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• Capítulo 12 •

Y.

En cuanto llegamos a Brown Faye me mira sorprendida y cautivada al mismo tiempo por lo que está viendo. Probablemente la ciudad en donde ella vivía era el doble de lujosa que la nuestra —y seguramente más bonita—, pero nuestra ciudad es digna de aclamación; sus calles limpias, las avenidas con hermosos árboles a los lados, el bello paisaje que es acompañado por el famoso río Bird, conocido en sus alrededores por albergar a una gran cantidad de pájaros cada otoño y primavera, quienes acuden al mismo río para beber o bañarse. Todo aquello sin duda lo vuelve un digno espectáculo de ver.

—Vaya... —exclama Faye mientras se detiene—. Ya veo por qué a la gente le gusta vivir aquí.

—Sí, es encantadora esta ciudad, pero aún así prefiero Belhaven.

—Ambos tienen lo suyo, aunque creo que Belhaven le gana por mucho a Brown. El pueblo cuenta con vistas que en mi vida había conocido.

—Parece que estás encantada con el pueblo.

—Lo estoy —afirma con una sonrisa.

Continuamos el viaje hasta aparcar en una concurrida avenida de Brown. Por las reacciones de Faye —y aunque ella no lo admita—, puedo notar cuánto extraña su ciudad. No sé el motivo completo por el que se mudó, pero siendo ella una mujer tan fina, sigo sin entender qué hace ella aquí, en un lugar tan sencillo como mi pueblo, donde a excepción de los bellos amaneceres y atardeceres, no le puede ofrecer nada más.

—Parece que hay un restaurante por allá —menciona señalando el elegante sitio que se encuentra al frente nuestro.

—¿Aún tienes hambre? —Porque yo sí la tengo, pero tampoco quiero ser una carga. El emparedado solo ha servido para abrirme el apetito, pero no me encuentro en la disposición de comer en un lugar tan caro como al que ella quiere ir.

—Sí, además se ve bien, ¿qué dices? ¿Vamos?

—Yo... —Aparto la mirada avergonzada.

—Te estoy invitando —aclara con cautela—. Esta es mi paga por todas las manzanas que me has dado. Y también por el desayuno de esta mañana, aunque dudo que alguien de aquí pueda igualar la calidad de tu comida.

—No necesitas pagarme con nada, Faye.

—Ni tú a mí, pero aún así lo haces, así que no te mortifiques y vamos, ¿de acuerdo?

—Está bien —digo rendida. Sé que no tiene sentido llevarle la contraria, pues al final siempre logra que ceda a lo que ella me pide.

Me sonríe y con tranquilidad terminamos dirigiéndonos a aquel restaurante.

Como imaginé, las miradas no se despegan de Faye, todos los hombres siguen cualquier movimiento que ella hace, desde su forma de caminar hasta en cómo mueve las manos al hablar. Sabía que ambas seríamos el foco de atención desde el momento en que estacionamos al frente de aquel lugar, porque todos —sin excepción—, se quedaron atónitos ante el automóvil de Faye, porque a pesar de que estamos en la ciudad, un auto así no se ve todos los días.

Ella baja con suma elegancia y termina por dar la vuelta solo para abrirme la puerta. No entiendo por qué ha hecho eso, si ya no nos encontramos en Belhaven donde habíamos estado bromeando. ¿O es que acaso busca que me muera de la vergüenza ante su acto tan servicial frente a todas esas personas que nos observaban? No sé cómo ella puede actuar con tanta naturalidad, si es que casi parece que la devoran con la vista. Lo admito: ella es hermosa. Quizás la mujer más bonita que alguna vez haya visto y entiendo que es imposible no querer mirarla, pero esto es demasiado.

Y casi pareciendo que damos un espectáculo callejero, algunos transeúntes se detienen para admirar el auto y terminan quedándose atrapados con la imagen de la hermosa dueña, pero aún así, Faye con toda la delicadeza del mundo —y a pesar de la errónea idea que se puedan dar de nosotras por su acción—, toma mi mano y me ayuda a salir.

No quiero ser grosera. Supongo que en realidad es mi falta de modales lo que hace que esté confundiendo sus intenciones y que tal vez, es así como ella trata a todo el mundo, así que guardo mis objeciones y decido acariciar sus nudillos, al tiempo que le regalo una sonrisa. Ella como siempre lo retribuye y es de esa manera como ambas por fin nos dirigimos hacia el interior del restaurante.

