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-17-

Soleado, ese domingo era fabuloso. En pleno otoño, el follaje ocre de los árboles, decoraba las calles de esta ciudad capital que parecía vivir siempre de prisa.

A dos días de habernos mudado, me encontré a gusto en el nuevo departamento y además, contenta de tener a Fénix conmigo. Por las noches lloraba de impotencia por no ser a quien él soñaba. Odiaba saber que esa mujer misteriosa era la dueña de sus pensamientos nocturnos.

Avanzando de a pequeños pasos, era inminente el momento del recuerdo y que yo me viera involucrada en la red de mentiras en la que había caído por iniciativa de uno de sus mejores amigos.

No pasaba un día en que no estuviera nerviosa ante la posibilidad de la súbita remembranza y de las posibles consecuencias. ¿Él saldría corriendo a buscar a su esposa? ¿Le interesaría saber que yo estaba tras ella y una posible estafa?

Juntos, en mi habitación, Fénix me ayudó a ordenar la ropa que sacaba de mis valijas en el interior del extenso y moderno guardarropas. Los únicos muebles colocados hasta entonces en posición eran mi cama, mi mesa de luz y el sillón donde había dormido Fénix este tiempo.

─¿Patinás? ─señaló mis rollers con ruedas desgastadas.

─Sí...bah, hace un par de años atrás iba a Puerto Madero y pasaba horas patinando; lograba evadirme de todo y de todos ─resoplé.

─¿Y por qué ya no los usás?¿Están rotos? ─preguntó con inocencia, mirando cada recoveco de las botitas.

─No...

─¿Entonces?¡Dale!¡Vamos para allá!

─¿Vamos? ¿Adónde? ─le arrebaté el juego de patines con rudeza, mirándolos con añoranza.

─A andar en patín.

─¿Estás loco? No.

─¿Por qué? ¿Acaso no dijiste que te despeja? ─tomó asiento en el extremo de la cama mientras yo les desataba los cordones.

─Si, pero no quiero ir...eso era...antes...

Fénix se mantuvo pensativo a punto de dar en el clavo: mi ex pareja algo tenía que ver con eso.

Domingo de por medio, Manuel y yo solíamos ir a Costanera Sur y las inmediaciones de Puerto Madero para patinar. A veces compitiendo entre nosotros o simplemente, andando en solitario, amábamos esa actividad al aire libre. Sin embargo la presión universitaria y las largas jornadas de trabajo en la política, lo habían convertido en un preso del sistema siendo cada vez menores las oportunidades de distendernos y pasar tiempo como novios.

─¿Paradójico no?

─¿Qué...qué cosa? ─ su comentario despertó mi curiosidad.

─Que yo daría muchas cosas por recordar quién soy y conocer cuál es mi pasado y vos que lo tenés, pretendés olvidarlo a cada instante ─lapidó.

Tragué fuerte, sintiendo una puntada de culpa en medio de mi pecho.

─Disculpáme, fue un golpe muy bajo ─dijo poniéndose de pie y acorralándome contra el vestidor. Perturbada por su cercanía y por la contundente verdad de sus dichos, fui puro silencio ─. Quiero conocer a una Carolina sin miedos, sin pesadumbre. Cada vez que hablás de tu pasado lo hacés con una gran carga emocional que entristece tu semblante. ¿Qué cosa tan terrible sucedió que necesitás borrarla de tu vida?

─No es solo una cosa, Fénix. Son una sumatoria de errores, malas decisiones y actitudes injustificadas.

─¿No es hora de que dejes de castigarte por lo hecho para ocuparte de lo que debés hacer de ahora en más?

Laura y Cecilia le habían regalado un perfume intenso, masculino, el cual estaba despertando mi lívido en ese preciso instante. Deseaba a Fénix, pero ya sabía que era inútil intentar seducirlo nuevamente.

─Está bien...¡vamos!

─Vamos...¿¡vamos!? ─apretujó mis mejillas como si fuera una nena pequeña.

─Si...vamos a patinar ─rolé los ojos y rogué no arrepentirme.

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Cerca del parque Micaela Bastidas, algunos profesores de la escuela de patinaje sobre ruedas adoctrinaba a sus alumnos en el arte del patín.

Repartidos en diferentes niveles de aprendizaje, Fénix no dejaba de mirar la destreza de cada uno de los presentes.

─Vos patiná que yo troto al lado tuyo ─me indicó al pasar por al lado del gran grupo de gente. Estaba vestido con un atuendo similar con el que lo habían encontrado en La Boca, casi muerto.

Igualando ritmos recorrimos varios kilómetros dentro de la zona, pasando por hoteles lujosos, algunos museos y la Ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors; nos detuvimos en el Puente de la Mujer, aquel que unía a ambas márgenes de los diques para descansar un momento.

Transpirados por la actividad física comenzamos a tomar agua de sendas botellas; a poco de finalizar la suya, Fénix me arrojó con fuerza el último chorro, mojándome la cabeza y la pechera del buzo.

Riéndose a carcajadas, él bien sabía que no tenía mi mala suerte: mi botella estaba vacía y por lo tanto, no podía devolverle la jugada.

