EPÍLOGO
Estoy sentada en un banco, cerca de la carretera. Espero a mis padres, que vendrán a recogerme para llevarme a casa. Cuando les conté lo que me había pasado insistieron, como es lógico, en ir a por mí de inmediato. Está anocheciendo y los rosas y violetas pintan el cielo estrellado, donde la luna está ausente. Una farola se enciende a mi lado y, aunque aún no es necesaria, me reconforta. No me apetece quedarme sola y a oscuras.
Todo ha pasado muy rápido. Mariela me ha acompañado a la enfermería, donde me han dado un antiinflamatorio, algo para el dolor y aplicado pomada en los moratones. Tengo unas marcas oscuras en el cuello que tardarán en curarse. No me he fijado demasiado en el espejo, pues el miedo me ha hecho apartar la mirada al instante.
No sé exactamente qué ha pasado con Daniel. La policía ha llegado y me han hecho unas cuantas preguntas. Con ayuda de Mariela he relatado lo que ha pasado, teniendo que parar para beber agua en varias ocasiones por el dolor de garganta. Han sido muy amables y, cuando han terminado, me han dado permiso para irme a casa, lo que me ha causado un alivio inmenso.
He ido a mi cabaña para hacer la maleta, pero no he tenido fuerzas. Me he puesto a llorar, desesperada y Mariela ha tenido que calmarme. Tras una ducha con su ayuda, me he vestido y he cogido lo importante, pues mi amiga me ha prometido que ella se encargará de guardarlo todo y llevármelo en un par de días, cuando vuelvan con los chicos del campamento. Han decidido continuar con la actividad, aunque no de forma normal. Todos se han enterado de lo que ha pasado, pero muchos de los niños no tienen medios para volver a casa unos días antes, por lo que van a pasar los días que quedan intentando mantener la normalidad, sobre todo por los más pequeños.
Mariela ha estado casi todo el rato a mi lado, hasta hace unos minutos que le he pedido que se marche, pues quiero estar a solas. En realidad, no me apetece demasiado estar con ella. Me ha dicho varias veces que se arrepiente de todo lo que ha pasado con Román y mi respuesta siempre ha sido la misma: que lo hablaremos más adelante. La conozco, sé que está arrepentida y que, en el fondo, no es mala persona. Todos cometemos errores, lo sé de primera mano, pero en este momento me es imposible no guardarle rencor.
También, cuando he salido de la cabaña, ha venido Coral, que se encontraba en otra parte del bosque cuando el incidente ayudando a un chico que se había torcido el tobillo y ha tardado en llegar al campamento. Me ha abrazado con fuerza, preguntándome si estaba bien y no he podido evitar ponerme a llorar de nuevo. En ese momento, era yo la que no paraba de disculparse y ella ha hecho lo mismo, diciendo que puede que hubiese exagerado y que no debería haber dejado que un chico nos separase. Sé que no es cierto, que le duele, pero agradecí muchísimo sus palabras y que me diese la oportunidad de volver a ser su amiga. Lo que me hizo pensar en Mariela y Román, decidiendo empezar a trabajar en ello en cuanto volviese a la normalidad.
Doy un trago de agua y miro al horizonte, donde los árboles ocupan los dos lados de la carretera. Comienza a refrescar, pero mi sudadera amarilla del campamento, la que no me puse el primer día porque me estaba pequeña, ayuda a paliar el frío. Disfruto del silencio e intento relajarme, pero mi corazón aún sigue acelerado. Creo que voy a tardar en volver a la normalidad.
De repente, veo una figura que se acerca y, tras el miedo que me atenaza el cuerpo durante unos segundos, me doy cuenta de que es Román. Su silueta, alta y desgarbada, se acerca con las manos en los bolsillos y la cabeza agachada. Cuando está lo suficientemente cerca, me doy cuenta de que tiene el pelo negro revuelto y parece que, tras todo lo que ha pasado esta tarde, el color no ha vuelto aún a sus mejillas.
—Hola.
—Hola.
Tras mi respuesta, se sienta a mi lado. Nos quedamos en silencio durante unos minutos que parecen eternos. La distancia que nos separa, a pesar de ser solo unos centímetros, parece más grande de lo que es. Se me encoge el corazón al recordar cómo empezamos el campamento y la situación en la que estamos ahora.
—Julieta, lo siento mucho.
—No te disculpes, por favor. Nos hemos portado los dos como unos idiotas. Nuestra relación iba mal y no hemos sabido enfrentarlo. —Doy un trago a la botella, pues a pesar de los calmantes aún me arde.
