19
Si digo que ayer fue una de las peores noches de mi vida no exagero. No sé ni cómo conseguí recomponerme tras mi conversación con Martín, pero pude hacer el trabajo y asustar a varios acampados que se creían a salvo llegando al final del juego. Mi disfraz ayudó a esconder las lágrimas que habían estado rodando por mi rostro, así que tuve suerte y nadie me preguntó por ello. Cuando terminé le dije a uno de nuestros compañeros, Lucas, el que vino a avisarme de que era el último grupo, que me excusase ante los demás en la reunión, pues no me encontraba bien. Llegué a la cabaña, me duché para quitarme el maquillaje, y me metí en la cama donde la culpa no hacía más que atenazar mis entrañas.
En estos momentos, me encuentro sentada en la cama. Las chicas se han ido a desayunar con los demás acampados. Coral me ha preguntado si me encontraba bien o necesitaba algo. Tras mi negativa se ha ido con cara de preocupación, pues tanto ella como los demás creen que todo esto se debe a secuelas que me ha dejado el accidente. No todos, porque, al menos, Mariela me ha mirado con impaciencia mientras señalaba a nuestra otra amiga con la cabeza. He asentido, esperando que eso la complaciera, y algo ha debido de ver en mi rostro pues antes de irse se ha acercado, cogiéndome de la mano y apretándola con comprensión. Puede que esta noche hable con ella, contándole lo que pasó con Martín y me ayude a planear cómo contárselo a los demás y evitar que la bomba nuclear estalle en mis manos.
Una ducha de agua fría consigue sacarme un poco de mi estupor. La noche ha sido calurosa y la he pasado arropada por completo por las sábanas para que nadie se diese cuenta, al encender la luz por casualidad, de mi desvelo. Me visto con desánimo, preparándome para enfrentar el día. Sé que podría quedarme en la cabaña con la excusa del accidente, pero cuanto antes comience a enfrentar mis errores, mejor.
Sin que pueda evitarlo acuden a mi mente imágenes de Martín. Mi cuerpo recuerda su contacto y un nudo se forma en mi estómago. No sé qué siento exactamente por él, pero está claro que no me es indiferente. Sin embargo, la culpa es aún más fuerte y me ataca, impidiendo que disfrute de lo que debería de sentir en esta situación. Sé que llevo unos días diciéndolo, pero está claro que no me queda más remedio que hablar con Román. Aunque creo que me siento peor por Coral, pues no puedo evitar sentir aún un poco de rencor hacia mi novio por todo lo que ha pasado estos días y mi parte irracional sigue gritándome que se lo merece. Pero mi amiga no ha hecho nada y yo decidí traicionarla. No solo por el hecho de liarme con el chico que le gusta, sino porque le he mentido dándole falsas esperanzas cuando sabía que no tenía ni una sola oportunidad con él.
Salgo de la cabaña con las ideas claras, decidida a hablar esta noche con Coral para contárselo, aunque intentando antes que Mariela me acompañe. Podría hacerlo durante el día, pero creo que es mejor esperar a que los acampados estén dormidos. Además, hoy hay juegos en grupo por el bosque y va a ser muy difícil que coincidamos fuera de la comida, donde hay demasiada gente y tenemos que hacer nuestro trabajo de vigilancia.
Girándome tras cerrar la puerta con la llave me encuentro de frente a Daniel, lo que hace que me asuste.
—Joder, tío, eres muy silencioso —digo mientras comienzo a alejarme de él. No me apetece hablar con nadie y menos con un idiota.
—Espera, Julieta. Necesito hablar contigo.
Puede que sea el tono de su voz, que no lo he oído nunca de esa manera, o el aspecto demacrado en el que me fijo por primera vez al darme la vuelta, pero decido esperar para saber lo que tiene que decirme. Sus ojos azules están apagados y unas grandes bolsas oscuras adornan sus párpados. Parece que no se ha peinado y tiene el cabello recogido en un burdo moño. No es solo eso, sino que todo su cuerpo parece rendido ante la vida, como si no tuviese ganas de enfrentar el resto del día. Un ramalazo de empatía se instaura en mi cuerpo y decido no ser tan brusca como me gustaría en este momento, por lo que suavizo mi tono y espero que no me saque demasiado de mis casillas, tal y como está acostumbrado.
