-19-
Saliendo del estudio jurídico en Vicente López me propuse olvidar la baja,bajísima, remuneración ofrecida y lo poco interesante de la propuesta laboral.
Tomando el colectivo a pocas calles de mi cita, tener el GPS en el celular fue un alivio para mi búsqueda. Agradeciendo que la dirección a ser investigada quedase a dos cuadras de la parada de ómnibus, caminé bajo el furioso rayo de sol gracias a lo que llamábamos "Veranillo de San Juan" aunque no estuviésemos a fines de junio.
Abanicándome con una carpeta en la cual había puesto varios de mis CV me acerqué a esa casa de estilo victoriano ubicada al fondo de un gran parque al que se accedía al atravesar una alta reja de hierro forjado.
¿Cómo saber quién habitaba dentro de esa fortaleza?
No había ningún vecino a la vista y por cuestiones de seguridad, supuse que no sería fácil que alguien me brindara la identidad de esa joven hermosa, mi competidora directa.
─¿Buscás a alguien? ─una voz masculina se inmiscuyó en mi operativo. Detrás de mí, aguardó por mi respuesta.
Girando, tuve de frente a un hombre de alrededor de 40 años, guapo, alto y de cabello ondulado color castaño. Era intimidante.
─Sí...me dijeron que acá vivía una mujer llamada Noelia. Soy agente de seguros ─mentí, esperando que me confesara abiertamente que la información del amigo de Fénix era cierta.
─Acá no vive nadie con ese nombre, lamento que le hayan dado un dato erróneo ─colocándose frente al portón, empuñó el picaporte dorado y se dispuso a abrir, no sin antes invitarme a que me marche.
Dolorosamente le hice caso y comencé a caminar con resignación hasta la caseta de transporte público. Puteando a santos desconocidos, mientras esperé el colectivo escribí a Mariano con la decepción de sentirme estancada y que la oportunidad de confirmar nuestras sospechas se esfumaba.
─¿Estás segura? Mirá que el pibe del banco estaba muy convencido. De hecho me dijo que ella cambió la dirección porque le quedaba más cerca la sucursal de Martínez.
─Allí vive un hombre que no conoce a ninguna Noelia. Creo que te fallaron, Mariano.
Escuché un suspiro indignado del otro lado y la promesa de continuar con las averiguaciones.
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Al llegar a mi casa, cansada, transpirada y sin ganas de hablar, el día fue peor de lo previsto: mis padres estaban cómodamente sentados en el sofá que oficiaba de cama de Fénix.
─¡Mierda! ─exclamé en voz baja al pasar la puerta. Fénix estaba de brazos cruzados sentado en una de las altas banqueta de la cocina integrada, en tanto que mi mamá leía una revista vieja y mi padre, tenía el control remoto de la televisión en su mano.
─¡Carolina, hija! ─mi madre se levantó de golpe, viniendo en mi dirección, como si fuera a hacerme un tackle de rugby. Aceptando a desgano su abrazo incómodo, le devolví el gesto sin siquiera haber soltado mi cartera ─. ¡Hija mía! Hace mucho que no nos venís a visitar así que tuvimos que venir hasta acá y conocer tu nuevo lugar ─apartándose de mí, me examinó de arriba hacia abajo, escrutándome con lentitud─. ¡Waw! Estás muy linda ─acarició mi trenza espigada, hablando con sinceridad.
─Gra...gracias...no los esperaba ─balbuceé mirando a Fénix con nerviosismo.
─Conocimos a Lucas. Es muy amable ─mi mamá señaló dos tazas de café y unos bizcochos que de seguro, ninguno de los dos se habría dado la oportunidad de probar por las grasas y ese cuento nutricional que mamá solía implantarnos a todos en el cerebro.
─Hola papá ─él apenas me miró, se puso de pie y me dio un beso cuando lo saludé.
─¿Ya conseguiste trabajo? ─me fulminó con la pregunta, con claras intenciones de que me deshaga en llanto y gritara sobre mi fracaso. Pero no estaba dispuesta a demostrarle que mi día había sido una cagada.
