• Capítulo 10 •
F.
En cuanto entro al salón los "Buenos días" no tardan en aparecer. Todos toman sus asientos y quedan en completo silencio a la espera de mis órdenes. Hoy no preparé el tema para clase porque simplemente no había tenido cabeza para hacerlo, todo en lo que pienso tiene que ver con ella, con Yoko. El cómo estará, el por qué de su indiferencia, el si habrá vuelto a llorar. Son tantas preguntas acumulándose de golpe en mi cabeza que se me hace imposible poder pensar en algo más.
Miro su lugar, está vacío, sin rastros de ella. ¿Dónde está la joven encantadora que siempre mantiene una magnífica sonrisa en su rostro? La respuesta es clara, pero algo me dice que hay algo más allá de lo que puedo ver. La ausencia de ella sin duda hace un cambio significativo en mi humor y no entiendo por qué. No llevamos mucho tiempo de conocernos, sin embargo, es tiempo suficiente para pensar en ella y en su bienestar.
Es tan extraño... Me siento tan extraña.
Tomo mis cosas y las dejo sobre mi escritorio mientras tanto, ordeno a todos hacer equipos de cuatro. Algo se me debe ocurrir en esta hora y por el momento, no dejaré que mis pensamientos me distraigan de mi trabajo, no obstante, mi plan falla rotundamente, porque se vuelve imposible mantenerme coherente durante todo el día, a pesar de que la clase es tranquila y solo me limité a dejarlos leer, las horas pasan, pero en mi mente no, mi cabeza está en otro lugar, uno muy lejos de Orange y de Belhaven. En un lugar que no sé bien dónde se encuentra, pero que sí sé quién está ahí.
Terminando voy directo a mi casa. No tengo humor para dar una vuelta por algún lugar, sin embargo, siento la gran necesidad de distraerme, o al menos hacer el intento. No suelo salir nunca a excepción de las veces que lo hice con Yoko. Soy una persona bastante amante de la soledad, pero le temo a quedarme sola. Irónico. No lo pienso mucho y termino por salir de mi casa y montarme en mi auto. No sé cómo, pero en menos de una hora estoy aparcando mi auto al final de la carretera.
—Al parecer no han pavimentado por completo las calles —digo para mí misma mientras salgo y me acerco hasta la valla frente a mí. No hay nadie, solo casas a lo lejos y un gran campo de lo que parecen ser son zanahorias.
No sé qué hago aquí y tampoco busco una respuesta, pero me siento extraña. La manera en cómo pasan los sucesos de anoche en mi cabeza, me atormentan. La cercanía nunca ha sido mi fuerte y todo por el hecho de que cuando iba a la escuela de joven, la mayoría de las chicas se metían conmigo para molestarme, según porque era una provocadora y llamaba la atención de todos. Me llamaban zorra porque yo les robaba a sus novios, pero yo no tenía la culpa de que ellos se sintieran atraídos por mí. Jamás fui una persona enamoradiza y por lo mismo rechazaba a todos esos pretendientes, de manera que sigo sin entender por qué decían eso de mí.
La vida en la universidad me hizo darme cuenta cuán despreciables eran —y son—, los jóvenes, la mayoría de mis compañeros hombres no desaprovechaban las oportunidades que tenían cuando me encontraba sola por los pasillos para decirme vulgaridades o faltarme el respeto. Pasé muchas humillaciones y manipulaciones, las cuales me volvieron cerrada a las personas, pero ahora es diferente, todo es diferente.
Aunque desde siempre amé la historia y quería ser maestra para enseñarle a los jóvenes a amar y explorar algo que tanto adoraba yo, es cierto que me desagrada la idea de tener que compartir mis gustos con adolescentes prematuros y hormonales, los cuales muy seguramente no aprecian para nada mi trabajo, pero aún así, eso no me detuvo para hacer lo que yo quería y durante junio, hace un poco de más de tres años, me estaba graduando.
Seguí los pasos que por tanto tiempo anhelé alcanzar. Todo lo manejé en silencio y sobre todo, a distancia. No quería relacionarme con nadie que no fuera Lux, mi hermana, y Samantha, mi mejor amiga. Es un poco raro decir eso a pesar de que ya no somos niñas, pero Samantha tenía un inusual carácter y forma de ser conmigo, con todo el mundo. Al igual que a mí, le gustaba apreciar la soledad, aunque lo único que nos diferenciaba era que ella era una persona bastante social. Tenía muchos amigos, a la par de que era muy bonita. Jamás me atrajo, yo la veía —y la veo—, como otra hermana. Gracias a ella pude pasar buenos momentos en la universidad.
