• Capítulo 1 •
Y.
Esa clase por la mañana fue todo menos normal. Si bien había entendido que en el instituto ambas haríamos como si nunca nos hubiéramos conocido, me desestabilizó un poco el saludo cordial que la maestra Peraya me dio en el receso. No entiendo muy bien por qué lo hizo, aún así decidí regresárselo.
Tal vez estaba siendo amable por aquella vez que la ayudé en su primer día aquí. Agradezco entonces a todos los cielos por haberle dado una buena primera impresión. Ese día estaba tan cansada, que lo último que quería hacer era ayudar a una desconocida a encontrar un teléfono. Supongo que el hecho de haber visto desesperación en su rostro y a la vez esperanza, fue por lo que me detuve a brindarle una mano.
—¡Tom! —grito en cuanto lo veo a lo lejos, sin embargo, él me regresa el saludo un poco más apagado.
Y como siempre no le tomo importancia a nada a mi alrededor y me concentro solo en el chico de cabellos castaños. Hablamos animadamente por todo el tiempo que dura el receso, ambos explicando las situaciones que habíamos vivido cada uno en nuestras casas. Es entonces que por fin Tom me revela el motivo por el que no había podido ir a desayunar al R'chester el sábado por la mañana y me confiesa lo que Nink anteriormente me había dicho. Como siempre lo comprendo y le digo que pronto visitaré a su hermana para cuidarla, al fin de cuentas la familia de Tom y la mía se llevan muy bien.
Mi madre siempre me repite que tengo permitido salir con alguien, siempre y cuando sepa que los actos que cometa traerán graves consecuencias y que por lo mismo debo ser precavida a la hora de actuar. Aunque para la época estos temas nunca se hablaban y mucho menos en público, el hecho de que mi madre me aclare los riesgos de acciones inmaduras, me agrada, porque eso significaba que ella se preocupa por mí.
Claro, que a pesar de las advertencias que mi madre me da, yo sigo siendo una persona muy inocente. Tanto que la primera vez que me llegó mi mes, pensé que estaba a punto de morir. Luego penosamente me enteré que aquello era normal entre las mujeres y que me ocurriría en todo el transcurso de mi vida, hasta que fuese mayor.
¡Qué horrible destino!
—¿Tu madre ya está mejor? —pregunta Tom y yo asiento mientras termino de comer mi desayuno—. Me alegra saber eso, ¿y tú? ¿Estás bien?
—A veces mis dolores de cabeza se ponen mucho peores, supongo que es por el estrés que tengo en casa y en el trabajo. Fuera de ahí me encuentro bien.
—Ya veo. Por cierto... Anthony y los chicos quieren ir el viernes en la noche a Break a beber, por si te interesa. Solo irán por unos cuantos tragos y nos devolveremos a casa antes de la una.
—¿Y me cuidarás?
—Siempre lo hago. —Es imposible no sonrojarme ante la dulzura de sus palabras—. ¿Entonces, iras?
Claro que iré, si Tom está ahí, entonces yo igual estaré. Sin importar qué, haré cualquier cosa para estar a su lado.
—Primero debo hablar con mi madre, aunque seguramente me dejara ir porque voy contigo, pero el problema será mi padre, ya sabes cómo es él.
Tom asiente dándome la razón, pues conoce el carácter de mi padre.
—Bien, en caso de que no te den permiso por la hora, entonces tampoco iré. Mamá cree que vamos a un autocine, pero si no vas a ir tú, entonces no veo el chiste de mentirles.
Tan comprensivo como siempre. Su personalidad me recuerda a un caramelo, el cual estoy lista para comer.
—¿Quiénes irán? —exclamo curiosa.
—Aparte de nosotros, sólo irán cuatro más, era una salida de chicos, pero los convencí para que pudieras venir.
¿Ninguna chica entonces? Me alivia saber eso.
—Sólo porque yo no vaya, no es motivo para que le quedes mal a tus amigos.
—¿Eso quiere decir que no iras?
—Espera y deja que hable con mi padre, en caso de que no me de permiso, te avisaré.
Él asiente mientras toma sus cosas, la campana está próxima a sonar.
—Bien, si te dan permiso, pasaré por ti a las nueve. —Deja un fugaz beso sobre mi cabello y se retira.
