6
—¿Estáis preparados? —grita Martín a través del megáfono.
Todos responden con energía en contestación, menos algunas personas, entre ellas las chicas de mi grupo. En este momento no tengo fuerza ni para motivarlas. Mi boca se abre sin que pueda remediarlo y me tapo como puedo para intentar disimular mi cansancio, el cuerpo me pide cama y sé que hasta dentro de unas cuantas horas no podré dársela.
Ayer me quedé hasta tarde hablando con Román. Bueno, hablando y lo que no es hablar. No sé si me entendéis... Conseguimos solucionar los problemas que habíamos tenido por la tarde, me pidió perdón mil veces por su comportamiento: simplemente se sentía muy inseguro frente a Martín. Además, el no saber si entrará en el ciclo superior que quiere estudiar el año siguiente le ha tenido bastante preocupado desde que comenzó el verano. Nos dimos muchos besos, hicimos muchas promesas y disfrutamos de la noche.
Cuando me fui a dormir me encontraba en una nube, pero en este momento lo único que quería era que el día pasase rápido. Mis acampadas estaban de acuerdo, el juego de este día sería una gymkana de orientación a través del bosque que duraría hasta bien entrada la tarde. Llevan el almuerzo y merienda en sus mochilas, preparados para comer en mitad del bosque.
No iré con ellas, pues los monitores de los grupos de más edad nos vamos a quedar dando vueltas por los puntos de control repartidos por el bosque para así ayudar a los chicos a resolver las pruebas y actuar en caso necesario, ya que, para hacerlo más interesante, Martín decidió que solo él y Fran supiesen de la resolución del juego.
—¡Perfecto! En diez minutos saldrá el primer grupo. Los monitores que actuáis de apoyo podéis dirigiros a vuestra ubicación. ¡Que la suerte esté siempre de vuestra parte!
Me río ante la referencia mientras me adentro en el bosque. Román también, pero en seguida nos separamos con un beso porque su mapa indica que estamos en zonas distintas. Me cuesta orientarme debido al sueño y tardo más de lo necesario en llegar al punto de encuentro. Sé que estoy en el lugar adecuado porque una cinta verde está colgada en la rama de un árbol, tal y como nos habían indicado. Tengo que acordarme de recogerla cuando me vaya, para causar el menor impacto posible en el medio natural.
Las horas van pasando y los acampados van llegando a la zona. Los vigilo desde la distancia, para no interferir en el juego a no ser que sea necesario. Me he comido mis provisiones y creo que son escasas, pues aún tengo hambre. Cuando llegan Mariela y Coral con sus respectivos grupos no puedo aguantarme y salgo a saludarlas. Mariela está muy contenta y su grupo animado con la actividad; a pesar de ser pequeñas, tienen muchísima energía. Coral está de mejor humor que otros días, creo que contarnos lo que le pasaba ha ayudado a que se quite un peso de encima.
Al final, solo he tenido que ayudar a uno de los grupos: el de mis chicas, que se iba en sentido contrario. Era peligroso, pues en la zona a donde se dirigían había terrenos bastante inestables y pequeños barrancos ocultos por la maleza y no quería que ninguna de ellas acabase con una pierna rota.
Tras unos minutos mirando el reloj siento cómo unos pasos se van acercando lentamente hacia mí. Levanto la cabeza, pero no consigo ver a nadie.
—¿Quién anda ahí? —pregunto intentando no parecer nerviosa.
No recibo contestación, lo que hace que me ponga de pie y comience a pensar un plan de huida. Sé que soy muy exagerada, pero hay algunos animales salvajes por el bosque, como jabalís o ciervos, y si están asustados no sabes cómo pueden reaccionar. También está el miedo implícito que tenemos todas las mujeres cuando estamos solas en un lugar inhóspito, eso es imposible de evitar.
De repente veo una cabellera rubia por encima de uno de los arbustos. Sonrío ante la incapacidad de este chico para esconder su altura.
—Te estoy viendo, Martín.
—Mierda. —Sale de su escondite quitándose trocitos de ramas—. Pensaba darte un pequeño susto, pero al escucharme me he puesto nervioso.
—Y no eres muy bueno jugando al escondite, lo pillo.
Se sienta a mi lado con esa media sonrisa que me desconcierta. Le miro desde arriba con los brazos cruzados, esperando que me diga qué está haciendo aquí. Sus ojos se encuentran con los míos y nos quedamos así durante unos segundos en los que me pierdo en ese verde tan intenso. Al final decido romper ese silencio que, aunque pueda parecer extraño, me hace sentir tan cómoda.
—No es por ser grosera, pero ¿a qué has venido?
—¡Ah! Es verdad —dice mientras se levanta con un respingo—. El juego ha terminado hace un rato y he estado recogiendo a todo el mundo y tú eres la última. Los demás monitores deben de estar ya en el campamento.
Miro el reloj, no me había dado cuenta de que era tan tarde. Es verdad que la luz del sol comienza a ser más tenue, pero lo achaqué a que la frondosidad del bosque no dejaba pasar bien los rayos. Me levanto junto a él sacudiéndome la ropa. A mis pantalones se le han quedado pegadas varias hojas y ramas que estaban donde me he sentado. Comenzamos a andar en dirección al campamento.
—¿Qué te ha parecido el juego?
—¿Sinceramente? Un poco aburrido. —Me encojo de hombros—. Podríamos haber incluido pruebas o adivinanzas en los puntos de control, ya que algunos monitores estábamos disponibles para dirigirlas e incluso liberar a todos los de los grupos más mayores. Además, seguro que mis chicas van a estar insufribles después de andar tanto tiempo.