Mi vida ha cambiado desde que llegué a Belhaven y no me arrepiento por eso. Me gusta vivir aquí, sobre todo por el ambiente, la gente, la escuela y por supuesto, por Yoko. Todo ha encajado en mi vida por arte de magia y estoy feliz por eso. Quizá no me imagino teniendo una vida aquí para siempre, pero empezar desde cero en un pequeño pueblo me ha enseñado el valor y la belleza de la tranquilidad y de la serenidad. Y con gusto me dejaré desenvolver por un tiempo en este ambiente.
El hecho de venir a pensar fuera del pueblo ha sido una buena idea, tal vez estaba buscando pensamientos más a fondo que simplemente jamás encontraría o que no creía encontrar, pero manejar las emociones no está a la mano de nadie y tendré que retener cualquier impulso de inmadurez. Ya sé mi motivo de estar aquí, reencontrarme y luego volver a Cleveland para retomar mi antigua vida, solo que esta vez lejos de mis padres y eso haré, porque al final de cuentas no hay nada que me retenga aquí.
O tal vez sí.
Una plática conmigo misma era exactamente todo lo que necesitaba, recordarme el por qué estoy aquí y por qué no debo de ser tan abierta con las personas. Eso es todo. Y me ayudó, porque de nuevo empiezo a tener calma dentro de mí. Me subo al auto y regreso a mi casa. El transcurso es pesado. Aunque he desechado todos aquellos pensamientos extraños, ahora tengo residuos de fuertes sentimientos.
Sentimientos que no sabía que estaban ahí y que lentamente han comenzado a sabotearme sin darme cuenta.
[...]
El esperado miércoles para ver a Yoko al fin ha llegado, pero ella no. La semana pasó tan rápido como pudo y en todo esos días no hubo rastros de la joven por ninguna parte. No quiero parecer intensa, pero me muero por ir a su casa para saber cómo está. Quiero saber si ella necesita alguien con quien hablar o incluso con quien llorar, pero no puedo, no me atrevo ni siquiera a salir de mi casa. Casi me dan ganas de encerrarme y esperar a que mágicamente vuelva a la escuela.
La plática que días atrás había tenido conmigo misma sobre dejar entrar a otras personas a mi corazón la he olvidado por completo, y más cuando la primera semana ha transcurrido sin ella y aunque pude cubrir sus faltas, pronto esa semana se convirtió en dos y luego, casi sin darme cuenta, faltaban solo cuatro días para que se convirtieran en tres. No quiero hacerme malas ideas y pensar en que tal vez Ana ha muerto, a lo mejor solo está teniendo un momento con su tía para crear recuerdos antes de su partida, pero claro, eso yo no lo sé y me juega en contra.
No entiendo muy bien por qué tanta insistencia de mi parte por saber cómo se encuentra ella. Si algo me ha enseñado Yoko es que es una persona capaz de cuidarse por sí sola y sobre todo, guardar refugio para sus debilidades. Aún así, me alivia saber que Katerin tampoco la dejará a su suerte, sin embargo, la angustia me mata y no puedo soportarlo más.
No sé en qué momento del día es, pero termino manejando hacia su casa. A pesar de que me quiero detener en cierto punto —porque es claro que no estoy pensando bien—, no puedo. En un abrir de ojos me encuentro saliendo del auto y caminando hasta la entrada de su casa.
Respiro con tranquilidad cuando veo a Katerin abrir la puerta. Ella me mira entre sorprendida y confundida, pero no dice nada y me invita a pasar. Me ofrece un vaso de agua y avergonzada me niego. Ahora teniendo frente a mí a Katerin no sé qué hacer. ¿Qué debo decir? ¿Qué vengo a ver a su hija? ¿Qué estoy preocupada y que incluso he tenido que salir a despejar mi mente porque su hija no sale de mi cabeza? Es claro que no puedo decir ninguna de las tres, en todo caso, cualquiera se escucha mal.
—¿Cómo se encuentra? —digo nerviosa, ella toma asiento al lado mío y me sonríe con claro cansancio.
—Quisiera decir que estoy bien, pero no es así.
—Ya veo, lamento mucho la situación que están pasando.