─No, pero estoy teniendo entrevistas más que interesantes y con un salario que me sorprende.
─¿Ah, sí? ─no me creyó. Él también era abogado y olía las mentiras a la legua.
─Si. Muchos ven un potencial en mí que otros, no ─sonreí con ironía, pasé frente a él y fui en dirección a mi inquilino, quien tosió cerca de mí.
─Creo que lo mejor es que me vaya ─susurró a mi oído ─ , es tu casa y ustedes tienen mucho por hablar.
─¡No! Por favor no me dejes ─le imploré ante su rostro confundido ─. Necesito que estés conmigo. No soportaría estar con ellos a solas...
─Pero son tus padres...
─Lo sé. Por eso mismo ─recibiendo su aceptación, agradecí en silencio que se atreviera a tolerar lo que estaba por caernos.
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Como era de esperar, la cena no iba a ser de lo mejor. En tanto que mamá no dejaba de hablar de mis primas, sus amistades y gente que no me importaba en absoluto, papá revolvía el plato de fideos sin querer probar más que un bocado.
─¿Lucas ya lo sabe? ─el patriarca de la familia inoculó veneno innecesariamente. Clavé mis ojos en él. Mamá lo golpeó con poco disimulo en su codo en tanto que Fénix prefirió ni hablar.
─Él sabe todo de mí. Somos íntimos amigos. Es gay ─tragué un sorbo de agua, involucrándolo a Fénix y dándole un lugar un poco extraño.
─¿Si? ─mamá se vio afligida, presumiblemente pensando que era un desperdicio para el público femenino.
─Sí, señora ─confirmó el protagonista conteniendo una carcajada mientras pestañeaba con exageración.
─¿Ya averiguaste como caíste en el Argerich? Gente de mi estudio podría ayudarte...─papá dejó de lado el chisme barato para ir directo al hueso.
─Su hija ya lo está haciendo, muchas gracias.
─¿Mi hija? ¿Con qué contactos? Ni siquiera tiene amigos a quien recurrir ─él disfrutaba de hacerme sentir ínfima y miserable.
─Los que tuvo se han apartado de su lado ─me defendió Fénix, brindando la poquísima información con la que contaba acerca de mi pasado.
─Sus razones han tenido ─mi papá redobló la apuesta.
─Razones que no le quitaron el sueño. Ella es una mujer que vale mucho y que no necesita de la aprobación de nadie para seguir adelante ─generoso, mi compañero me miró con esos ojos oscuros que tanto me seducían. Inesperadamente besó mi mejilla y mi mano.
─Eso es un amigo ─expresó mi madre, con mirada vidriosa.
Mi padre solo rebuznó, quizás ofuscado porque alguien además de mí, le disparaba con sus propias municiones.
─Mañana tenemos que levantarnos temprano, son más de las 10 y tenemos que ir a descansar ─quitando los platos de la mesa, los coloqué en la pileta de lavar y para nada sutil, les señalé la puerta de salida.
─Es claro que nos estás echando. Él trabaja en ese despacho de pan, ¿pero vos? ¿Adónde tendrías que ir temprano? ─ a poco de marcharse, papá acusó con mueca sarcástica.
─Otra entrevista. Además, mañana voy a hospital y vuelvo tarde.
─Hija...no te arruines la vida con este Don Nadie ─elevando las cejas, habló de Fénix ─. Yo no me creo que sea homosexual, te mira con ganas de comerte viva.
─¡Basta Mateo! Déjala en paz y que haga lo que quiera...yo me contento con que seas feliz con quien quieras ─mamá me abrazó más fuerte que cuando llegué; esta vez, le correspondí sin reparos e incluso, permití emocionarme.
Tras ellos, di un fuerte portazo. Cayendo desplomada en el sillón, pedí por paz. Fénix estaba secando los últimos vasos usados durante la desagradable velada.
─¿Qué es lo que tu padre dice que tendría que saber? ─la tan temida pregunta se interpuso entre Lucas y yo.
