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─¿Carolina?¿Sos vos? ─confundida, pestañeé bajo mis anteojos de cristales ahumados ─. ¿Por qué no me respondiste ningún llamado? Necesité hablar con vos todo este tiempo.
─Yo no, Mariano, no teníamos nada de qué hablar. Lucas se enteró de todo y de la peor manera. Sin él de por medio, ya nada nos vinculaba ─apartándome de su contacto, expliqué por sobre el barullo de la vereda.
─Vamos al café de la esquina. Tengo que pedirte perdón decentemente.
─Pasó mucha agua debajo del puente, ya no tiene sentido que lo hagas. Lucas a partir de hoy podrá comenzar con una nueva vida; sentíte contento, Noelia fue declarada culpable. Se confirmó tu más férrea sospecha.
─Y mucho tenés que ver con esto.
─Lo hice por Lucas y porque detesto las injusticias. Vaya paradoja, ¿no? ─dije rememorando sutilmente mi episodio personal.
─Me ayudaste porque lo amabas, Carolina. Y yo lo arruiné todo al pedirte que no hablaras sino hasta cuando yo lo digité...dale, vayamos a tomar algo tranquilos ─insistió, caminando a mi lado en dirección a la intersección de calles ─. Solo dos minutos ─ y rolé los ojos, aceptando a desgano.
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─¿Me estás diciendo que Lucas fue a buscarte apenas salió de mi casa? ─soné histérica.
─Exacto. Viajaba en un taxi cuando le indicó la calle y número de mi casa al chofer, obviamente, sin saber bien adónde iba. Quiso seguir sus instintos y no falló.
─¿Y qué te dijo?
─Me pegó una piña en la nariz apenas le abrí la puerta, ¿ves esta cicatriz? ─se señaló el hueso, aquel que apenas sobresalía ─. Creo que recordó todas las que me mandé con él y me las cobró todas juntas ─sonrió, gracioso ─. Lo cierto es que después de que el dolor me permitiera entender qué pasaba, nos pusimos a conversar como dos adultos normales. Fue en ese momento que me dijo que tan solo tuvo el recuerdo inmediato de una dirección, unas voces conocidas y no dudó en ir. Era mi casa, efectivamente.
Atenta, yo solo escuchaba su relato.
─Le dije que te involucré en esto en cuanto supe que lo tenías en su casa y que gracias a tu solidaridad, lo habías devuelto de la muerte.
─¡No soy Dios! ─desestimé el cumplido.
─Pues para él, sí ─me guiñó su ojo.
Sonrojándome, le dejé continuar.
─Lucas preguntaba y preguntaba, estaba sediento de recuerdos y anécdotas creyendo que de ese modo volvería a su vida, a tener lo que la golpiza le había arrebatado. Pero yo no quise aturdirlo, por lo que me contacté con su terapeuta y coordinamos la forma en que iríamos allanándole el camino hacia la verdad.
─¿Y con Noelia?¿Qué pasó cuando la vio?
─Lucas se le apareció una noche en su casa, la que conociste en Martínez después de haber cometido el error o no, de decirle donde vivía. Noelia se puso histérica; ella lógicamente fingió que estaba alegre por su aparición después del shock inicial, pero no entendía nada como tampoco Ferri, su pareja, que al bajar del primer piso se quedó duro. Sin darle información sobre los pasos a seguir, Lucas registró la infidelidad y se fue. Nuestra información fue suficiente tanto para él como para la ley. El resto, es lo que escuchaste hoy en el tribunal.
─¿Él recuperó la memoria por completo?
─Tiene vagos recuerdos que aún no llega a consolidar en su mente por completo, pero avanzó mucho.
Mordiendo mi labio, me mantuve cabizbaja, deseándole para mi interior lo mejor en esta nueva vida.
─¿Quisieras saber si te extraña? ─subí mis ojos al oírlo, encontrando los de Mariano, sensibilizado y culposo.
