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21

—¡Julieta! Ayúdame a colocar esa mesa.

En ninguna de las variantes que pudiesen existir en nuestro universo salgo bien parada de esta situación. Mariela tiene que gritarme para que la escuche, pues llevo toda la tarde dando vueltas a la conversación que tengo que mantener con Román y siempre me ha resultado muy difícil hacer dos cosas a la vez. Por eso me ofrecí voluntaria esta mañana para preparar la cena a la luz de las estrellas y, ahora, me arrepiento. Pensaba que iba a estar sola, pero quieren que esté todo el rato con alguien. Será por la conmoción que sufrí y, sobre todo, por mi mala cara. Al menos estoy con Mariela, que sabe todo lo que ha pasado y está dándome mi espacio. Eso parece, de momento.

—Lo siento. Estoy despistada.

—Se te nota —dice mientras sonríe y tomamos un lado de la mesa cada una—. No quiero meterte presión, pero...

Demasiado tiempo lleva mordiéndose la lengua y si antes lo digo, antes sucede. Seguimos andando en silencio, aunque tiene su mirada clavada en mí, esperando mi respuesta a una pregunta que no ha hecho pero que las dos conocemos.

—Esta noche hablaré con ella, lo prometo.

Asiente, mientras colocamos la mesa en su lugar. Solo nos queda colocar los manteles y las pequeñas lámparas que adornarán el lugar. Estamos en un pequeño claro, rodeado de árboles y cerca de la cocina. Esta noche haremos una pequeña celebración con todos los acampados. Cenaremos en la naturaleza, veremos una película en un proyector que hemos montado atando una lona blanca a unos árboles y les dejaremos tiempo para socializar entre ellos. Va a ser una noche relajada y el mejor momento para confesar a una de mis mejores amigas que me he besado con el chico que le gusta.

—Si quieres, puedo ayudarte —responde agarrando uno de los manteles.

—No es necesario.

—Bueno, estaré cerca por si me necesitas.

—Puede ser que te llame cuando Coral intente arrancarme la cabeza. —Puede parecer una broma, pero creo que es bastante probable.

—Julieta —contesta entre risas—, nuestra amiga es mucho más pacífica. Aunque estoy segura de que esta noche estará bastante enfadada con las dos.

—¿Con las dos? ¿Por qué? —pregunto, extrañada.

—Sabrá que yo lo sé y me culpará por no habérselo contado. Pero no te preocupes —se apresura a decir al ver mi cara de pánico—, se le pasará, ya lo verás. Es lista, se acabará dando cuenta de que no queríamos hacerle daño.

Coloco las pequeñas lámparas de colores por las mesas, en las que ya hemos puesto los manteles, mientras una pequeña punzada de culpa recorre mi cuerpo. No había pensado, en ningún momento, en lo que todo esto podía suponer para Mariela. Además, también es amiga de Román. Espero que no le salpique demasiado.

—Por cierto, no te he preguntado, ¿qué tal estás?

—¿De qué? —pregunto, desconcertada.

—Román me dijo ayer que no te encontrabas bien, por eso no asististe a los juegos nocturnos ni a la reunión. Me dijo que le cambiaste el turno de vigilancia para poder tomar el aire.

Es verdad, me había olvidado totalmente de eso. Tengo que empezar a apuntar mis mentiras en una libreta o acabaré metiendo la pata más al fondo de lo que ya la tengo.

—¡Ah! Sí, estoy mucho mejor. Creo que por la tarde me dio un pequeño golpe de calor o puede que me sentase mal la comida.

Mariela empieza a comentar lo malas que estaban las albóndigas del día anterior y no puedo dejar de pensar en el incidente con mis chicas. En realidad, tanto mi escapada de ayer como la de hoy se deben a que no quiero pasar tiempo a solas con ellas. Por supuesto, no he contado nada. Me digo a mí misma que es porque quiero esperar a que Román y Coral se enteren de la historia por mí, pero en el fondo tengo bastante miedo.

Tras el subidón inicial cuando se marcharon, dejándome en el claro, comenzó a recorrerme una sensación de incomodidad por todo el cuerpo. Un grupo de chicas me había agredido y amenazado. Estoy segura de que hasta la dulce Sofía estaba en el ajo, pues evitó mirarme a los ojos cuando nos volvimos a cruzar. No es solo que pudieran decirle a mis amigos el error que había cometido, sino que tengo bastante claro que no dudarán en volver a por mí si hace falta. Tanto si lo cuento como si no. Es más, la sospecha de que puede que fuese alguna de ellas, o todas juntas, la que me empujó aquella noche comienza a forjarse en mi mente.

