Capítulo 9: Caleb
Si el clima fuera una persona, seguro sería una muy drogada, o ebria, fingiendo estar bien y tranquila un momento para luego desvanecerse e irse a la mierda, o al menos, eso pensaba Caleb, bajo el ardiente sol de las once de la mañana, encerrado con su padre, al cual le dio por abrir el taller a eso de las siete, asegurando no haber bebido nada la noche anterior. Cuando había salido de la casa, el día estaba fresco y no parecía que el sol fuera a aparecer en algún momento, pero ahí estaba ya, apunto de llegar a su punto más alto y terminar de calcinar a Caleb bajo el techo de zinc donde, junto con su padre, trataban de arreglar la puerta de un auto, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano entre intentos.
―Mierda ―gruñó Elías al caérsele un perno. Se levantó, avanzando un poco para afianzarse sobre el borde del capote, y resopló―. Hace mucho calor ―mencionó. Siempre trataba de entablar una conversación normal con su hijo.
Caleb, desde el suelo, buscando el perno, estuvo de acuerdo, susurrando un corto "Sí".
―¿Quieres ir por unas Cocas? ―le preguntó Elías.
Caleb se levantó, mirándolo directo a los ojos rojos.
―Coca-Cola ―aclaró el padre. El hijo entendió―. Yo me encargo de eso.
Caleb le entregó el perno y tomó el dinero que le tendió. ¿Para qué negarse? Sinceramente, no estaba de humor para discutir. En su lugar, estaba sediento y caliente. Sentía el sudor en sus axilas, así que se quitó la camiseta, quedándose en una camisetilla blanca para refrescarse mientras caminaba a la tienda. Una chica se lo quedó mirando desde el balcón de su casa al otro lado de la calle. Él la conocía; era la hija de la vecina, se llama Susy, o Susana, cómo sea. Siempre se lo quedaba mirando, pero ella no era su tipo. De todos modos, le devolvió el saludo con una sonrisa amable.
―Dos cocas personales ―pidió frente al mostrador luego de entrar a la pequeña tienda. Su cuerpo le agradeció el pararse bajo un ventilador de techo.
―Solo tengo de un litro, mijo ―contestó el viejo Pepe.
―Ya. Dámela.
―¿Cómo está la familia? ―le preguntó a Caleb.
―Bien ―contestó.
―Tu papá, ¿está?
Caleb asintió.
―Dile que un amigo tiene problemas con el carburador y la tapa de atrás no cierra, si puede arreglarlo, que me avise cuándo para decirle a mi amigo.
Caleb volvió a asentir, tomando la botella y entregándole el dinero.
―No te olvides ―advirtió el viejo Pepe, divertido.
―Okey ―contestó Caleb―. Gracias.
Salió de la tienda e iba de regreso al taller cuando el móvil en su bolsillo vibró. Lo sacó de inmediato, notando el número desconocido en la pantalla. Contestó, deslizando el ícono verde en la pantalla.
―¿Sí?
―Eh ―la voz al otro lado de la línea era fina, pero era definitivamente de un hombre―. ¿El señor... Caleb Morrison?
―Sí ―respondió―. ¿Quién es?
―Eh... Me llamo Mike. Soy amigo de Louis ―Caleb asintió para sí mismo, recordando lo que Louis le había dicho la noche anterior de la llamada―. El me pidió que lo ayudara, un empleo, para usted.
El que hablara pausadamente le hizo pensar a Caleb que Mike estaba ―o era― nervioso. Sonrió para sí al escuchar el nombre de Louis. No recordaba la última vez que lo había escuchado, siempre había sido Louis, incluso su madre lo llamaba así.
―Sí, sí ―contestó Caleb rápidamente―. Dígame.
Escucho al sujeto al otro extremo de la llamada tragar saliva.
―Bueno, estaba viendo su currículo y...
―Tú ―le interrumpió Caleb. Hubo un silencio―. Trátame de tú, me haces sentir viejo. Continúa.
"Mierda, eso fue grosero", se reprendió Caleb mentalmente. Pero no hubo reclamos del otro lado, por el contrario, hubo una risita.
