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¡Nos vamos! ¡Nos vamos!
Disculpad los gritos, pero estoy muy emocionada. He estado esperando este momento desde que comenzó el curso. Es más, creo que llevo esperándolo la mayoría de mi vida consciente, desde el primer año que fui al campamento. Esa pequeña niña que llevaba la mochila llena de miedo, ilusión y mudas terminó su primer verano con ganas de volver al siguiente, repitiéndose esto los últimos diez años.
Y, por fin, ha llegado el día. Conseguí el título de monitor durante las vacaciones de primavera, he cumplido la mayoría de edad y firmado mi primer contrato laboral. Este año, ¡voy a ser una de las monitoras del Campamento Lucero!
Estoy demasiado acelerada, tanto que me acabo de dar cuenta de que no me he presentado. Soy Julieta. Julieta Sánchez. Sí, lo sé, mis padres son unos románticos empedernidos. Aunque una historia donde una niña acaba muerta por un chico que ha conocido unos días atrás me parece que propicia que mi nombre se acerque más a la tragedia. El caso es que solo comparto con mi famosa compañera el nombre, pues mis anchas caderas, mi falta de pecho y los granos que adornan mi rostro desde los trece años hacen que nuestro parecido sea inexistente.
Tengo dieciocho años y este será mi último verano antes de ir a la universidad. He conseguido aprobar selectividad con la nota suficiente para poder estudiar la carrera de Periodismo en mi universidad preferida, que es la más cercana a mi casa. No creáis que es el único motivo por el que la he elegido, también tiene uno de los mejores programas de escritura creativa del país y estaría a una hora de viaje de mis amigos, familia y novio.
Sí, tengo novio. Nadie daba un céntimo por nosotros y aquí estamos, después de casi un año de relación y muchos besos, abrazos y discusiones. Hemos ido a clase juntos desde pequeños, pero no fue hasta el año pasado, en nuestro último año de campamento, cuando surgió la chispa del amor. Bueno, puede que esté exagerando un poco con eso de "amor", pero chispa sí que hubo. Más que eso, una hoguera completa. Román es un chico muy fogoso y, para qué nos vamos a engañar, yo también. Gracias a él descubrí los placeres carnales y la diversión que produce el contacto íntimo con otra persona. Somos felices y nos queremos, ¿qué más puedo pedir?
Él también es monitor este año, al igual que nuestros amigos Mariela, Coral, Adrián y Daniel. Las chicas y yo somos amigas de la infancia, al igual que los chicos con Román, y nuestro grupo se comenzó a unir a raíz de nuestra relación. Hemos pasado un año estupendo los seis juntos y, a pesar de algunos roces y discusiones, todo parece indicar que este verano va a ser el mejor de nuestras vidas.
Puede que os parezca que estoy exagerando, pero creo que incluso me estoy quedando corta. Si alguno de vosotros habéis ido de campamento alguna vez sabréis lo que eso supone para cualquier persona. En muchos casos es una experiencia traumática, con muchos bichos y torceduras de articulaciones, en otros todo pasa sin pena ni gloria; pero, en la mayoría de ellos, supone una liberación y un cambio tan extraordinario en la monotonía del día a día que nos marca para siempre.
Imagínate: es la primera vez en tu vida que pasas un mes alejado de tus padres, rodeado de nuevos amigos a los que nunca has visto o con los que fuera de allí nunca tendrías relación. Duermes con ellos, te duchas con ellos, juegas con ellos todo el día y tienes mucho tiempo para intimar y construir recuerdos que nunca olvidarás. Te sientes independiente y la mayoría de los monitores te tratan como un igual, duermes en cabañas de madera con tus nuevos amigos y pasas mucho tiempo nadando y divirtiéndote. Es el paraíso.
Creo que estoy divagando, aún hay cosas que preparar y en dos horas tengo que estar en el aparcamiento donde el autobús nos recogerá. Hemos quedado antes con el coordinador del campamento para saber qué grupo nos tocará este año. Por lo que nos han contado en la formación, normalmente a estas alturas cada monitor sabe qué grupo tendrá que dirigir, pero ha habido un cambio de última hora y el nuevo coordinador ha tenido que ponerse al corriente en poco tiempo, por lo que no ha podido asentarse hasta ahora.
Aunque no contar este año con Ferrán ha supuesto una pequeña decepción, estoy deseando conocer al nuevo coordinador. Siempre soy positiva, estoy segura de que mantendrá el espíritu del Campamento Lucero e incluso lo mejorará. Mariela y Coral no son de la misma opinión, creen que lo bueno del verano era que Ferrán era demasiado permisivo y podíamos disfrutar con pocas restricciones, pero aunque tienen algo de razón sé que da igual quién esté al frente, lo importante es que nosotros sabemos hacer bien nuestro trabajo y haremos que nuestro verano y el de los acampados sea inolvidable.
Lo sé, esta energía y positividad no son una cualidad que me haga fácil de tratar, pero no lo puedo evitar. Siempre estoy segura de que lo mejor va a pasar y no tengo problemas si todo se tuerce, pues siempre sé sacarle el mejor partido a los fracasos. Coral siempre me dice que algún día la vida me dará un golpe por no prever que eso pudiese pasar, pero hasta que ese momento llegue prefiero seguir siendo feliz.
Me he levantado a las tres de la madrugada, a pesar de tener la mochila lista desde hace días hay un montón de cosas que aún tengo que repasar para no olvidarlo. El campamento es en la sierra a menos de tres horas de la ciudad, pero con difícil acceso. El pueblo más cercano se encuentra a media hora en coche, pues los caminos son casi intransitables. Recuerdo el miedo que paso cada año cuando recorremos en autobús el último tramo, parece que en cualquier momento vamos a caer por el precipicio. Debido a esto, cualquier cosa que no nos llevemos, luego será difícil de encontrar, a no ser que hagas algún trueque con un compañero o lo ganes en una de las partidas de cuatrola nocturnas.
Estoy segura de que no he dormido, pero es que la emoción me supera. Cojo mi mochila, mi maleta y el bolso, repasando mentalmente la lista de cosas que tenía apuntadas para que no se me olvidase nada. Antes de salir de la habitación me doy cuenta de que casi me dejo el cargador del móvil, aunque es algo innecesario porque en el campamento no hay cobertura y la única forma de contactar con el exterior es con las cabinas telefónicas, pero es algo que tenemos tan interiorizado, el no separarnos de él, que me resultaría raro dejarlo en casa.
Ya me despedí de mis padres justo antes de ir a dormir. Ellos tienen que levantarse en un rato para ir a trabajar y no quiero fastidiarles el sueño, aunque en el fondo me muero por ir a darles un último abrazo y compartir como todos los años mi ilusión del primer día de campamento. Me contengo y salgo a la fría madrugada, pues, a pesar de ser el primer día de agosto, las noches en nuestras zona son frescas y mi camiseta de tirantes y pantalones cortos no ayudan.
Llego enseguida al lugar donde hemos quedado y la primera, como siempre. La puntualidad es una de mis mayores virtudes y también mi perdición, pues la ansiedad que me da llegar tarde me provoca dolores de cabeza constantes.
En la explanada del aparcamiento no se ve ni un alma, así que decido quedarme de pie en el asfalto mientras cojo el móvil para escribir a mis amigos y saber que ninguno se ha quedado dormido. Estoy tan enfrascada en la pantalla que no me doy cuenta de que una figura encapuchada se ha debido de estar acercando a mí en silencio. Mi corazón se paraliza cuando siento que toca mi hombro.
—¿Qué haces aquí tan sola?
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