7
¡Noche bajo las estrellas!
Estoy eufórica desde la reunión del día anterior, cuando nos informaron de que hoy iba a ser la noche en la que nos llevamos a los chicos mayores a dormir en un claro precioso bajo las estrellas. Fran había comprobado que la temperatura sería perfecta para hacerlo, además había luna nueva y las estrellas se podrían contemplar en todo su esplendor.
Llevo a la espalda la mochila con provisiones, un par de botellas de agua, el saco de dormir y una sonrisa enorme en la cara. A pesar de mis discusiones con Román y Coral, esta última parecía haberse olvidado con mi promesa de intentar un acercamiento y se había quedado en el campamento emocionada con sus niñas, creo que incluso haciendo planes de boda; y mi novio no me había dirigido la palabra en lo que llevábamos de día, pero yo a él tampoco así que estábamos en paz.
Nada puede hacer que mi día se estropee o, al menos, eso creo.
Camino junto a Mariela en silencio mientras contemplamos la naturaleza. Sé que a ella esta salida le hace tanta ilusión como a mí. Con nueve años, a pesar de llevar desde siempre yendo a la misma clase, no teníamos mucha relación, pues estábamos en grupos diferentes. Ella siempre andaba con las más populares del colegio y yo, bueno, pasaba la mayoría del tiempo con Coral jugando a Pokemon. Sin embargo, nuestro primer año juntas en el campamento nos unió muchísimo y, más aún, la noche bajo las estrellas. Pasamos la jornada entera hablando, contándonos nuestros sueños y descubriendo que las tres teníamos más cosas en común de las que creíamos. Fue el comienzo de una bonita amistad.
Me sonríe y nos abrazamos, no hacen falta palabras para describir lo contentas que estamos. El camino a la zona donde acamparemos es largo, pero Martín y Virginia van contando datos curiosos sobre las plantas que nos vamos encontrando e intentando no espantar a los animales para que los acampados puedan verlos. Habíamos conseguido observar en silencio unos ciervos que estaban comiendo en un pequeño claro, antes de que Román se tirase un sonoro eructo que los espantó mientras todos sus chicos reían como hienas.
—¡Julieta! ¿Cuánto queda? —pregunta mi chica más guerrera.
—Un minuto menos que la última vez que preguntaste, María. —Me doy la vuelta mientras sigo caminando, viendo su cara de cansancio.
—No entiendo por qué tenemos que ir tan lejos para ver las estrellas. Son iguales en todos lados, ¿no?
—Me lo agradeceréis esta noche, ya veréis —contesto obviando la tontería que acaba de decir Petra.
Justo cuando se acerca el atardecer conseguimos llegar al claro. La vista es espectacular. Un gran prado de hierba suave se extiende frente a nosotros, rodeado por tres cuartas partes de arboleda, pero en el horizonte se pueden ver unas pequeñas montañas donde el sol está a punto de comenzar a desaparecer. Los colores violetas y rosas del cielo, unidos al verde y amarillo tan brillante del campo hacen que las vistas provoquen un silencio entre todos los campistas.
—¿Qué os había dicho? —pregunto con suficiencia.
Las chicas comienzan a exclamar mientras entran en el claro para coger un buen sitio. Nos sentamos en pequeños grupos, pero mezclados entre nosotros, mientras sacábamos la cena que nos habían preparado en el campamento. El ambiente era muy agradable y cuando terminamos comenzamos a ver en silencio la puesta de sol.
Cuando las estrellas comienzan a aparecer en la noche estrellada, Martín explica cada constelación ya que la falta de luna y contaminación lumínica hacen que sean fáciles de localizar. Me quedo relajándome en silencio, tumbada encima de mi saco mientras briznas de hierba rozan mis dedos y me concentro solo en el sonido de su voz. Es un experto en el tema y contesta con tranquilidad a todas las preguntas que los acampados le hacen. Nos habla de horóscopos y mitología, de ciencia y religión.
No me he dado cuenta, pero cuando miro el reloj veo que ha pasado más de una hora. Martín acaba su explicación y nos deja unos minutos para que contemplemos el cielo en silencio. Acabamos y mis chicas proponen jugar a "el pueblo duerme". Somos demasiadas personas, así que nos separamos en grupos. El juego es bastante divertido y tengo la suerte de que con los que me ha tocado saben las reglas, pero Mariela y Adrián se están peleando con los suyos porque no se enteran de nada.
Nos preparamos para dormir, después de haber acompañado a mis chicas para que hagan sus necesidades sin poder escaparme de sus lamentos por tener que hacer pis en mitad del campo. Me meto en mi saco, sintiendo que el frío de la noche comienza a calarme un poco e intento dormirme, pero me es imposible a pesar de que todo el mundo esta en silencio, debido a que por el cansancio de la caminata y la emoción del día habían caído todos en seguida. No solo eso, si no que los días de campamento ya se iban acumulando.
Me levanto intentando no hacer ruido, pensando incluso en acercarme a Román para intentar arreglar las cosas. Las historias de dioses griegos poniendo los cuernos a sus esposas me han hecho sentir un poco culpable por los pensamientos que he tenido con Martín, pero desisto cuando escucho sus ronquidos unos metros antes de llegar a él.
Alguien me chista y miro hacia la dirección del sonido. Martín está sentado en unas rocas que hay en uno de los lados del claro, con una sudadera negra y un gorro del mismo color del que asoman sus cabellos rubios. Me indica con un gesto de la cabeza que me acerque y voy hacia allí con cuidado de no pisar a ninguno de los niños que me voy encontrando dormidos por el camino.
—¿Tú tampoco puedes dormir? —pregunta mientras me siento a su lado sintiendo cómo las rocas se me clavan en el trasero.