—Señorita Peraya —menciona con cierta burla, alejando el pesado ambiente.
—Sí, dígame.
—Yoko está en su habitación, sé que vino a verla a ella —revela. La miro sorprendida y niego con la cabeza exaltada por su comentario—. Está bien, de verdad, vaya a verla, estoy segura que su presencia es lo que necesita, y al parecer usted igual.
—Y-yo venía a saber cómo se encuentran todos. —Trago saliva y ella desvía su mirada al frente.
—Estoy segura de que mi hija le sabrá contar.
—¿No le molesta que suba?
Niega, mientras se pone de pie.
—Es la puerta a la derecha —dice con calidez—. Discúlpela si se pone grosera, Yoko no es una persona que le guste mostrar sus sentimientos a la gente y menos si la hace llorar.
—No tiene por qué disculparse, yo no vine a recriminarle nada, solo a escucharla.
Me mira y suelta una pequeña risa, ahora se ve menos triste.
—Entonces, sí venía a verla.
Me sonrojo y bajo la cabeza apenada.
—No... quiero decir, sí.
—Adelante, vaya. —Me aprieta el hombro incitándome a caminar—. Solo le digo que lleva semanas sin querer ir a la escuela y ojalá que su maestra pueda convencerla de volver a ir.
—Haré todo lo posible. —Le sonrío aún con las mejillas rojas y camino hasta la habitación de Yoko.
Miro hacia abajo de las escaleras y puedo ver a Katerin dándome una seña para que entre al cuarto. No quiero ser invasiva, así que toco la puerta y luego entro. La habitación es pequeña pero espaciosa, todo está bien acomodado, las paredes están pintadas de un rosa pálido, que hacen sentir más cálido el lugar.
—Yoko —digo suavemente cuando la veo recostada sobre su cama.
—¿Faye? ¿Qué haces aquí? —menciona mientras se frota los ojos.
—Vine a ver a mi alumna preferida —exclamo en broma y la puedo ver sonreír débilmente.
Me acerco hasta ella y me siento a su lado. Tiene grandes ojeras y se ve algo pálida, se nota que ha llorado a mares porque sus ojos están completamente rojos. Me da tristeza verla así y creo que ella se da cuenta, pues gira su rostro para evitar mirarme, no obstante, la detengo, acunando su rostro con mis manos.
—¿Cómo estás? —No es la mejor pregunta para iniciar una conversación, pero estando aquí con ella quiero saberlo todo.
—Mal, Ana no lo logró. No me espero. —Frunce el ceño y la obligo a mirarme ante su confuso comentario.
—¿De qué hablas?
—Ana murió antes de que pudiera despedirme de ella... —su voz se quiebra y veo como sus ojos otra vez se llenan de lágrimas—. No me dejó recordarle cuánto la quiero, tampoco me dejó agradecerle por todo lo que hizo por mí. Ella no me esperó.
—Yoko, escúchame —Tomo una de sus manos y la acaricio—. Hay cosas que uno no puede evitar y esta es una de ellas. Estoy segura que Ana sabía cuánto la querías, así que ya no te atormentes.
—La voy a extrañar mucho. —La intento abrazar, pero se aleja de mí y luego me mira frustrada—. No es necesario que se preocupe por mí.
—Eso que pides es imposible. —Aunque no me deja volver a tocarla, si me deja acariciar su cabello y lo hago hasta que logra calmarse—. Tranquila, Yoko, puede que en este momento sea difícil para ti, pero no puedes quedarte estancada por eso.
—No quiero olvidarla.
—Y no lo vas hacer. —Se aferra a su almohada y vuelve a llorar—. No te pido que la olvides, solo quiero que sigas adelante, ¿de acuerdo?
—No sé si pueda.
—Al menos dime que lo vas a intentar.
Se aleja de mí y asiente mientras sorbe su nariz.
—Lo voy a intentar, pero no le prometo nada.
Sonrío.
—Está bien, me conformo con eso. —Acaricio su cabello y la miro atenta—. ¿Irás mañana a la escuela?
—No quiero ir todavía.
—Eso quiere decir que no te veré —digo avergonzada—. Extraño que me des una manzana al terminar nuestra clase.