Después de estar con él, no hay nada que amerite describir sobre mi día, a excepción de la maestra Peraya, quien muy elegantemente la veo montar sobre su convertible. Había visto modelos de aquel auto una que otra vez en mis —extremadamente—, pocos viajes a la ciudad. Sin duda era muy bonito. A mi padre siempre le habían fascinado los automóviles y más aquellos de lujo, él deseaba tener miles de autos en su garaje, por lo mismo había querido ser mecánico. Lastima que eso de tener muchos autos para él nunca ocurrió.
Un Dodge Dart, rojo escarlata, tan vivido que de seguro robará miles de miradas por donde fuera que pasé. Ya sea por el auto o por la hermosa dama que lo lleva por dueña, será el centro de atención en cualquier carretera, más con el descapotable abajo.
Bajo con desánimos las cortas escaleras y camino con cautela hasta la parada de autobuses. Mi casa queda a unos veinte minutos y aunque muchas veces lo he transcurrido a pie, lo único que deseo ahora es llegar a mi casa para pedirle permiso a mi padre. Al llegar lo veo a él escuchando la radio en el patio delantero mientras revisa su auto, lo puedo distinguir tomando una cerveza y vaciarla casi de inmediato. Ahora o nunca podré conseguir el permiso, pues supongo que se encuentra ebrio.
—Papá. —Me acerco con sutileza, él me examina corroborando que en efecto soy su hija y luego bufa molesto.
Vaya, qué dulce de su parte.
—¿Qué quieres? ¿No ves que estoy ocupado?
Me recuesto sobre la puerta del auto y le dedico una mirada risueña, esperando a que eso lo ablande un poco.
—Tom me invitó al autocine y quería saber...
—No.
—¿Qué? Ni siquiera he terminado de hablar —protesto molesta.
—Ya sé que me vas a pedir, en cuanto el nombre de Tom esté ahí, querrá decir que me pides permiso para salir con él.
—Por favor.
—No. Largo. No me dejas escuchar mi partido de béisbol.
—Papá, por favor, Tom vendrá por mí a las nueve, regresaremos tarde porque después iremos a cenar. —Necesitaré tiempo y ahora lo menos hilarante es ir a comer.
—Está bien, Yoko, ahora vete —habla entre dientes. Sabía que molestarlo mientras escuchaba su partido es lo que más odia.
—Gracias.
[...]
¿Cómo explicar aquella semana sin contar el viernes por la noche? ¿Normal? No, porque esa semana me tomé más esmero en cada clase, recuerdo haber puesto incluso atención a mi maestro de matemáticas. ¡A él!
Y eso sí que ameritaba decir que fue raro esa semana.
Dos veces más me encontré con la maestra Peraya a la hora de salir, aunque admito ponerme extrañamente nerviosa con esa mujer, le sonrío en cada uno de nuestros encuentros y pese a que ahora entiendo el por qué aparte de nombrarla la maestra más hermosa, también le apodaron demonio andante, quiero seguir siendo bastante respetuosa con ella. Nunca hemos tenido ningún choque o un intercambio de miradas desafiantes, no, muy al contrario de lo que se dice sobre su persona y de lo poco que he visto, la maestra Peraya siempre ha sido muy amable conmigo.
Volviendo a la actualidad, hoy es viernes. Papá ni siquiera está en casa y seguramente llegará borracho sólo para acostarse a dormir. Haberle o no pedido permiso, no habría hecho mucha diferencia, pero prefiero mejor contárselo a sabiendas de que si se entera de algo, puedo usar a mi favor el hecho de haber pedido permiso antes de salir, que llevarme un castigo por no hacerlo.
Escucho la puerta sonar justo a las nueve en punto, Tom como siempre es muy puntual.
—¡Mamá, ya llegaron por mí! ¡Vendré antes de la una! —grito desde las escaleras y apenas escucho un "está bien" en respuesta, salgo corriendo hacia la puerta.
Tom me espera con esa característica sonrisa suya que tanto me fascina. Se encuentra vestido con unos pantalones marrones y una camisa de cuadros de una talla más grande, está muy bien peinado como para una simple salida al bar, pero aún así se ve bastante guapo.
—Te ves muy bonita.
—Gracias —digo casi en un susurro ante la veracidad de aquellas palabras, las cuales han arrasado en mi interior.
—¿Nos vamos? Los chicos nos están esperando.
Asiento y nos encaminamos hasta su auto.
