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• Capítulo 15 •

Y.

Estoy tan nerviosa, aunque siendo sincera la palabra me queda corta. La manera en que Faye me mira hace que dentro de mí surja un deseo incontrolable por querer besarla, sin embargo, ella sigue sin decir nada y no hace falta que lo haga, porque yo tampoco pienso decir algo. Nuevamente empuño mis manos, no sé con qué fin lo hago, pero empiezo a creer que es por Faye. Ella realmente hace que mi cuerpo se sienta necesitado por tocarla.

Sus ojos viajan y se pierden en los míos, yo la observo embelesada. Quiero tomar su rostro y acariciar sus mejillas, justo como lo hice ayer.

Quiero creer que solo estoy confundida, que en realidad querer besarla no significa nada, pero no estoy ciega y sé que en este punto, ya no es normal. No he tenido tiempo ni cabeza para asimilar las palabras de Faye, ella se me ha declarado sin más, como si aquello en realidad fuera de lo más normal, pero para mí todo esto es algo nuevo y confuso.

Estoy huyendo de ella a pesar de que me dije que no lo iba hacer. Sé que suelo ser algo lenta para entender las cosas, pero esto ya sobrepasa todo lo que mi cabeza puede llegar a asimilar.

¿Me gusta Faye?

¿Pero, en qué momento pasó? No... No puede ser. Necesito tiempo para averiguar lo que siento, aunque ahora todo me grite que la bese, y eso en sí, ya dice mucho.

No sé si es ella quien se acerca a mí o si al contrario, soy yo, pero en segundos ya estamos una frente a la otra. Si la beso eso demostrará que siento algo por ella, pero no quiero que sea así. No hasta que yo sepa que pasa conmigo. Además, estamos en la escuela y si alguien nos ve, se armaría un escándalo. No quiero que Faye salga afectada y tampoco quiero escuchar lo que las demás personas digan de mí. Si me beso con ella quiero que sea algo nuestro, no que las demás personas opinen de eso.

¡Ay, Dios! ¿Por qué estoy pensando como si estuviéramos juntas? Solo nos hemos besado, a la par de que le gusto.

—Ajá, entonces si las vacas volarán, ¿las gallinas que harían?

—Para empezar, las gallinas no vuelan...

Dos chicas entran y siguen su conversación sin percatarse de nosotras, hasta que la más alta voltea y nos encuentra a Faye y a mí, en una posición bastante comprometedora. Mis mejillas delatan mi vergüenza, por lo que me alejo de Faye como si en realidad hubiera fuego por todos lados. Palmeo el lavabo con obvia torpeza y hago como si en realidad estuviera lavándome las manos todo este tiempo. Faye se aclara la garganta y hace lo mismo que yo. Parecemos dos tontas y no está para más, porque ninguna de las dos sabemos disimular correctamente.

Una de las chicas nos mira extraño, pero no de mala manera, parece más bien asustada y sorprendida al mismo tiempo, como si la presencia de alguien en el baño no fuera algo que esperaba —tal como nosotras—. La más alta entra a uno de los cubículos y la otra se apoya en la puerta para cuidarla. Ambas vuelven a su extraña conversación sobre las vacas voladoras y las gallinas que... no sé, la otra cambia el tema y nos mira de reojo.

Miro a Faye por un momento y luego salgo del baño como si nada hubiera pasado. No soy de hacer mucho deporte, pero en cuanto estoy en el pasillo, corro hasta el salón. Veo a algunos estudiantes observarme de manera extraña, pero no me detengo. En cuanto entro al salón Nink me saluda con más ánimo que de costumbre e imagino que se debe a que Steve ya no está en la escuela y su pandilla tampoco la ha molestado. Le sonrío —aunque dudo que mi sonrisa expresara alegría—, y tomo mi lugar. Minutos después entra Faye y nos dedica, como todas las mañanas, los buenos días.

—Hoy hay una reunión de maestros en la dirección, así que solo tendremos la mitad de la clase —informa y me mira con disimulo—. Formen parejas de dos y hagan un resumen del tema de ayer. Después de eso se pueden ir.

El sonido de los bancos siendo movidos y el rechinar de los asientos termina por ser la respuesta a su orden. Nink forma equipo conmigo y comenzamos a trabajar. Aunque siento en momentos la mirada de Faye sobre mí, esta vez no la miro, en cambio, opto por dedicarme a hacer la actividad.

Mi cabeza aún está en el baño, se ha quedado allí después de pensar que nos habríamos besado sino hubieran llegado aquellas dos chicas, sin embargo, lo agradezco, porque en caso de haberlo hecho, tampoco sé qué hubiera hecho o dicho.

