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13

—¡Fiesta!

El grito de Mariela en mi oído me hace pegar un respingo. Hemos tenido un día muy tranquilo, ya que casi todos los acampados se han ido con sus padres a visitar los espacios naturales de los alrededores. Hay un pueblo a unos cuantos kilómetros del campamento bastante turístico que tiene varias opciones para dormir y la mayoría de ellos pasarán la noche allí, pues sabiendo que venían han preparado actividades para divertir a toda la familia.

Sentada en una de las mesas de la zona de reuniones miro a mi alrededor con cansancio. Han preparado el lugar con luces de neón, que no sé de dónde han salido, guirnaldas y globos de colores. Hay mucha bebida, vasos y varias zonas con comida de picoteo variada. Estamos todos los monitores del campamento, pues tanto Fran como la enfermera se están encargando de la vigilancia de los pocos acampados que quedan pasando la noche en el lugar. 

En definitiva: la gente quiere desfasar.

Algunos ya están un poco pasados de rosca, como Mariela, que baila a mi lado con un ritmo extraño las canciones de Taylor Swift que van sonando en el altavoz enorme que han puesto al lado de una pista de baile improvisada. Pedro, uno de los monitores del grupo de los más pequeños, pone la música en su móvil mientras lleva unos cascos ridículos con los que pretende parecer un gran dj, aunque parece que se ha quedado en el intento.

Sigo pensando en la noche anterior. No en mi beso con Martín, que también ronda mi cabeza y es el principal culpable de que esta noche esté desanimada, sino en el paseo de Mariela por mitad del campamento a altas horas de la noche. Le he preguntado esta mañana, pero me ha contestado con evasivas y bastante nerviosa. Según su explicación tuvo que ir a los baños de los campistas porque el servicio de nuestra habitación estaba ocupado, pero su forma de contarlo y trastabillar con las palabras me pareció sospechosa. No quería presionarla, sé que en cualquier momento me lo va a contar, pero no puedo evitar tener curiosidad.

La noche está enfocada al disfrute juvenil y, no sé por qué, pero no tengo muchos ánimos. Mientras tomo un vaso de cerveza que ya se está calentando veo cómo Martín me sonríe desde una de las mesas, alzando a la vez su copa. Correspondo a ese gesto y desvío la mirada, esperando que Coral no se haya dado cuenta, pues está pendiente de nuestro jefe desde que empezó la noche. 

—Es el momento —dice Mariela tomándome de la mano. 

Nos acercamos a Martín con seguridad y mi amiga comienza a contarle una historia planeada en la que Coral necesita hablar con alguien de un tema relacionado con el campamento, pero que no quería molestarlo y por eso estamos nosotras dos diciéndoselo, para ver si no le importa dar un paseo con ella y que le pueda explicar la situación. 

Mariela sigue divagando con cara de circunstancia mientras Martín le mira, divertido. De repente, el chico toma sus manos para que pare de hablar y le dice que irá a hablar con Coral. Lo miro alejarse, sin haber abierto la boca en toda esta locura de conversación, y espero que no sea muy brusco con ella. Aunque, quién sabe, puede que el paseo por el bosque logre, de verdad, cambiar su percepción sobre Coral.

—¡Conseguido! —grita Mariela mientras me choca la mano con más fuerza de la necesaria. 

Se acerca a Virginia, que ha sido interrumpida por Martín de su conversación con Coral, y las dos los miran alejarse en el bosque, sonriendo como adolescentes emocionadas con la primera escapada de una de sus amigas. Me siento en una de las mesas que veo más vacías después de coger otra cerveza, esperando que la ingesta de un poco más de alcohol me haga más llevadera la velada.

—¡Suéltame! No podrás retenerme eternamente. 

La voz de Adrián me saca de mis pensamientos. Cojo otra cerveza y antes de llegar a donde está me la he bebido casi entera. Sé que me arrepentiré mañana de beber tan rápido, pero no puedo enfrentarme a esto sobria. No se da cuenta de que he llegado y me doy cuenta de que Daniel está con él, sujetándolo por los hombros.

—Tranquilo, tío. No merece la pena, ¿quieres perder el trabajo? —Daniel es el que habla intentando calmar a su amigo.

—¡Me da igual el trabajo! —responde enfurecido.

—Adrián, por favor —digo, con voz tranquila, haciendo que los dos se sobresalten—. No hagas más el ridículo, solo conseguirás que Coral te coja más asco del que ya te tiene.

Me miran, enfurecidos, pero me mantengo impasible. Sé que mis palabras han sonado demasiado duras, aunque no me arrepiento. Estoy harta de que se comporte como un novio celoso y tóxico, no quiero que esté cerca de mi amiga. 

—Julieta, vete. Vas a empeorar las cosas —dice Daniel mientras se coloca entre nosotros.

—Me voy a ir, pero espero que a tu amigo no se le ocurra hacer alguna estupidez. Deberías llevártelo a dormir.

