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16


—¡Como vuelvas a hacer eso, te juro por lo más sagrado, Jaime, que te mando directo para casa!

Los gritos de Mariela solo hacen que el susodicho y sus amigos rían con más fuerza y continúen tirándole globos de agua mientras ella intenta atraparlos, fingiendo un enfado que, aunque nosotras sabemos que no es real, los niños disfrutan pensando que están consiguiendo molestarle.

—Esta noche le va a doler la garganta. Y ya veremos si mañana no está constipada —digo dándole un pequeño codazo a Coral, que está sentada a mi lado, pero no me responde.

Llevamos toda la mañana sentadas en la orilla del lago, contemplando cómo los acampados se divierten en el día de los juegos acuáticos. Les hemos dado globos, pistolas de agua y juguetes diversos. Mientras alguno de los monitores tienen preparadas algunas pruebas para mantener la competitividad que parece que siempre les hace falta para disfrutar de las actividades, otros estamos vigilando que no haya que lamentar ninguna baja, ya sea por escurrizones en los plásticos que hemos colocado en el suelo para que se deslicen o por disputas mientras se están bañando que pueden acabar en llantos y ahogadillas.

Coral ha estado muy callada. No hemos hablado desde la noche del accidente, poco antes de verla irse llorando después de su conversación con Martín. Ayer, por la planificación del día, no pudimos vernos y nuestra única interacción fue cuando me preguntó qué tal estaba y, aunque sé que lo hizo con sincera preocupación, la noté ausente. Su respuesta a mi gesto de hacía un momento confirmaba mis sospechas de que, fuese lo que fuese lo que había hablado con Martín, le ha dejado desilusionada.

—¡Juanjo! ¡No molestes a Valeria o te quedas sin postre esta noche! —grito al darme cuenta de que en mis cavilaciones estoy despistando mi labor y el chico está asustando a su compañera amagando con tirarla al lago desde el embarcadero.

—No deberías estar aquí y menos pegando voces como una sirena. Tienes que descansar.

Pego un respingo mientras me llevo una mano al pecho. Coral también se ha asustado, pues la cabeza de Martín, que se encuentra agachado, ha aparecido entre nosotras de forma tan sigilosa que no nos hemos dado ni cuenta. Dándose cuenta de que nos ha pillado desprevenidas comienza a reírse, haciendo que una rabia infantil se apodere de mí y comience a darle pequeños golpes hasta que consigo tirarle al suelo y me contagio de su risa mientras le tiro briznas de hierba que arranco del suelo.

De repente, sin mediar palabra alguna, Coral se levanta y se aleja de nosotros. Mariela se da cuenta de esto y la sigue, lanzando a Martín lo que parece una mirada de reproche. Este suspira, mientras se sienta a mi lado, colocando los brazos sobre sus rodillas.

—He sido un idiota —dice quitándose trozos de hierba que hay en su camiseta.

—No seré yo quien te lleve la contraria —respondo intentando quitarle hierro al asunto, aunque mi mirada sigue la dirección que han tomado las chicas y no puedo evitar sentirme ansiosa.

—Anda, ve con ellas. Yo me quedo vigilando. —Me da un pequeño empujón para que me levante, parece que se ha dado cuenta de lo que estoy pensando.

—¿Estás seguro? —pregunto mientras me levanto.

—Claro, creo que podré con ellos. —Su expresión se torna más seria—. Pero tienes que prometerme que después irás a descansar. Han pasado dos días y la enfermera dijo...

—¡Gracias! —grito mientras me alejo, dejándole con la palabra en la boca.

Llevo dos días escuchando a todo el mundo diciéndome que tengo que descansar. Es verdad que me sigue doliendo un poco la cabeza y los arañazos van a tardar en curarse, pero tanta atención de repente después de los días tan conflictivos que he pasado me está saturando. En este momento lo único que quiero es hablar con mis amigas e intentar parecer inocente a ojos de Coral y Mariela porque, a pesar de que sé que en algún momento tengo que contarles lo que pasó con Martín, estoy tomando el mismo camino que con Román y no voy a decir nada hasta que no esté preparada. O hasta que me pillen, lo que llegue primero.

Me doy cuenta de que las he perdido de vista, pues se han adentrado un poco en el bosque. Parándome un momento, miro a mi alrededor y consigo verlas cerca de un frondoso árbol. Se están abrazando y, mientras me acerco, Mariela hace un gesto con su mano, invitándome a acercarme.

—Coral, ¿qué ha pasado? —pregunto intentando sonar lo más inocente posible, aunque sé perfectamente por qué está llorando y, aunque no lo sepa, tengo mucho que ver en ello.

—¡Es un idiota! —grita Coral mientras se separa del abrazo de Mariela—. ¿Cómo ha podido jugar así conmigo? Siendo tan amable y simpático. ¡Y luego me hace la cobra, Julieta! ¿Te lo puedes creer?

—¿No me digas?

Niego con la cabeza, poniendo cara de preocupación. Pongo cuidado en morderme la lengua para no decirle que puede que se haya montado una pequeña película en su cabeza debido a la cantidad de novelas románticas que ha leído y la poca interacción que ha tenido en su vida con chicos amables. En vez de eso, la abrazo con fuerza, notando cómo limpia sus lágrimas y otros fluidos en mi camiseta, cosa que no me importa. Es una pequeña penitencia por lo mala amiga que estoy siendo.

