26
Aún no me puedo creer que Mariela me haya estado engañando durante tanto tiempo. Mientras camino por el bosque, retazos de nuestro pasado van apareciendo por mi mente. He sido una idiota por no darme cuenta de que mi mejor amiga sentía algo por mi novio. Ahora, todas esas conversaciones que tenían, esas bromas y roces que parecían inocentes han tomado un cariz totalmente distinto.
Entiendo que me he portado mal con Román, le he engañado. Tenía que haber hablado con él y dejar las cosas claras antes de besar a Martín, pero los dos hemos hecho cosas malas y estaba dejando que yo cargase con toda la responsabilidad.
Consigo alejarme de la zona donde he empezado. El campo de juego es muy grande, pero me cruzo con bastantes participantes que me ignoran porque están demasiado ensimismados con la competición. El bosque es cada vez más espeso. Las ramas de los distintos árboles me molestan para caminar y ralentizo mi marcha. De todas maneras, tampoco sé exactamente dónde ir. Parecía que Mariela iba a ser la única persona que seguiría a mi lado después de este desastroso verano, pero acabo de quedarme completamente sola. Y, en estos momentos, no estoy triste, sino muy enfadada.
Miro a mi alrededor, dándome cuenta de que no sé en qué lugar estoy. Escucho el ruido de los acampados en la distancia, así que mi preocupación disminuye. De repente, oigo unos sollozos. Me acerco al arbusto del que proceden y me asomo por encima, pensando que puede ser alguien que se ha hecho daño durante la competición. Veo, sentada y con la espalda apoyada en un árbol, a María. El mal humor que me inunda al encontrarla triste y tener que consolarla después de todo lo que me ha hecho, por ser su monitora, desaparece cuando me doy cuenta de que tiene sangre en el labio y la camiseta, blanca y de tirantes, desgarrada.
—María, ¿estás bien?
Da un respingo cuando escucha mi voz y gira la cabeza hacia mí. Puedo ver el terror en su cara, empapada en lágrimas. Parece que se ha partido el labio y noto que su pelo está enredado y descolocado, como si hubiese tenido un forcejeo. Tras días exhibiendo su agresividad y descaro cada vez que se encontraba conmigo, puedo ver por primera vez la niña que es en realidad. Está asustada y sola. Sin poder remediarlo, se me parte el alma.
—Yo... estaba...
Me acerco hacia ella y, en un primer momento, se aparta con recelo, pero cuando me coloco a su lado se abalanza sobre mí con desesperación. Pongo mi mano en su espalda e intento reconfortarla mientras sus sollozos son cada vez más fuertes. Tras unos segundos y palabras bonitas, consigo que se tranquilice.
—¿Qué te ha pasado? —pregunto tras mucho pensarlo. No quiero que vuelva a perderse en sí misma.
—Estaba con... estaba con Dani... Habíamos quedado en encontrarnos durante el juego para pasar un buen rato, pero luego he decidido que no me apetecía. Yo no quería y él...
—María, ¿te ha hecho algo que tú no querías? —Intento aparentar calma, pero lo único que quiero es salir corriendo para golpear a ese cabrón.
—¡No, no, no! —comienza a decir con nerviosismo mientras se abraza las piernas—. No me ha hecho nada, me he puesto a gritar y, sin querer, me ha empujado y me he dado un golpe con el suelo. —Se lleva la mano a los labios, que siguen sangrando.
—¿Y tu camiseta? —pregunto viendo los girones de sus tirantes.
—¿Esto? —Sus labios tiemblan, al igual que sus dedos—. Con la pasión del momento, cuando he intentado apartarme se ha roto de un tirón. —Una risa nerviosa escapa de sus labios—. No ha sido adrede, Julieta. No lo ha sido...
Sus últimas palabras son más una pregunta que una afirmación. Está asustada y se encuentra en estado de shock, se lo noto en la mirada que va de un lado a otro sin fijarse en ningún punto. Nunca me había encontrado en una situación como esta. Todas las charlas, cursos y consejos que me han dado a lo largo de mi vida sobre cómo proceder se ven emborronados con la furia que siento hacia Daniel.
—¿Dónde está? —digo mientras miro a mi alrededor, siendo consciente de que puede que no esté muy lejos.
—No lo sé, he salido corriendo cuando me he levantado y no sé por qué. Me estaba diciendo que no quería hacerme daño, Julieta, que ha sido sin querer. No sé por qué he huido, ha sido sin querer. Ha sido sin...
