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15

Algo raro está pasando.

He conseguido dejar la enfermería, después de estar ayer el día entero portándome como una paciente ejemplar y sin quejarme, a pesar de que tenía constantemente un repiqueteo en la cabeza y me escocían todos los arañazos del cuerpo. Mi dulce cuidadora estuvo reticente, pero esta mañana me ha dejado marcharme con la promesa de que si me encuentro mal volveré a sus brazos.

En este momento, no me importaría acercarme a que me dé más medicinas y pasar la tarde tumbada en la cama, pues el ruido de los acampados está siendo insoportable. Han regresado de la visita de sus padres, excepto algunos que, como pasa todos los años, abandonan el campamento entre sollozos y temblores. Suelen estar exagerando, pero para los padres es muy difícil resistirse a salvar a sus pequeños niños del infierno en el que creen que están metidos.

Sentada en una de las mesas de la zona de talleres pongo la cabeza entre mis manos e intento concentrarme en eliminar el ruido exterior, aunque es imposible. Mariela se ha ofrecido a quedarse con mis chicas, que tampoco han hecho una fiesta al verme regresar, y están haciendo unos atrapasueños. Levanto la cabeza y veo cómo María me está observando. Puede que sea mi imaginación, pero me parece notar en su rostro menos hostilidad de la que acostumbra.

Esa es una de las cosas por las que creo que algo raro está pasando.

Desde que he salido de mi corto reposo todo el mundo está demasiado simpático conmigo, si tenemos en cuenta la cantidad de discusiones abiertas y pendientes con las que había terminado la noche del accidente.

Bueno, "accidente". Porque aún no estoy del todo segura, pero pondría la mano en el fuego por ello. Alguien me empujó, lo sé. Aunque no tengo muy claro cuáles eran sus intenciones, si solo quería darme un susto o si buscaba hacerme daño de verdad. Tampoco sé si contarlo sería lo correcto, pues en caso de que fuese cierto me sería muy difícil demostrarlo. Además, no sé ni a quién empezar a acusar. Todo el mundo me parece sospechoso, pero en el momento en el que me pongo a pensarlo detenidamente llego a la conclusión de que es imposible que cualquiera de estas personas quisiera hacerme daño intencionadamente. Son mis amigos, compañeros y niños. Esto no es una novela de misterio, es la vida real y cualquier acusación infundada podría desencadenar una situación que no estoy preparada para enfrentar.

En mis cavilaciones, no me doy cuenta de que alguien se ha sentado a mi lado en el banco y me sobresalto al notar cómo me cogen de la mano.

—¡Román, por Dios! —Suelto su cariñoso agarre por el susto—. ¿Por qué eres tan silencioso?

Veo en su rostro una expresión de incredulidad. Creo que no ha pensado que podría asustarme de esa manera. Tiene razón, he sido muy dramática. Dándome cuenta de esto, una risa nerviosa comienza a brotar de mis labios mientras vuelvo a tomar su mano, rezando por que su agarre me tranquilice.

—Julieta, ¿estás bien? —pregunta, preocupado.

—Claro —respondo, intentando aparentar calma—, es que no has hecho ni un ruido al acercarte. Se me ha encogido un poco el cuerpo.

—Esta vez ha sido sin querer, no como las demás veces en las que he disfrutado dándote pequeños sustos. —Una media sonrisa se dibuja en su rostro y yo, a pesar de todo, me derrito un poco—. ¿Qué te ha dicho la enfermera?

—Me deja volver a la rutina, siempre que le avise si me encuentro mal y me lo tome con calma. Así que aquí estoy, admirando a los chicos mientras hacen sus manualidades y me aburro más de lo que esperaba.

—Bueno, parece que al menos no has perdido tu capacidad de quejarte. —Sonríe, pero en cuanto lo miro su rostro se torna serio—. Julieta, me gustaría pedirte disculpas.

Los nervios se apoderaran de mí y me revuelvo, inquieta. Sus ojos azules estan clavados en los míos y solo puedo pensar en que le he engañado con Martín. El beso de aquella noche aún está presente en mis pensamientos, aunque los dos hayamos estado ignorándolo. No he visto a Martín desde ayer y la situación no era muy propicia para hablar de besos fugaces por la noche e infidelidades, mucho menos con Mariela presente. Idiota de mí, ni siquiera pensé en que, en algún momento, tendría que contárselo a Román y mi vena cobarde acude al rescate, decidiendo por mí que esta no será la ocasión en la que confiese todos mis pecados.

—Román, no es necesario. Creo que este verano nos está sobrepasando a los dos.