—No solo es lo de Mariela, Julieta —dice mientras se gira y pone su mano en mi mejilla, haciendo que le mire—. Me tenía que haber dado cuenta de lo de Daniel. Ha estado todo el mes muy enfadado contigo, aprovechando que no estábamos bien para meter mierda en cualquier momento. Si lo hubiese parado, a lo mejor...
—No, por favor —le corto poniendo mi mano en la suya y percibiendo una sonrisa en sus labios a mi contacto—. Me niego a dejar que te culpes de esto. Ha sido una locura, Daniel no está bien y necesitará mucha ayuda.
—Pero eras mi novia, debí darme cuenta. Debí cortarlo antes de que fuese a más.
No paso por alto que ha dicho que ha hablado de mí como novia en pasado. Es normal, no esperaba retomar nuestra relación ni tampoco quiero hacerlo, pero, aun así, duele un poco.
—Ha sido una locura, Román. Nadie podía esperarlo. También ha sido mi culpa. Tenía que haberle contado a Fran lo de María en cuanto me enteré. Le hubiesen echado del trabajo y nada de esto hubiese pasado. —Román aparta su mano y siento un vacío en el lugar donde había estado. De repente, caigo en algo—. ¿Cómo está María?
—Bien, dentro de lo que cabe. Me ha dicho Coral que aún está un poco en shock, pero está con sus compañeras en la cabaña y parece más tranquila. Las está vigilando hasta que lleguen sus padres a recogerla y pueda hablar con la policía.
Asiento, aliviada. A pesar de todo lo que ha pasado, me es imposible guardarle rencor. No es solo lo que le ha hecho Daniel hoy, seguro que ha pasado en otras ocasiones y eso me da más rabia que cualquier cosa que haya podido hacerme a mí. Espero que pueda afrontarlo y recuperarse, aunque imagino que no va a ser fácil.
—Estamos apañados, ¿verdad?
La frase de Román me hace sonreír. Abre sus brazos y los apoya en el banco, colocando su mano en mi hombro y acariciándolo mientras mira al cielo. Ese contacto me resulta muy reconfortante, pues consigue transmitirme tranquilidad y cariño, cosa que nos faltaba desde hace mucho tiempo.
—¿Por qué hemos terminado así? —pregunto en voz alta, pero más para mí misma.
—No tengo ni idea, Julieta. Puede que no estuviésemos destinados.
—O puede que no fuese nuestro momento.
—O que somos los dos un poco idiotas.
No puedo evitar ponerme a reír con su comentario, lo que me provoca un ataque de tos. Pongo la cabeza entre las piernas e intento beber agua, aunque necesito varios intentos hasta que lo consigo. Román se ha incorporado y está dándome golpes en la espalda, preocupado. Cuando consigo calmarme, le miro y puedo reconocer al que fue antes de llegar al campamento, el chico al que quería, aunque un poco cambiado. No volveremos a ser lo mismo, pero puede que, con el tiempo, podamos recuperar la amistad que nos llevó a esta relación fallida.
Le abrazo por la cintura y, aunque parece sorprendido por un segundo, rodea mis hombros y me acerca a él con dulzura. Coloca su mentón en mi cabeza y nos quedamos un rato en esa postura. Levanto la cabeza y nos miramos. No sé por qué, pero un impulso me recorre y le doy un ligero beso en los labios. Es bonito, sincero y nos deja a los dos con una sonrisa en los labios.
—Me parece que este puede ser un buen final para nuestra relación, ¿verdad? —pregunto.
—Siempre has sido una experta en finales felices —responde, sacándome una sonrisa al ver que vuelve a ser el cafre de siempre, y nos separamos—. ¿Quieres que me quede contigo a esperar a tus padres?
—No hace falta. Os habéis quedado sin personal y los chicos estarán revolucionados.
—¿Segura?
—Estaré bien —digo mientras le empujo levemente.
Al principio, opone resistencia, pero después avanza hacia el campamento, no sin antes dedicarme una de sus bonitas sonrisas. Estoy un poco más calmada tras nuestra conversación. Siento que aún nos quedan muchas cosas que hablar para volver a retomar nuestra amistad y puede que nunca volvamos a hacerlo, pero es lo que necesitaba ahora. Me vuelvo a sentar en el banco. Mis padres no tardarán en llegar.
—¡¿Cómo estás?!
La voz de Martín me provoca un sobresalto. Llevo la mano a mi corazón y lo miro, enfadada. Su cara de preocupación se transforma y comienza a reírse de mi reacción.
—¡No es gracioso, Martín! Casi me da un infarto. —Le golpeo en el brazo mientras se sienta a mi lado.
