25
—¡Preparados para la gran prueba!
Los gritos de Fran a través del altavoz inundan el centro del campamento. Todos los chicos están muy emocionados y se han preparado para la ocasión. El juego de "Atrapa la bandera" causa sensación todos los años, pues la forma que tenemos de desarrollarlo hace que la vena competitiva de todos salga a la luz. La mayoría de los acampados viste ropa cómoda, sus botas de montaña y les hemos dado maquillaje de guerra, con pintura en tonos marrones, verdes y negro, haciendo que luzcan como soldados de las películas de acción. Cada equipo, siendo un total de tres con gente de todas las edades, lleva un pañuelo de colores distintos según al que pertenezcan. Algunos llevan ramas, fingiendo que son armas, y están avisados de que solo podrán utilizarlas como atrezo o serán descalificados. En esta ocasión no participamos ninguno de los monitores, pues el "campo de batalla" es demasiado grande, lleno de árboles y zonas un poco peligrosas, por lo que tenemos que estar pendientes de que ninguno de los chicos acabe en la enfermería.
Me encuentro sola, detrás de todo el bullicio, y un poco más animada después de mi conversación de ayer con Martín. He preferido mantener las distancias con él hasta que consiga solucionar, o intentarlo, los problemas con mis amigos. Creo que esta noche, después de toda la emoción del día, será la mejor ocasión. El campamento está a punto de terminar y, si no lo hago antes de que acabe, perderé la oportunidad. Cada uno volveremos a nuestra vida y seguro que querrán alejarse lo máximo posible de mí.
—¡De acuerdo! Cada equipo irá a su campamento base con el monitor asignado. Recordad las normas y ganará el equipo que antes consiga su bandera. Además, habrá pequeños juegos entre medias que os harán sumar puntos para la victoria final. Estad atentos a las indicaciones.
Fran termina su discurso y me dispongo a reunir al equipo amarillo. Cuando lo conseguimos, comenzamos el camino hasta la zona delimitada con cintas del mismo color que sus pañuelos. Para comenzar la primera prueba, en ella está la bandera del equipo rosa. Les doy unas pocas explicaciones, a las que solo algunos están pendientes, y me marcho hacia una pequeña elevación, alejada del grupo, que me permite ver la zona del juego con mejor perspectiva.
Empieza a sonar una sirena, lo que indica que el juego ha comenzado. A la locura inicial le sigue un periodo de calma, en el que solo un puñado de chicos se ha quedado en la zona protegiendo la bandera. No tardo en aburrirme de la situación y comienzo a caminar, esperando no tener que enfrentar ninguna situación incómoda. Me cruzo con algunos acampados, que corren por la zona o intentan esconderse para crear una mejor estrategia. Voy en silencio, mirando a mi alrededor y disfrutando del bosque, hasta que unos murmullos de voces conocidas llaman mi atención.
—Te dije que la dejases y no me hiciste caso.
Es la voz de Mariela. Al principio me alegro de que sea ella, es una de las pocas personas que no me odian, pero algo en sus palabras y en su tono de voz hace que mi instinto me diga que es mejor permanecer en silencio y escuchar, cual cotilla, la conversación antes de anunciar mi presencia.
—No me contaste toda la verdad. Podrías haberme dicho que me estaba engañando, ¡joder!
Román, enfurecido, hablaba entre murmullos sonoros. Sigo agazapada y, con solo estas frases, comienzo a unir los puntos. En mi mente comienza a forjarse algo que no me gusta.
—Julieta es también mi amiga. No podía traicionarla.
—¿Y a mí sí? Dices que me quieres, que querías estar conmigo, pero me mientes. Por dios, Mariela, ¡sabías que estaba haciendo el idiota!
No me lo puedo creer... Mi mejor amiga, la que pensaba que me estaba apoyando todo el rato, y mi novio. Han dejado que todo el mundo y que yo misma piense que soy una persona horrible, que les he engañado y, al final, ellos también me estaban traicionando a las espaldas. Quiero levantarme, salir de mi escondite y comenzar a gritarles como si no hubiese un mañana y sin darles oportunidad a réplica, pero decido esperar para ver qué siguen diciendo.
—Yo... lo siento, Román. Pero todo esto ya ha terminado, sabes la verdad. Has dejado a Julieta y ahora podemos estar juntos. —Mariela imprime una emoción desquiciada a sus palabras.
—No sé cuántas veces tengo que decírtelo, Mariela. No te veo de esa manera, no quiero estar contigo.
—¿Qué tiene ella que no tenga yo? ¡Es imposible que alguien la prefiera!
El grito de Mariela, con todo lo que lleva implícito en sus palabras, ataca a mi autoestima de una forma devastadora y, harta como estoy de llorar cada vez que algo que me daña, decido salir de mi escondite con velocidad y lanzarme hacia la que fue mi amiga. El factor sorpresa me acompaña y puedo ver, durante una décima de segundo, el terror en sus ojos. Sin saber muy bien lo que estoy haciendo, la agarro por la cintura, cayendo las dos al suelo y, valiéndome de mi peso, consigo ponerme encima de ella atrapándola entre mis piernas.
—¡Julieta! ¿Qué estás haciendo? —grita Román.
—¡Cállate! Y ni se te ocurra acercarte.
