-22-
Su pelo azabache era petróleo entre mis dedos; escurridizo, pesado, oscuro. Montada sobre él, siendo invadida una y otra vez, me aferré a su nuca deseando la eternidad en esa posición.
Agitados, con una leve capa de sudor bañando nuestros cuerpos, gemíamos con indecencia. El inquilino del piso de arriba del nuestro, de seguro lo escuchaba todo.
Friccionando mis erguidos pezones contra su pecho apenas acolchado por una fina mata de cabello renegrido, asimilando el calor de mis omóplatos al sentir sus grandes manos sobre ellos y con su aliento pegado a mi nuez, creí estar en el cielo.
El dulce placer de la penetración era determinante para pedirle que siguiera, que no se detuviese por nada en el mundo.
Sus piernas a ambos lados de las mías presionaban mis caderas, evitando mi huida.
Subiendo y bajando la pelvis, con la potencia de un potro salvaje, Fénix me llenaba en todos los aspectos; me daba la seguridad que yo necesitaba y tanto apreciaba de un hombre.
Hundiendo su nariz bajo el lóbulo de mi oreja, palabras sucias encendieron mis poros, cargándolos de fuego y convirtiendo mi transpiración en lava pura.
Desnudos, escondiéndonos de nuestros temores y del incierto futuro, formábamos una sola pieza, un único engranaje. Repiqueteando sobre su miembro duro y generoso, me entregué plena y exhausta sobre él, anidando mi licor de mujer en toda su cubierta extensión.
Una exhalación voraz, potente y con dirección hacia el techo, bastó para confirmar cuánto lo amaba. En cuerpo y alma.
Y cuánto temía perderlo.
Batiendo mi cabello desordenado, dando tres estocadas fulminantes, culminó con su deber de macho dominante; desahogando un gemido sobre mi hombro, lo mordisqueó hasta que sus movimientos espasmódicos fueron historia para su cintura.
Aferrándome a su espalda, acariciando sus escápulas, lloriqueé en silencio sabiendo que este sueño estaba a un paso de convertirse en pesadilla.
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A mitad de la madrugada, cubierta por una de las camisas que yo le había comprado meses atrás, fui hasta la cocina para tomar un vaso de agua fría.
Necesitaba contarle la verdad, decirle quién era yo y qué demonios había hecho en Uruguay.
Mordisqueando mi uña descolorida y sin forma, con una risa irónica pensé en que no me vendría nada mal ir hasta la casa de Noelia para ponerme bella y por qué no, que su propio marido me disfrutara entre mis sábanas.
El destino me había jugado una buena pasada, por primera vez estaba de mi lado después de mucho tiempo, ¿pero por cuánto más?
Me prometí entonces ir a Martínez y conseguir mayor información que tuviera que ver con la nueva vida de esta tipa y, corroborar, cómo encajaba la desaparición de Fénix en su vida.
─¿No podías dormir? ─sin siquiera sospecharlo él apareció por detrás, abrazándome. Apenas lo sentí, dejé caer mi celular sobre la mesa, abierto en el último mensaje de Mariano quien me preguntaba "cómo te fue".
─Algo así ─respondí y besó mi cuello. Rodeándome con fuerza bajó sus manos escurridizas por mi torso para trepar por debajo de mi camisa.
─Y ya que no podés dormir y yo tampoco, ¿no quisieras que nos demos unos mimitos más en la cama? ─perdida en su tacto, con la piel de gallina cubriendo todo mi cuerpo endeble, me fue imposible decirle que no.
Sin embargo, me giró sobre la banqueta para entregarme un beso apasionado y jovial. Sin dejar de entrelazar nuestras lenguas y unir nuestros labios, abrió cada uno de los botones de su camisa dejándome a expensas de sus dedos precisos y juguetones. Presionando mis pezones, los giraba y apretaba con delicadeza, pero sostenidamente.
Para cuando pude reaccionar sobre el cambio de planes, ya tenía su cabeza entre mis pechos pequeños; trazando círculos con su lengua decoraba mi carne desnuda.
Echándome hacia atrás, afirmándome en la base de mi asiento, fui su presa otra vez más.
Su nariz imperfecta y aguileña recorría cada centímetro de mi cuerpo con la destreza de un viajero si destino fijo; hurgueteando en la línea media de mis pechos, descendió hasta la cima de mi pubis, caliente, tembloroso.
