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17

Cualquiera que me viese en este momento creería que la caída me ha afectado más de lo que pensaba. Ayer, después de hablar con Mariela, pasé el día pensando en cómo confesar mi pequeño desliz a Coral y a Román. La primera, tras muchas vueltas, llegué a la conclusión de que me iba a odiar durante un tiempo, pero era muy probable que se le acabase pasando en cuanto conociese a otro chico misterioso que le llenase el estómago de mariposas.

En cuanto a Román, es mucho más complicado, porque tuve la oportunidad de contárselo hace dos días, cuando me pidió perdón por todo lo que había pasado y yo, como una cobarde, no había sido capaz de hacerlo. Ahora lo voy a tener mucho más difícil para sacar la conversación. Además, está el tema del extraño empujón.

Esta noche he tenido una pesadilla. En ella, rememoraba la noche de la caída con bastante nitidez y, aunque algunos detalles me hacían pensar que estaba en un sueño, me da la sensación de que mi cerebro quiere avisarme de que, por mucho que intente ignorarlo y los demás no tengan mucha intención de escucharme, estoy en peligro.

Con todo eso en mente, y tras darme una ducha para quitarme todo el sudor que me ha producido mi batalla con las sábanas, he salido de la cabaña en dirección a la que llamaré, aunque suene un poco tétrico, la escena del crimen.

Y aquí me encuentro, en chándal, con el pelo mojado y sin peinar, y los brazos en jarra, mirando a la ladera por donde mi cuerpo fue dando tumbos hace unas noches. Tengo que ofrecer una estampa extraña a una hora tan temprana de la mañana, más aún porque llevo diez minutos en esta posición mientras miro a mi alrededor buscando alguna pista.

Intento no sacar el tema con mis compañeros, más después de ver sus reacciones. Martín, con el que me he cruzado en pocas ocasiones tras salir de la enfermería principalmente porque le he estado evitando, sigue mirándome con preocupación. Pero ¿tengo que preocuparme? Esta mañana, estoy segura de que sí. Alguien intentó hacerme daño, no sé si con intención o sin ella, pero mis recuerdos no me están engañando.

Sigo en silencio, mirando al suelo, intentando buscar alguna pista que estoy segura de que el tiempo o la persona implicada han borrado con anterioridad, cuando, de repente, escucho un ruido a mi derecha. Sé que debo continuar mi camino o quedarme en el sitio esperando para saludar a quien quiera que se esté acercando, pero, al igual que una intrépida detective de esas novelas que tanto me gustan, me escondo tras uno de los árboles cercanos.

—Ahora es el momento, tío. Tienes que aprovechar la oportunidad y culminar de una vez por todas.

Un sudor frío recorre mi espalda. La voz que estoy escuchando es la de Daniel y parece que está aconsejando a alguien que haga algo inminente. ¿Estarán hablando de deshacerse de mí? Sacudo la cabeza, desechando pensamientos tan drásticos de mi mente, y me dispongo a escuchar con atención antes de sacar ninguna conclusión.

—¿Tú crees? —Adrián, que parece ser el acompañante, hace esta pregunta con un toque de esperanza.

—¡Por supuesto! ¿No te has dado cuenta de lo triste que está con lo del maldito pijo del jefe? Le ha dado calabazas y créeme cuando te digo que no hay mejor oportunidad para conquistar a una mujer que cuando está despechada.

Respiro, más tranquila. Están hablando de Coral, eso está claro, y "el pijo del jefe" tiene que ser Martín. Sabía que parte de la insistencia de Adrián con mi amiga era debido a los ánimos que le daban sus amigos. El comprobarlo en primera mano me enfurece, aunque no debo ser tan tajante, pues yo le he hecho exactamente lo mismo a Coral con Martín, pero mis intenciones eran buenas, ¿no?

—No sé, tío. Creo que debería empezar a olvidarla. —Adrián parece consternado, puede que una pizca de sensatez se haya asentado en sus pensamientos.

—¿Qué dices? Está muy enfadada con él, ahora solo tienes que ir a hablar con ella, ser su paño de lágrimas y la tendrás comiendo de la palma de tu mano.

—Pero ¿y si no le gusto?

