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9

Hacía mucho tiempo que no me dolía tanto el estómago. Es lo que pasa cuando te callas las cosas, se van haciendo un nudo poco a poco dentro de ti y cuando te das cuenta es demasiado tarde. Llevo todo el día con unos pinchazos que, al principio, pensaba que era que mi amiga de todos los meses venía a visitarme; pero, tras comprobarlo varias veces, me di cuenta de que esa sensación me está atacando cuando veo a mis chicas. Mejor dicho, a María.

Sé que debería contárselo a Fran o, al menos, a Martín, pero las dudas que me asaltan de si es o no lo correcto no me dan el valor para enfrentarlo. Al final Daniel tiene un poco de razón, solo se llevan dos años y, en otra situación, no estaría mal visto. Lo que pasa es que las relaciones de monitores con acampados está terminantemente prohibida, y vale que nos saltamos las reglas cuando queremos, por ejemplo con el alcohol, pero esto implica a una de mis chicas y a un tío que conozco y no me gusta nada cómo trata a las mujeres.

Estoy sentada viendo el partido de baloncesto del grupo de Román contra los chicos más mayores. Hemos hablado de lo de anoche y, además de darme las gracias por no contar nada de lo que vi, me ha dicho que Daniel está muy arrepentido y más cosas de las que he desconectado enseguida porque sé que son mentira. No sé si el destino querrá ponerme más trabas, pero me gustaría que esta noche me dejase pasar un buen rato a solas con mi novio buenorro al que mi piel echa bastante de menos.

—¡Vamos, Fidel! ¡Patéales el trasero!

Las chicas se han venido a animar a sus compañeros y estamos haciendo cánticos y riéndonos de nuestras propias ocurrencias. No se han quejado mucho por los deportes; es más, incluso habían ganado algunos partidos y estaban muy contentas con ello. Este es el último partido del día y a pesar de que estamos todos muy cansados no pueden evitar sentirse eufóricas.

María no me ha dirigido la palabra y lo agradezco, pues no quiero verme obligada a tomar medidas con ella. No sé por qué, pero tengo la sensación de que no deja de mirarme con cara de odio, aunque sabe mantener la compostura. Creo que no ha contado nada a sus compañeras, si lo ha hecho fingen todas genial porque no han tenido ninguna subida de tono conmigo. 

Mis pensamientos hacen que la busque con la mirada, dándome cuenta de que tiene sus ojos clavados en mí. Esa es la expresión a la que me refería, parece que quiere sacarme los ojos. Le sonrío y saludo con la mano, haciendo que vuelva a mirar al partido. Sé que me estoy ganando su odio con todo esto, pero es un tema complicado y no pienso ceder más en ello.

—Te veo muy concentrada en esa chica, ¿algún problema?

La voz de Martín interrumpe mis burdos intentos de intimidación. Se sienta a mi lado y desde aquí puedo notar que ha estado haciendo deporte, pues su olor a sudor inunda mis fosas nasales y, a pesar de lo que pudiese parecer, me resulta agradable. Cosa de las hormonas, supongo. Sobre todo de las mías, que están revolucionadas. 

—Ninguno —respondo un poco nerviosa—. Bueno, los de siempre: me cuesta hacerme con ellas.

—Es normal, sobre todo si las miras de esa manera. 

Me encojo de hombros sin saber qué contestar. Las chicas han bajado a animar a su equipo, que no sé exactamente cuál es porque parecen ir con los dos. Le miro con disimulo, parece concentrado en el partido. Lleva una camiseta roja y unos pantalones cortos y no sé cómo lo hace, pero me resulta muy atractivo con el pelo rubio sudado y los músculos de sus piernas marcados. Siempre me han gustado los hombres en ropa deportiva, no sé por qué.

—Lo siento, pero tengo que preguntarlo: ¿por qué parece que acabas de correr una maratón?

Se gira y sonríe mientras me mira a los ojos. Solo espero que no se de cuenta dé que los colores tienen que haber subido a mis mejillas, pero estoy segura de que se ha percatado porque su sonrisa parece hacerse más grande.

Soy idiota, lo sé. ¿Qué narices me pasa?

—He estado acompañando a los pequeños en la carrera de campo a través, como "liebre" para que no se pierdan. Estoy menos en forma de lo que pensaba —responde llevándose la mano a la cabeza.

—Menos mal que no estás en forma... —Cuando me doy cuenta de lo que he dicho me tapo la boca, avergonzada.

—No creas, esto —dice señalando su cuerpo— es, casi todo, genética.

Por instinto ante su respuesta miro mi cuerpo. ¡Qué envidia! Ojalá tener esa ventaja. No me malinterpretéis, tras muchos años he aprendido a estar a gusto con mis curvas, mi culo gordo y mi falta de pecho; pero los pensamientos intrusivos están ahí y de vez en cuando atacan mi mente para que no me olvide de que no cumplo con el canon establecido y que hasta que no baje de la talla cuarenta y cuatro no estaré completamente feliz.

Aunque es fácil desecharlos cuando sabes detectarlos, solo tienes que aprender que la felicidad no se mide en kilos ni calorías. Sin embargo, esos segundos en los que bajas la guardia causan una punzada en el corazón y el dolor retumba durante un tiempo.

—Deja de mirarte, estás estupenda.

—¡Oye! —respondo con vergüenza.

—Lo siento, tienes razón. Es un comentario inapropiado. —De repente, su semblante cambia a un tono más serio—. Eres mi subordinada y, además, tienes novio.