―Claro ―siguió Mike, algo más cómodo―, como decía... Estaba viendo tu currículo y veo que te graduaste en Contabilidad Aplicada.
―Correcto ―asintió Caleb.
―Ya. Bueno, estaba preparándote una entrevista, pero en tus experiencias aparece que... Trabajaste en la despensa El Pepe...
―Louis ―maldijo Caleb en voz baja.
―¿Cómo? ―preguntó Mike.
―No, no. Digo, sí ―cerró los ojos y apretó los labios―. Trabajé ahí. ¿Algún... problema?
―Uno pequeño: No aparece el tiempo que laboraste ahí, ni tampoco el del Resaturant Como La Abuelita
Ahí trabajaba la mamá de Louis. Caleb volvió a maldecir, pero esta vez no pudo evitar que se le escapara una risita. Ese idiota lo iba a escuchar luego, cuando le trajera el almuerzo que le encargó de favor.
―Lo siento ―respondió Caleb. Ante Mike, era él quien había hecho su propio currículo.
Caleb iba a preguntar si podría arreglarlo y llevarlo otra vez, pero Mike le interrumpió con otra risita.
―No importa ―le dijo Mike, algo que, Caleb entendió como de una manera sugerente. Seguro era ideas locas―. Creo que puedo hacer uno que otro arreglo ―le dijo.
―¿En serio? ―Caleb se sorprendió―. Eso es... Muchas gracias...
―No hay problema ―le dijo Mike, con la misma voz fina del principio, como hubiera alguien más junto a él―. Solo necesito el digital.
―Claro ―Caleb buscó en sus bolsillos, sintiéndose estúpido de inmediato. Se rió―. ¿Puedo enviártelo luego? Es que no tengo aquí mi pen drive ―mintió, con el deje divertido.
Escuchó algo chirriar y luego la risita de Mike.
―Claro, no hay problema. Estaré aquí hasta las cuatro de todos modos.
―Okey ―le dijo Caleb, preparándose para cortar―. Y, muchas gracias por llamar.
―De nada ―contestó Mike rápidamente―. Igual le debo un par de favores a Louis.
―Bueno ―dijo nada más―. Gracias. Hasta luego.
Cortó la llamada y se guardó el celular en el pantalón otra vez. La Coca-Cola le estuvo mojando la camisetilla todo el tiempo y estuvo malabariando para que no se le cayeran los vasos desechables que llevaba consigo.
Al entrar en el taller, Elías se lo quedó mirando. Se había tardado un poco más de la cuenta, pero no creyó necesario explicarse.
―Pensé que no volverías ―bromeó su padre, con la cara roja y sudor en su frente.
―Toma ―Caleb le entregó un vaso lleno hasta el tope con el líquido negro gaseoso. Elías se lo alzó tan rápido que hizo una mueca cuando le quemó la garganta. Caleb pensó que esa cara debía poner con los amigos cuando se iban de tragos.
Mientras le decía lo que Pepe le había pedido, oyó un carro detenerse frente a la casa. Terminó de decirle a Elías que Pepe esperaba su llamada y salió de taller. Louis estaba ya en la entrada de la casa, despidiéndose de quien fuera que iba en la camioneta que ya se había puesto en marcha. Caleb se acercó, ignorando la sonrisa de su amigo para golpearlo en la cabeza.
―¿Despensa "El Pepe"? ¿En serio?
―Aw! ―se quejó Louis, levantando la mano libre para defenderse del siguiente golpe de Caleb. En la otra mano traía una gran bolsa plástica con los almuerzos―. ¿Qué? Oye, ¡ya! No se me ocurrió nada más...
―¿Y si eso no cuenta como experiencia? ―espetó Caleb.
―Oye, en serio, ya no me pegues. ―Louis se acomodó la gorra como pudo―. Sí servirá, confía en papi Louis.
Caleb volvió a levantar el brazo, mordiéndose el labio para mermar las ganas de pegarle a Louis. Solían... jugar así algunas veces.
―¿Cuándo te llamó? ―preguntó Louis, aguantándose la risa que le provocaba la expresión de Caleb.
―Horita.
―¿Y qué te dijo?