Nos sentamos en una de las mesas más alejadas del lugar y ahí continuamos con nuestra plática.

—¿Qué tal el viaje? ¿Lo sentiste pesado? —digo mirando los alrededores.

—La verdad no, la vez que me mudé a Belhaven fueron como diez horas en auto, sin contar las horas que me quedé varada en la carretera —ríe y luego toma un momento antes de volver a hablar—. ¿Te gusta el restaurante?

—Sí —menciono alegre—. Jamás había estado en un restaurante que no fuera el R'chester. Esto es como un mundo nuevo.

—Bueno, entonces vamos a pedir algo, tienes que probar todas las cosas de este nuevo mundo.

—Eso se escucha muy tentador —digo intrigada y ella alza ambas cejas.

—Y lo es. —Me extiende un papel y la miro confundida—. Es el menú, aquí está todo lo que puedes pedir —me explica con delicadeza, mientras señala cada cosa—. ¿Qué se te antoja más?

—No lo sé, no conozco nada de lo que hay aquí... ¡Oh!

—¿Qué sucede?

—Esto. —Señalo uno de los platillos del menú—. Lo vi una vez en un anuncio mientras nos dirigíamos a casa de Ana.

—¿Hamburguesas? —Me mira confundida, pero luego suaviza su mirada—. Yoko, estás en la sección de niños —ríe con dulzura—, pero si esto es lo que quieres, no hay ningún problema.

—¡Dios! No lo sabía. —Me cubro el rostro avergonzada—. ¿Segura que no hay ningún problema?

—Claro que no. Si eso es lo que quieres, entonces eso será. —Se gira y hace una seña, en menos de un segundo el camarero se acerca a nosotros.

Ella, como siempre, habla con carácter —aunque conmigo nunca lo hace—, y pide una sopa de champiñones junto a una orden de tostadas francesas, además de la hamburguesa. Aunque es un desayuno, aquí todo parece ser una digna comida para la tarde. Me siento cohibida por todas las personas a nuestro alrededor, quienes elegantemente conversan y comen. Todos visten con ropas caras —o eso quiero creer—, y yo solo puedo esconder mis viejos zapatos debajo del mantel para que nadie los note.

Y aunque Faye por el contrario, se iguala a ellos en educación e incluso en su forma de vestir, ella me ve como alguien de su misma clase social. Me muestra y me explica cosas de su mundo con una paciencia que me llena de ternura. Me pregunto si acaso así me veo yo cuando le muestro de mi mundo. Quizás no somos tan diferentes como creía, pero por la mirada de la gente hacia mi persona, me hace creer que sí.

En cuanto traen nuestra comida es inevitable quedar sorprendida, miro a Faye, quien me ve con dulzura y me alienta a comer. Jamás había visto algo así, pero por el sabor del pan y la carne de res, el tomate y la cebolla, me doy cuenta de que es algo que ya he probado antes, solo que en este momento no sé si el sabor es diferente al que conocía por la presentación o los ingredientes (que seguramente ante la emoción no noto).

—¿Cómo está? —pregunta Faye ante mis expresiones.

—Delicioso —digo sin poder dejar de comer—. Gracias.

—No es nada, me gusta ver cómo estas pequeñas cosas te hacen feliz. —Me sonríe y yo solo puedo regresarle el gesto con más alegría.

Incluso si el día de hoy hubiera estado destinado a verlo todo de gris, Faye sin querer me ha hecho verlo de colores. Me siento a gusto con su compañía, incluso más que antes. Y en el fondo de mi corazón quiero que ella sepa que estoy agradecida por todo lo que ha hecho por mí, porque sin importar cuántas horas trabaje en el R'chester, nunca habría podido darme el lujo de comer aquí y menos algo que por lo que visto cuesta tan caro.

Faye, con una elegancia digna de una princesa, comienza a comer; con pausas toma una cucharada de su sopa y la degusta decentemente. Me mira de vez en cuando y me sonríe a pesar de estar comiendo. Me agrada la atmósfera que se ha formado entre ambas, porque aunque no conversamos mucho, es agradable verla comer mientras escucho atentamente lo que me cuenta de su pasado. Habla de una manera pasional sobre su antigua ciudad y lo mucho que la extraña, pero que aún así, se siente muy cómoda viviendo aquí y no cambiaría eso por nada.

