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• Capítulo 8 •

F.

Verano: la estación más calurosa de entre todas las demás. El clima es tan cálido que a veces uno siente que se va a derretir con tan solo salir al patio. Mi estación menos preferida y sin embargo, he disfrutado todos los días en ella.

Había conocido nuevas personas. Mi trabajo es más apreciado que en la ciudad. La gente del pueblo es amable todo el tiempo —claro, a excepción de los jóvenes—. Todos los días el bello paisaje me acompaña y, comer tantas cosas naturales, sin duda, me hace sentir mejor. Lo admito, me la paso bien. Es agradable estar en un lugar nuevo donde nadie me conoce y aunque las críticas nunca faltan, me siento a gusto aquí.

Me preparo para salir a Orange, es tarde y si no me apresuro, no llegaré a tiempo. Hoy particularmente me ha costado salir de entre las cobijas. He descansado tan bien que simplemente no pude evitar querer dormir más de la cuenta. Me siento menos estresada y más relajada, que el salir de mi cama es mucho más difícil que cualquier otro día. En cuanto bajo las escaleras voy directo a la cocina y caliento los últimos dos emparedados que me quedan. Dormir tanto ha despertado en mí, una hambre inimaginable.

Ayer después de estar toda la mañana con Yoko y su madre, había regresado directamente hasta la casa a comer los emparedados que con tanto esmero esa chica había preparado para mí. Y quedé fascinada en cuanto los probé. De verdad que tenía que darme la receta, porque estaban deliciosos, incluso el agua de naranja sabía increíble. No sé si se debió a que lo cocinó todo ella misma o por los ingredientes que utilizó, pero estoy fascinada por esos emparedados. Sin duda fue acertado completamente al intuir que tendría hambre después de estar tantas horas caminando, porque los emparedados duraron más tiempo en la canasta que lo que duraron en mi plato.

Sonrío. Esa chica es muy dulce conmigo y me agrada también serlo con ella, sin duda es alguien con quien fácilmente uno se puede encariñar. Es generosa, comprensiva y muy servicial, casi igual que su mamá. No es de sorprenderse que ella sea su hija, pues la chica ya se ha ganado toda mi atención con su amabilidad.

Desayuno y tomando mis cosas, salgo por fin de la casa. Me monto en mi auto y conduzco hasta Orange. Al llegar noto que los alumnos entran casi igual que yo: Apresurados. Como todas las mañanas, el señor Rob, el jardinero, me dedica los buenos días. Gustosa le agradezco y le deseo un excelente día. Unas cuantas miradas me siguen hasta entrar a la sala de maestros, donde mis demás compañeros me saludan. Algo indiferente les regreso a todos el saludo, para por fin, llegar hasta mi lugar.

—Buenos días, señorita Peraya —dice Adam, el único maestro de literatura. A excepción de los demás maestros, él da servicios gratuitos a los de menor grado del pueblo.

—Buenos días —menciono, mientras busco algunos papeles en mi escritorio.

—Luce tan hermosa como siempre —exclama con coquetería. Le sonrío incómoda, para luego tomar mis cosas e irme, pero antes de que pueda hacerlo, él me detiene con una insinuante invitación—. Me preguntaba si esta noche estará usted ocupada, me gustaría invitarla a cenar.

"Yoko", pienso de inmediato. Ansío que la noche llegue ya para así poder verla de nuevo. Quiero hablar con ella sin formalidades.

—Por desgracia. —Que de desgracia nada tiene—, sí. —sentencio y él se rasca el cuello nervioso mientras me mira apenado—. Justo tengo una cena con alguien.

—Claro, una mujer tan hermosa como usted, no estaría para siempre soltera.

—Y aunque así fuera, señor Adam, no estoy interesada en salir con usted. Nos vemos luego, que tenga un lindo día —digo cortante, al mismo tiempo que salgo de la sala de maestros, dejándolo con la palabra en la boca.

No quiero que se confunda. No he venido aquí en busca de un hombre, mucho menos a que alguno de ellos piense que soy una simple maestra de intercambio, ingenua y sin saber las mañas de los suyos.