Estoy segura que el rojo en mis mejillas es digno de burla, pero es verdad. Estos días sin ella han sido extraños por no decir tristes. Ya no veo su cabellera castaña menearse de un lado al otro mientras camina alegremente por los pasillos. Ya no hay nadie que me deseé los buenos días y que me haga sentir la misma emoción de querer regresarle el saludo. Ya no está la joven cautivadora que deja sobre mi escritorio una manzana después de cada clase y que gustosa le agradezco con una emoción de adolescente por el gesto. Ya no está Yoko.
—¿Quieres que vaya? —me dice curiosa y yo asiento sonriente.
—Me encantaría que fueras.
—Entonces... tal vez lo haga.
—¿Lo prometes? —Alzo mi meñique, recordando vagamente mis promesas de niña.
—Lo prometo —dice entrelazando su meñique con el mío—. Ayer terminé su trabajo. Lamento no haberlo entregado a tiempo. —Se aleja y vuelvo a acariciar su cabello.
—Está bien, por ti puedo dejarlo pasar, pero solo por esta vez.
—Pensé que era su alumna favorita —me recrimina con gracia mientras se limpia sus lágrimas.
—Si dejas de entregarme la tarea a tiempo, puede que tu reinado no dure por mucho tiempo.
Ella ríe.
—Me esmeraré por atraer a mi maestra con mis encantos para que siempre guste de mí —dice en broma, pero yo solo puedo reír nerviosa.
—Bueno, entonces tendrás mucho trabajo.
—Seguro que sí. —Me toma de las manos y me sonríe avergonzada—. Lamento haberme comportado mal contigo —dice cambiando de tema—. Es que me apena mucho que me vea así.
—No te preocupes, Yoko, entiendo el hecho de que lo hagas —hago una pausa—, porque al final de cuentas solo soy tu maestra.
Nos quedamos en silencio por un momento, pero rápidamente es sustituido cuando me levanto de la cama y camino hasta el escritorio que hay cerca de una ventana, algo avergonzada Yoko camina hasta mí y me enseña sus dibujos. Cabe decir que son muy buenos, demasiado diría yo.
Me muestra algunos que hizo el día que me conoció y es inevitable quedar cautivada cuando noto un trazo de mí. Entre risas nerviosas me explica que lo había hecho porque tenía un perfil muy bonito y que esperaba que algún día yo posara para ella, pues le gustaría dibujarme mejor. Fascinada por la idea le digo que sí de inmediato.
—Me alegra que haya venido hoy —menciona de repente mientras ambas nos sentamos en el suelo—. Hoy me sentía abrumada, pero en cuanto la vi entrar, mágicamente mi humor cambió.
—¿De verdad? —Me cubro las mejillas temiendo volver a exponer uno de mis sonrojos. Ella asiente mientras me extiende un libro—. ¿Y esto?
—Es para ti —revela y la miro asombrada, porque a pesar de su dolor ella pensó en mí—. Cuando estuve en la ciudad pasamos por una librería y recordé lo mucho que te gusta leer, o bueno, eso fue lo que me dijiste.
—Y fue un regalo acertado —pronuncio sonriente—. Justo me apetecía algo nuevo, gracias.
—De nada, sabía que te gustaría. La señora que me lo vendió me dijo que sería un buen regalo para una mujer. —Alzo una ceja y miro la portada del libro: "The Awakening"—. ¿Qué sucede? —dice preocupada cuando me ve perturbada.
—No, n-nada, la verdad ha sido una buena elección. —Trago saliva y dejo el libro sobre el suelo—. Lo leeré llegando a casa.
—De hecho pensaba en pedirte que lo leyeras para mí, yo... no sé leer muy bien y por eso no disfruto de la lectura, pero estoy segura de que si te escucho leer, tal vez eso cambie.
Oh, rayos.
—Te puedo leer cuando quieras, pero no esto. —Me mira confundida—. Verás, Yoko, yo tampoco he leído este libro. —Me rasco el cuello incomoda—, pero sé de qué va.
—¿No es un buen libro?
—No es eso, Yoko. Es un libro que entre sus variedades también es erótico. —Otra vez me sonrojo hasta las orejas—. No creo que sea buena idea leértelo.
—¿Erótico? —pregunta y asiento—. ¿Qué es eso?
—Que hay muchos besos... —No sé cómo explicárselo y más con esa mirada inocente con la que me detalla.
—No tengo problemas con eso.
—Y también hay muchas caricias.
—No tengo problemas con eso —replica sin darle muchas vueltas, pero yo sé que no ha entendido a qué realmente me refiero.