Una vez que terminamos de comer, salimos del lugar. Faye me invita a que demos una vuelta por las tiendas y aunque me niego rotundamente, ella termina por convencerme, sin embargo, aunque mi respuesta al final es un sí, las cosas se tornan un tanto extrañas. Nunca en mi vida había recibido tantos "buenos días" como el día de hoy, porque cualquier hombre que pasa frente a nosotras o se encuentra al lado nuestro, le dice los buenos días a Faye y por obviedad, a mí también. Ella, no obstante, no parece importarle nada ni nadie a su alrededor.

Faye me habla y me sonríe cada vez que puede. Así pasan las siguientes dos horas y cuando al fin siento que es el momento de partir, ella sin reproches asiente y en silencio nos dirigimos hasta el cementerio. Al llegar, con algo de duda decido entrar y aunque en algún momento quiero salir corriendo, Faye toma mi mano y me alienta a seguir. Cuando llegamos a la tumba de Ana noto que todavía se encuentran algunas flores —aunque marchitas—, de su entierro, las cuales me hacen ver que aunque no lo parezca, el tiempo ya ha pasado.

Me es inevitable llorar cuando los recuerdos de Ana conmigo de pequeña comienzan a aparecer como flashes en mi cabeza, pero aún así no digo nada. Con la canasta en la mano saco las flores y las acomodo sobre su tumba. Me hinco sobre el pasto y rezo. Rezo hasta que no resisto más y las lágrimas por fin se me terminan. Faye se mantiene todo el tiempo a mi lado, en silencio, sabiendo que ahora no necesito palabras de aliento, porque aunque he llorado, no es de dolor, sino por el recuerdo, porque la extrañaré sin importar cuántos años pasen.

Me levanto cuando al fin siento que le he dicho a Dios y a ella todo lo que necesitaba decir, y aunque aún me siento con ganas de seguir rezando, ha sido suficiente, al menos por ahora.

—¿Qué hora es? —pregunto mientras me incorporo.

—Pasadas de las cinco —dice mirando el reloj de su muñeca—. Aún hay tiempo para lo que quieras hacer.

—No, está bien. —Me siento sobre una de las bancas que hay cerca y Faye rápidamente me iguala—. Solo quiero estar otro rato más aquí, no sé cuándo pueda volver a venir.

—Puedes venir cuando quieras, yo con gusto te puedo traer. —Acaricia mi espalda buscando calmar mi respiración.

—Gracias —menciono mientras tomo su mano y entrelazo sus dedos con los míos.

—No es nada, Yoko. Viajar no fue...

—No habló de eso —la interrumpo—. Aunque claro que también te lo agradezco, pero me refiero a todo lo que has hecho por mí desde que nos conocimos. Sé que no eres una persona muy social, tampoco eres de las que a todo el mundo le abre las puertas de tu casa y menos le brindas tu confianza, y al contrario, siempre has sido tan amable conmigo. Simplemente no sé cómo pagarte.

—No tienes que pagarme nada, Yoko, porque yo igual estoy en deuda contigo. Solo recordar cuando se descompuso mi auto, cuando te ofreciste a guiarme hasta mi nueva casa para que no me perdiera, cuando me llevaste comida porque estaba herida, incluso con darme una manzana en cada clase. —Sonríe y no puedo evitar hacer lo mismo—. Has hecho muchas más cosas por mí que yo por ti, y creo que eso me deja en una deuda más grande contigo.

—La deuda es mutua. —Enarco una ceja y ella ríe—. Así que entonces, si las dos nos debemos, con los favores de la otra ya saldamos nuestras cuentas, ¿te parece?

—Suena justo. —Acaricia mis nudillos y termina por romper nuestra cercanía.

Con la bella luz del atardecer golpeando su rostro y Faye siendo una magnifica parte del paisaje, es imposible apartar la mirada de ella. Tomo un mechón de su cabello y juego con él por un rato, Faye no dice nada e intuyo que tampoco le molesta. Mi corazón se acelera cuando sus manos van a parar sobre mis piernas y ahí las acaricia con sutileza, al igual que ella, no digo nada y la dejo que continúe, sin embargo, cuando pienso que no hará nada más, me lleva hasta su pecho y como la última vez, me envuelve entre sus brazos. Escucho sus pausadas respiraciones, el pequeño sonido del viento y el crujido de algunas ramas. Me siento en paz y me agrada.