Ingreso al salón de mi primera clase y un leve murmullo se escucha en tanto entro. Les dedico a todos una leve sonrisa y analizándolos, me topo con Yoko quien mira desinteresadamente por la ventana. Me fijo en lo que ven sus ojos y lo que veo no es nada menos que el viejo Rob, el cual corta las ramas de unos cuantos árboles, seguidamente, unos segundos se pierde entre la inmensidad de la vegetación.

Camino hasta mi escritorio y dejo mis cosas ahí.

—Buenos días —digo sutilmente y casi de inmediato puedo sentir la mirada de Yoko sobre mí.

—Buenos días —repiten todos en unísono, mientras se acomodan correctamente en sus asientos y sacan sus cuadernos.

—¿Cómo van con su trabajo? —pregunto, al mismo tiempo que escribo el título del tema de hoy sobre el pizarrón.

—Casi tan bien como usted —dice Marck, quien con orgullo choca puños con su compañero.

Frunzo el ceño en desagrado y de inmediato me giro para encararlo.

—Me alegra escuchar eso de usted, joven Marck, sin embargo, si su trabajo no es tan bueno como yo, entonces déjeme decirle que estará reprobado.

—No, disculpe... —intenta librarse de su comentario inapropiado, pero niego con la cabeza.

—Guarde silencio, sus bromas déjelas para después de la escuela. Aquí no es ningún circo. —Tomo mi libro y me acerco hasta él—. Vaya al frente y léame todo lo que contenga esta página.

—Pero...

—Si no lo hace, lo repruebo en este mismo instante.

Escucho reír a alguien, pero cuando me giro, me encuentro con Yoko conteniendo su risa. Sonrío, realmente parece divertida por la desgracia del chico.

—Sí, maestra. —Y a regañadientes sale de su asiento para comenzar a leer, para torpemente cometer error tras error y sus compañeros no dudan en reírse en su contra.

La clase prosigue bien. Al parecer el tal Marck no parece querer volver a molestar.

En cuanto termina mi hora, todos a excepción de Yoko salen corriendo del salón. La miro y ella con nerviosismo mira a ambos lados procurando que no haya nadie cerca. Se levanta y camina hacia mí. Le regalo una amplia sonrisa que no duda en igualar. Abre su mochila y me extiende una manzana roja.

Río dulcemente ante su atento gesto y me mentalizo en que en algún momento le regresaré su magnífica atención.

—Gracias —menciono, mientras la tomo y la dejo cerca de mis cosas—. ¿Cómo amaneció hoy, señorita Apasra?

—"Casi tan bien como usted". —Me avergüenzo a pesar de que es una clara burla hacia su compañero—. Lo siento, pero de verdad se merecía pasar vergüenza frente a todo el salón. Espero que no la vuelva a molestar.

—Creo que ya aprendió bien la lección —reímos—. ¿Se le ofrece algo más? ¿O tuvo alguna duda sobre el tema de hoy?

Niega.

—Solo venía a decirle que mi madre la espera hoy a las ocho en mi casa —exclama y suspiro aliviada—. ¿Qué sucede?

—Ayer no me dio la hora, así que no sabía a qué hora debía llegar. Temí llegar tarde o más temprano de lo que debería.

—Ya veo —menciona divertida—. ¿Entonces, nos vemos más tarde?

—Sería un pecado no probar el pollo con especias que hace tu madre.

Yoko se ríe.

—En eso estoy de acuerdo. —Se acomoda su mochila y camina hacia la puerta—. Hasta luego, maestra Peraya.

—Hasta luego, señorita Apasra.

[...]

Salgo fresca del baño y camino casi dando saltitos mientras tarareo una de las canciones del álbum Shake de Sam Cooke que suena en mi tocadiscos. Me visto con calma y bajo a la sala lista y decidida para salir a casa de los Lertprasert.

—¿Debería llevar algo? —me digo a mí misma, al mismo tiempo que entro a la cocina—. Tal vez una botella de vino.