—No creas —responde con una sonrisa—. Tus chicas no llegaron a terminar el juego. Román las encontró deambulando por su zona y las mandó de vuelta antes de terminar.
—Seguro que le pusieron cara de pena y lograron convencerlo de que les dejase —digo sin disimular mi mal humor—. Tendré que hablar con ellas y con Román. Es un blando.
—Eres muy dura con ellas, Julieta. Recuerda que para muchas es su primer campamento y otras están en una edad complicada. Es más, no hace mucho que tú estabas en la misma situación.
—¿Qué? —respondo cruzándome de brazos—. Yo estaba encantada de hacer todos estos juegos. Siempre intentaba que mi grupo quedase el primero y estaba deseando saber qué nos depararía el siguiente. Disfrutaba del campo, de mis amigos, del aire libre...
—De acuerdo —contesta mientras levanta las manos en señal de rendición—. Eras una acampada ejemplar. No sé por qué, pero lo sospechaba.
Le doy un leve golpe en el hombro, lo que hace que los dos sonriamos con complicidad. Puede que tenga razón y tenga que relajarme un poco con ellas. No todas las personas somos iguales y, al final, lo que quiero es que tengan un buen recuerdo de este verano, tal y como lo tengo yo de los anteriores. Intentaré ser más indulgente, pero tengo claro que ellas también deberán poner de su parte.
Llegamos al campamento entre risas y todos están ya reunidos mientras nos esperan. Parece que somos los últimos en llegar y necesitaban a Martín para que diese los premios. Este se sube al escenario con los diplomas que Fran le ha entregado mientras yo me acerco a mi grupo. Una vez terminada la pequeña ceremonia, mando a mis chicas a ducharse para la cena mientras yo voy a hacer lo mismo, pero en el camino un brazo me sujeta con firmeza haciendo que me dé la vuelta.
—¿Por qué habéis tardado tanto? ¿Y esas risitas, Julieta?
La voz de Román me resulta amenazante, pero consigo sobreponerme debido al enfado que me causan sus insinuaciones. Pensaba que todo esto había quedado resuelto la noche anterior, ilusa de mí.
—Román, hemos tardado lo normal porque mi puesto estaba muy lejos. Y, ¿es que ahora no puedo reírme con quien quiera? —Llevo mi mano a la cabeza con cansancio—. Creía que habíamos dejado claro esto.
—Otros chicos estaban más lejos y han llegado antes, no me vale esa excusa.
—¿Qué excusa? —pregunto levantando un poco la voz y zafándome de su agarre—. No sé a qué estás jugando, ni quiero saber qué estás insinuando. Espero que reflexiones porque, si no, esto no va a ningún lado.
—¿Qué no va a ningún lado? —Le escucho preguntar mientras me alejo.
—Esto —digo dándome la vuelta y señalándonos a los dos.
Antes de retomar mi camino veo cómo su expresión cambia. Parece bastante enfadado por mi respuesta, pero no me importa. No pienso estar discutiendo sobre esto todos los días que dure el campamento, más aún cuando tengo otras cosas en la cabeza.
Llego a mi cabaña donde están Mariela, Coral y Virginia, además de algunas de las demás monitoras. Todas me miran cuando cruzo el umbral, puede que sea por mi expresión de enfado, así que intento relajarla mientras cojo mi ropa para dirigirme al baño.
—¿Qué tal te lo has pasado? —pregunta Coral, que está sentada en una de las camas con los brazos cruzados. Mariela me está mirando con una expresión que no sé interpretar, pero parece preocupada.
—Bastante bien —contesto mientras dejo lo que estoy haciendo.
—Ya imagino. Dime, ¿cómo te ha ido con Martín? Habéis tardado mucho en llegar. Me pregunto qué habéis estado haciendo.
La insinuación implícita en esas palabras me mosquea aún más. Primero Román y ahora una de mis mejores amigas. No sé por qué todo el mundo ha decidido tocarme las narices. Veo cómo Mariela se levanta y, con aire conciliador, intenta mediar entre nosotras.
—Coral, seguro que ha estado hablándole de ti. Ya sabes, por nuestro plan para intentar que estéis juntos.
Esto último lo dice en voz baja, para que no se enteren las demás chicas, aunque estoy segura de que, al menos, Virginia se ha enterado. Decido seguirle el rollo a Mariela al ver la expresión nerviosa de su rostro. No debería mentirle, es más, cuando estoy con Martín se me olvida hablarle de Coral, pero me resarciré haciéndolo la próxima vez.
—Exacto, así es que la próxima vez piénsalo antes de insinuar lo que quiera que estés pretendiendo.
—Ya, claro. Por eso Román está tan enfadado... —responde, aunque la noto menos beligerante.
—Román es un idiota cuando quiere, eso deberías saberlo ya.
Dejamos pasar unos segundos en silencio y noto que el ambiente se está relajando, a pesar de sentir todas las miradas de las chicas que hay en la habitación, esperando el chisme como carroñeras. No las culpo, a mí también me encanta el drama y si estuviese en su situación haría lo mismo.
—Perdona, Julieta —responde Coral un poco tensa—. Te creo. Además, no soy quién para pedirte explicaciones.
—Eres mi amiga, Coral. —Me siento a su lado y paso mi brazo por sus hombros—. Y vamos a ayudarte a que conquistes a ese estirado de ojos verdes.
Una sonrisa se dibuja en su cara y, aunque no la veo muy convencida, le doy un beso y me levanto en dirección al baño. Sé que los celos siguen rondándole la cabeza y no la puedo culpar, porque le he mentido. Decido que a partir de mañana el plan "Coral y Martín juntos para siempre" será una realidad, como que me llamo Julieta Sánchez.
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