No obstante golpeé su brazo con rudeza, quejándome por su broma y rogando que mi ropa se secara lo antes posible. Divertido, su amplia sonrisa iluminó la única nube oscura que profanaba el cielo de aquella tarde.

Como una tonta inexperta, confirmé que estaba enamorada de Fénix. 

Ya no había marcha atrás...¿Y si le decía la verdad exponiéndome a que se fuera para siempre de mi vida?

No...no estaba lista para que él también me abandonase.

─¿Carolina?¿Sos vos? ─en pleno jugueteo de manos, una fina voz clamó por mi nombre. Giré hacia mis espaldas encontrándome con Marité, la esposa de Hilario, uno de los hermanos de Manuel.

─¿¡Marité!? ¿C...cómo estás? ─saludé a mi ex cuñada, quien no dejó de mirar a Fénix, ansiosa por saber quién era.

─Parece que no mejor que vos ─sonrió exhibiendo su radiante dentadura, uno de los beneficios de estar casada con un odontólogo.

─Fénix, ella es María Teresa ─la señalé, participándolo del saludo aunque no tuviera ninguna gana de hacerlo.

─¡No me digas así! Suena a vieja y no lo soy. Decime Marité ─falsa como ella sola, le dio un beso el cual sostuvo más de la cuenta sobre la mejilla de mi acompañante ─. ¿Fénix?Mmmm, qué nombre raro...¿no?

─Es un apodo simplemente, me llamo Lucas ─soltó, dejándome helada.

Disimulando mi sorpresa, tropezando con mis pensamientos, opté por invitarlo a que nos marchemos. Esa mujer era una harpía que pretendía sacarme información y yo, necesitaba tranquilizarme ante el descubrimiento.

─Irene me dijo que te encontró comprando ropa para hombre; para tu nuevo novio ─elevó una ceja, cínica, obligándome a responder. Sin embargo, antes de hacerlo, Fénix se me adelantó.

─Sí, era ropa para mí. ¿No, mi vida? Era mi cumpleaños ─tomándome de la mano con fuerza me dio un beso sobre la comisura de los labios, dejando boquiabierta a la yegua de mi ex cuñada y a mí, con la respiración trunca.

─Bueno, veo que ya te olvidaste de Manuel ─ las aletas de su respingada nariz se abrieron.

─Por supuesto ─ le respondí sin mirarla, sino perdida en los ángulos del rostro duro y sereno de Fénix ─. Pasó mucho tiempo desde que no estamos juntos, ¿por qué no rehacer mi vida?

─No me malinterpretes, por favor ─deponiendo su actitud de ataque, ella pareció bajar sus defensas ─ es que eras una más de la familia...él no pude dejar de hablar de vos ─pestañeó, sin encontrar de mi parte más que una sonrisa ficticia.

─¡Qué pena! ...pero bueno...él me abandonó a poco de casarnos. Ya sabés la historia así que no hace falta repetírtela ─Fénix tosió, para lo cual entendí que estaba asimilando información desconocida y que lo mejor era salir de escena ─. Me alegra verte bien Marité, pero tenemos que irnos antes de que sea muy tarde ─agitando mi mano emprendí la marcha en dirección contraria a la suya, dejándola como estatua y con el veneno a mitad de camino. Fénix me siguió hasta que logramos escabullirnos por la calle Moreau de Justo, sobre la que me detuvo.

─¿Por qué no me dijiste que tu ex te plantó? ─su ceño se frunció. Su voz fue grave, disgustada.

─¿Para qué? ¿Para que me cuelgues el cartel de patética?¡No, gracias!

─De ningún modo pensaría eso de vos. De seguro el tipo era un boludo.

─Eso no lo niego ─trencé nuevamente mi cabello largo ─. Pero yo fui la que se mandó una cagada ─a pesar de haberlo analizado por años, no podía dejar de echarme la culpa de la separación.

─¿Le fuiste infiel?

─No. Jamás le sería infiel a nadie ─el sol comenzaba a ocultarse no sin antes reflejarse en el frente de ladrillos de las tiendas de la avenida. En un rincón, tras el alto cartel de uno de los restaurantes, Fénix súbitamente me acorraló, dejando mi espalda sobre la pared.

─Sé que mi nombre es Lucas. La chica rubia de mis sueños me lo dijo mientras bailábamos el vals en nuestro casamiento ─susurró con el recuerdo a flor de piel, mientras me desnudaba con su mirada felina. Creí derretirme.

─Oh...bueno...supongo que es momento de abandonar el pseudónimo entonces ─a poco de su boca, murmuré.

─En absoluto: yo quiero ser Fénix. Fenix ─apoyando su mano en el muro rojo de ladrillos con decorado con ribetes de luz dorada, aprisionó mi boca con su mano izquierda para someterme a un beso fuerte, furioso, sin códigos.

Respondiéndole con el mismo fulgor, posé mis manos sobre su nuca, permitiendo mayor contacto y rudeza. Caliente, sedoso, húmedo, ese beso relataba una pasión impensada de la que éramos presos sin querer queriendo.

Voraz, famélica, su lengua examinaba los recovecos de la mía.

Apartándose de mí, Fénix exhaló con pesadez, haciendo una mueca simpática con su boca. Ladeándola, dio medio giro y acarició su cabello, dejándome llena de dudas y con mi ropa íntima en llamas.



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