Me acerco a la alacena y tomo una. La enrollo en la misma manta en donde me dio las cosas ayer Yoko y junto con una pequeña caja, guardo todo en el interior de la canasta. Desde hace tiempo quiero darle un detalle a Yoko por sus atentos tratos y justo ahora parece el momento indicado para hacerlo. Subo a mi habitación solo para rociarme un poco de colonia y salgo por fin de la casa. Entro a mi auto y sin prisas comienzo mi recorrido. En menos de cinco minutos estoy aparcando al frente de la vivienda de Yoko.

El sol ha desaparecido por completo, por lo que las luces del interior de la casa resaltan la silueta de Katerin, quien arregla una maceta cerca de la ventana. Parece poner mucho esmero a mi visita, a pesar de que ambas solo llevábamos un día de conocernos, no obstante, me alegra saberlo, eso habla mucho sobre su trato a desconocidos y más para esta ignorante citadina que no sabe nada sobre vivir en un pueblo.

Bajo del auto y saco la canasta. Me detengo un momento antes de cruzar la valla que adorna el frente de la casa y me pregunto si acaso estaré haciendo lo correcto. Estoy yendo a la casa de una de mis estudiantes y aunque ella es mujer, eso no resta al hecho de relacionarme con alumnos fuera de la escuela. Tal vez estoy siendo más amable de lo que debería, sin embargo, el trato hacia Yoko sale por sí solo. No me esfuerzo en hacerlo y por lo visto, ella tampoco.

—¿Faye?

Todos las dudas que tengo desaparecen por completo en cuanto veo a Yoko salir de su casa. Me quedo estática cuando sus ojos van a parar sobre mí y cálidamente me regala una sonrisa. Viste sencillamente, pero se ve increíble. Su cabello suelto es adornado por un pequeño lazo que deja expuestas sus pequeñas orejas y su largo cuello. A la luz de la luna su piel se ve más clara y por la delicada tela, noto lo delgada que es.

—¿Qué hace parada ahí afuera? —pregunta ella confusa.

—Buenas noches, señorita Apasra.

La veo sonrojarse mientras se acerca a mí.

—Perdón, los modales —ríe avergonzada—. Buenas noches, Faye.

—Sin el "maestra", ¿eh?

Asiente divertida.

—Estamos en confianza, además es mi casa, así que puede llamarme por mi nombre.

—De acuerdo —exclamo. Me sonríe al mismo tiempo que sale de la casa—. ¿Va a algún lado?

—No, solo iba a tirar la basura. —Alza la bolsa y termina por arrojarla a un contenedor casi hecho pedazos—. Vamos adentro, puede enfermar si se queda aquí afuera. En Belhaven las mañanas y las noches son bastantes frías, así que no le recomiendo andar a estas horas de la noche sin un abrigo.

—Lo tendré en cuenta —digo y ella siente—. Por cierto, te traje algo.

Me mira asombrada y casi de inmediato corta toda distancia que nos separa e inevitablemente, por su cercanía, termino deleitada por su aroma. Huele tan bien, tanto que me recuerda al aroma que desprende un campo de flores en primavera.

Sin querer, me quedo un momento en silencio solo para poder apreciar más de su delicioso aroma, el cual muy seguramente, a diferencia de mí, no se trata de una colonia cualquiera, sino de su aroma natural y el jabón.

—Gracias, aunque no se hubiera molestado —dice tomando la caja junto con la canasta—. Mamá no la invitó con el fin de obtener algo. Al parecer le agradó demasiado, tanto que se sintió con la confianza de invitarla a cenar.

—De todas formas no está mal regresar el gesto. Además esto es solo para ti, traje algo especialmente para ella.

—Solo por esta vez lo aceptaré. —Asiento resignada—. Lo abriré después, mamá seguro ya se ha de estar preguntando por qué tardo tanto si el contenedor de basura está a menos de un metro de la casa —comenta y río sin poder evitarlo—. ¿Vamos?

Asiento alegremente, para luego seguirla.