—Hey... —me susurra Nink, mientras me codea con disimulo—. ¿Estás bien?

—Sí. —Aunque no sé a quién quiero engañar—. ¿Tu madre está trabajando?

Asiente, para luego mirar hacia el frente, procurando que nadie nos vea después regresa la vista a mí.

—¿Por qué? ¿Quieres venir a mi casa?

—No, no. Tengo que volver a la mía. Mamá me dijo que habría hoy o mañana una tormenta y está preocupada, así que me dijo que regrese a casa cuanto antes.

—Ah. ¿Entonces?

—Bueno... nada, olvídalo. Luego te digo —exclamo. De repente veo a Faye pararse de su asiento y comenzar a caminar hacia nosotras.

—¿Cómo van con el trabajo? —menciona Faye cuando llega hasta mi asiento y allí, con total libertad, toma mi libreta.

Estoy tan avergonzada por la situación del baño, que no puedo ni mirarla, más si es que la tengo así de cerca, sin embargo, mis nervios empeoran cuando una de sus manos va a parar sobre mi hombro, donde lo presiona con suavidad. No digo nada, aún cuando la escucho decir que vamos muy bien en la actividad. Vuelve a presionar mi hombro y esta vez no me queda de otra más que alzar la vista y verla. Me espera con una sonrisa simpática, una que mágicamente desaparece cuando de un momento a otro puedo sentir a Nink a mi lado tocando mi mano.

—Si te sientes mal, ¿verdad? —me dice Nink dejando mi mano para tocar ahora mi rostro. No sé por qué, pero me sobresalto ante su tacto, al tiempo que siento a Faye apretar más mi hombro.

—Señorita Apasra, ¿no se encuentra bien hoy?

Trago saliva cuando su suave y delicada voz me pregunta algo que es obvio para nosotras dos; porque no, no estoy bien.

—Y-yo no lo sé... —balbuceo ante los nervios. Ella aún no ha dejado de apretar mi hombro y siento cómo la sangre sube a mi cabeza.

—Si está enferma puede retirarse —dice Faye tocando mi frente.

No, no tengo fiebre, pero sí estoy caliente.

Marck junto a su dúo inseparable —y también irritante—, voltean hacia nosotras y no me queda de otra más que aclararme la garganta y decir que estamos perdiendo el tiempo, que tenemos poco tiempo para terminar la actividad. Nink me mira comprensiva y se aleja de mí. Faye igual hace lo mismo, no sin antes verme por última vez; puedo notar su preocupación en su rostro y eso hace que mi corazón se acelere. Ella es tan dulce y protectora. Sé que yo soy igual, y aunque no me gusta que sean así conmigo, es inevitable que con Faye quiera sentirme protegida.

—¡Yoko! —Las clases han terminado y Tom aparece emocionado y a la vez desesperado porque salga ya del salón. Se recarga en el umbral de la puerta y me hace señas para que me apresure.

Tomo mis cosas dispuesta a salir junto con Nink para poder reunirnos los tres, pero me siento incapaz de hacerlo. Faye sigue tomando y acomodando sus cosas, y sé que está demorando más de la cuenta por mí. En mi mochila no está la manzana que le doy todos los días y quizás lo mejor sería irme junto con mis amigos para evitar desilusionarla, pero es inevitable que la culpa llegue y me golpee en el pecho. Así que no me queda de otra más que decirle a Nink y a los chicos que se adelanten, que necesito buscar algo con urgencia. Soy pésima mintiendo y como ya han notado, también soy pésima disimulando.

—De acuerdo, pequeña. ¡No tardes! —pronuncia Tom con cariño y de nuevo, por alguna extraña razón que no llego a comprender, me siento incómoda por las atenciones ajenas hacia mi persona frente a Faye.

Despido a ambos y cuando siento que en definitiva se han ido, tomo el valor y me doy la vuelta para encarar a Faye.

—Hola —exclamo, mientras me acerco a su escritorio. Ella me mira con un semblante serio hasta que verifica que en efecto, Tom y los demás se han ido.

—Hola, señorita Apasra. —El hecho de que me hable así, me hace recordar que ella sigue siendo mi maestra y que esto está mal.

—Hoy... no traje una manzana para usted. —No quiero hablar con ella con formalidad, pero me obligo a resguardar el impulso de no hablarla así.

—No te preocupes. —Me sonríe.