—Estoy demasiado excitada. —Me mira levantando una ceja con expresión divertida—. No seas mal pensado, Martín.
—Lo siento —contesta mientras se ríe—. No lo puedo evitar.
Hablamos en susurros durante un largo rato, en el que le pregunto por todas las historias que nos ha contado. Me dice que su abuelo siempre fue un aficionado a la astronomía y casi todas las noches de verano, en una pista de tenis antigua que tenían en su finca, le contaba historias sobre las constelaciones con un pequeño mapa estelar que tenía en el que girando una de las láminas podías ver cuáles se apreciaban en ese día exacto en el cielo. La afición a la mitología griega le vino en el colegio y ha cultivado ese conocimiento durante años.
Después de distintos chascarrillos sobre las relaciones entre los dioses, humanos y titanes, decido que es un buen momento para sacar el tema de Coral, pues de verdad quiero ayudar a que mi amiga consiga su objetivo, aunque sé que no lo parece.
—Bueno, ¿sabes a quién le gusta mucho ese tema? A Coral —dije intentando sonar casual.
—¿Sí? Es normal, es un tema fascinante —contesta sin mucho entusiasmo.
—Es una chica estupenda. —Intento poner todas las cartas sobre la mesa—. Y, no sé por qué, pero parece que le gustas.
Se queda en silencio mientras me mira con curiosidad. A pesar de la penumbra de la noche puedo ver que esta conversación le divierte. Puede que haya sido demasiado directa, pero nunca se me ha dado bien hacer de Celestina.
—Lo he notado. No pienses que soy un creído, pero tengo un sexto sentido para estas cosas.
—Bueno, ¿qué te parece?
—Es una chica estupenda y preciosa, pero no es mi tipo.
—Y, ¿cuál es tu tipo? —Sin poder evitarlo las palabras salen de mi boca, aunque no estoy segura de querer saber su respuesta.
—Me gustan las chicas más alegres, entusiastas. —Comienza a levantarse de la roca y me ofrece su mano—. Y, sobre todo, me gustan morenas.
A pesar de la oscuridad de la noche cerrada logro ver, mientras me incorporo, cómo me guiña un ojo a la vez que susurra estas palabras. Suelta mi mano y comienza a alejarse en dirección a su saco de dormir, dejándome pasmada e intentando descifrar su comentario.
¡Qué narices! No hace falta ser una experta en el arte de la seducción para saber que me está tirando los trastos. O puede que solo esté intentando reírse de mí, que es lo que mis inseguridades me están gritando. Con este lío en la cabeza me dirijo hacia el bosque para ir al baño, pues cuando las noches son frescas tengo que ir demasiadas veces.
Termino y salgo de nuevo al claro, donde una sombra está esperándome y hace que pegue un respingo, asustada.
—¡Joder, Adrián! Menudo susto me has dado.
Me fijo en que tiene cara de pocos amigos. Sus brazos fuertes están cruzados y tiene el ceño fruncido. Adri es un chico bajito, pero está muy en forma debido a sus constantes visitas al gimnasio. Su pelo marrón cortado al estilo militar y sus ojos oscuros le dan un aspecto amenazador, aunque en el fondo es un trozo de pan al que le encantan las películas románticas y los cachorros.
—¿Es verdad lo que he escuchado? —pregunta en voz baja mientras caminamos hacia el centro.
—¿El qué? —Me pongo nerviosa por si ha malinterpretado la conversación y se lo cuenta a Román.
—Que a Coral le gusta el coordinador.
Suspiro y me detengo, haciendo que Adrián haga lo mismo. No quiero que nadie escuche nuestra conversación y si seguimos avanzando me arriesgo a que levante la voz. El tema es que nuestro amigo lleva años enamorado de Coral, pero ella nunca le ha correspondido. No se lo ha dicho de manera directa, aunque es algo de lo que hemos hablado entre nosotras. Siempre ha sido un admirador en la distancia y, desde que comencé a salir con Román, se han vuelto más cercanos, pero los sentimientos de la rubia no han cambiado.
—No digas nada, ¿vale? No deberías escuchar conversaciones ajenas.
—¿Estás intentando que estén juntos?
—Sí. —Aunque no se me está dando demasiado bien.
—¿Cómo puedes hacerme esto? Pensaba que eras mi amiga —responde con dolor en su voz.
—Adrián, hemos hablado de esto muchas veces. Eres un tío genial, pero no está interesada en ti. Tienes que empezar a pasar página.
—¡No me lo puedo creer! —dice levantando la voz, ignorando mis últimas palabras—. ¡Menuda amiga estás hecha! Nunca has querido ayudarme a mí a conseguirlo y ahora te veo intentando liarla con ese... idiota oxigenado.
La situación se está escapando de mis manos y me preocupa que algún acampado o monitor se levante y escuchen nuestra conversación. No va a entrar en razón, así que lo tomo de los hombros haciendo que se calme.
—Nunca va a estar contigo, Adrián. Siento ser tan dura, pero ya es hora de que alguien te lo diga porque eres un tío estupendo con el que cualquier chica estaría encantada y te estás estancando en una que no te quiere.
Agacha la cabeza, derrotado. Puede que haya sido demasiado dura con él, pero llevamos mucho tiempo alimentando falsas esperanzas, sobre todo los chicos, y no le está haciendo bien. Cuando vuelve a mirarme me sorprende ver un poco de odio en sus ojos, lo que hace que me separe de él lentamente y me dirija a mi saco.
Llegando a mi sitio me doy la vuelta con disimulo, viendo que sigue parado en el mismo lugar y, aunque la oscuridad no me deja apreciarlo bien, sé que continúa muy enfadado. Perfecto, he conseguido enfadar a tres personas en menos de dos días.
Lo estás haciendo genial, Julieta.
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