—Buenas noches —digo en tanto entro a la casa. Ambos padres se giran y me regresan las buenas noches—. Esto es para usted. —Le extiendo la botella y Katerin avergonzada la toma.

—No era necesario, señorita, nosotros de todas formas nunca tomamos vino —exclama.

—Bueno, no está mal de vez en cuando tomarlo, por favor acéptelo, es lo mínimo que puedo hacer por haber tenido la amabilidad de invitarme a cenar.

—Está bien, tome asiento.

—Claro —digo y termino por sentarme en uno de los sofás.

Miro la casa, sus paredes de madera muestran cierto deterioro que apenas es cubierto por pintura blanca sobre ellas. A cómo Yoko me había dicho, no hay ningún aparato eléctrico, solo un viejo radio arriba de un estante levemente maltratado. A pesar de los notorios deterioros y las viejas cosas sobre las paredes, la casa no tiene un aspecto lúgubre.

Todo está limpio y bien ordenado, aunque los sillones son viejos, no muestran rasgaduras, solo están levemente desgastados por el tiempo. Algunos cuadros adornan las paredes y dejan ver una pequeña —extremadamente pequeña—, colección de fotos, que muy probablemente para ellos se traten de gratos recuerdos.

La casa huele bien, es hogareña y ver a todos poniendo la mesa solo llena de melancolía mi corazón. ¿En qué mundo mis padres e incluso mi casa se sentirían así? Para ellos la perfección y la elegancia deben resaltar hasta en el suelo. Todo es cálido aquí, incluida la pequeña cocina.

—¿De qué trabaja? —menciona el padre de Yoko, mientras se sienta al frente mío y por primera vez en mucho tiempo, no noto una mirada lasciva hacia mí, muy al contrario, parece indiferente a mi persona.

—Es maestra en Orange —dice Yoko tomando asiento al lado mío.

—Soy maestra desde hace más de dos años, me especializo en Historia —agrego, con el fin de extender la conversación y no volver incómodo el momento.

Él asiente desviando la mirada hacia la cocina y regresándola con el ceño fruncido. Lo admito, el hombre da algo de miedo.

—Esta es la primera escuela que tiene Belhaven, en mis tiempos estas tonterías de la escuela no se llevaban, no al menos de que fueras extremadamente rico —escupe amargamente, sin embargo, lo miro asombrada, por no saber ese dato de Belhaven y también por su reacción.

—¿Entonces, no estudiaste el primario? —digo y Yoko me mira avergonzada mientras niega con su cabeza.

—Orange es secundaria y prepa al mismo tiempo, pero yo entré a mediados de año a la escuela. Además, tampoco es que tuviéramos suficiente dinero para pagarla, a pesar de ser una escuela pública a nosotros nos costean un precio bastante alto por el material de la escuela, los libros, entre muchas cosas, en la cual no tienen en cuenta la situación en la que nos encontramos todos aquí...

—Después de la Segunda Guerra Mundial —interrumpe su padre—, las cosas aquí en Belhaven estuvieron muy duras, pero después de diez años las cosas comenzaron a mejorar, incluso pavimentaron nuestras calles. Justo ahora después de muchos años pusieron la primera escuela y aunque solo fue para que el partido electo ganara, ayudó, o eso quiero creer, al pueblo —dice sarcásticamente.

—La educación es "muy importante" —enfatizo molesta por su falta de interés—. Yoko, sin duda puede llegar a ser una mujer muy exitosa. Se desarrolla bien en clases, además de que es muy inteligente, solo falta más iniciativa de su parte.

Pelear con el padre de Yoko no estaba en mis planes, pero Yoko es una niña tan dulce y buena, que simplemente no me imagino que tenga un futuro poco prometedor por el desinterés de su propio padre. No importa si nació en un pueblo, ella puede aspirar siempre a más.

—Estoy seguro que sí —exclama él, para luego fijar su dura mirada en mí y después desviar la hacia dónde se encuentra Katerin, donde al final termina por soltar un notorio suspiro de cansancio—. ¿Ya está la cena?