Miro por un momento la puerta y regreso mi mirada hacia ella. El ambiente se ha puesto incómodo, pero ella no hace ningún movimiento que especifique que se va a ir. Parece atenta a lo que tenga que decir, aunque en realidad no voy a decir nada. Me veo odiando el hecho de que ahora ya no pueda hablar con ella sin que me sienta apenada. Le quiero retribuir la sonrisa y decirle que se ve bien hoy. Que me gusta su labial. Que me gustan sus labios... Bueno, eso tal vez no.

—De acuerdo —menciono ante el silencio—. Me voy. Que tenga un lindo día.

—Yoko...

No la miro y salgo del salón.

Sé que me ha llamado, pero decido ignorarla. Por ahora quiero llevarlo todo con calma, porque en el baño no fue para nada así. Quisiera no darle tantas vueltas, pero sé que es necesario. Quiero entender que siento para así poder entenderla a ella, pero por lo visto aquello no va a pasar, porque entre más intento evadirla, más grita mi cabeza su nombre y vuelve imposible que pueda entenderme.

En cuanto llego al comedor, los chicos se encuentran ya merendando. Tom alza su brazo para que pueda verlo entre el tumulto de estudiantes, pero él no sabe qué lo he visto desde que llegué. Una vez me reúno con ellos hablamos de cualquier cosa hasta que Tom me recuerda que en dos días cumple años, no hará nada como siempre, pero nos dice que le gustaría que fuéramos a verlo y yo con gusto acepto y los demás me siguen.

Después de desayunar con ellos, Nink y yo regresamos al salón. No volvemos a hablar las dos en todo el tiempo que duran las clases. En cuanto salgo de la escuela me despido de ellos, todos vamos en direcciones opuestas y es inevitable que el viaje lo haga sola.

La nieve se desborda de las ramas de los árboles, del techo de las casas y de los faroles. Las calles están obstruidas y las banquetas están tan resbalosas que tengo que sujetarme de las paredes para poder intentar llegar a la parada de autobuses. Hace tanto frío que siento como mis orejas duelen y como mi nariz arde. Quiero volver a casa y dormir otro rato.

—¡Yoko! —exclaman y el claxon de un auto hace que pegue un brinco del susto y por consiguiente, termine resbalando para caer al suelo.

—Agh... —Me sobo la muñeca. Algo de nieve ha acabado en mi rostro y me toma más tiempo del debido poder abrir los ojos.

—Yoko. —Me sobresalto de nuevo cuando una voz suena cerca de mi rostro y unas manos se aferran a uno de mis brazos—. Lo siento tanto, de verdad, no era mi intención asustarte.

Es Faye, su voz la puedo reconocer aunque esté a kilómetros, pero estoy tan distraída que no me percaté que es ella quien con insistencia me hablaba mientras caminaba.

En cuanto abro los ojos, me encuentro con ella arrodillada frente a mí, tiene un paraguas y con él me cubre para que no me caiga más nieve de la que ya he acumulado en mi propio gorro. Me toma de la manera más delicada que alguien lo ha hecho —en toda mi vida—, y me ayuda a ponerme de pie. Me sobo la mano mientras intento no hacer contacto visual, pero es imposible. Su aliento choca contra mi rostro cada vez que respira.

Su mano libre me limpia la nieve de la ropa y de nuevo, con mucho cuidado, casi temiendo sobrepasar un límite, toca mi rostro. De repente mis mejillas arden, no puedo evitar sonrojarme y aunque no quiero hacerlo frente a ella, vuelve a ser imposible. Limpia la nieve de mi rostro y al terminar, se separa de mí. No quiero que se aleje, pero parecemos dar un show de novela en la calle, por lo que no me queda de otra más que guardar las apariencias —aunque quiera hacer todo lo contrario—, no obstante, la timidez de sus acciones ahora son las que me cohiben, a pesar de que no hay nadie a nuestro alrededor.

—Sube al auto, te llevaré a casa. Hay demasiado frío y puedes enfermarte. —Su dulzura de siempre la acompaña en cada palabra y de nuevo es inevitable sonrojarme.

Veo cómo la nieve comienza a cubrir su cabello. Sé que no debo hacer algo que se malinterprete hasta que hable con ella y aclaremos las cosas, pero no puedo permitirme que sea Faye quien ahora pueda enfermarse. Me acerco a ella hasta que nuestros brazos chocan y acomodo el paraguas para que nos cubra a ambas. La escucho reír ante mi acción, pero no indaga.

—No está tan lejos la parada de autobuses, así que no te preocupes —pronuncio con calma intentando aparentar que nada ha pasado.

—No importa si está cerca o no, te voy a llevar a tu casa. —Parece decidida y aunque quiero ver su cara al decirme eso, me contengo y niego.

—Gracias, pero me voy sola.