—Me dijo que soy una buena chica —continúa hablando mientras está entre mis brazos—, pero que solo siente que podemos ser buenos amigos. ¡Amigos! Yo no quiero ser su amiga, chicas. Me gusta de verdad.

Conforme dice estas últimas palabra,s su rabia se transforma en tristeza. Nunca he visto así a Coral, siempre ha sido bastante reprimida en cuanto a sus relaciones con los chicos se refiere, pero parece que la amabilidad de Martín había despertado algo en ella y puede que lo haya confundido con atracción o cariño. Además, nosotras hemos ayudado a alimentarlo y, aunque las demás no tenían por qué saber nada y sus intenciones eran buenas, a mí la culpa me comienza a crear un nudo en el estómago.

Esta sensación se ve incrementada cuando noto que Mariela me está mirando con una especie de reproche en su rostro, por lo que mi mente empieza a dar vueltas y me pongo más nerviosa aún.

—No merece la pena, Coral. Tú vales mucho más que esto. Él se lo pierde —respondo mientras me separo un poco de ella, pues tengo miedo de que note el latido acelerado de mi corazón y sepa que estoy mintiendo.

—¡Ay, Julieta! —responde, de repente, haciendo que me sobresalte—. Soy una idiota, yo aquí llorando por un capullo y tu recuperándote de una caída horrible. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo? No deberías estar demasiado tiempo de pie, ¿no?

Su sincera preocupación hace que me sienta aún peor, si es posible. Me toma de las manos y espera una respuesta por mi parte. Compongo una sonrisa triste y levanto la mano, quitándole hierro al asunto.

—Estoy bien, no te preocupes. Solo unos rasguños y un poco de dolor de cabeza. Estoy lista para afrontar lo que queda de campamento.

—Me alegra un montón, pero no debería estar preocupándote con mis problemas.

—No pasa nada, Coral. Somos amigas, está bien que hablemos de nuestros problemas y nos contemos las cosas.

Mariela comienza a toser de forma exagerada, como si se estuviese atragantando. Nos quedamos mirándola, bebe un poco de agua y nos sonríe, animándonos con la mano a continuar. Todo este teatro me parece demasiado sospechoso.

—Por cierto —digo mientras me detengo cerca del lugar donde estábamos antes sentadas—, me ha parecido ver que Virginia te estaba buscando, Coral. Creo que era por algo de tus niñas.

Sin mediar palabra, sale corriendo a buscarla. Es una persona que se preocupa mucho por los demás, a pesar de su aspecto arisco, y me he portado un poco mal utilizando esa baza, pues sabía que cualquier sospecha de que a alguna de sus acampadas le hubiese pasado algo haría que nos dejase a solas.

—Vamos, suéltalo. —Me cruzo de brazos mirando a mi amiga.

—Os vi la otra noche, Julieta. A Martín y a ti, en el banco —responde en voz baja levantando las manos.

Lo sabía. La había visto pasar por el lugar. Aunque, cuando me contó por qué había estado, no sospeché que nos hubiese visto. Creía que acababa de aparecer en ese momento, pero me equivoqué. Me siento un poco idiota, nos conocemos de toda la vida y cuando me lo dijo no me di cuenta de que escondía algo. También es normal, estaba muy nerviosa por todo lo que había pasado.

—¿Alguien más lo sabe? —atino a preguntar, no sirve de nada negarlo.

—No. O, al menos, no por mi parte —contesta más calmada—. Estaba esperando a que tú lo contases, pero veo que prefieres seguir escondiéndolo.

—No es tan fácil, Mariela. —Las lágrimas amenazan con brotar de mis ojos—. Estoy hecha un lío, ¿vale? Todo el mundo me va a odiar.

—Eso tendrías que haberlo pensado antes.

Tiene toda la razón. Me estoy portando fatal con todos mis amigos y no me reconozco. No sé si es por el enganche que tengo con el rubio o por todo lo que ha pasado estos días, pero no consigo justificarme de ninguna manera. Llevo mis manos a la cara, tapando con ellas mi vergüenza y esperando, de una forma infantil, que todo desaparezca a mi alrededor y retroceder en el tiempo.

—Lo siento tanto —consigo articular.

—Escucha —dice Mariela mientras sujeta mis manos. Su rostro se ha suavizado y eso da un respiro a mi corazón—. Aún puedes solucionarlo. Solo tienes que ser sincera. Con Coral, Román y, bueno, también con Martín. —Una pequeña sonrisa escapa de sus labios—. Te gusta, ¿verdad?

—Creo que sí —digo, por primera vez, en voz alta, sintiéndome más ligera por haberlo admitido.

—Eres una buena chica, Julieta. Sabrás cómo solucionarlo. Pero, por favor, tienes que contárselo. Sobre todo a Coral, no puedo seguir escondiéndoselo, ¿lo entiendes?

Asiento mientras aprieto su mano. A pesar de que me han pillado, me siento más ligera. Puedo compartir la carga con alguien que me aprecia y me apoya, a pesar de la estupidez que he cometido. No sé por qué, pero, a pesar del dolor de mis heridas, siento que todo se puede solucionar. Y lo único que necesito es coger fuerzas y pensar en cómo contarlo para dañar lo menos posible a Coral. Le pido a Mariela que me dé un poco de tiempo, poniendo la excusa de que mi cabeza aún no está muy repuesta de todo, y me entiende sin problema.

Ahora, solo espero que los demás sean tan comprensivos como ella. Cosa que, sinceramente, dudo que suceda.

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