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El sol está en lo alto mientras espero que mis campistas salgan de la cabaña, haciendo que gotas de sudor recorran mi rostro a pesar de que la temperatura en el campamento por las mañanas es bastante suave. Sabía que el tercer día, después de los juegos de campo, iba a ser malo. Lo que no imaginaba es que lo sería tanto, pues era de esperar que como no se esforzaron nada el día anterior las agujetas aún no les habrían atacado, pero me equivocaba.
La primera de ellas sale por la puerta con cara de cansancio, seguida por sus compañeras que parece que van a un entierro. Pongo mi mejor sonrisa, pues sé que la actividad de este día les va a encantar.
—¡Buenos días, mis gatitas! —Miro sus caras y veo que ha sido mala idea usar ese mote cariñoso—. Lo digo por el gato que tenéis en la bandera... es igual. ¿Estáis preparadas para el mejor día del campamento?
—¡Nos duele todo, Julieta! —dice una mientras me mira con cara de odio.
—¡No he venido aquí para acabar lesionada! A mis padres no les hará ninguna gracia.
—¡Eso! Y, ¿por qué nuestros móviles no tienen cobertura? Estamos como en el siglo pasado y...
Pego un silbido tan grande que las chicas de la primera fila se tienen que tapar los oídos. Dejo pasar los segundos en silencio mientras sonrío y pongo los brazos en jarra, haciendo que las chicas se desesperen.
—¡Julieta!
—¡De acuerdo!, de acuerdo. Hoy tenemos un día temático y será nuestra oportunidad para resarcirnos de lo que pasó ayer. Demostraremos que somos las mejores y podemos ganar nuestro primer juego. Tengo mucha fe en vosotras, chicas.
—¿Otra carrera? —dice Virginia, una rubia despampanante que me intimida mucho más de lo que estoy dispuesta a admitir—. Tenemos agujetas hasta en los párpados, no estamos dispuestas a pasar por lo mismo de nuevo.
—No es una carrera —contesto levantando los brazos—. ¡Es una competición de baile!
Todas empiezan a gritar emocionadas, se abrazan y bailan entre ellas. Algunas se acercan a mí diciéndome canciones aleatorias que quieren bailar. Me alegra mucho que estén tan felices, sabía que esto les iba a gustar porque también era uno de mis días favoritos en el campamento.
Vamos hacia el comedor sin que la emoción decaiga. La mayoría de los grupos están igual de contentos, excepto los chicos más mayores que siguen protestando a sus monitores. Veo cómo Román está lidiando con el enfado de sus chicos y sonrío, recordando lo mal que me sentó que el día anterior se burlase de nosotras.
El día va transcurriendo con alegría, decidimos que la canción que vamos a bailar es "Break free" de Ariana Grande y me enseñan una coreografía que algunas de ellas ya tenían aprendida. No soy mala bailarina, lo que hace que la poca decepción que habían sentido al saber que yo bailaría con ellas se les pase al instante. No sé si es porque me ven como su "niñera", pero he tenido que explicarles varias veces que solo soy dos años mayor que ellas.
Por la mañana perfeccionamos la coreografía y después de comer comenzamos a preparar el vestuario. Se respira un ambiente de fiesta en el campamento con todo el mundo revolucionado. Conseguimos todas unos pantalones cortos y me dejan una camiseta ajustada de color rojo, pues iremos con colores distintos. No me hace mucha gracia, pero todas empiezan a decir que me queda de maravilla y no protesto.
Para la cena solo se ven risas y algunos llantos en los acampados. Obligo a algunas de mis chicas a que se sienten a comer, pues están empeñadas en perfeccionar la coreografía al máximo. Veo a Mariela desesperada con sus chicas, intentando que hagan uno de los pasos que parecen ignorar, y a Coral comiendo con la cabeza agachada mientras las niñas no paran de charlar. Estoy segura de que les ha enseñado un baile sencillo y con ello ha conseguido pasar el día en tranquilidad.