El último comentario, seguramente debido a las discusiones que he tenido con Román estos días, me pone de mal humor.

—Y, como tengo novio, eso me hace automáticamente invisible para el resto de la humanidad, ¿no?

Se queda mirándome y, por primera vez desde que lo conozco, veo preocupación en su rostro. Puedo sentir su miedo a haber metido la pata y eso hace que, sin quererlo, una carcajada demasiado fuerte escape de mis labios.

—No entiendo nada —dice levantando las manos, ya un poco más relajado.

—Lo sé —respondo sin poder dejar de reír—. Tendrías que haberte visto la cara.

—¿Te parece bien reírte de tu jefe? —Me da un suave golpe con el puño en el brazo—. Podría hacer que te despidiesen por esto.

Continúo riéndome, haciendo que se contagie, pero comenzamos a aplaudir cuando notamos que el partido ha terminado. Miro hacia donde está Román, dándome cuenta de que está con el semblante serio mirándonos fijamente. Mierda, parece que su equipo ha perdido y no le gusta nada perder. 

Me levanto para acercarme a donde está e intentar animarle. Cuando le abrazo siento que no me corresponde y eso hace que me enfurezca, pero intento respirar hondo pues sé que en estos momentos estará dándole mil vueltas a lo que podría haber hecho para ganar.

—Lo siento, cielo —digo con voz melosa—. Vosotros habéis jugado mejor, pero la suerte y el árbitro...

—¿Qué vas a saber tú? Si has estado los últimos diez minutos de charla con el payaso ese.

—Ya basta, Román. Estoy harta de estas conversaciones. No vuelvas a dirigirme la palabra en lo que queda de campamento si vas a seguir haciendo esas insinuaciones. Resolveremos esto cuando volvamos a casa, si es que tiene solución, ¡pero no voy a dejar que me amargues el verano!

Dándome la vuelta sin esperar contestación me dirijo a mi cabaña. Puedo notar que todo el mundo se ha quedado en silencio, quizás porque he alzado demasiado la voz. Mis chicas intentan seguirme, pero les digo con un gesto que se queden en su sitio. Veo que María me lanza una mirada de suficiencia que me hace tener ganas de ir a hablar con Fran de lo que vi la noche anterior, pero me contengo. No es bueno tomar decisiones en caliente.

Entro a la cabaña como una exhalación y me tumbo en la cama boca abajo, solo quiero ir a cenar y que pase el día. Me está costando mantener mi optimismo habitual con todo lo que está sucediendo. ¿Por qué no podía ser un campamento perfecto y feliz? Igual que los anteriores.

—Julieta, ¿estás bien? 

La voz de Mariela me saca de mis pensamientos. Levanto la cabeza y veo que Virginia, Coral y ella me están rodeando. No me había dado cuenta de que estaban en la habitación cuando entré.

—No estoy bien, estoy harta de Román. No sé qué le está pasando, pero sus celos me están amargando los días.

—¿Celos? ¿De quién? —pregunta Coral.

—No sé. —Intento pensar rápido una respuesta que no involucre a Martín—. De todos los tíos que se acercan a hablar conmigo. 

—Bueno, es normal. Es que tiene miedo a perderte —responde Virginia con toda la naturalidad del mundo.

—No es normal —dice Mariela con mal humor—. Si confía en ella no debería actuar así. Te lo llevo diciendo un montón de tiempo, Julieta. Deberías dejarle.

Es verdad, Mariela lleva unos meses lanzando indirectas sobre el comportamiento de Román. Siempre lo he asociado a que no le gusta que le dé de lado, pues paso mucho tiempo con él a solas que antes reservaba para mis amigas; pero, ahora mismo, creo que puede tener razón.

—No lo sé, chicas. Puede que esté magnificando todo esto. Y él, también. Creo que deberíamos tomar distancia estos días, estamos cansados del trabajo —digo un poco más calmada.

—Lo que decidas estará bien —contesta Coral abrazándome—. Nosotras te apoyaremos. 

—Gracias.

Me reafirmo en lo que pienso, en estos campamentos siempre se suelen intensificar los sentimientos, al estar lejos de nuestros padres, convivir con nuestros amigos y creando lazos más profundos e incluso, en algunas ocasiones, rompiéndolos. Más tranquila, creo que sería mejor mirar las cosas con perspectiva. Y eso pasa por tomar un sueño reparador que haga que no sepa ni qué día es cuando me levante.

—Bueno —dice Mariela cuando ve que estoy más relajada—, tema importante: esta noche, tras la reunión, tenemos que planear un encontronazo de Coral con Martín. —Todas exclaman, entusiasmadas.

—Creo que hoy no podréis contar conmigo, chicas. Estoy muy cansada y necesito dormir. Después de acompañar a las chicas tras la cena me vendré a dormir. ¿Podéis echarles un ojo por mí?

—¡Vale! Te perdonamos porque has tenido un mal día —contesta Mariela—, pero mañana te contamos el plan y nos ayudas, ¿vale?

—De acuerdo. —Sonrío.

Nos levantamos para ir al comedor, donde la cena estará servida. Ni siquiera voy a tomarme una ducha, lo haré por la mañana para despejarme. Me uno a mis acampadas y, mientras nos dirigimos al lugar, veo a lo lejos a Martín, que con su sonrisa angelical saluda a los que van entrando.

Y me pregunto por qué tiene que ser el centro de la mayoría de mis dolores de cabeza. 

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