repite una vez más, cerrando una tercera puerta. Tal parece que estoy en un auto. ¿Con qué destino? Solo Dios sabe, pero mientras pueda ser libre, voy a dejarme llevar.

—Arranca antes que alguien nos vea —dice la viejecilla.

El transcurso del viaje me tiene sin cuidado. Duermo con tal de que el dolor que cubre todo mi cuerpo disminuya, pero no sucede así. Me quejo y lloro en silencio ante las sacudidas que da el auto en cada tope o bache que pasa. El tiempo transcurre tan lento como cualquier otro día, pero algo me dice que el infernal viaje servirá de algo.

Después de varias horas, parece que al fin estamos llegando, puesto que la velocidad del auto baja considerablemente. Hay murmullos por todos lados, pero ninguna de aquellas dos mujeres que me acompañan son las que hablan. Me aferro a la silla con miedo, estoy dispuesta a todo en este momento, aún así no puedo evitar acobardarme. Estoy indefensa y herida, no podría hacer nada al respecto si es que ellas intentan hacerme daño, así que solo me queda confiar en que esta vez, todo saldrá bien.

—¿Es por aquí? —dice la mujer joven.

—Sí. —Guarda silencio—. Solo trata de ir despacio hasta que lleguemos al río.

¿Al río? ¿Para qué? ¿Acaso voy a morir ahogada?

—Allí —exclama la mujer—. Creo que lo hemos encontrado.

¿Qué cosa?

—Estaciona el auto más lejos, para que no lo vea nadie —menciona la viejecilla con preocupación.

El auto se detiene unos segundos después. La mujer me saca del auto con más lentitud de la debida y me lleva hacia donde el sonido del agua toma fuerza. Estoy cerca del río. Otras personas hablan con ella, algo así como pidiendo indicaciones. Nadie dice algo que me deje claro que es lo que está ocurriendo, pero cuando unas manos fuertes y grandes me toman en sus brazos, entiendo que ahora es un hombre quien me sujeta.

Me sientan en una superficie dura, plana y húmeda y luego me cubren con una manta mientras otra persona me recuesta contra su pecho.

—Nos vemos, Chaeyoung —menciona aquella mujer mayor.

Hago un esfuerzo sobrehumano por abrir mis ojos y con las pocas fuerzas que he ganado, busco fijarme en su rostro. Veo una sonrisa, arrugas, un cabello blanco, una ropa azul... unos ojos compasivos. La detallo tanto como mi visión me lo permite. La conozco, ¿verdad? Ella, la he visto antes. ¿Dónde? ¡¿Dónde?!

—Vámonos —exclama uno de los hombres y es en ese momento que noto que estoy arriba de un pequeño bote. Otro hombre rema y poco a poco nos vamos alejando de la orilla.

Regreso mi vista a aquella vieja mujer, la necesidad de saber quien es me carcome por completo. La observo desde lejos, me esfuerzo aunque el dolor me grite que pare. Ella alza una de sus manos y se despide de mí moviéndola de un lado a otro. Como una madre despidiéndose de su hija.

—¡No olvides comer espinacas! —grita efusiva aquella viejecilla.

¿Espinacas? No... sí, ella. La conozco, es aquella mujer que siempre traía grandes cajas llenas de latas de espinacas, pero, ¿qué hace aquí? ¿Por qué me está ayudando? ¿Cómo sabe de mí? Las preguntas quedan al aire porque ya jamás podré encontrar una respuesta, sin embargo, la alegría que siento al escucharla decirme adiós, inunda mis ojos de lágrimas, no entiendo por qué lloro, pero sé bien que vale la pena hacerlo. Ella me ha ayudado.

Me fijo en la persona delante mía y rápidamente sus ojos se clavan en los míos. Rema, al mismo tiempo que me mira con cariño, pero aunque aún estoy consternada por lo que acaba de ocurrir con aquella mujer, puedo diferenciar el rostro de él también. No sé si me he vuelto loca o si de verdad esto que estoy viviendo está pasando, pero solo puedo sentir que me arrebatan el aire cuando distingo esa característica sonrisa. Es el viejo Rob, el jardinero de Orange.

—Ya estamos apunto de llegar —menciona él. Yo no sé qué decir, así que solo asiento lentamente en respuesta.

No entiendo qué está pasando y por qué ahora dos personas que he conocido castamente, me están ayudando. ¿Estarán jugando conmigo? ¿Me llevaran a un lugar donde sufriré algo peor? Quiero respuestas, pero no tengo las suficientes energías como para hacer un exhaustivo interrogatorio.

—¿Ya llegamos? —dice el hombre a mis espaldas.

—Sí —pronuncia Rob—. Ten cuidado al bajarla.

—Sí, papá.

El bote se detiene del otro lado del río, donde nunca antes he estado y mucho menos conocía. Rob da un salto al agua y camina hacia la orilla tomando la soga del bote para arrastrarlo y llevarlo a tierra firme. Hace tanto como puede para que el lodo que hay a los lados no sea impedimento para poder bajarme. Lo logra y —por lo visto—, su hijo me toma entre sus brazos de la manera en que se lo han indicado.

Caminamos entre la inmensidad del bosque. Árboles y árboles, son los que mis ojos distinguen entre todo lo demás. Ambos apresuran el paso hasta que distinguen a lo lejos la carretera, allí un auto negro se encuentra estacionado. No lo conozco, pero las dos siluetas que hay dentro sí.

Mis ojos se expanden cuando una cabellera negra y larga baja del otro extremo y corre hacia mí. Es ella, sin duda es ella. No hay dudas esta vez, ya no hay preguntas ni tampoco inseguridad. La veo como poco a poco corta la distancia entre nosotras, para luego tomarme entre sus brazos. Por primera vez en tantos días no siento dolor ante el tacto.

—Ya estoy aquí —susurra Mina en mi oído sin despegarse de mí. Me abraza robándome de los brazos de aquel hombre. Besa mi mejilla y luego solloza mientras repite una y otra vez que la perdone por la demora.

—Te extrañé —es todo lo que alcanzo a decir. Sus brazos, que se aferran con fuerza a mi cuerpo, lentamente se debilitan.

Mi cuerpo flota, mi mente se despeja y mi alma se libera. Todo se cubre de un inmenso negro que no solo se lleva consigo mi visión, sino también mi audición. Mis ojos se cierran y por fin, después de tanta agonía, desesperación y miedo, puedo descansar. Donde sea que me encuentre en este momento no me importa, porque al fin he llegado a la meta. Estoy con ella.

Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.

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