La vieja, pero bien cuidada camioneta del padre de Tom, siempre ha sido nuestra fiel compañera para cada viaje que hemos tenido. Tom comenzó a manejar desde los doce y ahora con dieciocho años, maneja como todo un profesional. Y debía agradecer por eso, pues si no fuera por él, yo nunca hubiera aprendido a manejar.
En cuanto llegamos al Break, lugar conocido por ser popular entre los jóvenes, el cual es una bodega extremadamente grande que se divide en dos secciones. Puedes estar un segundo bebiendo tranquilamente y luego pasar al otro lado, donde una serie de habitaciones esperan por si deseas alquilarlas.
¿El motivo? Bueno, no hay que ser muy inteligentes para saber el por qué.
Yo siempre he sido muy tranquila en el aspecto de salir a este tipo de lugares y por lo general nunca vengo, pero el hecho de que Tom me lo pidiera, era como si en vez de pedirme acompañarlo a beber con sus amigos, en realidad me estuviera proponiendo salir a solas con él. Y yo le diría que sí a todo lo que él me pida.
Anthony, el mejor amigo de Tom, siempre es el motivo para salir a lugares así, él tiene una personalidad alocada y excesivamente impulsiva, y por lo mismo, estas diferencias a veces hacen que me pregunte cómo es que Tom había terminado siendo amigo de él. Ambos son polos opuestos... pero en ciertas ocasiones se complementan muy bien.
—Sentémonos aquí —dice Brad, otro de los amigos de Tom.
Todos terminamos por llenar una mesa de la esquina. No ha pasado ni un minuto cuando los chicos ya están pidiendo tragos de manera exagerada. Tom igual lo hace, pero prefiero no decir nada, sin embargo, para mí pide una soda. Agradezco el gesto de que no me pregunté si quiero beber con ellos o de simplemente traerme un trago sin antes consultarme. Eso sin duda me habría decepcionado mucho.
—Gracias —le agradezco. Él me sonríe y termina por tomar asiento al lado mío.
—¿Supieron que Kevin embarazó a la hija del granjero William? —Todos, incluso yo, paramos de beber y lo miramos atónitos—. De verdad, chicos, ¿en qué mundo viven?
—Bueno, pero cuenta ya —suelta con impaciencia Anthony.
Río por lo bajo, parece una noche de chicas donde contamos un sinfín de chismes. No sabía que a los hombres también les atrajera tanto saber sobre esos rumores y no rumores, aunque admito que es divertido.
—Sí, al parecer no estaban en una relación formal, cosa que enojó más a sus papás, aunque al final se terminarán por casar. Qué asco.
—Tendrá que trabajar como granjero en el rancho de la familia de la novia. —Brad dice y pasa una de sus manos por sus rizados cabellos.
—A mí me agrada eso de formar una familia, tener hijos y una hermosa esposa —suelta de imprevisto Tom y siento que me sonrojo hasta la médula.
No sé con qué propósito ha dicho eso, pero espero que sea una digna señal del cielo para que algo entre los dos pase.
—No arruines tu vida, amigo, aún hay muchas fiestas que celebrar. —Anthony se pone de pie y alza su tarro de cerveza, los demás chicos lo imitan y entre risas chocan sus tarros.
Por muy alocados que puedan llegar a ser los amigos de Tom, él siempre ha sido muy tranquilo y amable, espero que nunca cambie él en ese aspecto.
Llegadas las once de la noche los chicos deciden que es hora de entrar en ambiente y un tanto tomados, hacen hasta lo imposible por manejar hasta la casa de Anthony. Vamos a un guateque, que para mil novecientos sesenta son esos encuentros a media tarde los fines de semana en la casa de alguien del grupo de amigos para bailar lo que suena en un tocadiscos. Sólo que hoy haríamos una excepción, un viernes en la noche.
Estoy realmente emocionada por eso. Había ido sólo tres veces a la ciudad y todo porque la hermana de mi padre había estado enferma, con el propósito de cuidarla aprovechaba para mirar las tiendas y restaurantes que había allá. En todas esas ocasiones anhelé escuchar algo de "música", cómo le decían mis amigos. Pues aunque sonara demasiado penoso, nunca antes había escuchado aquello. Esperaba hacerlo esta noche.