—Sí, ya podemos pasar a la mesa —dice Katerin amablemente, intentando dispersar el ambiente pesado que casi se forma.

Yoko me guía hasta la mesa y con una sonrisa traviesa termina por correr su asiento para estar más cerca de mí. Cuando ya todos estamos en la mesa, su madre exclama que debemos orar antes de cenar y amablemente me pide que haga yo la oración. No soy una persona muy religiosa, pero haré el intento.

—Señor, gracias por los alimentos que has puesto en esta mesa, bendice a la familia Lertprasert por esta maravillosa comida y llénalos de muchas bendiciones. Protégelos a dónde sea que vayan y vela siempre por este hogar, amén.

Katerin asiente complacida por mis palabras y termina por servirnos a todos una porción de la comida.

El olor es exquisito, como siempre jamás me decepcionan. La gastronomía que llevan los habitantes de Belhaven sin duda es mucho más rica que la de mi propia ciudad. Encantada por el magnífico aroma me llevo una cucharada a la boca. Gimo de gusto al sentir tantos sabores en tan solo una probada y me giro para regalarle una gran sonrisa a Katerin.

—Esto. —Señalo el plato—. Está delicioso, de verdad usted cocina muy bien.

—Gracias, fue una receta que aprendí de mi madre. Ella también cocinaba igual de bien.

—No lo dudo, y Yoko va por el mismo camino. —Miro de reojo a Yoko, quien esconde un sonrojo detrás de sus manos.

—Eso espero, me he esmerado mucho por enseñarle todo lo que sé. Como usted lo dijo "es una niña muy inteligente" y aprende muy rápido —pronuncia orgullosa y concuerdo plenamente—. Será una gran esposa cuando se case, es atenta y muy buena con los niños, además es muy trabajadora y amorosa. Hará muy feliz a su marido.

¿Su marido?

Claro, la mayor preocupación de una madre es que su hija se case y sea feliz en su matrimonio, o al menos no pase necesidad. Es obvio que Katerin la está preparando para cuando sea una mujer, sin embargo, Yoko denota ya ser una mujer en todos los aspectos. Una mujer muy bella de hecho. Tiene una linda sonrisa y perfectas curvas, mantiene un ánimo que te hace querer hablar con ella por horas, tan cálida que uno se siente a gusto con su presencia, sin contar que es muy atenta. Es la mismísima representación del encanto.

Sí, Yoko es toda una mujer.

Mi corazón late con fuerza cuando siento una cálida mano postrarse sobre la mía. Yoko discretamente toca mi mano para que la vea. Y aunque entiendo que solo es un movimiento por reflejo propio, mi corazón no desiste sobre la rudeza de mis latidos y al contrario, los aumenta.

—Ignórala, dice muchas cosas raras —susurra divertida, mientras aleja su mano de la mía, dejándome perturbada por la extraña sensación. Me señala con la mirada para que me gire hacia donde su madre está, pues esta parece querer volver a conversar conmigo.

—¿De dónde es, señorita? Su acento no parece de aquí —exclama Katerin interesada.

—Dígame Peraya, no hay ningún problema con que lo haga, de verdad.

—Está bien. —Sonríe.

—De Oklahoma, en la ciudad de Cleveland.

—Vaya, debe ser muy interesante vivir en una ciudad así de grande. Sin contar que el trabajo debe de ser mejor pagado que en esta pobre escuela.

—Sí. —Hago una mueca incómoda—. Es interesante, pero muy estresante, aunque la escuela no me paga a mí, sino el gobierno. Fue un cambio de escuela que tomaron como servicio —aclaro—. Además, vivir aquí me ha dado algo que la ciudad nunca me podrá dar.

Katerin alza una ceja y me mira intrigada.

—¿Qué cosa?

—Tranquilidad —revelo y a cambio recibo una sonrisa complacida de parte de ella—. Es sin duda todo un reto vivir en un pueblo y más porque todo el panorama que tenía desde niña cambió, sin embargo, no me molesta, me agrada estar aquí y convivir con gente tan trabajadora.