En cuanto nos separamos me detengo a centímetros de su rostro. Tiene largas pestañas. Cejas finas y bien marcadas. Su piel parece suave y lo compruebo cuando con valentía acerco mi mano y acaricio su mejilla. La puedo sentir tensarse ante mi tacto, quizás asombrada por mi acto tan desvergonzado, pero no me importa. Sigo mirándola y cuando llego hasta sus labios, el color de ellos por un momento me hipnotiza. La miro y parece estar haciendo lo mismo conmigo. Quiero seguir más tiempo en esta posición, no obstante, el no poder dejar de mirar su boca me perturba. Me asusta.

Más cuando en mi cabeza se cruza la idea de querer besarla.

Con la vergüenza haciéndose presente, me alejo de ella y le sonrío inquieta. No hay forma de no querer estar cerca de ella, sin embargo, estoy segura que lo que pasó segundos atrás, no es algo que normalmente una persona haría y mucho menos dos mujeres. Aún así, eso no evita que quiera seguir mirándola, detallándola y apreciando sus lindos labios.

Es tarde, pero me he dado cuenta de que Faye comienza a tener mucho que ver con mi felicidad. No sé cómo he terminado siendo amiga de mi maestra, pero cada día siento que la quiero mucho más. Incluso hasta el punto de sonrojarme por su mirada. Es un sentimiento nuevo, que agradezco experimentar solo con ella.

[...]

Después de ese viaje, mi percepción de Faye cambió demasiado. Me encuentro fascinada por toda ella, pero sobre todo por su cercanía, es como si su presencia provocará algo en mí. Sus palabras, sus roces, incluso sus miradas, me hacen sentir confundida. Ese viaje sin duda me cambió, es como si después de regresar, hubiera traído conmigo nuevos sentimientos.

Los días que le siguieron los resumiría de esta manera: Primera semana, ir a la escuela, pasar tiempo con los chicos y luego regresar a casa para hacer mis tareas, trabajar e ir a casa de Faye. Segunda semana, ir a la escuela, pasar tiempo con los chicos y luego regresar a casa para hacer mis tareas, trabajar e ir a casa de Faye. Tercera semana, ir a la escuela, pasar tiempo con los chicos y luego regresar a casa para hacer mis tareas, trabajar, ir a casa de Faye y leer el libro.

Como justo ahora...

Faye está enfrente de mí, la veo atentamente mientras pasa con delicadeza sus dedos por las orillas de las hojas, me mira disimuladamente y luego regresa su vista al libro. Tiene las mejillas sonrojadas, pero tampoco parece querer hablar sobre ello. Me pregunto qué estará pensando, puesto que suspira agobiada y termina por dejar el libro a un costado de ella.

—Yoko, tengo más libros, ¿qué te parece si leemos otro?

—Lo prometiste —digo frunciendo el ceño.

No entiendo su querer de no hacerme el favor de leerme ese simple libro. Lo tal erótico no debe ser tan malo. ¿O sí?

—No, yo dije que sí ibas a la escuela lo iba a pensar, pero aún no he terminado de pensarlo.

—Faye, solo léelo.

—Hagamos esto —menciona con inquietud—, yo lo leo, pero tú tienes que prometerme que mejorarás tu escritura y también tu manera de leer.

—De acuerdo, puedo hacerlo.

—Cada vez que mejores, te leeré un nuevo capítulo, ¿vale?

¿Mejorar? Eso me llevará mucho tiempo y entiendo que lo hace con el fin de ayudarme, pero no entiendo por qué tanto problema con leerme ese libro, es que acaso, ¿no sabe leer? No, no puede ser eso, la he escuchado hacerlo muchas veces cuando está dando clase.

—Bien —agrego molesta—. Ahora lee.

Ella guarda silencio por un momento y por fin toma el libro.

Me apena mucho que la pasta del libro este algo desgastada, pero ella no dice nada al respecto. Me levanto del sillón y me siento en la alfombra para quedar con una mejor visión de ella y también para escucharla con más atención.

—"The Awakening", es una novela de la escritora estadounidense Kate Chopin...

Faye: sus labios. Faye: sus manos. Faye: sus labios. Faye: sus ojos. Faye: sus labios. Faye: Faye y sus labios.

Me aclaro la garganta y sacudo levemente mi cabeza. Me estoy desconcentrando. ¿Pero, por qué mis ojos se van tanto a su boca? Miro el reloj en su pared tratando de refrescar mi cabeza y de tranquilizar mis latidos, no obstante, cuando regreso mi vista a ella, otra vez va a parar a sus labios.