—No pienses en eso. Ya te lo he dicho muchas veces, le gustas, pero a las chicas como ella les gusta hacerse las duras. El payaso este solo ha sido un capricho de verano, en cuanto se le pase volverá a fijarse en ti.

Por un segundo estoy tentada a salir de mi escondite y decirle al idiota de Daniel cuatro cosas, pero eso significaría tener que explicar qué estoy haciendo allí y por qué no he salido antes, y no se me ocurre ninguna explicación plausible. No me extraña que Adrián esté tan perdido en el tema de Coral, si en cuanto aparece un rayo de verdad en su cerebro sus amigos le envenenan con cantos de sirena.

—Puede que tengas razón. Tampoco pierdo nada por intentarlo.

—¡Esa es la actitud! Además, a las muy malas, siempre puede utilizarte para darle celos. —Una risa exagerada escapa de sus labios.

—Pero yo no quiero eso, tío.

—Por algo se empieza, Adri. Con eso conseguirás pasar más tiempo con ella y acabará bajando las defensas.

—Eso mientras no esté la zorra de Julieta cerca...

La voz de Adrián se vuelve más lúgubre al mencionar mi nombre. No es algo que me pille por sorpresa, sé que me tiene especial inquina y más aún después de las conversaciones que hemos tenido últimamente, pero tras mi accidente cualquier cosa me va a parecer sospechosa.

—No te preocupes, Román la va a mantener ocupada. La verdad, no sé qué ha visto en ella. Está gorda, no es guapa y ni siquiera simpática.

—Imagino que será bastante buena en la cama.

La risa de los dos ensordece mis oídos. Siempre he sentido inseguridad con mi cuerpo y, aunque estoy trabajando en que los comentarios ajenos dejen de importarme, no puedo evitar sentir punzadas de dolor cuando escucho que alguien no me valida. Gracias al trabajo de deconstrucción, cada vez me molesta menos, por lo que enseguida me repongo y aprieto los puños para evitar salir y enfrentarme a ellos.

—Según cuenta, no le da mucha caña últimamente, pero eso es bueno para nosotros. Estará más pendiente de su relación que de Coral. Si no termina cayéndose de nuevo por algún precipicio.

Noto la broma en el tono de Daniel, lo que hace que no me ponga muy alerta con su comentario. No tiene por qué ser algo sospechoso, cualquiera bromearía sobre la torpeza de alguien que conoce.

—La pena es que no le pasó nada...

—¿Qué? —Daniel sonaba preocupado por el comentario de su amigo, al igual que yo.

—Nada —respondió Adrián con tranquilidad—. Que podría haberse quedado unos días más en la enfermería. Así no nos molestaría.

—Bueno, se dio un buen golpe, tío —comenzó a decir Daniel—. Si no la hubiesen encontrado, a saber qué hubiese pasado estando la noche al raso con esas heridas.

—Tienes razón, pero no me puedes negar que este verano está más pesada de lo normal. Si ella no estuviese, yo no estaría tan rayado con lo de Coral, Román no tendría tan mal humor. Macho, tú no estarías pasándolo mal pensando en que cuente lo de María.

—No hables tan alto, Adri.

Daniel susurra estas últimas palabras, como si temiese que alguien les pudiese escuchar. Y, efectivamente, así es. Me imaginaba que no me había hecho ningún caso con lo de María y estoy deseando que le pillen con las manos en la masa, al igual que hice yo. Es un pensamiento egoísta, pero así no recae en mí el peso de contarlo. Por una vez no me consideraría todo el mundo la aguafiestas del grupo. Pienso en las palabras de Adrián, que en mi paranoica mente parecen una confesión velada. Pero ¿es tan idiota como para confesar que le gustaría quitarme de en medio después de haberme empujado? Creo que sí, aunque no tengo ninguna prueba. Noto cómo comienzan a alejarse por el camino, con la suerte de que no me han visto a pesar de que me acabo de dar cuenta de que mi escondite no es tan bueno como pensaba, pues si miran en mi dirección no les será complicado adivinar que hay alguien entre la maleza, añadiendo las huellas que he dejado.

—Dirás lo que quieras, Dani, pero a todos nos iría mejor si desapareciera y no tuviéramos que lidiar más con ella.

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