23
En muchas ocasiones, mientras veía una película o serie, pensaba en lo exageradas que eran las reacciones de algunos personajes cuando estaban al límite. Como el que corre hasta el aeropuerto para declararle su amor a la chica a la que dejó tras un estupido malentendido. O cuando el héroe, con su último aliento y después de recibir una soberana paliza, pateaba al villano con sus últimas fuerzas logrando salvar al universo. Mi mente racional pensaba que, en la vida real, ninguna de estas cosas podían suceder.
Pero toda mi teoría se ha venido abajo, pues estoy corriendo tras una de mis mejores amigas para intentar coser los retales de lo que queda de nuestra relación. Me ha visto con Martín a solas en el baño y tomados de la mano, seguro que está pensando en que su idea de que todas las excusas que le dí eran mentira es la correcta y no puedo dejar que esto termine así.
Me falta el aliento, pero no puedo dejar de correr por inercia. La maldita iglesia es enorme y está llena de pasillos que no parecen llegar a ninguna parte. Siento a Martín corriendo tras de mí y, sorprendentemente, no consigue alcanzarme. Puede que la adrenalina me esté dando el impulso que necesito. Aunque parece que a Coral también, porque siento que está a la misma distancia que cuando comenzó esta competición.
De repente, la veo cruzar un gran portón. Llego a la puerta, pero me detengo durante un par de segundos que son suficientes para que Martín llegue hasta mí. Se coloca a mi lado y pone una mano en mi espalda, pero tras un gesto consigo que la aparte. Estoy apoyada en mis rodillas, recuperando la respiración y sintiendo como si el oxígeno no consiguiese entrar a mis pulmones con normalidad.
—¿Estás bien?
—¿Cuántas... veces me has hecho esta pregunta en... los últimos días, Martín? —pregunto, enfadada y con la voz entrecortada.
Puedo ver cómo levanta las manos en señal de rendición y se queda con los brazos cruzados, esperándome. Le agradezco su silencio, así puedo recomponerme tranquila antes de entrar a la habitación, pues es mala idea intentar conversar con Coral cuando las palabras no pueden salir de mis labios y estoy al borde del desmayo. Unos segundos después, cuando ya puedo respirar con normalidad, abro la puerta con fuerza.
—¡Coral! No es lo que estás...
Las palabras mueren en mis labios al contemplar la escena. Parece que hemos llegado a la habitación dónde íbamos a celebrar la reunión de monitores y el tiempo que he estado recuperando el aliento ha sido suficiente para que Coral pusiese al tanto a todos de la situación. Puedo ver la mirada de sorpresa de Virginia, la compasión de Mariela, la satisfacción de Adrián y Dani, pero, sobre todo, la decepción en los ojos de Román.
—Julieta.
Martín entra en la habitación y se coloca a mi lado. Antes de que ninguno de los presentes podamos reaccionar, Román corre hacia él y, cogiéndolo de la camiseta, lo aprisiona contra la pared de al lado. Un grito escapa de mis labios e intento acercarme a ellos, pero alguien me coge del brazo, reteniéndome. Veo que es Adrián, que niega con la cabeza sin soltar su agarre.
—¡Román! ¿Qué estás haciendo? —grito con desesperación.
—¿Te has acostado con mi chica? —le pregunta a Martín, ignorándome.
—¿Qué narices dices? —Me estoy desesperando.
—¡Coral me lo ha contado todo! —responde Román, mirándome con furia en sus ojos sin soltar a Martín de su agarre, que parece demasiado tranquilo—. Me estás engañando con este imbécil, Julieta.
—Yo... —No sé qué contestar. Estoy en blanco.
Nos quedamos todos en un tenso silencio. La mayoría de nuestros compañeros parecen incómodos, pero ninguno quiere marcharse o intervenir, pues se perderían toda la historia y no están dispuestos a ello. Mientras Román continúa mirándome y yo agacho la vista, evitando su contacto, Martín intenta zafarse con cuidado, aunque no lo consigue.
—No me puedo creer que me hayas hecho esto, Julieta.
—Me parece que no es el mejor momento para hablarlo —digo acercándome a él, pues Adrían me ha soltado, y colocando mi mano sobre su brazo—. ¿Quieres que vayamos a otro lugar? Prometo contártelo todo.
—Ya lo sé todo. Este maldito idiota se ha intentado aprovechar de ti, seguro que solo para fastidiarme, y tú te has dejado. Eres una...
—No creo que quieras ir por ahí, Román —responde Martín, haciendo que este vuelva a mirarle con furia en los ojos—. Suéltame y hablemos como adultos.
—¿Me estás llamando crío? —pregunta Román, empujándole con más fuerza.
Tras estas palabras, todo sucede con demasiada rapidez. Martín agarra las manos de Román con fuerza haciendo que este, sorprendido, lo suelte, y el rubio le empuja haciendo que retroceda unos pasos. Román levanta el puño, preparado para golpearlo, pero Daniel y Adrián lo retienen en el último momento y consiguen que no cometa una estupidez que le costaría su puesto en el campamento y quién sabe qué más.
—Mira, Román, quiero que te quede claro que voy a hablar por mí. No te tengo manía, no eres tan especial. Me pareces un vago y un engreído. No sé por qué Julieta está contigo, pero es su decisión. Solo quiero que sepas que es una chica divertida y simpática a la que estáis apagando todos con vuestras decisiones horribles. —Mientras dice esto último, señala a todos los de la sala—. Tenéis diez minutos para volver con vuestros acampados.
Abandona la habitación entre los murmullos de los demás, que parecen haber tomado conciencia de lo que estaban haciendo y empiezan a salir con la cabeza agachada.
—Te lo mereces, por mala persona —dice Coral cuando pasa a mi lado, pero la ignoro, lo que hace que se enfurezca aún más—. Vas a quedarte sola.
Por mucho que me duelan sus palabras, no puedo dejar de mirar a Román. Mi primer amor, el chico de mis sueños, con el que tantos buenos ratos he pasado, está apoyado en la mesa, observándome, con un odio que nunca había visto en sus ojos. Mi primer impulso es acercarme a él, pero no puedo. Tengo miedo de lo que podamos decirnos en este momento. Además, que Daniel esté a su lado no ayuda.
—Julieta, creo que deberíamos irnos. —La voz de Mariela hace que salga de mi ensimismamiento.
—Creo que deberías ir con Coral —respondo en voz baja y entrecortada.
—Pero... —comienza a decir, aunque algo en mi mirada hace que asienta, cambiando de opinión—. De acuerdo. Avísame si me necesitas.
Me da un apretón en la mano antes de salir por la puerta. Adrián la sigue, con la cabeza gacha, aunque puedo ver cómo una sonrisa se dibuja en su rostro. Debe de estar disfrutando al ver cómo el mundo se me viene encima.
Noto que Daniel no tiene intención de abandonar la habitación, por lo que uso mi última carta, mirando a Román e intentando transmitirle todo el cariño que nos hemos tenido. Sé que es egoísta, pero necesito tener con él una conversación los dos solos, intentar justificarme, aunque sea por última vez.
—Román... —suplico.
Se levanta, acercándose hacia mí, con los puños cerrados y mirando al suelo. Las lágrimas surcan su rostro y mi corazón se parte poco a poco.
—No quiero volver a verte, ni a escucharte, ni saber nada de ti. Soy el maldito cornudo de este campamento y eso, Julieta, no te lo voy a perdonar. Nunca.
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