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11

Despierto de mal humor a pesar de haberme ido a la cama con una buena sensación tras pasar la noche hablando de planes románticos con las chicas. Creo que es porque he tenido un sueño extraño en el que era el día de mi boda con Román y, a pesar de que yo no quería y se lo decía explícitamente a todo el mundo, me felicitaban e ignoraban. Más bien, ha sido una pesadilla muy frustrante.

Voy camino al desayuno escuchando a Coral y Mariela fantasear con los planes de conquista y, lejos de sentirme mejor, hace que esté más mosqueada con el mundo. Sé que va a ser complicado que Martín caiga en los brazos de mi amiga, pero decírselo después de los celos que surgieron cuando nos vio hablando juntos solo haría que se enfadasen conmigo y no cambiasen sus preparativos. 

Además, ¿quién sabe? Puede que nuestro coordinador cambie de opinión con respecto a ella, pues Coral es una chica estupenda y estoy segura de que cualquier chico sería muy feliz estando a su lado. 

Me paso todo el tiempo que dura el desayuno dándole vueltas a esto mientras noto cómo Martín me mira desde el otro lado del lugar. Sus ojos verdes se clavan en mis pupilas y no puedo evitar sentir una sensación de paz. Hemos hablado bastante durante estos días, en momentos a solas y con los demás, y siento que tenemos una especie de conexión. No sé, nunca había tenido tantas cosas en común ni me había sentido tan cómoda con una persona, ni siquiera con Román. 

Desvío la mirada intentando concentrarme en la conversación con mis acampadas, que han decidido todas volver a ser simpáticas conmigo. Sé que me están haciendo la pelota para que no las delate y por detrás seguro que están poniéndome verde, pero no me importa. María continúa en silencio, lanzándome miradas envenenadas de vez en cuando. No le va a servir este jueguecito conmigo o, al menos, eso espero. 

La mañana transcurre con una tranquilidad demasiado tensa. No me gusta sentir que hay tantas personas que parecen sentir hacia mí algún tipo de rencor. Sobre todo con Román, con el que comparto cientos de momentos tan dulces y pasionales; pensar que ni siquiera me ha dirigido la palabra desde el ultimátum que le di hace que se me revuelva más aún el estómago. No pienso dar mi brazo a torcer, él es el que ha hecho mal. 

Tras la comida vamos a realizar la actividad de la tarde, que consiste en unos talleres relajados en los que los campistas harán un álbum de fotos para luego poder guardar las que les daremos cuando acabe el verano. Tenemos un montón de material bonito y divertido para que cada uno decore sus libretas como quiera y los chicos se lo están pasando bien.

Me siento alejada del grupo, pues mis chicas son bastante capaces y no necesitan mi ayuda. Busco la sombra de un árbol y me acomodo en su lecho. La hierba me hace cosquillas en las piernas, pues llevo pantalones cortos, ya que el día está siendo demasiado caluroso. Veo cómo el rubio de ojos verdes que está siendo el causante de más de la mitad de mis dolores de cabeza se acerca poco a poco con una sonrisa. 

—¿Te has vuelto a rendir con tus chicas? —pregunta mientras se sienta.

No le contesto y empiezo a jugar con las briznas de hierba que hay a mi alrededor. Mirando al suelo intento que mi expresión parezca lo más suave posible. Creo que está notando que algo malo me pasa, porque no trata de insistir. Su silencio me está poniendo nerviosa.

—No recordaba esto tan complicado. Cuando yo venía de acampada, recuerdo que todo eran buenos momentos, diversión y cansancio al acabar el día por todas las emociones acumuladas. Veía a los monitores siempre felices, lidiando con algunos problemas, sí, pero siempre parecían resolverlos con facilidad.

—Creo que tienes muy idealizado lo que es ser monitor —responde Martín con una carcajada—. Siempre intentaban que os sintierais bien y no vierais sus problemas, pero estaban como tú o peor, Julieta. No es un trabajo fácil.

—Puede que tengas razón.

—La tengo. —Sonríe mientras me mira—. ¿Puedo ayudarte en algo? Sé que puedo ser un poco molesto, pero mi trabajo aquí también es solucionar los problemas de mis trabajadores. 

Asiento, pero me mantengo callada. No quiero contarle lo de mis acampadas, ni lo de María y Daniel, que sería lo único que le incumbiría. Lo demás son problemas personales míos que no tengo ni idea de cómo solucionar y, aunque creo que si le dijese algo no me juzgaría, no siento  la confianza suficiente.

—Lo sé, pero en esto no puedes hacer nada. Es algo más... no sé, personal. 

—Entiendo —responde mientras mira al frente, contemplando a los chicos haciendo las manualidades en las mesas—. Solo quiero qué sepas que, para cualquier cosa, puedes confiar en mí.

—Gracias, Martín.

Volvemos a quedarnos en silencio y veo cómo, a unos metros de nosotros, están Coral y Mariela mirándonos fijamente. Me hacen señas con la cabeza e interpreto que quieren que hable con Martín para allanar el terreno. Suspiro, pues no me hace ilusión volver a sacar un tema del que sé la respuesta, pero no me queda más opción. Tengo que intentar que, en caso de rechazo, sea lo más suave posible para mi amiga.

—¿Has visto a Coral? Creo que esta mañana está más guapa que nunca, ¿tú no?

Nada más salir esas palabras de mi boca me doy cuenta del error que he cometido. Se me da fatal esto, ¿cómo puedo ser tan torpe? Martín me está mirando, intentando contener la risa, porque creo que sabe que mis amigas nos están vigilando y no quiere que parezca que le he dicho algo ridículo sobre ellas, cuando es lo que está deseando.