Por eso estoy evitándolas tanto como puedo. Quedan pocos días de campamento y ya me las apañaré para estar con ellas el menos tiempo posible. Tengo la excusa de la caída, parece que todos creen mis malestares, al menos por ahora, y como son el grupo de los más mayores pueden hacer la mayoría de las actividades sin supervisión. No sé si funcionará, pero tengo que intentarlo.

—¡Julieta! Ya están llegando todos.

Miro hacia el campamento y veo cómo los chicos y chicas se van acercando. Se nota que el evento ha causado sensación. Algunos llevan sus mejores galas o, al menos, no van en chándal. Todos se acercan a las mesas y, mientras, algunos monitores vamos yendo hacia la cocina para recoger la comida, que colocamos como si fuese un buffet. No es nada del otro mundo, pero están entusiasmados.

La cena transcurre sin incidentes, quitando unas pequeñas discusiones y algún intento apaciguado de empezar una guerra de comida, y nos dirigimos al lugar donde está montado el proyector para ver la película. Todos se sientan en mantas, toallas e incluso sobre el mismo césped. Román maneja el equipo y me lanza un beso cuando me ve, a lo que yo respondo con una sonrisa. Me quedo de pie detrás de los acampados, al igual que la mayoría de monitores, con una pequeña linterna por si tuviese que intervenir si los chicos no estaban atentos a la película y armaban demasiado barullo. Mariela se encuentra a mi lado y comienza a hacerle señas a Coral, que está en el otro lado, para que se venga con nosotras.

Conforme se va acercando siento cómo los nervios me atenazan el cuerpo y un ligero temblor se apodera de mis manos. No puedo seguir evitando esta conversación.

—Qué ganas de acabe la noche —dice Coral mientras se cruza de brazos.

—¡Disfruta un poco, mujer! —responde Mariela.

—De lo único que tengo ganas últimamente es de meterme en la cama —contesta Coral con la vista fija en el horizonte.

Mariela me da un codazo y señala a Coral con la cabeza. Suspiro, armándome de valor, y le cojo del brazo haciendo que se sorprenda.

—¿Puedes venir un momento conmigo? Tenemos que hablar.

La sorpresa se dibuja en su rostro y, después, frunce un poco el ceño. Es normal, ninguna buena noticia comienza con esa frase. Sin soltarla, le dirijo hacia los árboles buscando más intimidad.

—¿Por qué tanto secreto? —pregunta con picardía cuando nos paramos y mi silencio comienza a ser incómodo—. Julieta, ¿qué está pasando?

—Yo...

Las palabras se atragantan en mi boca. No sé cómo comenzar a decir esto. Ninguna forma de las que pasa por mi mente se me antoja la correcta y Coral se cruza de brazos, impaciente.

—Espero que no sea una de vuestras bromas ni planes, porque estoy un poco harta de...

—Martín y yo nos hemos besado.

Sus ojos se abren y, por un segundo, una sonrisa se dibuja en sus labios.

—Estás de coña, ¿verdad? —Su tono es divertido, como si no se lo creyese.

—No, Coral. Lo siento mucho. Quería contártelo, pero...

—Es imposible. No, no puede ser. —Comienza a dar vueltas, sin mirarme. Se está mordiendo las uñas, como siempre hace cuando se pone nerviosa—. ¿Cuándo? ¿Fue antes de que me declarase?

Por un segundo pienso en mentirle, pero desecho esa idea conforme llega. Tengo que ser sincera y, para ello, no puedo intentar rebajar el golpe.

—Sí —respondo y en su rostro se refleja la traición.

—¿Por qué, Julieta? —Las lágrimas recorren su rostro y no puedo evitar que las mías comiencen a brotar—. No lo entiendo. ¿Qué pasa con Román? ¿Lo sabe?

—No. Quería que lo supieses tú primero, porque sé que me he portado fatal conmigo y eres mi amiga.

—¿Tu amiga? —pregunta, amenazante—. Tú y yo no somos amigas, Julieta. ¿Qué clase de amiga le quita a la otra al chico que le gusta?

—No te lo he quitado, yo... —Al ver su rostro, decido no seguir por ese camino—. Lo siento tanto, de verdad.

—Guárdate tus disculpas vacías para tu novio. No quiero que vuelvas a dirigirme la palabra nunca más. Te mereces todo lo malo que te pase.

Tras terminar de hablar, pasa por mi lado dándome un fuerte empujón que me hace tambalearme. Se dirige hacia las cabañas y veo cómo Mariela la sigue. Llevo las manos hacia mi rostro y, al igual que tantas veces he hecho estos días, comienzo a llorar.

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