12
El día de ayer terminó tal y como esperaba: siendo una absoluta mierda.
Después de mi discusión con Adrián, tuve que aguantar los intentos de ligar en el lago de Daniel con María. Mis malas miradas no servían para nada y, al final, tuve que recordarle a mi amigo que podía perder el trabajo por esto, lo que hizo que se fuese con sus acampados mientras me miraba con cara de querer asesinarme y María volvió a su resistencia agresiva, riéndose mientras me miraba y cuchicheaba con sus compañeras.
Por la noche, tras la reunión, Román volvió a desaparecer. En ningún momento de estos días parecía que tuviese intención de disculparse y no habíamos tenido contacto ninguno, quitando las miradas que notaba que me lanzaba cada vez que me veía hablando con Martín. Mentiría si digo que no me siento un poco decepcionada, creo que a pesar de nuestros cabreos frecuentes nunca habíamos estado tanto tiempo enfadados.
¿Y hoy? Bueno, no ha sido mucho mejor. La emoción de los acampados, sobre todo los más pequeños, porque mañana vienen sus padres a visitarlos ha hecho que el ambiente esté bastante complicado. No ha sido fácil manejar las peleas causadas por los nervios, ni la tristeza de los que no van a recibir esa visita. Algunos padres, aunque pocos, no pueden venir a pasar el fin de semana por motivos personales y les es difícil que lo entiendan.
Hemos pasado la jornada en el lago, haciendo carreras con las canoas por la mañana y juegos en el agua por la tarde. El tiempo ha ayudado, pues el calor de mediados de agosto hace que a todo el mundo le apetezca pasar el día en remojo. Además, estar tanto tiempo nadando hace que la mayoría de los campistas estén bastante cansados y se vayan a dormir sin rechistar.
En este momento estoy cenando, mareando mi plato de albóndigas que no me apetece mucho comer y vigilando que mis chicas no se entretengan demasiado. La velada de esta noche será sencilla, el juego consiste en buscar plumas de colores brillantes que hemos escondido por los alrededores del bosque. Se harán varias rondas con distintas puntuaciones y estarán separados por edades, para que sea más justo. No creo que estemos más de dos horas con la actividad y lo agradezco.
—Julieta.
Me doy la vuelta y veo a Martín con su amplia sonrisa. Oigo cómo algunas de mis campistas suspiran. Es normal, es un chico guapo y, al ser una figura de autoridad, la erótica del poder se impone. Les saluda con un movimiento de cabeza y unas cuantas risitas se escapan de sus labios, pero Martín parece ignorarlas.
—Dime —respondo intentando contener la risa.
—Esta noche te toca guardia. ¿Nos vemos después del juego en la puerta de enfermería?
—Espera. —¿He escuchado bien?—. ¿Nos vemos?
—Sí, me toca a mi también. Espero que no estés muy cansada, las rondas suelen ser largas.
Se aleja hacia su mesa mientras mis chicas comienzan a cuchichear. Algunas se atreven a hacer comentarios maliciosos para molestarme, pero me lo tomo bien porque noto que son sin maldad. Sin embargo, María tiene en su mirada algo que hace que me preocupe. No creo que haya notado nada, ¿verdad? Porque no hay nada. Martín es mi jefe. Un jefe muy guapo, sí, pero tengo novio y él le gusta a mi mejor amiga. No tengo ninguna intención de que esto se convierta en una historia de amor.
¿Verdad?
Cuando terminamos de cenar nos dirigimos a la zona donde comenzará el juego. Estamos los grupos de los más mayores, por lo que me ha tocado con Román, pero sé que está haciendo todo lo posible por ignorarme. A pesar de algunas discusiones por las puntuaciones, el juego acaba sin más incidentes y con los acampados bastante satisfechos. Tras acompañar a las chicas a su cabaña y dejarlas allí conversando, me dirijo hacia la enfermería, donde sentándome en un banco me dispongo a esperar a mi compañero.
Sentada y extendiendo mis brazos a los dos lados del banco de madera, me pongo a mirar las estrellas. En esa zona las luces están tan tenues que se pueden ver con claridad. Veo todas las constelaciones que la luna creciente me deja contemplar, sintiendo cómo una sonrisa va apareciendo en mis labios al recordar la noche de la escapada, donde Martín y yo conversamos sobre nuestra vida y las historias de los astros.
Una suave brisa me acaricia el pelo, pues lo llevo suelto porque aún está un poco húmedo al tener que lavarlo después del día en el lago. Si no lo hago y lo desenredo bien, podría causar una catástrofe que solo se solucionaría con un buen par de tijeras y no quiero que eso vuelva a suceder.
Me pongo en tensión al escuchar un ruido procedente del bosque, justo detrás de mí. Parece que alguien está haciendo una escapada nocturna, pero justo cuando me levanto para dirigirme al bosque noto cómo me tocan la espalda.
—¿Qué pasa? Parece que has visto un fantasma —pregunta Martín.
—No creo que fuese un fantasma, pero sí alguien sigiloso caminando por el bosque.
—Vamos —dice mientras comienza a caminar—. Si hay alguien escondido en algún momento lo encontraremos. No son tan listos como creen.
Recorremos el sendero que transcurre por todas las cabañas. La tenue luz de las farolas ilumina nuestro rostro y podemos ver un poco de movimiento dentro de las habitaciones, pero como no es demasiado ruidoso y aún es el inicio de la noche preferimos ignorarlos, de momento.
—¿Qué tal fue tu día ayer? No quiero parecer un cotilla...
—Pero lo eres —le interrumpo con una sonrisa.
—Lo soy, sí. Te he visto un poco de bajón y, desde que te conocí, pareces una montaña rusa de sentimientos.
