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5

—¡María! ¡Para de ahogar a tus compañeras!

Sentada en la orilla del lago miro cómo mis chicas pasan su hora libre tomando el sol, nadando y picándose entre ellas sumergiéndose debajo del agua. Parece un juego inocente, no están siendo demasiado bestias, aunque me da miedo que tengamos un susto. Hay un socorrista y yo misma sé bastante sobre primeros auxilios, pero más vale prevenir que curar. 

—¡Deja de ser una aguafiestas! —contesta una de ellas.

—¡Nunca!

El día ha sido bastante tranquilo, los juegos de la mañana no han resultado nada pesados y el tiempo tan bueno que está haciendo propicia que todo el mundo esté de buen humor. Después de comer teníamos preparado una tarde libre, donde los chicos proponían a sus monitores qué les apetecía hacer, para que ellos también decidan un poco de su ocio. Algunos están haciendo manualidades, otros jugando a algún deporte y nosotras, junto a algunos de los otros grupos, hemos decidido pasar la tarde tranquilas en el lago.

Tengo bastante calor, pero no quiero bañarme. ¿Por qué?, os preguntaréis. Pues porque no me depilo desde hace una semana y mis ingles parecen la selva amazónica. La tarde anterior había tenido que ducharme demasiado rápido para no llegar tarde a la cena y solo me dio tiempo a repasarme las piernas y las axilas, pensando en que ya lo haría al día siguiente. El "día siguiente" ha llegado y yo estoy sentada en la suave hierba de la orilla con mis pantalones cortos y la parte de arriba de mi bikini rojo deseando lanzarme de cabeza al agua.

Decido que voy a meterme, me da igual quién me vea, pero me apetece nadar un poco. Justo cuando estoy desabrochándome los pantalones, noto cómo alguien me toca la espalda. 

—¿Puedo acompañarte?

Miro hacia atrás, poniendo mi mano encima de los ojos para que el sol no me moleste, y lo que veo me deja sin respiración por una fracción de segundo. Martín está de pie con los brazos en jarra mientras me mira, divertido. Lleva un bañador negro con la cintura baja cayendo suavemente en sus caderas. Sus abdominales no están muy marcados, pero se nota que está en forma. Una fina capa de vello rubio cubre todo su torso y brilla con la luz de la tarde. 

Tengo que parar de mirarle, se va a dar cuenta.

—Julieta, ¿estás bien?

No estoy bien, estoy demasiado salida.

—Claro, ¿por qué no iba a estarlo?

—Estás colorada, por eso. Me ha dado la sensación de que has abandonado tu cuerpo durante unos segundos.

Se sienta a mi lado mirando hacia el lago y nos quedamos en un silencio que, a pesar de lo que pueda parecer, no me resulta incómodo. Una suave brisa se levanta haciendo que se me erice la piel y eso que hace unos minutos me estaba cociendo del calor. El sol está cayendo y las noches en mitad del monte suelen ser bastante frescas, aunque estos días nos estaba dando un respiro. Recuerdo que algunos años me levantaba en mi cama con los pies congelados, a pesar del saco de dormir y las dos capas de calcetines con las que dormía.

—Me alegra ver que te llevas tan bien con tus chicas. —Me mira con una sonrisa divertida.

—No creas, simplemente me toleran. Aunque, para mí, es una victoria.

—Con qué poco te conformas —dice soltando antes una carcajada.

—No lo sabes tú bien...

Miro hacia el muelle, que es una pequeña construcción de madera que se adentra unos metros en el lago. En él están las barcas de distintos colores con las que damos paseos y hacemos competiciones y, en este momento, están amarradas. Allí se encuentra Román con Daniel y los chicos de su grupo. Están jugando con un balón: uno de ellos lo lanza y otro intenta golpearlo con los pies en el aire mientras salta del muelle al lado, los demás están en el agua esperando a recogerlo, animar y repetir la operación. 

Llevo desde ayer, después del último plantón de mi querido novio, dándole vueltas a la dinámica de nuestra relación. Puede que sea porque ya llevamos mucho tiempo juntos y, poco a poco, la conformidad se va instaurando en nuestras vidas, pero llevamos un tiempo en el que solo nos vemos cuando estamos con nuestros amigos o para tener sexo. No recuerdo la última vez que pasamos un tiempo a solas sin meternos mano, simplemente charlando. 

Estos pensamientos me hacen sentirme un poco vacía, pero los saco de mi cabeza. Solo hemos tenido unos días malos, con el fin de una etapa en el instituto y nuestro primer verano como monitores. Estoy segura de que volveremos a estar como antes, siendo buenos amigos y disfrutando de nuestra compañía con pasión y cariño.