—Que bueno que piense así —dice dulcemente.

—¿Y usted a qué se dedica? Si no le molesta, claro —menciono cambiando de tema. No quiero que indague más sobre mi estadía aquí en Belhaven.

—Para nada, soy cajera en un centro comercial en la ciudad, no es la gran cosa y mucho menos gano demasiado, pero es un buen trabajo, mientras pueda pagar todo lo necesario para Yoko, con eso me basta. —Sonrío ante sus lindas palabras, es admirable su gran papel como madre—. Mi esposo es mecánico, tiene un taller no muy lejos de aquí. —Guarda silencio y lo mira—. Por cierto, ¿ya te presentaste?

—Andrew, un gusto —dice menos severo que antes. Parece ser un hombre bastante sujeto a su mujer, aunque no denota ni una sola pizca de compasión.

—Peraya Malisorn, un gusto también.

—Mi esposa me comentó del auto que tiene, si no le molesta, me gustaría un día revisarlo —menciona Andrew y lo miro atenta.

—Claro, justo cuando llegué a Belhaven tuve una falla con el motor, un mecánico lo revisó y hasta ahora ha ido muy bien, pero estoy segura que tarde o temprano fallará.

—Luego le daré a Yoko la dirección de mi taller para que se la entregue.

Asiento.

—Voy a lavar los platos. Yoko, recoge las cosas —dice Katerin, pero inmediatamente me levanto para ser yo quien la ayude—. No es necesario, señorita Peraya, Yoko se encarga de esto todas las noches.

—No me molesta, además me sirve para repetirle que la comida estuvo más que deliciosa. ¿No ha pensado en poner un restaurante? Le iría muy bien.

—Me gusta la cocina y tal vez lo conside... —La frase se queda en el aire al instante que la puerta es tocada con insistencia.

Me giro y termino por toparme a Yoko, quien ve preocupada a su padre. Andrew se levanta del asiento y camina con duda hasta la puerta. Casi de inmediato que la abre, un hombre igual de alto que él, entra con un semblante realmente preocupado —más bien, alterado—. La señora Katerin inmediatamente deja los trastes y corre hasta el hombre quien toma con desespero al señor Andrew de los hombros.

—Ana está grave, se desmayó y no ha despertado —dice el hombre angustiado.

—¡Dios! —menciona Katerin llevándose las manos a la cabeza—. No hay tiempo, hay que irnos en este instante a llevarla al hospital más cercano, puede ser grave.

Me quedo admirando la escena sin saber que decir; parece grave la situación y por la reacción de la madre de Yoko, aquella mujer de nombre Ana debe ser una persona muy importante para la familia. El hombre se gira a verme cuando nota la extrañes de otra persona y ambos padres no tardan en igualar su acción, para luego hacer lo mismo con Yoko.

—Disculpe, señorita Peraya, como puede ver surgió un inconveniente. Nunca dejo a mis invitados tirados, pero esto es una emergencia. Tal vez luego continuemos con nuestra plática —pronuncia Katerin y asiento al no darme tiempo de responder—. Yoko, hija, por favor cierra bien la puerta y vete a dormir en cuanto se vaya la señorita Peraya.

—Sí, mamá.

—No se preocupe, Katerin, ustedes vayan. Yo no me iré de aquí hasta que ustedes regresen —exclamó decidida.

Me sonríe agradecida y con los ojos llorosos se acerca a mí para darme un abrazo.

—No suelo dejar a Yoko sola y me aterra dejarla a estas horas sin nadie en la casa. De verdad se lo agradezco.

Niego comprensiva.

—Vayan con cuidado —digo preocupada. Ambos padres toman sus cosas y en segundos salen de la casa, dejándonos a las dos completamente solas.

Escucho como Yoko se levanta del asiento y yo, aún en shock, me giro a verla. Tímidamente conecta su mirada conmigo y a pesar de que ambas ya nos hemos quedado solas en el pasado, siento que esta noche será diferente a todas las demás, porque aún en el ruido de la noche, puedo escuchar los latidos de mi corazón sonar.

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