—El problema, Yoko, es que esas caricias no son como las superficiales que solemos dar. —Dios, no sé elegir las palabras correctas y no quiero ser explícita con ella respecto a estos temas—. Es algo que se extiende y va bajando...
Lo mejor será que me detenga, se nota que no sabe sobre lo que le estoy hablando y tampoco quiero asustarla.
—¿Va bajando? —pregunta y con lentitud asiento—. ¿Cómo a los pies?
Me quiero morir de la vergüenza.
—Puede que sí. —Me aclaro la garganta—, pero me refiero a que esas caricias suelen extenderse a lugares que normalmente no tocaríamos de otras personas... Como entre las piernas.
—Pero entre las piernas está... —Se queda callada y luego me mira aún más confundida que antes—. ¿Y por qué harían eso?
—No importa, Yoko. Mejor leamos otro libro, tengo muchos más, estoy segura que alguno de ellos te va a gustar. Este es para adultos.
—Respóndeme —dice seria—. ¿Por qué harían eso?
—Bueno... —La puerta suena en ese instante y junto con ella, también se baja mi presión. Katerin entra a la habitación y con una sonrisa nos mira a ambas.
Dios, gracias.
—Veo que ambas están muy platicadoras, solo venía a preguntarles si querían cenar. —¿Cenar? ¿Tan rápido se ha pasado el tiempo?—. Hice tortillas con queso y las voy acompañar con algo de tarta con calabazas.
—Con mucho gusto, Katerin —digo intentando salir de esta penosa situación.
—Yo también, mamá.
—Entonces bajen, ya está listo todo. —Asentimos ambas y la vemos salir de la habitación.
—Vamos. —Ambas nos ponemos de pie, pero ella se detiene en el umbral de la puerta.
—¿A qué se refiere con tocarse? —pregunta con intensidad.
Desvío la mirada nerviosa.
—Nada que debas saber, Yoko, ignora todo lo que te dije.
Asiente.
—Todavía quiero leer ese libro —dice para luego bajar las escaleras y dejándome sin poder contradecirla.
Bajo y las encuentro a las dos acomodando una jarra de lo que parece ser agua de naranja sobre la mesa. Katerin amablemente me invita a sentarme y con una sonrisa acepto. Yoko, como la última vez, se sienta a lado mío, pero no dice nada hasta que su madre habla.
—¿Irás mañana a la escuela? —pregunta Katerin con la vista fija en su hija.
Miro a Yoko quien nos regresa la mirada indecisa.
—Sí, iré —dice finalmente—, pero solo si Faye promete leerme el libro que le compré.
—Ya veo... —exclama Katerin confundida, pero para mí suerte sé que ella no preguntará nada—. ¿Entonces? —Me mira ahora a mí—. ¿Lo hará?
Si hay un libro que debería leer Yoko, sin duda es este, pero con mensajes de deseos tan explícitos, terminaré por traumatizar la pobre conciencia de Yoko y acabar con su inocencia. Estoy segura que nadie en esta mesa me entenderá y decirle a Katerin de lo que va la historia, solo servirá para llenarle de ideas raras su cabeza y no quiero que tenga una mala percepción de mí.
—Lo voy a pensar —menciono nerviosa—, pero Yoko primero tiene que ir a la escuela.
—De acuerdo, iré —contesta ella sin darle muchas vueltas.
—Me alegra escuchar eso —dice Katerin con dulzura, pero yo solo puedo suspirar por el lío en el que me acabo de meter—. Ahora vamos a cenar, que se enfría la comida. —Ambas asentimos y comenzamos a comer.
La cena transcurre bien, todas hablamos sin tocar el tema de Ana y aunque en algún momento de la noche Yoko habla sobre querer ir a visitar la tumba de su tía en Brown, la ciudad donde se encuentra enterrada, no se muestra triste, ni siquiera vuelve a llorar. Maneja la situación con calma y me sonríe cuando al terminar su madre le dice que podrá ir cuando quiera, incluso acompañada de mí. Una salida con Yoko no está en mis planes, pero sé que al invitarme a ir con ella, lo ha hecho desde el fondo de su corazón, y sería un delito para mí negarme. Así que sí, al final del día ambas quedamos de acuerdo para ir juntas. ¿Qué sucederá? No lo sé, pero estoy ansiosa por descubrirlo.
Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.
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