—¡María!
La voz de Daniel llega hasta nosotras, haciendo que la chica pegue un respingo. Su primer instinto ha sido asustarse y ha comenzado a temblar de nuevo. Me llevo un dedo a los labios mientras la miro, intentando que comprenda que debemos estar en silencio.
—¿Dónde estás, cielo? —Suena tranquilo, aunque, al conocerlo desde hace mucho tiempo, sé el tono amenazante que esconden sus palabras—. Te has dado un buen golpe, seguro que necesitas ayuda médica. Tenemos que ir a curar ese labio.
María parece removerse, como si empezase a dudar. Pongo mi mano en su hombro y ejerzo un poco de presión, intentando reconfortarla. No hay nada que me apetezca más en este momento que salir a decirle unas cuantas cosas al idiota de Dani, pero me da miedo cómo pueda actuar María ante esto. Parece muy afectada.
—Por favor... Estoy muy preocupado. El bosque es peligroso, ojalá no te haya... —Se interrumpe, pues parece que un grupo de acampados está pasando cerca de nosotros por el murmullo que escuchamos. Cuando noto que han pasado, continúa— pasado nada, amor.
Me muerdo los labios, aguantándome las ganas de gritarle. Estas palabras hacen que María cambie de actitud y, de repente, se levanta y comienza a gritar.
—¡Dani! ¡Estoy aquí!
—María, ¡por favor! —Intento taparle la boca, pero se zafa de mí.
A los pocos segundos aparece mi antiguo amigo y, al verme, su expresión cambia. No sé si está furioso o sorprendido, pero puedo ver un poco de temor en sus ojos. Lo que está claro es que no se alegra de verme con su víctima.
—María, estaba muy preocupado. ¡Menuda caída has tenido!
Intenta acercarse a ella y tocarle el labio, pero la chica se aleja siguiendo su instinto. Ahora que está delante de él, las ganas que tenía de verlo hace unos segundos han desaparecido y el miedo vuelve a su rostro.
—Ni se te ocurra, Daniel —digo con voz amenazante mientras me interpongo entre los dos.
—¿Qué haces, Julieta? —pregunta, haciéndose el sorprendido—. Déjanos en paz, nadie te ha dado vela en este entierro.
Me da un leve empujón y la toma del brazo. Se empiezan a alejar y, cuando no han dado más de dos pasos, María se gira y me lanza una mirada de auxilio que respondo al momento. Daniel es fuerte, pero no cuenta con la energía que tengo acumulada de tantos malos ratos este verano. Consigo soltar su agarre y le empujo con ganas, haciendo que trastabille con unas ramas y caiga al suelo de espaldas.
—María, ¡corre y busca ayuda! —Está temblando y tengo que zarandearla para que entre en razón—. Por favor, tienes que buscar a Martín o a alguno de los demás monitores, ¡rápido!
Algo en mis palabras hace que su cerebro reaccione y salga corriendo internándose en el bosque. Debería haberme ido con ella, pero en la situación en la que se encuentra temo que vuelva a cambiar de opinión o que Daniel la atrape. No sé, puede que no haya sido la mejor idea del mundo y ya no hay vuelta atrás. Mi antiguo amigo se levanta mirándome fijamente. El odio que puedo ver en sus ojos me asusta más de lo que imaginaba, pero me mantengo firme.
—¿Qué estás haciendo? Por mucho que te duela, María es mi novia.
—Daniel, me ha contado lo que ha pasado —respondo con seriedad.
—Se ha caído. Seguro que se ha golpeado la cabeza y tú la dejas sola corriendo por el bosque. —Algo en su expresión me hace pensar que de verdad se está creyendo lo que cuenta.
—No, le has empujado porque no quería acostarse contigo. Tiene la camiseta rota, ¡joder!
—¿Por qué mientes? ¿Quieres destrozarnos la vida? —pregunta mientras comienza a dar vueltas en círculo—. No eres la más indicada para dar lecciones de moral a nadie. No te van a creer, eres una mentirosa.
—Eso ya lo veremos —digo señalándole con el dedo—. Vamos a contarle la historia a Martín y Fran, a ver qué opinan ellos cuando vean a María en el estado en el que se encuentra y sepan que has estado con una acampada menor de edad.
Comienza a apretar los puños y, durante unos segundos, parece que se ha quedado sin palabras. Sé que está sopesando lo que le he dicho, analizando la situación y noto el momento en el que se da cuenta de que ha perdido.
—Te vas a arrepentir, ¡zorra!