─No, no gano nada con saberlo ─orgullosa, preferí ignorarlo. Si la respuesta era negativa, no podría asimilarla. En mi cuerpo no había espacio para mayor dolor. Si la respuesta, en cambio era positiva, ya era tarde. Yo le había mentido y era justo que él empezara una vida lejos de todo lo que lo había hecho sufrir en algún momento.
Mariano respetó mi respuesta, bebiendo el ultimo sorbo de café de su taza.
─Le va a costar mucho confiar en la gente. Pero va a salir adelante.
─Ya lo creo. Es un ave fénix ─sonreí, nostálgica, con el sentir de la añoranza aguijoneando mi pecho.
─Carolina, tengo que irme. Me esperan algunas reuniones en la oficina ─se puso de pie, colocó varios billetes bajo el plato de su taza y me dio un abrazo sentido ─. No te culpes más por nada, ya pagaste con creces. ¡Si no mirá! Salvaste a un hombre de un calvario eterno, de estar con una mujer a la que solo le importaba su plata. Le permitiste tener la esperanza de empezar de cero.
─Pensé que eso solo pasaba en las novelas ─deslicé inocentemente. Mariano ladeó la cabeza, simpático.
─Adiós Carolina. Fue un placer conocerte...
Mariano se apartó de la mesa escabulléndose entre los mozos mientras que yo miré por la ventana, pensando en que también necesitaba contar con la esperanza de comenzar nuevamente.
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Abrazándome a mí misma en esa noche más que fresca caminé muchas calles, sin saber con precisión cuántas. Sin atender las numerosas llamadas de mi nueva terapeuta, Sandra, sabía que tendría reprimendas por ello; también intuí que mi decisión de salir a flote con nuevas herramientas, la enorgullecería.
El cielo plomizo y el sonido de los truenos, vaticinaban tormenta. El clima cambiante de Buenos Aires no era más que un reflejo de mi humor.
Satisfecha por haber visto a Lucas tan entero, aceptando la sentencia hacia la persona que tanto había amado, me quitó una sonrisa y una lágrima en simultáneo.
Llegando al edificio con las primeras gotas de lluvia sobre mis hombros y humedeciendo mi cabeza, esperé por el ascensor pensando en una ducha bien caliente que me quitara aquella vieja Carolina de encima. Una loción de jazmines, unas velas pequeñas para relajar el ambiente, eran parte del plan.
Mi rostro necesitaba un poco de cuidado; el maquillaje era un muy buen aliado y eso había quedado reflejado en aquella tarde en la que fui "conejillo de Indias" de Noelia.
Pensar en su red de mentiras, en su sonrisa que poco tenía de celestial, me dio escalofríos.
La muy cínica hablaba de Fénix como un gran infiel, un violento que no había dudado en engañarla y dejarla sin dinero.
Frente al espejo de la cabina del ascensor observé las primeras arrugas que circundaban mis ojos. Algo debía hacer al respecto si quería aparentar la edad que tenía y no más.
Caminando por el corredor con un fuerte dolor de pies llegué a mi departamento, busqué las llaves dentro de mi enorme cartera negra con tachas y para cuando quise abrir, la sorpresa fue enorme: no estaba cerrado con llave.
Pasando saliva por la garganta, dudé si se trataba de un olvido o alguien se había inmiscuido en mi casa. Nerviosa, tratando de aquietar mis pensamientos, empuñé el desodorante en aerosol el cual también rescaté de mi cartera. Quitándole la tapa, dejando mi dedo a punto de presionar el vaporizador, ingresé a mi vivienda, encomendándome a Dios...o al que quisiera protegerme por un rato.
Toda la casa estaba a oscuras.
La luna iluminaba las plantas el balcón, como así también los dos sillones de ratán en los que solía sentarme a leer alguno de los libros preferidos de Fénix. Perdiéndome entre sus líneas lo imaginaba escuchándome en silencio, atento a mi voz.
Opté por no encender la luz: si era un ladrón, prefería pescarlo in fraganti.