—No puedo permitirlo.

Es imposible ya no verla. Lo hago y encuentro una mirada triste en sus ojos, la sonrisa de su rostro se ha borrado y ahora en cambio, muestra una mueca de nerviosismo al tiempo que sujeta con fuerza el paraguas, tanta fuerza que siento que lo va a quebrar en cualquier momento.

—Yoko, por favor.

Tiene razón, tiene que llevarme a casa, es lo menos que puede hacer por haberme confundido, por haberme robado mi primer beso y por ser ahora la primera cosa en la que pienso al despertar. Suena como una excusa, porque lo es. Quiero que me lleve a casa, así que desvío la mirada y asiento.

Toma mi mano y puedo sentir lo fríos que están sus dedos. No me dice nada y me abre la puerta con esa educación que siempre parece querer presumir —aunque no lo haga—, frente a mí. Me toma unos segundos entrar al auto, pero al final lo hago, luego Faye con cuidado se dirige hacia la puerta del piloto y entra, después ambas comenzamos el viaje. Debería ser rápido el transcurso, pero no lo es. Las calles están tan cubiertas de nieve que Faye tiene que desviarse muchas veces para poder hacer el intento de dejarme en mi casa.

—Yoko —dice mientras me mira de reojo.

—Dime.

—¿Qué sientes?

La pregunta me deja atónita, sé a qué se refiere, sería tonta si no, pero no me queda de otra más que jugarme a la desentendida para así salir de esta confusa situación.

—Frío, siento mucho frío. —Vuelvo a sobar mi mano. Me duele mucho—. ¿Y tú?

—Son muchas cosas. Lo de ayer... —suspira y la miro asustada. Va a hablar de eso—: Jamás en mi vida he sido impulsiva, pero admito que cuando lo soy, se me pasa la mano. Quizás estaba haciéndome ideas contigo, y ahora entiendo que intentes alejarte de mí...

—No —la interrumpo—. Mi cabeza me grita que me aleje y mi cuerpo la sigue, pero no me quiero alejar de ti. —Soy increíble. ¡Me estoy delatando!

—¿Y eso qué quiere decir?

—No lo sé. —Me mira confusa ante mi vaga respuesta, a lo que niego con la cabeza cuando noto su intento de hablar—. No entiendo qué me pasa, pero desde ayer no he podido sacar de mi cabeza el beso que nos dimos. Seguro hay gente que puede ver con claridad qué es lo que me ocurre, pero yo no. Estoy buscando entenderme, pero siento que entre más intento buscar una respuesta, más me pierdo.

—Yoko, cuando entendí mis preferencias fue algo que tarde mucho tiempo en aceptar. Jamás había conocido a otras mujeres como yo, que también le atrajeran otras mujeres, así que pensé que era rara, que tal vez yo era la única persona siendo así. Y aunque quise aclarar mi cabeza buscando una respuesta, la respuesta solo era amor —revela y la miro sorprendida—. No quiero que me malinterpretes, esa fue mi respuesta y si lo que sientes después de lo que hicimos ayer en mi casa es... desprecio, lo voy aceptar.

—No siento desprecio —susurro—. No sé lo que es, pero jamás sentiría desprecio y menos si se trata de ti.

—¿Entonces? —pregunta, pero soy incapaz de responder, y sigo sin hacerlo hasta que tiempo después ella vuelve a hablar—: ¿Te gusta Tom?

No... ya no.

—No. —Y por primera vez me siento segura de eso—. Es mi mejor amigo y también es como mi hermano.

El auto se detiene y miro a Faye, ella tampoco parece ser la misma de antes. Quizás tiene razón, no debería buscar una respuesta a lo que estoy sintiendo, pero tampoco siento que me guste Faye. La veo con tanto cariño y admiración, que verla de otra forma se me hace imposible, sin embargo, es claro que tampoco la sigo viendo así. ¿O es que acaso me está empezando a gustar?

—¿Qué sucede? —menciono ante el silencio.

—El auto, creo que está atascado. —Frunce el ceño intentando encender de nuevo el auto, pero la nieve no deja que avance ni para atrás ni para adelante.

Miro a ambos lados, pero no parece haber una salida, todo está cubierto de nieve. Faye mete reversa y con lentitud logra sacar el auto, aunque tan pronto como lo hace y sigue su curso, la carretera resbaladiza provoca que las llantas derrapen y a Faye no le queda de otra más que frenar de golpe a tientas de estrellarnos en alguna pared.

—¿Estás bien? —menciona Faye preocupada y asiento con el corazón en la boca.

—Sí, ¿y tú?

