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Prólogo

El astro rey se levantaba por el este anunciando un domingo brillante, aunque no caluroso. Era pleno invierno y era muy posible que las nubes lo cubrieran junto con el cielo azul en cualquier momento y comenzara a llover.

El rayo de luz que se filtraba por la ventana obligó a Emma Dotson a despertarse, desperezarse y levantarse para vestirse con su mejor sonrisa y sus ganas de triunfar. El día había llegado. Tanto esfuerzo, tanto entrenamiento y tanta dedicación.

Su buen ánimo estaba por las nubes, debido a la emoción que corría por sus venas. Incluso su madre y su hermano se dieron cuenta cuando ella llegó a la cocina.

―Alguien se despertó de buen humor ―comentó su hermano menor, Jamie, con una sonrisa.

―Buenos días, nene ―le respondió ella, acercándose para dejarle un beso en la frente. Por alguna razón, a Jamie le molestaba o le incomodaba que lo llamaran así.

―Qué asco ―se quejó el chico, limpiándose los restos del beso con el dorso de la mano derecha―, de seguro no te has ni cepillado los dientes.

Emma solo sonreía. Tenía muchos nervios por la competencia, pero así mismo, tenía mucha ansiedad porque llegara el momento. Además, tenía el apoyo que necesitaba dentro de esa cocina.

―Llegó tu día, cielo ―le dijo Stella, su madre―. ¿Lista para brillar?

Emma volvió a sonreír. No estaba lista, pero no tenía miedo. Había practicado mucho, así que se convenció a sí misma de que podía hacerlo.

―Completamente ―respondió, llegando hasta su lugar en la pequeña mesa circular donde su hermano desayunaba mientras revisaba y escribía algo en el celular.

Mientras desayunaban juntos, riéndose y bromeándose ―en especial en contra de Stella, quien odiaba al payaso de McDonald's y no le hizo nada de gracia cuando sus hijos le sugirieron que deberían ir por unas Big Mac's cuando acabara el concurso―, Emma pensó en qué pensaría su padre de ella si siguiera con ellos, si no los hubiese abandonado. ¿Estaría orgulloso de ella?

Con determinación, barrió sus pensamientos porque ese hombre no merecía su tiempo. No después de su partida tan cobarde.

Luego del desayuno, ella esperaba que Becca, su mejor amiga, la recogiera para irse a la academia para un último ensayo, pero ésta ya le había enviado un texto de que tenía un problema con el auto, por lo que no podría llegar por ella. Emma respondió que estaba bien, siempre podía tomar un taxi. De todos modos, lo importante era llegar, no en qué.

Al otro lado de la ciudad, un joven castaño llevaba la tristeza y la pena desbordándose por sus ojos café, mientras conducía su moto sin rumbo fijo.

Una enfermedad terminal había terminado con la vida de aquella mujer que lo cargó en su vientre nueve meses y le permitió ver la luz de este mundo. La culpa se cernía en su pecho al saber que debería estar en el funeral, pero no, estaba siendo tan cobarde que no podía acercarse a darle un último adiós.

Caleb pensó en ir a la farmacia donde su amigo Louis le había conseguido un empleo de medio tiempo como repartidor para las entregas a domicilio. Parecía una buena oportunidad considerando que quería estudiar y, de este modo, creía tener la posibilidad de generar un ingreso para auto sustentarse. Pero ahora la meta parecía no tener sentido cuando su motivación principal yacía dentro de un ataúd.

No. Ir a trabajar no lo distraería del todo. Quería desaparecer, pero aún le quedaba Rosy, su hermana pequeña. Y su padre, con quien últimamente no se llevaba nada bien. No podía simplemente irse. Además, no tenía a dónde ir.

Detuvo el vehículo y dio la vuelta. Quizás podría ver desde detrás de los árboles cómo bajaban el féretro hacia la tierra. No le importaba sentirse derrotado, simplemente quería que la presión en el pecho desapareciera.

Dicen que cuando dos caminos están destinados a cruzarse, no importa cómo, ni las circunstancias, simplemente pasa.

El estruendoso ruido que causó el impacto de dos vehículos al chocarse, alertó y alarmó a los moradores que transitaban la zona a esa hora del día. Pasado medio día, un taxi y una moto se chocaron en plena intersección. La moto terminó estrellándose contra el lateral izquierdo del taxi, justo donde iba una chica con sueños de ser bailarina arrimada a la puerta, mirando por la ventana como su sueño se acercaba cada vez más, antes de ver un vehículo de dos ruedas irrumpir en sus fantasías.

El chico, a causa del impacto, y a una última maniobra accionada por sus reflejos, salió despedido por el aire, cayendo contra el techo del taxi y rodando hacia el otro lado para luego caer de lado contra el pavimento.

Algunas personas empezaron a aglomerarse, unos con el mero ánimo de ayudar, y otros solo por curiosidad con teléfono en mano. Unas señoras comentaban y respondían que el culpable había sido el chico de la moto, por haberse pasado la roja a excesiva velocidad. Otros dijeron que no, que el semáforo había estado en verde. Un transeúnte respondió que era imposible, pues el otro semáforo también estaba en verde. Él lo vio.

En medio de la discusión, un par de personas le quitaron el casco al chico en el suelo. Él intentó incorporarse, sujetándose del antebrazo de la persona que sostenía su cuerpo, pero fue incapaz, pues fue forzado a regresar a su posición inicial. Se quejó sonoramente cuando su ser dolió y el miedo se apoderó de él por completo. Su brazo y su pecho punzaron también de dolor, pero eso no impidió que abriera los ojos y desviara la mirada hacia la moto que parecía hecha añicos a unos metros de él. Había sido grave... Lo que sea que había pasado había sido grave, pensó él, antes de desmayarse.

Mientras tanto, en el taxi, se encontraba el cuerpo inconsciente de la bailarina sobre el asiento, a la cual un grupo de personas estaba tratando de sacar, pero no era tan fácil como con el chofer, quien había obtenido solo unos raspones y una herida pequeña en el brazo izquierdo, y por lo demás, estaba bien y había salido sin ningún problema del auto con algo de ayuda de las personas alrededor.

La chica estaba echada sobre el asiento, como si hubiese tratado de esconderse debajo de este, y en su pierna, material de la puerta ―o de la moto―, incrustado y causando una sangrante herida. Nadie sabía qué hacer, más que esperar que llegara la ambulancia. Tampoco sabían que la chica inconsciente y desangrándose bajo sus narices no llegaría a su competencia de baile, que dejaría plantados a su madre, a su hermano y, más que nada, también a sus sueños.

Pues nada, querido lector, este es el inicio de una nueva historia. Soy muy meloso, o romántico, así que puede que en adelante encuentres escenas vomitivas o, en su defecto, mucho drama. Si te gustó este prólogo, o quieres simplemente apoyarme, apreciaría un montón el que dejaras tu voto. Acepto todo tipo de comentarios constructivos. Y sino te gustó, pues, suerte en tu búsqueda en este océano naranja.

Un saludo, y pasa bien. :)

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