Llegamos a la plaza del campamento donde han montado un pequeño escenario improvisado que nos acompañará el resto del mes, para poder realizar algunas de las actividades que quedan y al ser tan grande la zona no molesta para realizar las demás. Nos sentamos todos alrededor de este, donde Martín comienza su discurso con energía. Tanto él como Francisco, Marga, la cocinera, y Lucía, la enfermera, van a ser los jueces del concurso. Han puesto al lado del escenario una mesa con varias sillas donde los aludidos están ya sentados y van con ropa arreglada, pero cómica, lo que provoca las risas de los acampados.
La velada transcurre de forma divertida, con algunas canciones con mayor o menor acierto y bailes bonitos, espectaculares y desastrosos. La mayoría de los asistentes están de pie bailando al ritmo de todas las canciones y Martín es un animador estupendo: hace bromas, pone caras divertidas, anima a todos los participantes... No imaginaba esta faceta suya y me descubro sonriendo como una bobalicona mientras mientras veo cómo consuela a un chico que se ha equivocado en uno de los pasos.
Llega el turno del grupo de Román, que suben a bailar "La Macarena" y consiguen, entre risas, hacer mal el baile más sencillo de la historia. Mi chico les anima e incluso es el que más equivocaciones tiene, pero bajan todos felices del escenario y, aunque no se lo haya tomado en serio, me alegra que consiga involucrar a sus campistas.
Las siguientes somos nosotras y conseguimos el aplauso más grande de la noche. Nuestro baile ha sido genial y el colorido de la actuación le ha dado un aspecto muy visual. Cuando saludamos al público miro a Martín, que en las actuaciones ha estado grabando para después editar un video para el campamento, y me está mirando con una sonrisa enorme en la cara mientras levanta el pulgar.
Obviamente ganamos la competición, pero todos reciben distintos premios en diplomas que Francisco, que es un artista, había ido dibujando en plantillas a lo largo de la noche: "el más original", "el más peligroso", "el más divertido"... Todos los acampados se van a dormir contentos, o al menos en su gran mayoría, pues es imposible evitar que no haya nadie que se sienta frustrado.
He dejado a mis chicas en la cabaña sintiéndome más realizada, parece que hemos conseguido avanzar en el pequeño traspiés con el que había comenzado nuestra relación. Los monitores estamos reunidos, reviviendo los momentos del día. Todos parecen bastante satisfechos con la actividad, al igual que cuando éramos campistas.
—De acuerdo —dice Martín con una sonrisa—. Me alegra mucho que haya salido tan bien la actividad, seguro que conseguimos mantener el nivel hasta final de mes. Doy por finalizada la reunión y ya sabéis: si os quedáis hasta tarde no deis mucho ruido y me da igual lo que hagáis, pero a primera hora os quiero dispuestos a pasar el día con los chicos. Si tenéis alguna duda, venid ahora a decírmelo.
Nos levantamos y algunas de mis compañeras se acercan a Martín, no sé si es porque tienen algo que preguntarle o por tener una conversación con él. Y, según estoy viendo, lo más probable es la segunda opción. Que quede claro que no las juzgo, yo hubiese hecho lo mismo, cada persona es libre de usar las armas de las que dispone para conquistar a quien le gusta.
Me siento con Mariela y Coral, esta última está protestando por lo cansado que ha sido el día, a pesar de que la coreografía de su grupo ha sido un desastre, pero tengo claro que sus niñas se lo han pasado mejor que nadie intentando hacer volteretas y saltos imposibles en el escenario. Al final decide irse a la cama con Rocío, otra de las monitoras que parece haber trabado una buena amistad con ella.
—Si tengo que estar un mes escuchando a Coral quejándose las veinticuatro horas me pego un tiro —dice Mariela con pesadez.