—¿En serio? ¿Quieres continuar con ese tema? —pregunta, divertido.

—Pero ¿por qué no puedes darle una oportunidad? —Ya he hecho el ridículo, es mejor intentarlo a la desesperada.

—Julieta, no me gusta Coral. Ya te dije que me parece una chica estupenda, pero ni es mi tipo ni creo que, en el fondo, yo sea el suyo. 

—Eso tendrá que decidirlo ella, ¿no? —respondo poniéndome de mal humor.

—Tienes razón, pero entiende que casi no me conoce. Creo que me ha idealizado y, bueno, sé que mi físico ayuda a eso...

Le doy un leve golpe en el hombro mientras sonreímos. Sé que tiene razón, si no nota una química inicial es muy difícil que pueda surgir algo, llamémosle amor o sexo. Coral levanta un pulgar sin que mi compañero se dé cuenta, pues está mirando hacia el lado contrario mientras grita a una pareja para que no se interne en el bosque. Yo le respondo con una sonrisa que espero que sea creíble. No veo a Mariela, puede que esté con las niñas de su grupo, que suelen necesitar más supervisión.

—¿Por dónde íbamos? —dice Martín girándose hacia mí.

—Hablábamos de lo creído que te lo tienes.

—No creo —responde, pensativo—. Creo que era de lo guapo que soy.

Me levanto de buen humor cuando veo a una de mis chicas acercarse para informarme de que ya han terminado. Miro todos sus trabajos y me resultan espectaculares. Me fascina el talento que tiene casi todo el mundo, menos yo, para las manualidades. Noto que continúan, excepto María, con su plan para tratarme bien y, por primera vez en el día, me alegra.

Mientras nos dirigimos a la cabaña, donde las acompaño para ponerse el bañador e irnos al lago, siento que alguien me coge del brazo. Doy la vuelta y veo que es Adrián, con cara de tristeza. Por un momento pienso en mandarle a paseo, pero algo en sus ojos hace que cambie de opinión.

—Julieta, ¿podemos hablar un momento?

—Claro.

Me guía hacia uno de los bancos que hay en los distintos caminos que recorren el campamento. En este momento no hay mucha gente por la zona, la mayoría están en el lago o siguen con los talleres, por lo que parece que los pájaros serán nuestra única compañía.

—Siento cómo me puse el otro día, no tengo excusas, pero tienes que entenderme.

—No lo entiendo, Adrián. Por mucho que lo intente, no sé por qué no te das por vencido o intentas otra táctica porque, claramente, esta no está funcionando.

Estoy siendo cruel, pero no lo puedo evitar. Si solo habla con sus amigos, que siempre estarán dándole ánimos infundados, nunca verá la realidad y eso le impedirá ser feliz. A pesar de haber salido contenta después de hablar con Martín, sé que esta conversación me va a poner de mal humor.

—Tampoco es que Mariela y tú seáis de ayuda...

—¿Cómo? —pregunto un poco indignada.

—No veo que intentéis que estemos juntos, ni creo que le habléis bien de mí. Estoy seguro de que incluso hacéis todo lo posible para que no le guste, sin ninguna duda.

Su comentario me enfurece más, pues es mentira. Cuando nos conocimos intentamos de muchas maneras que su relación fluyese, pero era imposible. A Coral no le atrae nada y no se puede forzar algo solo para contentarlo a él.

—Adrián, sabes perfectamente que lo intentamos, incluso más de lo que deberíamos, pero fue imposible. También es nuestra amiga y no queremos hacerle sentir incómoda. 

—¿Lo intentasteis? ¿Seguro? No recuerdo que hicieseis un plan conmigo para que nos juntásemos como estáis haciendo con ella y Martín —pregunta bastante enfadado.

—¿Qué? ¿Nos has estado espiando? 

Lejos de avergonzarse por su comportamiento, se mantiene firme. En sus ojos puedo ver un odio que ya había sido patente en otras ocasiones. Adrián es un chico algo agresivo, pero ayudado por el gimnasio y el deporte ha aprendido a controlarse. Recuerdo que Román me contó que, hace años, nuestro amigo disfrutaba amedrentando a cualquiera que se le acercase. 

—Julieta, te lo pido por favor. —Sus palabras no dicen lo mismo que su mirada—. No dejéis que acabe con Martín, me moriría si la veo con otro. Dejadme intentarlo una vez más.

—Ni se te ocurra volver a hacerme chantaje emocional, Adrián. —Me levanto y comienzo a alejarme de él.

—¡Por favor! —Escucho cómo grita detrás de mí.

Me doy la vuelta, enfurecida. Nunca me ha gustado que me griten en público, me resulta muy invasivo y me siento ridícula. Está de pie en el banco y puedo ver la sorpresa en su rostro cuando me ve acercarme. Quedándome a pocos centímetros, intento mantenerme firme.

—Te lo repito por última vez, que estoy harta de repetirte tanto las cosas. Coral no quiere estar contigo, tienes que pasar página. No vamos a seguir ayudándote y me da igual lo que digan tus amigos, no va a caer rendida a tus pies cuando menos te lo esperes. No sé que pasará con Martín, pero si tanto la quieres deberías dejarla ser feliz. 

Nos quedamos unos segundos en silencio mirándonos fijamente. Ninguno de los dos quiere ser el primero en apartarse, pero me canso enseguida de este juego. Comienzo a alejarme en dirección a mi cabaña, me apetece darme un baño para quitarme del cuerpo la sensación que me deja siempre esta conversación.

—Te arrepentirás —dice en voz lo suficientemente alta como para que escuche sus palabras y, sin girarme, le saco el dedo corazón.

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