Algo en el tono de mi voz hace que retroceda. He agarrado las manos de Mariela y no puede moverse. Parece aturdida y una pequeña lágrima recorre su mejilla. No sé muy bien qué hacer, pero estoy en ventaja y no quiero desaprovecharlo. Tengo muchas ganas de golpearla, aunque una pequeña parte de mi cerebro racional me lo está impidiendo.
—Lo siento... —masculla Mariela, intentando no mirarme a los ojos.
—¿Qué sientes? ¿Haberme mentido? ¿Intentar quitarme a mi novio? ¿Darme discursos de falsa moralidad mientras tú hacías lo mismo?
Aprieto con fuerza sus brazos mientras el silencio reina entre nosotras. Román, que parece que se ha hartado de contemplarnos, me agarra de la cintura y me cojo en volandas mientras grito y pataleo. Soy grande, pero él lo es más, así que consigue inmovilizarme desde atrás, aunque no sin esfuerzo. Por un momento, sentir de nuevo su contacto hace que pierda las fuerzas, recordando lo que hemos pasado. Me recompongo, pues no quiero que vean ni un atisbo de debilidad en mí.
—Todo, lo siento todo, ¿vale? —dice Mariela mientras se incorpora, llena de hojas y ramas—. Siempre me ha gustado Román, desde que nos conocimos. No he podido evitarlo.
—¿Y por qué no me lo dijiste? —grito con furia—. Se supone que éramos amigas.
—Yo... Sabes que no me gusta hablar de esas cosas hasta que no pasan y pensé que podría conquistarlo. No creí que te pudieses adelantar. Había algo entre nosotros, nos llevábamos muy bien, y tú, bueno...
—Nunca me has visto como una competencia, ¿verdad?
No contesta, pues sabe lo que implican mis palabras. Por mucho que intente librarme de mis inseguridades. Por mucho que el mundo se empeñe en decir que todos los cuerpos son válidos y digan que apoyan nuestros miedos y luchas. Por mucho que avancemos en eso, siempre va a haber alguien que piense que por el mero hecho de estar gorda me merezco menos que ella. No me afecta tanto como pensaba, pues es algo que siempre ronda mi mente y se ha quedado afianzado con cada comentario, cada mirada, cada situación. Es más, ahora que sé de su traición, me causa hasta satisfacción.
—Me he portado fatal, espero que me perdones.
Mariela intenta acercarse a mí, aprovechando que Román sigue sujetándome, pero tiene la guardia baja y consigo zafarme. Me alejo de ellos unos pasos, marcando las distancias.
—¿Desde cuándo sabes esto? ¿Tampoco pensabas decírmelo? —acuso a Román.
—Me lo confesó en el campamento. No le di importancia ni quería romper vuestra amistad. Pensé que se le pasaría, pero no me deja en paz.
—¿Que no te dejo en paz? —pregunta Mariela, con furia—. ¡Me besaste!
—¿Eso es cierto? —pregunto a Román. Ya no sé qué creer.
—Solo fueron unos besos, Julieta. Lo prometo. Fue un error, estaba celoso, no me hacías caso y esa noche Mariela aprovechó que estaba con la guardia baja, pero me arrepentí al día siguiente.
Hay algo en su voz, como una súplica, que me hace pensar que está arrepentido. Pero eso no importa. Ha dejado que todo el mundo piense que solo yo he sido mala persona en esta relación, cuando él estaba haciendo lo mismo.
—No me puedo creer que me hayáis hecho esto. Los dos —contesto, señalándolos.
—Espera, no me pongas al mismo nivel. Tú me has engañado varias veces con el imbécil de Martín, lo mío fue solo un error de una noche —replica Román, enfurecido.
—¿Un error de una noche? —Las lágrimas desesperadas de Mariela recorren su rostro—. Todas las veces que te he consolado, que he escuchado tus problemas, ¿se resumen en eso? —Empuja a Román con rabia, aunque no consigue moverlo—. Si no llega a ser por esa noche, no hubiese vuelto tarde a la cabaña y no habría pillado a Julieta con Martín. ¡Ella nunca habría confesado y seguirías engañado!
—¡Mentira! Iba a contárselo, pero Coral se adelantó.
—¿Y quién te presionó para que se lo contaras? ¡Yo! Si no, seguro que habrías seguido manteniendo la farsa.
Mariela ha tardado muy poco en pasar del arrepentimiento al enfado. No me sorprende, sé que sus palabras esconden mucho rencor. Cansada, comienzo a alejarme de ellos. No llegaremos a ningún lugar en esta conversación. Nuestra amistad está acabada. Román me sujeta del brazo con suavidad, pero me zafo y no intenta retenerme. Ambos nos hemos dado cuenta de que, por mucho que no importe, él fue el primero en engañarme y eso tiene un peso en mi mente que va a ser difícil de borrar.
—¡Ojalá no hubieses venido! —grita Mariela desde la rabia que inunda su ser.
Sus palabras me hacen girarme y, viéndolos ahí plantados, algo se rompe dentro de mí sabiendo que, por mucho que me esfuerce, las cosas nunca volverán a ser como antes. Cada vez estoy más segura de que ninguno de mis supuestos amigos me quería aquí y eso hace saltar las alarmas de algo que tenía guardado y en lo que no pensaba desde hace unos días.
—Cada vez estoy más segura —digo mientras me doy la vuelta, pero sabiendo que están escuchando mis palabras— de que fue alguno de vosotros el que me empujó por esa ladera.
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