—No tengo tiempo, Daniel. Ya ha terminado el desayuno y mis chicas estarán esperándome.
—Es solo un segundo, de verdad.
Comienza a morderse las uñas mientras me cruzo de brazos. No sé si está esperando a que le pregunte o a coger fuerzas para contarme lo que sea que tiene que decirme, pero me decanto por la primera opción para intentar tenderle un capote.
—Dime, ¿qué quieres contarme?
—He roto con María.
Tras decir estas cuatro palabras noto cómo se quita un peso de encima. Una sonrisa tensa se dibuja en su rostro mientras extiende los brazos, para después volver a pegarlos al cuerpo con fuerza. Comienza a mirar alrededor, esperando ahora mi respuesta.
—Has hecho lo correcto, Dani —respondo con tranquilidad.
—Lo sé. Es lo qué querías, ¿verdad?
Me parece que no es su intención sonar acusador, pero es lo que siento. Antes de que mi parte irracional me haga darle cuatro voces, aprieto los puños y compongo una falsa sonrisa.
—Claro que es lo que quería, Daniel. Pero no por lo que tú piensas.
—Quieres que todos cumplan las normas y ya está solucionado.
Nos quedamos mirándonos en silencio mientras me debato en si debo decirle que es un idiota integral que no respeta el trabajo o si que siempre esté con chicas mucho más pequeñas que él es un patrón. Al final, gana la razón y decido asentir, levanto la mano en señal de despedida y me alejo.
—Perfecto. Me alegro por ti. Cuando acabe el campamento podrás hacer lo que quieras con quien quieras.
—Claro, aunque parece que no soy el único que no ha sabido esperar a que acabe el campamento para eso, ¿eh?
Una jarra de agua fría cae sobre mi cuerpo al escucharle. Me quedo quieta, con miedo a darme la vuelta, pues puede que mi parte histérica se ponga a gritarle hasta que me diga lo que sabe. Noto cómo se coloca a mi lado, pero no quiero mirarle. Un grupo de niños pasa ante nosotros en dirección al bosque y disimulo con una sonrisa mientras los saludo. Mi mente no deja de dar vueltas, pensando en qué ha querido decir con sus palabras. Me armo de valor y consigo preguntarle.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Lo sabes, Julieta.
—No lo sé.
—Eso es mentira, pero podemos jugar a este juego. —Su tono ya no es tan consternado y triste como al principio y me maldigo por haber caído en su trampa—. Tu no dices nada de lo de María a nuestro querido jefe y yo no digo nada a los demás de lo que sé, ¿de acuerdo?
Cualquier gesto por mi parte significa confirmar sus palabras y no sé de lo que está hablando exactamente y hasta dónde sabe. Puede que sea un farol, pero sabiendo que Mariela nos vio puede que él también lo haya hecho. Anoche cualquiera pudo escuchar nuestra conversación y maldigo mi estupidez.
—Tengo que irme —digo de forma apresurada.
—Sé que harás lo correcto, Julieta —contesta agarrándome levemente del brazo—. No tengo pruebas, pero conforme están tus relaciones estos días no querrás que siembre la duda.
—Una cosa. —Me asalta una duda a la mente mientras me zafo de su mano—. ¿Por qué lo has dejado con María si pensabas chantajearme?
Me guiña un ojo mientras se aleja, dejándome con la incógnita. A lo lejos veo que Román se acerca y me saluda con una sonrisa. Me da un beso y toma mi mano mientras nos dirigimos al centro del campamento. Creo que está contándome algo sobre el juego de la noche anterior, pero no le estoy escuchando. Solo asiento de vez en cuando. Cada vez más gente sabe mi secreto y es cuestión de tiempo que todo salte. Tengo que hacer algo, aunque cada vez veo más difícil salir sin ninguna herida.
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