—¡Socorro! ¡Ayuda!
Mis gritos le paralizan, parece que no se lo esperaba. No soy idiota, sé que es muy probable que haya alguien cerca de nosotros y espero que la presencia, aunque sea de un acampado, le contenga. Se lleva las manos a la cabeza y comienza a rascar su pelo rubio con furia. Este simple gesto le hace parecer más desquiciado aún, por lo que comienzo a retroceder sin parar de gritar.
Una especie de gemido sale de sus labios, tan fuerte que eclipsa mis chillidos. Antes de que me dé cuenta, salta como un animal, derribándome. Me golpeo con la cabeza en el suelo, sintiendo cómo me mareo por un segundo, pero vuelvo a la realidad en cuanto noto las manos de Daniel presionando mi garganta con fuerza, haciendo que no pueda respirar.
—¡Siempre metiéndote donde no te llaman! Maldita gorda, eres una envidiosa y no vas a joderme la vida. ¡No lo harás!
Sus piernas me tienen inmovilizada. Clavo mis dedos en los suyos con fuerza, intentando soltar su agarre, pero me es imposible y al no tener uñas no puedo utilizarlas. Lanzo golpes al aire y, debido a su altura y posición, no consigo alcanzarle. Mis débiles puños en sus brazos y pecho no están haciendo nada para ayudarme a salir de esta situación.
—Daniel, por favor... —suplico moviendo los labios, con las lágrimas cayendo por mis mejillas.
—Tenías que haberte ido del campamento cuando te empujé por la ladera —confiesa ignorando mis palabras—. Era un aviso, joder, pero eres tan idiota y borracha que no fuiste capaz de darte cuenta de que alguien te había empujado.
Aunque parezca mentira, debido a la situación en la que estoy, me alivia un poco escuchar estas palabras. Todo el rato ha estado rondando por mi mente la idea de que alguien me había empujado, a pesar de los intentos de los demás por restarle importancia. Me falta el aire y noto arder mi cuello, sintiendo sus dedos cada vez más fuerte. Cuando pienso que todo ha terminado y comienzo a ver el rostro de Daniel borroso, de repente, desaparece de mi vista. La presión se ha ido y mi instinto de supervivencia se activa, haciendo que me aleje arrastrándome por el suelo de espaldas hasta que encuentro un árbol donde apoyarme. Veo que la persona que me ha salvado es Adrián, que con su musculoso cuerpo está consiguiendo contener desde atrás a su amigo.
—¡Suéltame! ¿Qué estás haciendo?
—Tío, estabas estrangulando a Julieta. ¿Te has vuelto loco? —pregunta Adrián con la voz entrecortada por el esfuerzo de sujetarlo.
—¡Tú también lo dijiste! Que ojalá no hubiese vuelto tras la caída. ¡Nos ha jodido la vida a todos!
—Dani... Estaba enfadado. Todos lo estábamos, pero esto es una locura. ¡Es Julieta, tío!
Me duele tanto la garganta que hasta tragar saliva es un suplicio. No me puedo creer lo surrealista de la situación. Si Adrián no hubiese aparecido, podría haber muerto. Daniel está totalmente ido y no atiende a razones, aunque por mucho que intenta zafarse, Adrián es más fuerte. De repente, aparecen Román y Mariela. El primero va a ayudar a su amigo a contener a Daniel y Mariela se agacha a mi lado, primero con cara de preocupación y, después, horrorizada al mirar mi cuello en el que seguro que han quedado marcadas las manos de Dani.
—¡Román! Tú me comprendes, ¿verdad? Esa zorra se tenía que ir del grupo. Sé que todos queríais deshaceros de ella, lo habéis dicho. Coral, Mariela, Adrián... hasta tú, colega —dice señalando a Román—. Iba a hacer lo que ninguno os atrevíais. ¡Deberíais estarme agradecido!
Noto las manos de Mariela, temblorosas, en mi hombro. Los tres estamos mirando a Daniel con preocupación. Creo que ninguno pensaba que pudiese llegar a este punto. Román ayuda a Adrián a llevarse a Daniel hacia el campamento, pero antes puedo leer sus labios cuando murmuran un "lo siento". Su expresión me transmite tanta calma que, tras estos infernales momentos, noto por primera vez que estoy a salvo. Me abrazo a Mariela, que no se ha apartado de mi lado, y comienzo a llorar, desesperada, soltando toda la tensión que había acumulado.
Creo que es el momento de volver a casa.
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