Mirando hacia abajo por un instante, pude ver su cabeza moverse al compás de su cuerpo; Fénix se puso de rodillas, abrió mis piernas y no dudó ni un segundo en besar aquel punto suave como el terciopelo que tanto placer me ocasionaba.
Estrellando mi espalda contra el filo de la barra de la cocina, mis manos se adueñaron de su cabello espeso y oscuro. Mis dientes secuestraron mi labio inferior por unos minutos, hasta quedarme sin voz.
Sometida a un exquisito goce, una cosquilla atrevida surcó cada una de mis vértebras buscando el acabóse, ese lugar exacto donde necesitaba explotar.
Sus dedos gruesos dibujaron sus huellas sobre la parte interna de mis muslos, débiles, blandos, para abrirse camino hacia mi paraíso hormonal.
Un estallido furioso, un corcoveo bestial, avisó que el fin estaba más cerca de lo pensado.
El chasquido de su lengua dentro de mí terminó por detonar la poca cordura que reinaba en mí esa madrugada; sin embargo, no estaba todo dicho: abandonando su posición para dejar que sus dedos terminen con lo empezado por su boca, me tomó por la nuca y convidándome de mi propio sabor, absorbió el gemido más agudo e intenso de toda mi vida.
─Te amo Carolina ─dijo en un último susurro, cuando perdí la noción del tiempo y espacio.
"Y yo a vos", solté en mi nube mental, con los ojos cerrados y sin emitir sonido.
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Sin perder más tiempo, ese mismo lunes fui hacia la casa de Noelia. Temblando de expectación e incertidumbre, subí al colectivo e hice el mismo recorrido que días atrás, cuando no la conocía en persona y no habíamos hecho el amor con su marido con semejante pasión.
Sonrojándome de a ratos, enamorándome de a toneladas, recordaba con timidez sus osadas maniobras, su inagotable cuerpo y sus palabras melosas. Palabras que yo no merecía por mentirosa.
Fue entonces cuando prometí decirle mi verdad a Fénix apenas supiéramos qué intenciones tenía Noelia para con él. Era justo que fuese Lucas el que escogiera a Carolina, la asesina arrepentida y no Fénix, el que optara por la Carolina mojigata y de perfecto pasado.
Dormitando de a ratos, dándome la cabeza contra la ventanilla por el cansancio, parpadeé varias veces hasta despabilarme por completo y bajar en la parada correcta.
Mirando al cielo, rogué que el color plomizo de las nubes no desatara una tormenta de la que yo no estaba preparada en absoluto.
Apostándome en la misma vivienda en la que un hombre desconocido me había pedido de mala forma que me retire, una molesta jaqueca provocó que me frotara las sienes en el mismo instante que la voz de Noelia salió por el portero eléctrico.
─¿Quién es? ─preguntó.
─Soy María...de Buquebús...¿te acordás de mí? ─un espeso silencio me hizo dudar sobre si estaba haciendo bien las cosas o no. No la había llamado para avisarle que vendría por lo que no me extrañaba que me mandase a volar.
Sin embargo, a pesar de su sorpresa inicial y mi incertidumbre, me reconoció.
─¡Si! ¡María! P...pero ¿yo te dije de venir hoy? ─continuó hablando desde dentro.
─No...¡perdóname! Pero me surgió un imprevisto y necesito estar un poco más arreglada ─mis dedos se trenzaban mientras le hablaba a la placa de metal empotrada en la pared.
Sin mediar más palabras, el ruido de un mecanismo y la posterior apertura del portón, aquietó mi nerviosismo.
Atravesando un arreglado parque con muchas orquídeas, la vi aparecer a la dueña de casa con una bata de seda negra cubriendo su curvilínea figura, mientras abría sus brazos con exageración.
Eran más de las 11 de la mañana y lucía espléndida a pesar de la simpleza de la bata y el desorden de sus ondas rubias.
─¡María! ¡Qué bueno que decidiste venir a verme! ─apretujándome los brazos, me dio un beso fuerte.
─No quería molestarte, pero muchos salones de belleza cierran los lunes y necesito hacerme algo con urgencia en esta cara ─sonreí ingresando a esa casa que destilaba pulcritud.
Aroma a fresias, todo ordenado en las repisas y una amplia cocina integrada a la sala, fue lo primero que vi al entrar.