Aparcamos unas cuantas calles antes de la casa de Anthony. Brad y Rob, otros de los amigos de Tom, decidieron bajar en una tienda para comprar más trago. Yo, por supuesto, los acompaño. Tom lo hacía, yo lo seguiría. Desgraciadamente ocurre lo inimaginable y es que justo cuando los chicos terminan de pagar, a Brad se le ocurre la magnífica idea de tomar unas cuantas cosas y esconderlas en su chaqueta. Y como ya se imaginan, termina siendo una terrible idea, porque el dueño se da cuenta, por lo que sin esperar, terminamos huyendo antes de que él llame a la policía.
De esa noche me imaginé muchas cosas, pero jamás pensé encontrarme con cierta persona. Dicen que el destino no existe, que todo pasa porque Dios así lo quiere, y ahora estoy segura de eso.
Otoño e Invierno.
Ahí fue cuando comenzó lo que diría yo, mis días en invierno. Porque por primera vez dejé ir a mi querido otoño, a pesar de que sus preciosos ojos me suplicaban que no lo hiciera, pero la silueta de una hermosa mujer había sido más demandante que mi amado Tom.
Justo cuando todos salimos corriendo entre risas, en el camino Anthony choca con alguien, él, por supuesto, no se detiene, ni ninguno de los demás, pero para mí es muy diferente y más cuando noto de quién se trata. La puedo escuchar gemir de dolor cuando cae estrepitosamente al suelo. Tom, quien hasta ahora me lleva tomada de la mano, mantiene mi corazón aún más acelerado que esa agitada corrida. Doblamos en una calle, pero yo ya no puedo seguir y más al saber que la maestra Peraya se encuentra allá sufriendo sola.
¿Y si la herimos? No quiero sentirme culpable por dejarla ahí, no obstante, tampoco puedo delatar a los amigos de Tom, sin embargo, sí puedo hacer algo, y es fingir que voy pasando por allí y ayudarla.
Me detengo y conmigo, también Tom. Él me mira aún con una sonrisa en su rostro, entonces tengo que soltar su mano para que sepa que quiero decirle algo con seriedad.
—¿Qué pasa? —pregunta ahora preocupado—. ¿Es por no haber pagado? No te preocupes, lo haré después, tu padre no se enterara.
Niego un tanto nerviosa por lo que voy a decir.
—Tiramos a alguien en el camino mientras huíamos, debería ir a ayudar.
—Nos están esperando los demás, Yoko. No hay tiempo —dice impaciente—. Déjalo así, después nos disculpamos, ahora vamos a casa de Anthony.
Quiere volver a tomar mi mano, pero me niego.
—Ve tú, de todas formas no pensaba bailar ni mucho menos beber. Nos vemos mañana y si vas al restaurante, te daré una porción más de tocino. —Dejo un beso sobre su mejilla y rápidamente me pierdo en la oscuridad de la noche.
No entiendo cómo, pero no sólo he rechazado a Tom, sino que también me he tomado el atrevimiento de darle un beso. Eso nunca antes lo había hecho y no sé si algo así ha estado bien o mal. No escucho sus pasos seguirme, por lo que imagino que Tom se ha ido. Me decepciona un poco el hecho de que no me siguiera, pero estoy segura de que esta muriendo por disfrutar la noche con sus amigos. Así que lo dejo pasar.
Justo cuando doblo la cuadra, puedo ver a la profesora Peraya todavía en el suelo, sólo que se hizo a un lado para sentarse en la banqueta. Su vestido sencillo color azul ha quedado totalmente arruinado, ella, sin embargo, masajea con delicadeza su tobillo.
—¿Profesora Peraya? —digo con aires de confusión, intentando que mi numerito y actuación de callejón, funcione.
Ella alza la mirada asustada, aunque rápidamente la relaja al notar que se trata de mí.
—Oh, es usted, señorita Apasra... Un gusto verla, aunque no sea en el escenario más adecuado. —La formalidad y la elegancia no la pierde ni tirada en el suelo.
—¿Se encuentra bien? —pregunto preocupada.
Ella niega y un suspiro de frustración sale de sus labios.
—Unos mocosos que se creen dueños de la banqueta pasaron corriendo como caballos desbocados y me llevaron en el paso —menciona con molestia.
Hago una mueca, intentando no revelar mi teatro y pedirle disculpas de rodilla.