—Voy cargando la pistola. —Miro a mi amiga que comienza a reírse—. En serio, ¿no notas que está más enfadada de lo normal?
—Puede ser —contesta, pensativa—, tendremos que hablar con ella. A ver si conseguimos que mañana se quede un rato con nosotras después de la reunión y nos damos un paseo por la orilla del lago para intentar sonsacarle.
Asiento mientras mi mirada se dirige a Martín que en este momento está hablando con Román. Este último tiene los brazos cruzados y una pose muy defensiva, con el ceño fruncido mientras Martín parece relajado moviendo las manos en actitud asertiva. No sé por qué, pero me preocupa de lo que puedan estar hablando.
—Seguro le está regañando —dice Mariela a mi lado haciendo que me sobresalte.
Menudo fastidio. Llevo desde ayer pensando en pasar la noche con Román, escaparnos por el bosque con una mantita y hacer cosas de adultos, y el subidón de la actividad de hoy solo había aumentado mis ganas; pero creo que mis esperanzas han sido machacadas por el nuevo coordinador.
Terminan de hablar y veo cómo Martín se encoge de hombros mientras se gira para poder hablar con una chica que reclamaba su atención. Aprovecho que Mariela ha comenzado a discutir con Daniel sobre videojuegos para acercarme al grupo donde se encuentra Román y probar suerte.
—Hola, guapo —digo mientras le toco levemente el brazo—. ¿Quieres que nos vayamos a dar un paseo los dos solitos?
Acompaño mis palabras metiendo mi mano por debajo de su camiseta blanca y acariciando suavemente la parte baja de su estómago. Es una táctica que aprendí con el tiempo y siempre me había funcionado, hasta ahora.
—No estoy de humor, Julieta. —Suspira mientras mira al cielo—. El nuevo coordinador me está tocando las narices y acaba de comenzar el campamento.
—¿Qué ha pasado? —pregunto mientras continúo con mis caricias, esperando que acaben surtiendo efecto.
—Dice que debería tomarme más en serio las actividades con mis chicos, intentar implicarlos en cosas que no les gustan —responde mirando hacia donde se encuentra Martín—. Menudo payaso. Llega nuevo y se piensa que sabe más que nosotros, que no conocemos cómo funciona el campamento al que hemos asistido durante años.
Intento tranquilizarlo con un abrazo, aunque en el fondo creo que Martín tiene razón. Tenemos que intentar que se tomen, al menos, un poco en serio las actividades. Son muchos días y habrá cosas que no le gusten a todo el mundo, pero deben implicarse porque así es como mejor se lo pasarán y eso Román lo sabe, pero el concurso de baile le ha venido muy grande y no le ha gustado que el nuevo jefe le llame la atención.
—Tienes razón, es un poco idiota. —Sonríe, pero sigue sin mirarme y su más de metro noventa hace imposible que pueda buscar su mirada—. ¿Vamos a tu cabaña, que están todos los chicos aquí, y nos damos unos masajes?
—Le he dicho a los chicos que iría con ellos a echar unas canastas y no puedo dejarles tirados —contesta y me da un beso, alejándose después—. Mañana pasamos un rato juntos. Te lo prometo, cielo.
Levanto la mano para despedirme, aunque él está ya con sus compañeros y no me presta atención. Suspiro y me doy la vuelta buscando a Mariela, pero ha desaparecido. Aún no he conseguido entablar relación con los demás compañeros y aunque sé que debería hacerlo, en este momento solo me apetece irme a dormir e intentar librarme de este calentón frustrado.
Llego a la habitación y mi gozo en un pozo, pues Coral y Rocío están charlando y, aunque lo hacen en voz baja, me es imposible concentrarme sabiendo que hay alguien en la habitación. Así es que intento dormirme mientras maldigo a Martín por haber puesto de mal humor a mi novio.
¿Por qué, desde que lo conocí, tengo que dormirme todas las noches pensando en él?
Es desesperante.
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