¿Estaría escondido en mi habitación?
Con el corazón palpitándome a mil kilómetros por hora avancé, pero al décimo paso, mis botas aplastaron un pequeño objeto, el cual crujió bajo ellas. En cuclillas, lentamente y sin perder de vista la puerta de mi cuarto, despegué de la suela esa esquirla para descubrir que era un simple caramelo de anís, aquellos que tanto gustaban a Fénix y que yo le decía que eran "de viejo".
Aun de rodillas en el piso descubrí no uno, sino varios caramelos desperdigados por toda la sala.
Fruncí el ceño, completamente extrañada. Si el malhechor pretendía dar un gran golpe, dejar un camino de caramelos como Hansel y Gretel no era de lo más inteligente. Más calmada me puse de pie y con cada paso, dos o tres caramelos se agrupaban entre sí, dando forma a un zigzagueante sendero que me conducía, ni más ni menos, que a mi bendita habitación.
Empuñando el picaporte abrí de golpe para causar efecto sorpresa a quien rayos estuviera ahí, sin sospechar que la que terminaría asombrada en este caso, sería yo misma.
Sin moros en la costa, echando por tierra cualquier fantasía trágica compuesta hasta entonces, toqué la tecla la cual dio luz artificial al ambiente.
En igual estado que como yo la había dejado por la mañana al salir hacia mi trabajo y después, al juzgado que tendría a Lucas como víctima, la cama lucía pulcra, las mesas de luz impecables y las cortinas corridas hacia los laterales.
Mirando hacia abajo, el camino de caramelos continuaba hasta los pies de la cama, sobre la cual descansaba una caja en forma de corazón con un gran moño rojo.
Llena de expectativas, soñando despierta con un regalo de Fénix, me abalancé sobre ese obsequio. Sin embargo, antes de desarmar el lazo, pensé en un atentado.
¿Y si era una bomba? ¿Si Noelia se había enterado de mi colaboración para enjuiciarla y deseaba eliminarme a mí también?
Ningún reloj hacía pensar en un explosivo cronometrado o algo de lo que se solía ver en las películas de acción, pero sí podía reconocer un raro tintineo. Sacudí mi cabeza, desechando semejante absurdo y dejando de lado mi paranoia; esto no era Hollywood.
Inspiré con la misma esperanza que cuando Fénix tomó mi mano aquella noche en el hospital, exhalé con la misma pesadez que cuando me acosté sola, por primera vez desde que se había marchado para no volver.
Una vez desarmado el moño, quité la tapa de la caja color rojo fuego para encontrarme con un colchón de bombones de chocolate y avellanas recubiertos en papel dorado, mis preferidos.
Sobre ellos, un papel plegado en dos y la copia de las dos llaves de mi departamento. Temor, incertidumbre, todo se arremolinó en mi pecho como un huracán de esos que los expertos califican con la escala de 5 puntos.
Al abrir la nota las lágrimas cayeron en cataratas, derramándose sobre mis mejillas, sin cesar.
Era la caligrafía de Fénix; él solía escribir la prolija lista de mandados para ir al supermercado una vez por semana, tarea que yo odiaba hacer.
"No puede ser posible que estemos aquí para no poder ser", rememoró la primera frase que dijo al recobrar el habla.
Llevé el papel a mi pecho, con fuerza, con devoción. Hamacándome sobre la cama, mi corazón se desgarró al imaginarlo aquí, dejando esta caja.
Pero no era lo único que había recitado. No. Había más.
"Gracias por tu confianza. Gracias por dejarme ser parte de tu vida. Te amé, te amo y te amaré. Hasta siempre."
Cayendo desplomada sobre el mullido colchón, aquel que guardaba nuestros gemidos, aquel que había sido testigo de nuestras noches de insomnio gracias a la pasión, aquel que había escuchado hasta altas horas de la noche nuestras conversaciones y pensamientos, lloré a mares hasta que el cansancio emocional saturó cada centímetro de mi piel.
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