─Dejá que vaya a mi cuarto, me vista y vamos a la sala donde tengo los equipos para comenzar con una limpieza de cutis ─guiñó su ojo avanzando hacia la escalera de baranda de madera. Asentí con una sonrisa y un horrible cosquilleo en el estómago.
Tratando de registrar todo lo que me rodeaba apenas se disolvió en la planta superior, busqué elementos personales que me permitieran sacar alguna conclusión más.
¿Tendría una fotografía con Lucas exhibida en algún rincón de la casa? A priori, no se veían portarretratos que acusara relación entre ellos dos. Tan solo una taza y el diario sobre la mesa redonda de haya con vista al patio anterior desarmonizaba el ambiente.
Maldije en silencio que las cosas no fueran más sencillas.
─Bueno, ¡ya estoy lista! ─por detrás de mí, apareció peinando su cabello con los dedos de sus dos manos, subiéndolo en una cola de caballo alto. Aun con ese artilugio desprolijo, era una diosa.
En pantalón de gimnasia gris topo y remera de lycra adherida a su cuerpo color negra, lucía para ir a una maratón organizada por el Gobierno de la Ciudad.
─¿Te gusta? ─preguntó haciendo referencia a la casa.
─Sí, sobre todo en cómo se combina lo moderno con lo clásico ─señalé algunos sectores con molduras de yeso. Las puertas y ventanas de madera lustrosa, los amplios ventanales de vidrios repartidos conformaban una perfecta comunión con los muebles de estilo nórdico de la sala y los artefactos ultramodernos de acero de la cocina.
─Lamentablemente es alquilada. Pero estoy trabajando muy duro para comprar una casa pronto.
─¿Si? Te felicito. La economía argentina es bastante complicada como para poder acceder a un crédito bancario ─dije con conocimiento de causa ─. Yo me mudé hace poco. Pero a un departamento mucho más pequeño que esto.
─¿En Capital?
─Sí, en Palermo.
─Yo siempre odié Capital. Crecí en un departamento re chico en Almagro, cerca de Boedo y San Juan. Mucho ruido, pocos metros cuadrados y gente por doquier. Prefiero el césped y el canto de los pajaritos ─tomando la delantera me condujo hacia un cuarto modesto en medidas a comparación de la sala, pero equipado con una camilla, una silla mullida unida a un espejo de gran aumento y numerosas estanterías con productos de belleza.
Una pequeña pileta con duchador, dos sillones bajos color crema y mesitas auxiliares con varios envases de diversos tamaños y colores, saturaban la vista de cualquier recién llegado.
─Sueño con tener mi salón de belleza propio y a todo trapo. Por ahora hago maquillaje social, de fiesta y estoy terminando un curso de peluquería. También sé de masajes descontracturantes. Otro día tendrías que volver a probarlos.
Asentí con la cabeza, aceptando sus ansias de crecer.
Por un momento, otro más, me permití dudar y pensar si esta simple mujer con deseos de dedicarse a la estética femenina realmente deseaba estafar a su propio esposo. ¿Se escondería detrás de este emprendimiento profesional para tapar el dolor de su pérdida? Quizás estaba sufriendo mientras yo me acostaba con su pareja...
No obstante, debía reconocer que también la había visto entrar a una casa en Uruguay acompañada de un hombre al que le propinaría arrumacos antes de abordar al buque...
─¿Entrevista o cita? ─interrumpió mis pensamientos.
─Ehh...entrevista...─respondí tomando asiento en la blanca camilla.
─Mmm dudaste mucho. Yo diría que tenés que salir con alguien...─colocándose un guardapolvos blanco de mangas cortas, se vistió de profesional.
Conversando de temas banales, de lo poco que yo conocía del mundo del espectáculo y lo mucho que me gustaba la literatura, el tiempo pasó volando.
Para cuando me acercó el espejo, mi cutis parecía otro: terso, sedoso y con un maquillaje liviano pero beneficioso para mi poco cuidado personal. Era otra mujer.
─Es una pena que no dediques un poco más de tiempo a tu estética. Tenés una piel muy buena, ni grasosa ni seca. Deberías aprovechar tus ojos color avellana y resaltarlos, son raros de ver ─lavando sus manos, dijo por sobre el chorro de agua.