─Nada especial...busca joderme haciendo esos comentarios inoportunos e irónicos ─me quité las botas de taco fino y replegué mis piernas en el sofá ─. Adora tenerme bajo su ala, arrodillada ante él y pidiéndole ayuda.
─Es muy cínico.
─Y aún así, es mi padre ─me lamenté.
Con la carga del día y del calor en el cuerpo, roté mi cuello, el cual sonó más fuerte de lo esperado; a poco de haber empezado con aquellos movimientos, unas manos grandes y cálidas se asentaron sobre mis hombros para dar suaves masajes.
Cerrando los ojos, dejándome llevar por su contacto, el alivio crecía con cada segundo transcurrido bajo su dominio. Repentinamente, su lengua sedosa besó la parte trasera de mis orejas, causándome un cosquilleo sutil y erótico.
Ronroneé como gata en celo. Y él comprendió mi señal.
Sus manos inquietas bajaron por la redondez de mis hombros hasta recalar en mis pechos pequeños y respingados cual gotas de lluvia; ellos fueron quienes recibieron toda la atención propia y ajena.
Extendí mis brazos para tocar aunque más no fuera un mínimo músculo de su cuerpo pero él se apartó del respaldo del sofá. Desistiendo de mi contacto, me aferré a los almohadones que descansaban a mi lado imprimiendo una fuerza suprema derivada de la revolución hormonal que me causaban sus caricias.
Chisporroteantes, sus dedos juguetearon con los botones de mi camisa, desprendiéndolos uno a uno con destreza hasta que mi piel viera la luz de la noche. Cerrando los párpados con rudeza, sorpresiva fue la sensación de vacío cuando su tacto se desvaneció de un instante al otro.
Abrí los ojos como dos monedas para cuando lo tuve de frente extendiendo sus manos al unísono, invitándome a ponerme de pie. Aceptando su propuesta, le permití jalar de mí para recibir un beso intenso, carnoso y candente sobre mis labios.
Una carcajada se desprendió de mi boca cuando me tomó por debajo de los muslos y la zona media de mi espalda con el único objetivo de llevarme en dirección a mi habitación.
Dando un ligero rebote en el colchón me arrojó para negarme el privilegio de desnudarlo, ya que lo hizo por su cuenta y con rapidez. Su ropa interior negra pujaba contra su sexo para mantenerse en regla, cosa imposible para entonces, puesto que estaba todo dicho.
Arrastrando mi pantalón y abriendo mi camisa en dos, otra vez me encontré expuesta ante él, con las únicas dos piezas de encaje y algodón capaces de ofrecerle resistencia.
En un atracón de manos y besos jadeantes, finalmente logramos estar completamente desnudos en ese camino de ida sin retorno.
Era innegable cuánto nos deseábamos, así también como lo incierto de este vínculo.
─Hace mucho que sueño con hacerte el amor ─confesó entre gemidos, volcado sobre mí.
─Dejá de soñarlo y hacélo realidad ─supliqué comiendo su boca y aceptando su ingreso en mi cuerpo ardiente.
Protegido, envuelto en delirio y ardor, me penetró por primera vez dando una estocada potente, intempestiva. Aceptando el vaivén, eché la cabeza hacia atrás clavando mis uñas recientemente pintadas de rojo en sus omóplatos marcados por el ejercicio.
Sin dejar de besarnos, descubriéndonos sin cesar, elegimos transitar la noche entre caricias, sexo y sonrisas cómplices. Mordisqueando mi mentón, fundiendo el sudor de su piel con el mío, Fénix me hacía suya con la voracidad de un huracán al tocar tierra firme.
Éramos dos almas solitarias que a su modo, buscaban la compañía del otro. Dos personas que buscaban saber quiénes eran y descubrir lo que realmente querían de esta vida.
Enmarcando mi rostro entre sus gratificantes manos, él clavó sus ojos negros en los míos, buscando refugio a su última embestida, la más fuerte y esperada.
Explotando alrededor de su miembro masculino, envolviendo su aliento con un grito de guerra perdida, me entregué a su cuerpo, a su alma...a su corazón.
Aunque el resultado no me fuese conveniente.
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