—Déjeme ayudarla. ¿Se puede levantar? —Niega nuevamente y con rapidez me acerco hasta ella para brindarle una mano—. ¿Qué sucede? —digo cuando la escucho quejarse.
—Creo que me he lastimado realmente el tobillo.
Sin discreción paso una de mis manos por su delicada cintura y por fin podemos mantenernos de pie.
—Es para que no se caiga —aclaro tontamente, intentando que no se malinterprete lo que acabo de hacer. Ella, sin embargo, asiente y en respuesta pasa una de sus manos sobre mi cuello para que ambas podamos mantenernos en un posición más cómoda.
—Estamos lejos de su casa —exclamo inquieta. No puedo dejarla ahí, ni siquiera puede estar de pie por sí misma—. ¿Vino en su auto?
—Sí, sólo que lo aparqué en la esquina de enfrente —dice señalándolo y rápidamente lo ubico—. No creo que pueda llegar por mí misma.
—Y no lo hará, porque yo la ayudaré. —Con lentitud y cuidado logramos cruzar la carreta y sin dificultad llegamos hasta su auto—. La llevaré a su casa, así que suba del otro lado.
—Espera, ¿al menos sabes manejar?
Asiento con una leve sonrisa. Tom me había enseñado, pues mi padre se niega a enseñarle eso a una mujer.
—Un amigo me enseñó. —Con cuidado la ayudo a entrar al auto, seguidamente me apresuro a rodear el auto y entrar en él—. Sólo que digamos que tampoco soy la mejor, desde que me enseñó no he tenido la necesidad de ponerlo en práctica.
—Dioses, esto es muy irresponsable de mi parte, pero si no fuera porque ni siquiera me puedo mantener de pie, hubiera manejado yo.
No lo dudo.
—No se preocupe, no he matado a nadie mientras he estado al volante.
—Vaya, qué gran alivio me da escuchar eso —suelta con sarcasmo, pero no deja ver ni una pizca de molestia, al contrario, parece divertida.
Con precaución comienzo a manejar, intentando vagamente recordar aquellos días de práctica al lado de Tom. Por suerte, rápidamente tomo correctamente las riendas y manejo lo más decente que tengo permitido hacerlo.
Me siento realmente mal por no haber podido acompañar a Tom a pesar de que casi me lo pedía a gritos, pero sé que si no ayudaba a la maestra Peraya, la culpa me carcomerá cada vez que la viera y no quiero eso.
Como todo adulto responsable, la maestra Peraya me da indicaciones en todo el transcurso hasta llegar a su casa. Justo cuando me detengo con brusquedad al frente de su vivienda, ambas nos quedamos en silencio por un rato.
¿Qué sigue ahora? ¿Entrar juntas?
—Supongo que también tendré que ayudarla a entrar a su casa —me arriesgo a decir.
—Jamás creí que esos tres escalones para llegar a la puerta, en realidad serían un problema —suspira con pesadez—. No quisiera molestarla de nuevo, pero creo que no tengo otra opción.
Asiento, porque en realidad no representa un problema para mí. Abro la puerta y con rapidez salgo del auto para colocarme al lado de ella. Repetimos la misma acción que minutos antes y con lentitud caminamos hasta su casa, subimos con cuidado los escalones para poder por fin llegar hasta la puerta.
—Creo que será mejor que se recargue en la pared —digo inquieta—. ¿Dónde tiene las llaves?
—En mi bolso —menciona con dificultad mientras se tambalea en el mismo lugar—, pero quedó dentro del auto.
—Sujétese bien, iré por él —exclamo y ella asiente mientras se toma del barandal de la entrada.
Con rapidez corro hasta su auto. En cuanto estoy de nuevo al lado de ella, abro con desespero la puerta. Tengo algo de vergüenza por entrar a su casa, porque para cualquiera persona su hogar es un lugar al cual considera sagrado e íntimo. Y ahora yo estoy a punto de invadir su espacio.
—Permiso —digo y sin poder evitarlo, un repentino calor se apodera de mis mejillas.
"Oh, Yoko, en qué lío te metiste", me digo a mí misma, pero es muy tarde, porque la maestra ya ha cerrado la puerta y ahora sólo somos ella y yo en la intimidad de su casa.
Recuerden votar y seguirme, se los agradecería mucho. Besos.
Actualizaciones: Martes y viernes (abierta permanentemente a cambios).
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