—Lo estoy. —Se quita el cinturón e intenta salir del auto, pero no hay forma de que pueda hacerlo sin caerse—. Debí dejar que te fueras en el autobús.

—Bueno, tú me obligaste a subir aquí —digo en broma y ella suelta una leve risa, más apenada que divertida—. Aunque estoy segura que si nosotros con este auto no pudimos salir ilesas de la nieve, dudo mucho que el autobús, que es más viejo que la propia escuela, pueda hacerlo.

—Viéndolo así, entonces fue mejor que te quedaras atrapada conmigo.

Prefiero no responder ante eso, así que me quedo callada.

Una fuerte ventisca golpea la ventana y puedo ver como el vidrio se comienza a empañar de inmediato. Es peligroso que Faye regrese con este tiempo a casa, aunque tampoco quiero estar a solas con ella, no obstante, si algo malo le pasa solo porque unos tontos nervios me hicieron no invitarla a quedarse conmigo no me lo perdonaría. Nunca... Jamás.

—No estamos atrapadas. —Desvío la mirada avergonzada—, pero creo que lo mejor es que lleguemos a mi casa y te quedes allí hasta que se despejen las calles.

—Oh. —Se aclara la garganta—. ¿Y tus padres no se molestarán porque me quede?

—No, mi padre no va a llegar a casa por el mal tiempo y mi madre aún no sé si siquiera va a poder llegar.

—No quiero incomodarte —dice retomando el viaje a mi casa—. Así que no es necesario que te obligues a hacerlo.

—No lo hago, pero si no te quedas, tampoco me voy a sentir bien. —No me responde, pero cuando al fin llegamos a mi casa hago el intento de volver a insistir—: Faye.

—Puedo regresar en el auto. —Miro nerviosa por la ventana, y es inevitable que piense que ella puede llegar a tener un accidente por el clima, ya ni siquiera se ven las calles—. Cuídate.

—Te juro que no me incomodas, solo estoy confundida con respecto al beso... Con respecto a ti.

Guarda silencio por unos segundos, pareciendo pensar en mi comentario.

—¿Estás segura? Después no podré irme.

—Ahora tampoco puedes.

—Lo sé —suspira—, pero si no quieres que me quede, entonces no me importa si hay una tormenta o no, te voy a dar tu espacio.

Son por ese tipo de comentarios que ella dice que logra que mi corazón lata con fuerza. La quiero conmigo y en otro tiempo también se lo hubiera propuesto, pero ahora las cosas están tensas entre nosotras y aunque quiero que seamos las mismas de siempre, sé que eso no va a suceder tan fácilmente, y creo que estoy bien con eso, porque no me arrepiento de que ella me hubiera besado.

—Quédate —digo mirándola.

Sus ojos vacilan ante la respuesta, pero ante mi insistencia, parece al fin convencerse.

—Está bien.

En cuanto bajamos del auto compruebo lo que había dicho mi madre: Tenía que volver a casa saliendo de la escuela. El clima es desastroso, la nieve cae como diluvio y el frío viento lástima mi rostro de lo fuerte que golpea. Faye no puede regresar a casa, y aunque con eso me arriesgo a que mis dudas se aclararen, estoy a dispuesta a hacerlo por ella, por Faye.

Entramos a la casa lo más rápido que podemos, de manera que es inevitable que el piso se llene de nieve por la que acumulamos en nuestros zapatos y en nuestra ropa. Ella se quita el abrigo y yo hago lo mismo. Corro hasta una de las paredes de la casa y destapo lo que es una chimenea. Faye me mira confundida, pues seguramente nunca antes la había visto, sin embargo, la entiendo, puesto que uno de los sofás la esconde, todo con el fin de que no intervenga con la propia casa. Por el mal tiempo papá había dejado unos cuantos troncos de madera en la parte trasera, así que voy en busca de ellos, al regresar encuentro a Faye cómoda en uno de los sillones. Ella me mira atenta hasta que puedo hacer algo de fuego para calentarnos.

El silencio nuevamente nos rodea y aunque no quiero estar nerviosa por su presencia, es algo inevitable, y que —lamentablemente—, se nota en mi comportamiento. Todo de ella me pone nerviosa y cuando tomo lugar a su lado, ya es imposible retractarme. Las dos estamos solas y aún tenemos una plática pendiente, no obstante, la tormenta va a ser la que nos dará nuestro momento de intimidad para hacerlo. No quiero hablar sobre el beso —aunque en el auto lo haya hecho—, pero por la manera en que Faye comienza a mirarme, hace que me termine preguntando qué realmente terminaremos haciendo, porque en este punto, yo ya no lo sé.

Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.

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