—Has vuelto a hacer lo mismo —dice sacándome de mi ensimismamiento. 

—¿Por qué estás tan pendiente de mí? —respondo, irritada. No me gusta que me señalen todas las veces que me quedo embobada, que son demasiadas.

—¿Te sorprende?

—Eh... ¿sí? —Dudo ante su pregunta.

—Julieta, ¿me estás preguntando qué sientes? —Se carcajea.

—¡Deja de liarme! —contesto, bastante mosqueada con la situación—. No es que me sorprenda, me molesta.

—Pues tienes que empezar a acostumbrarte.

Me guiña un ojo mientras se levanta, dirigiéndose al lago con tranquilidad. Me ha dejado un poco descolocada, porque creo que está coqueteando conmigo, pero no sé si es solo mi imaginación. Mi imaginación y la falta de contacto íntimo me están jugando malas pasadas, eso es lo que está pasando. 

Tras unos minutos nadando sale del agua y se vuelve a sentar a mi lado. Se seca el pelo e intenta comenzar una conversación. Al principio me siento un poco cohibida por sus palabras de antes, pero enseguida comienzo a tomar confianza y descubro que tenemos bastantes cosas en común. Estudia sociología en la universidad; este es su primer año en este campamento, pero ha trabajado y sido acampado en otros; a los dos nos encanta Imagine Dragons y soñamos con ir a un concierto suyo; nos gusta la fantasía, las películas de terror a pesar de que nos asustan y las series de comedia que te hacen sentir bien. 

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero tienen que venir mis chicas a avisarnos de que tienen que cambiarse para ir a cenar. Miro a mi alrededor y no queda casi nadie en el lago, se me ha pasado el rato volando. Martín me sonríe mientras, dándose cuenta de lo tarde que es, sale apresurado hacia su cabaña. Sonrío mientras miro cómo se aleja, pensando que no es tan malo como pensaba. 

—Jul, ¡te gusta! —dice María mientras las demás sueltan un grito emocionado.

—Anda, no digas tonterías y no me llames así. —Sonrío mientras le doy un cariñoso empujón y paso mi brazo por sus hombros—. Todas a cambiarse, poneos algo cómodo que esta noche toca juego por el bosque.

Lanzan una exclamación de hastío. Conseguiré que acaben gustándoles las actividades físicas, es una meta que me he marcado para antes de que acabe el mes; pero mientras tendré que buscar alguna manera para que no estén toda la noche quejándose. 

—Julieta, ¿podemos hablar?

La voz de Román hace que me dé la vuelta, sorprendida. Pensaba que ya no estaba por la zona, pero se ve que no me había dado cuenta de su presencia con lo concentrada que estaba en la conversación con Martín.

—Claro. Chicas, nos vemos en el comedor. —Se alejan entre cuchicheos—. Dime, ¿qué pasa?

—¿Qué te ha contado el idiota del coordinador?

Me paro en seco. No me esperaba esta pregunta. Me hace sentir bastante incómoda, como todas las veces en las que los celos de Román comienzan a aparecer. Es un aspecto de nuestra relación que no hemos trabajado mucho, ya que mi círculo de amigos es muy pequeño y solo han sido un par de veces cuando salimos de fiesta, de las que al día siguiente hemos olvidado el tema y siempre he achacado su actitud al alcohol; pero en este momento los dos estamos serenos, así que sé que la conversación no me va a gustar.

—Nada, solo hemos estado hablando un poco del campamento y de las actividades —miento, sintiendo una punzada cuando lo hago.

—No parecía solo eso —contesta mientras se toca el pelo y mira al cielo—. Se os veía muy risueños y me preguntaba si podías contarme por qué, así también yo puedo reírme.

Frunzo el ceño, dejando unos segundos para ver si se ha dado cuenta de lo que está haciendo y deja la conversación. Callado y mirándome fijamente está esperando una contestación que no quiero darle.

—¿A dónde quieres llegar con esto, Román? —pregunto, enfadada—. Es un compañero y nos hemos estado conociendo. No es nada malo.

—Bueno, esa es tu opinión. Ya me conozco yo a los chicos como él, Julieta. 

—Me da igual cómo creas que es. Tendrías que saber cómo soy yo y, si de verdad lo supieses, no me harías estas preguntas.

Avanzo rápido hacia mi cabaña sin mirar atrás. Escucho cómo me llama, pero no me apetece continuar hablando. No quiero prometerle que no volveré a hablar con Martín, como he hecho las demás veces. Es increíble que la primera vez que ha sido Román el que se ha acercado a mí en días haya sido para intentar montarme un numerito de novio celoso. 

¿Por qué el mundo está conspirando para que no pueda disfrutar del verano?


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