Adrián hace un amago furioso hacia mí, pero Daniel se lo impide. No voy a mentir, me he asustado un poco. En su mirada puedo ver la furia que siente, pues según su pensamiento retorcido yo he sido la causante de que Coral no quiera estar con él y de que ahora esté a solas con Martín. Intento mantener la compostura, pero me asusto cuando alguien toca mi hombro.

—¿Qué está pasando aquí?

Me giro tras escuchar la voz ronca de Román. Se pone a mi lado en actitud protectora y ya me estoy mareando de tanta testosterona junta. 

—Que a tu novia le gusta meterse donde no le llaman —responde Daniel.

—¿Sí? —pregunto, enfadada—. Puede ser, pero a ti te gusta acercarte a chicas a las que no deberías. Igual que a tu amigo. —Señalo a Adrián—. Así que dejad de tocar las narices, no estáis en condiciones.

Comienzo a alejarme sin esperar sus respuestas, acercándome a la zona de las bebidas donde me bebo dos chupitos que alguien había preparado. Parece tequila y me quema la garganta al pasar hacia el estómago, lo que me hace toser, ya que no estoy acostumbrada a las bebidas de alta graduación. 

Miro hacia donde los he dejado, cerca del comienzo del bosque, y veo a Adrián apoyado en un árbol con la mirada perdida y a Adrián haciendo aspavientos a Román mientras este conserva la cara de enfado. Tras unos minutos, en los que termino con otra cerveza y noto cómo el alcohol está empezando a hacer efecto en mí, Román se acerca hasta donde estoy y se planta con los brazos cruzados.

—¿Qué? —pregunto desde mi asiento.

—¿Por qué has decidido jodernos la vida a todos este verano, Julieta? Estoy deseando que me lo expliques.

Tonta de mí, pensaba que venía a disculparse por sus ataques de celos, pero parece que nuestra relación está mucho más acabada de lo que yo pensaba. Me levanto para enfrentarlo y, a pesar de nuestra diferencia de altura, noto como retrocede un poco. 

—No tengo por qué explicarte nada, Román. Si no lo entiendes es tu problema, no el mío. 

Me alejo de él y voy hacia el bosque, aunque me cuesta mantener el ritmo pues las cervezas comienzan a hacer que el camino se tambalee a mis pasos. Justo antes de cruzar los árboles veo cómo Coral sale corriendo en uno de los caminos que hay cerca de mí y me doy cuenta de que se tapa la cara con las manos. Creo que la conversación con Martín ha ido tan mal como esperaba y después de ver cómo se abraza a Virginia, que parece consolarla, me interno en la espesura.

Tras dar unos pasos sin tropezar con las raíces y los arbustos, consigo llegar a un camino. Es el que lleva al claro donde encontré a mis acampadas fumando y decido que ese es un lugar tan bueno como otro para sentarme un rato e intentar relajarme. Tengo que sentarme antes de llegar durante unos minutos, pues todo comienza a darme vueltas y las arcadas me hacen poner la cabeza entre las piernas esperando un vómito que no llega. 

Al poco tiempo emprendo de nuevo la marcha, pero me tengo que parar para echar todo lo que llevo en el estómago cerca de un árbol. Es asqueroso, aunque después de hacerlo me encuentro mucho mejor. Al menos físicamente, porque mis sentimientos siguen enredados por todos los eventos que han sucedido estos días.

¿Por qué se ha ido todo a la mierda? ¿Eran mis amigos así de idiotas y no lo había visto antes? Puede que sea yo el factor común, la persona que está complicando sus vidas y metiendo toxicidad en ellas. 

En este momento no estoy para reflexiones metafísicas y solo puedo pensar en que ojalá se hayan dejado una colilla de cigarro en la explanada, porque tengo muchas ganas de fumar y da la casualidad de que tengo un mechero en mi bolsillo que he requisado esta noche de uno de los acampados que quedaban.

Intento ir con cuidado por la parte final del camino, ya que es muy estrecha y recuerdo que la ladera es muy empinada a su derecha. Cuando estoy a unos metros de llegar a mi destino escucho un ruido detrás de mí que me hace detenerme.

—¿Qui... quién anda ahí? —pregunto haciendo que la garganta me duela debido a la irritación del alcohol que anteriormente ha salido por ella.

Nadie responde y espero unos segundos intentando ver alguna figura en la oscuridad, pero la noche es cerrada y por más que lo intento solo consigo ver sombras. Sacudo la cabeza y miro hacia delante, pensando que ha sido todo fruto de mi imaginación, cuando noto cómo una mano golpea mi hombro izquierdo con la fuerza suficiente como para desestabilizarme, haciendo que caiga por la ladera de la montaña. Noto mi cuerpo golpeando contra ramas y troncos, mientras el suelo lleno de piedras y rastrojos araña mi piel y me impide agarrarme a algo.

Y, de repente, oscuridad. 

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