—Sí que lo es. Y lo sabes —responde con seriedad—. No me he portado nada bien contigo, no sé qué me pasa. Estoy ignorándote casi todos los días para estar con los chicos, no te presto atención y si la otra noche no hubiésemos discutido... Puede que no hubieses acabado herida.

Por un momento, pienso que es una confesión, pero tal y como viene ese pensamiento intrusivo se aleja.

—Te refieres a que... No hubiese ido al bosque tras nuestra pelea, ¿verdad? —pregunto con inocencia.

—Claro. —Arruga el ceño, extrañado, pero al ver mi sonrisa enseguida vuelve a su posición original—. Te prometo que los días que quedan de campamento estaré más tiempo contigo, el que haga falta para que me perdones.

—Román, creo que... —Me pone nerviosa su disposición a arreglar las cosas debido a lo que le estoy ocultando.

—Por favor —corta mi discurso mientras coloca sus grandes manos en mis mejillas con dulzura—. Quiero que esto funcione.

—De acuerdo —respondo, sintiéndome atrapada como tantas otras veces me ha pasado en el azul de sus ojos.

Se acerca lentamente y planta un pequeño beso en mis labios que me causa más sensaciones que todos los demás juntos que nos hemos dado en los últimos días. Un sentimiento destaca entre los demás: culpa. A pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros sé que debo contárselo, debo decirle que le he engañado, que besé a Martín. No solo eso, sino que me gustó y me ha hecho plantearme muchas cosas de nuestra relación. Pero, en este momento, me comporto como una auténtica cobarde y me repito a mi misma que será mejor hacerlo en otra ocasión, aunque sé que estoy posponiendo lo inevitable si quiero comportarme como la persona decente que quiero ser.

—Una última cosa —comienza a decir tras un pequeño silencio—. Es sobre Martín.

Ya está, lo sabe. Todas las cavilaciones que he estado haciendo estos últimos minutos no han servido de nada. Trago saliva y pienso que todo esto ha sido una especie de prueba que me estaba poniendo para que confesase mi escarceo nocturno con nuestro superior y la he fallado. Cuando estoy a punto de cantar como un pájaro todo lo que ha pasado estos días veo como una sonrisa sincera se dibuja en su rostro, confundiéndome.

—¿Qué pasa con él? —pregunto tras decidir fingir desconocimiento, intrigada por la situación.

—Pues que me he dado cuenta de que tenías razón. No solo de que es nuestro jefe y tenemos que ser correctos con él, sino de que tú puedes hablar con quien quieras las veces que quieras. Debo aprender a confiar más en ti.

La culpa comienza a nacer en lo más profundo de mi interior y se va extendiendo por todo mi cuerpo. No esperaba estas palabras, pues los celos de Román llevan persiguiéndome desde que llegamos al campamento. Y, al final, tenía razón en sus sospechas.

—No te preocupes —contesto, intentando quitarle hierro a la situación—. Una relación es cosa de dos e intentaré estar menos tiempo con él.

—No es necesario, Julieta. De verdad. Sé que habéis conectado y está bien que hagas nuevos...

—¡No es para tanto! —Una voz chillona salió de mis labios y quise taparla con una pequeña risa histérica, esperando que Román no se hubiese dado cuenta—. Tampoco nos llevamos tan bien. Además, si vamos a retomar lo nuestro tenemos que guardar tiempo para los dos.

La sonrisa que se dibuja en su rostro me hace pensar que he conseguido no crear ninguna sospecha. Mientras me abraza suelto el aire que estaba aguantando con disimulo. Tengo que pensar en cómo solucionar todo esto, pero eso será un problema de la Julieta del futuro.

—Bueno, ¿cómo te caíste? —pregunta Román, dando el anterior tema por finalizado.

—¿La verdad? No lo sé —respondo mientras me río—. Aún tengo un poco borroso todo.

—Mariela contó que creías que te habían empujado. ¡Qué tontería! ¿verdad? Estarías aún un poco conmocionada.

—Sí... lo más seguro.

—Claro que sí, mi pequeña patosa.

Se levanta, me da un pequeño beso en la frente y se dirige hacia su grupo, que está haciendo de todo con los materiales menos construir atrapasueños. Lo miro con extrañeza, pensando en sus palabras. No sé si es por ser tan comprensivo, de repente, con la situación de Martín, por su intento de retomar nuestra relación olvidando las discusiones o su comentario sobre lo patosa que soy, pero hay algo en todo esto que no me da buena espina.

La sensación de una mano empujándome fuera del camino aún sigue presente en mi espalda y, a pesar de que lo intento, mis pensamientos no dejan de ir encaminados en esa dirección.

Además, algo raro está pasando.

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