Tocándome la cara, contenta con el resultado final pensé en tejer una última jugada: hablar un poco más de mí.
─Me daba vergüenza reconocerlo, pero me encuentro a tomar un café con alguien ─mentí, ya era una experta.
─¡Viste!¡Yo lo sabía! No tenés pinta de arreglarte para estar en tu casa lavando platos ─siendo honesta, apeló. Y yo, siendo más honesta, reí con fuerza.
─No tenés vueltas, ¿no? ─colocándome la chaqueta, fue mi turno de sincerarme ─. Y decime, ¿vivís sola?
─Sí ─respondió sin que se le moviera un pelo.
─¿Y no te aburrís estando en una casa tan grande?
─No, me hice de una buena cartera de clientas que las conocí en el salón donde trabajaba antes. Fidelidad, lo llaman ─por última vez peinó mis ondas armadas con la planchita de pelo ─. Me entretengo a mi modo.
─...más algún que otro día que vas a Uruguay.
─Sí. A veces por el fin de semana, a veces solo por el día.
A poco de salir de la sala, comencé a contar billetes.
─¿Qué hacés? ─preguntó, con el ceño fruncido.
─Pagarte. No solo te caí de golpe sino que me dejaste divina ─reconocí.
─Tomalo como un regalo. Vos, a cambio, hacéme promoción.
─Dalo por descontado...¡a todos le hablaré de vos!
Acompañándome hacia la puerta de salida, su celular sonó. Buscando en el interior del bolsillo de su chaqueta blanca miró el visor, atendió con un "esperáme un segundo" , tapó el auricular del artefacto y me pidió disculpas por dejarme a solas un minuto más, sin saber que yo lo aprovecharía al máximo.
Noelia subió los escalones que la conducían a la planta alta de a dos, rápidamente, y a lo lejos se la oyó reír a carcajadas.
Correteando por la sala, hurgueteé cajones sin hacer el menor ruido y abrí algunas vitrinas encontrando vajilla, manteles y boletas de servicios público ya pagas.
Doblegada por la decepción de ni siquiera hallar una fotografía que la incriminase, me detuve frente a una repisa, la cual contaba con tres libros apilados debajo de una figura de un Buda color plata; ellos eran "Cyrano de Bergerac", "El Fantasma de Canterville" y "Historia de dos ciudades", de Charles Dickens.
Mi corazón empezó a palpitar con bravura, identificando en esos ejemplares la clara presencia de Fénix.
─No soy fanática de la literatura y mucho menos, de la inglesa ─tomándome por sorpresa, apareció nuevamente en escena.
─Yo adoro a Cortázar ─repliqué, recordando las noches de lectura en el hospital Argerich.
─Encontré esos libros perdidos en una de las mil cajas que tenía cuando me mudé. Me dio pena no exhibirlos . Me hacen parecer inteligente ─se elevó de hombros ante su propia broma.
─¿Y cómo es que si no te agrada leer están entre tus cosas? ─fui más allá, esperando una respuesta que me ayudara en la investigación.
─Eran los libros preferidos de una persona a la que quise mucho. Cuando se fue, se olvidó de llevarlos consigo ─con asombrosa naturalidad, acotó. Inspiró y confesó ─: eran de un hombre que me abandonó sin importarle nada de mí ─lapidaria, soltó con rostro compungido y ojos cristalizados por la pena ─. Yo lo amaba mucho...¡más que a mi vida! Hasta que un día se fue con la excusa de salir a correr, como lo hacía siempre...y no regresó más.
¿Y si ella no sabía que Lucas, su esposo, estaba vivo? ¿Si acaso Mariano estaba equivocado en prejuzgarla?
En mitad de un debate mental, la duda se clavó como un puñal en mi pecho. Yo sabía dónde vivía su marido y no sólo eso, estaba entregada a un tórrido romance con él.
Pensando en los viajes realizados, no era descabellado imaginar que dado el tiempo transcurrido hasta entonces, se hubiese entregado a los brazos de otro hombre y mucho menos, que su economía debía estabilizarse luego de la fuga de su inversor principal.
Tragando fuerte, notando su malestar, sentí la necesidad de poner las cosas en orden.
─Noelia...hay algo que quisiera decirte ─en un rapto de sinceridad y dolor, comprendí que Fénix debía regresar a su vida, a la que tenía antes de desaparecer.
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