—Lo siento, de verdad. Es que tendrías que haberte visto la cara. —Se pone más serio, tal vez dándose cuenta de todo lo que he pasado—. Perdóname, por favor. No tenía que haberte asustado.
—Da igual. Creo que podré soportarlo.
Sonríe y, a pesar de todo, consigue que me siga derritiendo con ello. No hemos podido hablar en toda la tarde y lo agradezco. No sé cómo podría haber reaccionado. Cada uno hemos estado centrados en nuestras cosas, seguramente él ha tenido que lidiar con los acampados, la policía, los padres de María... Ahora que me fijo, parece bastante cansado. Unas bolsas oscuras adornan sus ojos.
—¿Cómo estás? —repite.
—Odio esa pregunta...
—Lo sé y no tienes que responderme, si no quieres.
—Estoy...
¿Cómo estoy? Nadie en mi situación podría responder que "bien", después de todo lo que ha pasado. Pero tampoco creo que esté tan mal como debería. Puede que sea el shock o los calmantes para el dolor, pero las conversaciones que han seguido al incidente han empezado a sanar algunas heridas y esa sensación siempre es placentera.
—Estoy, simplemente.
Es la mejor respuesta que se me ocurre y parece que le convence, pues asiente y mira al frente, agazapado con los codos apoyados en las rodillas.
—¿Todo bien con Román? Os he visto hablando y no me he querido acercar, por si acaso resultaba incómodo.
—¿Nos has estado espiando? —pregunto en tono jocoso y respondo a su pregunta—. Sí, más o menos. No estamos juntos, pero creo que podemos volver a ser amigos. Con el tiempo.
—Me alegro —contesta mientras se gira a mirarme—. ¿Sabes? Me siento muy mal por haberme interpuesto en vuestra relación. No tenía que haber...
—Para. —Lo corto, haciendo que me mire con extrañeza—. Estoy cansada de que la gente me pida perdón. Los únicos que nos hemos cargado nuestra relación hemos sido Román y yo. Si quieres debatir, podemos hacerlo en otro momento, porque ahora no me apetece nada hablar de ello.
—De acuerdo. Imagino que tampoco querrás hablar de lo de esta tarde.
Niego con la cabeza y, sin quererlo, comienzo a temblar. Recordar a Daniel presionando mi cuello, con esa locura en sus ojos, me produce un malestar que voy a tardar en olvidar. Noto cómo Martín duda a mi lado, pero, tras varios intentos, acaba pasando su brazo por mis hombros. Los temblores comienzan a parar y apoyo mi cabeza en su hombro, sintiendo cómo mis hormonas, traidoras, reaccionan a su olor.
—Mis padres estarán a punto de llegar —digo tras un largo silencio. En mis palabras va implícita una petición.
—No voy a irme, Julieta. Quiero que pasemos este rato juntos y, como tu jefe, me niego a dejarte sola.
—Mierda, ¿vas a usar la carta del jefe?
—Por supuesto —responde, sonriendo—. Julieta, ¿te gustaría que nos viésemos? Es decir, cuando vuelva a casa. Podemos quedar para tomar una cerveza o salir de fiesta o, ya sabes, cosas juntos... bueno, si te apetece claro.
Verle tan nervioso me parece tan adorable que reprimo las ganas de plantarle un beso en los labios. Nunca lo he visto así y eso me hace comprender lo poco que nos conocemos. A pesar de haber pasado mucho tiempo juntos este mes nos quedan mil cosas por descubrir el uno del otro. También podemos ver si esa pasión se puede convertir en amor o morir en la orilla. Pero, sinceramente, en estos momentos y después de tantos problemas, creo que es el momento de pensar en mí.
—Te aceptaré la cerveza, pero no antes de que empiece el curso. Creo que necesitaré lo que queda de verano para centrarme.
Con su mano libre acaricia mi mejilla y nos miramos con una mezcla de cariño y pasión. Acerca sus labios a mi frente y posa un dulce beso para, después, volver a apoyarse en el banco dejando su brazo aún sobre mis hombros. De repente, la brisa trae los olores de la montaña, llenando mis fosas nasales y trayendo recuerdos de mi primer campamento, cuando era una pequeña y regordeta niña que llegaba con ilusión y un poco de miedo, esperando pasar unos días divirtiéndome, conociendo a gente y sin echar mucho de menos a mis padres. Cada año se repetía la emoción, cada año era mejor que el anterior.
Y mira dónde estoy ahora, creciendo, aprendiendo, recomponiéndome. Porque hay algo de lo que me he dado cuenta y es que, por mucho que lo intente, nunca será como el primer verano.
FIN
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