—Así soy. —Levanto las manos—. No lo puedo evitar, el drama me persigue.
—Y parece que siempre te alcanza.
Seguimos caminando y le miro con disimulo. Su barba comienza a ser más frondosa, parece que estos días no se ha afeitado. El pelo lo lleva un poco húmedo, como yo. Seguro que se ha duchado hace poco y esto me lleva a imaginármelo en la ducha, teniendo que detener mis pensamientos si no quiero acabar la noche frustrada.
—Ven, tengo una idea —dice interrumpiendo mis divagaciones.
Me guía hacia el bosque y mis paranoias comienzan a acecharme haciendo que me quede parada antes de traspasar el primer arbusto. Lo miro mientras pasa al otro lado y hace señales para que lo siga. Decido hacerle caso; total, no creo que sea tan tonto como para hacerme algo cuando todo el mundo sabe que estamos juntos.
Tapado por la maleza hay un viejo banco de madera que parece que sus mejores años pasaron hace mucho tiempo. Me siento con cuidado, notando que desde nuestra posición tenemos una visión perfecta de la plaza del campamento, donde la mayoría de las cabañas convergen haciendo un círculo.
—Como ya sabes, el campamento está dividido. Las cabañas de los chicos están a un lado y las de las chicas al otro —comienza a explicar en voz baja—. Nosotros en la ronda solemos estar por el sendero, por lo que los campistas suelen arriesgarse a cruzar la plaza que no suele estar tan vigilada a estar horas.
—Pero ¿y si no siguen esa lógica? —pregunto, preocupada por si tenemos que enfrentarnos a escenas escandalosas.
—Nos quedaremos aquí un ratito, ya verás como alguno aparece. Así podremos detenerlo en una zona donde los demás escucharán la regañina y puede que eso haga que se les quiten las ganas de las escapadas nocturnas, al menos, por hoy.
—Eres más listo de lo que pareces. —Mi voz ha salido más coqueta de lo que pretendía.
—Gracias, creo. Tú eres más divertida de lo que la gente piensa.
Le doy un leve golpe en el hombro. Sé que solo quiere meterse conmigo, pero una sensación de tristeza me invade pensando en Román, pues en muchas de nuestras discusiones sacaba ese tema a colación cuando le insinuaba que algún plan que teníamos o algo que había dicho no me gustaba. Sacar la carta de lo aburrida que era la mayoría de las veces le había servido para convencerme de hacer cosas que no me apetecían mucho. Era algo que siempre he querido cambiar, pero para no variar lo dejo para después. Y ese "después" nunca llega.
—¡Eh! ¿Estás bien? —me pregunta dándose cuenta de mi cambio de ánimo.
—No lo sé, Martín. —Todos los sentimientos que me he estado guardando están amenazando por salir—. Cuando pase el campamento tengo que tomar una decisión bastante importante sobre mi vida y no sé si estoy preparada para ello.
—¿Para qué?
—Para estar sola. Siento que mi novio y la mayoría de mis amigos han cambiado, o siempre han sido así y yo no quería verlo. Aunque puede que el problema sea yo. Soy el factor común, ¿no?
Pasa su brazo por mis hombros, atrayéndome hacia él. Al principio ese contacto tan íntimo hace que me tense, pero enseguida me relajo al darme cuenta de que necesitaba ese tipo de apoyo desde hace unos días.
—Julieta, no tienes ningún problema. Eres buena, divertida y sincera. —Casi me río cuando escucho esta última palabra al recordar a Coral, a María y Daniel...—. Puede que tus amigos estén pasando por un momento extraño y la presión de estar trabajando con tantos niños es muy fuerte. En unos días puede estar todo solucionado, o no. Lo que tenga que ser, será.
—Lo sé. No debería darle tantas vueltas a las cosas.
—Y con respecto a Román —dice ignorando mis últimas palabras—, lo siento, pero es un idiota. No entiendo cómo puede comportarse así teniendo una chica como tú.
Espera, ¿lo he escuchado bien? Noto como mis mejillas van encendiéndose mientras levanto la cabeza para mirarle a los ojos, tan verdes que a pesar de la oscuridad puedo verlos con claridad. Tres décimas de segundo son las que aguanto el impulso, pero transcurrido ese corto tiempo me lanzo a besarlo.
Noto su sorpresa cuando comienzo a mover mis labios con los suyos, pero enseguida pone su mano en mi cuello y me aprieta con fuerza contra él, haciendo que un impulso salvaje me lleve a colocarme a horcajadas en su regazo. Acaricio su pelo, su barba, sintiendo cómo su lengua se adentra en mi boca causando que la temperatura de mi cuerpo se eleve. En ese momento no existe nada más, solo nosotros dos y la pasión que me está atrapando.
Un ruido detrás de nosotros hace que nos sobresaltemos. Me levanto con rapidez y coloco mi ropa, que se ha movido un poco con la intensidad, y nos quedamos en silencio. No conseguimos ver nada y, sea lo que sea, parece haber parado.
—Puede que fuese un animal. O el viento —digo no muy convencida.
—Sí, habrá sido eso —responde con la mano en la cabeza mientras me mira—. Esto...
—Deberíamos seguir con la ronda —interrumpo lo que quiera que fuese a decir, la vergüenza está comenzando a atacarme.
—De acuerdo. —¿Es fastidio lo que noto en su voz?
Salimos de la maleza con cuidado de no arañarnos y justo cuando vamos a continuar por el camino veo una figura que cruza la plaza del campamento con sigilo. Mira para atrás de vez en cuando, como si temiese que alguien le estuviese siguiendo. Una chica morena, con el pelo precioso y una sudadera negra que parece un fugitivo en mitad de la noche.
—¿Mariela?
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