—"Sabía un poquito de español y también otra lengua que nadie entendía, excepto el sinsonte, que, colgado al otro lado de la puerta, desgranaba agudas notas en la brisa con enloquecedora persistencia...

Estoy perdiendo el hilo de la historia, así que decido cerrar los ojos para evitar seguir mirando su boca.

—"El señor Pontellier encendió, al fin, un puro y se dispuso a fumárselo, dejando que el periódico se deslizara indolentemente de sus manos...

Dejo de escucharla y de nuevo me pierdo, pero ahora en mis pensamientos. "¿No crees que Yoko está pasando mucho tiempo con esa maestra?". Esta mañana mientras bajaba las escaleras lista para ir a la escuela, me había topado con mis padres teniendo una conversación que por lo visto tenía de tema principal a Faye y a mí. Aunque no quise ser imprudente, la respuesta de mi madre me obligó a esconderme y escuchar todo lo que decían:

—Supongo, pero no creo que dure para siempre, además sé por la señorita Peraya que no está casada, tal vez deberíamos aprovechar la cercanía de ambas para presentarle a Nick. —¡¿Mi hermano?!—. Ella es una buena mujer, solo le hace falta un buen marido y quién mejor que él.

—Tienes razón, tal vez en la próxima cena que tengamos, puedas invitarla y así presentarlos.

—Me parece una buena idea.

No, no lo es, de hecho, es una pésima idea, porque Faye me ha dicho miles de veces que a ella no le interesa casarse y que mis padres le busquen un pretendiente, solo serviría para alejarnos. Sin contar que yo no quiero verla con alguien. Me gusta el tiempo que me dedica, al igual que sus atenciones, las cuáles siempre son todas para mí. Si ella sale con alguien, eso significa que nuestro tiempo juntas se dará por terminado. Eso sin duda es egoísta de mi parte, porque yo no soy nadie para prohibirle nada y menos si es que quiere comprometerse con un hombre, pero no puedo evitarlo.

No quiero que lo haga, con él ni con nadie.

—"Ella extendió sus manos fuertes y bien formadas, observándolas con expresión crítica y recogiéndose las mangas de muselina por encima de las muñecas. Al mirárselas se acordó de los anillos que había confiado a su marido antes de marcharse a la playa...

Abro los ojos con fastidio. Venía a escucharla leer, pero estoy haciendo todo lo contrario. Miro de nuevo el reloj, han pasado apenas unos minutos, pero yo ya quiero salir corriendo de aquí y no me queda de otra más que hacerlo. Faye me mira confundida cuando le menciono que dejemos la lectura para después porque tengo cosas que hacer. Le digo que por las prisas lo había olvidado. No quiero mentirle, pero tampoco sé qué decirle.

Ella me sonríe comprensiva, aunque veo en sus ojos un destello de alivio. Sé que no quiere seguir leyendo, por lo que no me lleva la contraria o insiste. Por mi parte, termino dejando un sonoro beso en su mejilla para luego salir de su casa.

Todavía deambulo por las calles un rato más. Mi mente me está dando una mala pasada, una que me está haciendo perder la cabeza. Incluso cuando me detengo a pensar que días atrás había observado a Faye y que por un instante quise besarla, no entiendo el por qué. Más allá de ser algo raro —por el simple hecho de pensar en hacer algo así—, me encuentro aturdida por la sensación de querer hacerlo.

—¡Dios, Yoko! ¿En qué rayos estás pensando? —me veo diciendo eso a mí misma en la oscuridad de la noche.

En cuanto regreso a casa no puedo dejar de pensar en ella. Y tampoco deseo dejar de hacerlo. Con ella he encontrado paz, algo que nunca había podido sentir con nadie y por muy extraño que sea, quiero que siga siendo así. Por ahora o para siempre.

.

.

.

Sin embargo, Yoko no contaba con que los días siguientes en realidad serían todo menos agradables. No cuando una noche la primavera tocó a la puerta y dejó a ambas estaciones donde comenzaron: en la incomodidad y el silencio. Porque a diferencia del otoño, la primavera no planeaba irse tan fácilmente.

Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.

Una disculpa, debido a que el martes que tocaba actualización cayo 31, fue difícil siquiera intentar actualizar y al día siguiente fue aún peor ja, ja, ja. Así que bueno, aquí esta la actualización del martes y también, la del viernes. 

-MigadePan

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