―Que me iba a ayudar con eso. Igual ―Caleb recitó las palabras de Mike―, le debo un par de favores a Louis.
―Ves ―exclamó Louis―, me tiene ganas.
―Calla, puto.
―Quizás tu voz también lo sedujo...
―¿Qué tiene mi voz? ―preguntó Caleb. Él dudaba que su voz, o algo en él en general, fuera sexy.
―Que por teléfono es como una vosesaza, como de un machote de dos metros con un penesote destruye sapitos vírgenes.
Caleb no pudo reaccionar a tiempo a su propia risa para abrir la boca adecuadamente y algo de saliva se le escapó.
―Hablas pendejadas ―declaró Caleb, aun riéndose.
―En serio, hermano ―siguió Louis―, Mike ya te tiene en su lista.
―No me importa ―contestó Caleb―. Así sea cierto, a mi penesote le gustan los sapitos.
Louis se rió, ignorando la declaración de Caleb.
―Lo inocente que suena llamar sapito a un coño.
Caleb asintió, inseguro de a qué iba el comentario de su amigo.
―Y pensar que esa cosa chiquita e inofensiva puede atraparte para toda la vida...
―Bueno ―le cortó Caleb―, suficiente.
Abrió la puerta y llamó a Rosy para que bajara a comer. Entre horas había regresado a la casa para vigilar lo que hacía su hermana, y varias veces ella le había dicho que tenía hambre, aun cuando se había comido dos panes con queso y jamón en el desayuno.
Rosy, visiblemente emocionada, se acercó a saludar a Louis, saltándose en sus brazos y luego pidió que la sentara en su silla.
―¿Te lavaste las manos? ―le preguntó Caleb.
―Sí ―contestó ella.
Caleb le sirvió algo de sopa, aunque ella puso mala cara.
―Ya vengo ―dijo Caleb y salió de la casa.
Un instante después, cuando Louis estaba convencido a Rosy para que se terminara toda la deliciosa sopa, Caleb entró de nuevo y tomó las tarrinas del almuerzo de Elías.
―Dijo que comerá allá ―explicó Caleb.
Louis asintió.
―Todo ―advirtió Caleb a Rosy cuando vio que meneaba la cuchara en el plato, removiendo el líquido.
Cuando Caleb regresó, Rosy terminaba la sopa y Louis relamía el plato, ganándose un golpe que le quitó la gorra.
―Debes dejar de hacer eso ―se quejó él.
―No se come con gorra en la mesa ―regañó Caleb, en broma, pero recordando las palabras de su madre.
Louis también las recordó instantáneamente, así que no dijo nada.
―Por cierto ―irrumpió Caleb a mitad del segundo plato, eran tallarines de pollo. Louis detuvo frente a su boca el tenedor con el que había luchado para enrollar los fideos y miró a Caleb―, hay que enviarle el currículo a tu amigo por correo para que corrija esas cosas.
Louis asintió y, prácticamente, devoró lo que había envuelto en el tenedor. Caleb fingió espantarse y siguió comiendo.
―Ya terminé ―anunció Rosy, dando el último sorbo a su jugo de naranja y levantándose de la mesa―. ¿Puedo irme a jugar? ―le preguntó a Caleb, sonriendo.
―¿Y los platos?
―Cierto ―aceptó Rosy, mostrando una gran sonrisa a su hermano. Tomó los platos cuidadosamente en una pila y los llevó a la cocina―. Ya ―avisó cuando salió de nuevo.
Caleb asintió, dándole una seña de aprobación para que se fuera.
―No sé cómo haces que te obedezca ―comentó Louis.
Caleb se encogió de hombros.
―Traté de convencerla de que se comiera todo ―admitió Louis―, y nada. Y tú viniste, dijiste "todo" y se acabó hasta el último grano.
Caleb sonrió, orgulloso. Quería que Rosy fuera obediente, así hubiese querido su madre.
Terminaron de comer y salieron de la casa, rumbo al pequeño Cyber que había en la esquina a lado de la despensa del viejo Pepe.
―Viejo Pepe ―le saludó Louis.
El hombre mayor le sonrió y saludó con la mano desde el interior de la tienda.
Louis no era de ese barrio precisamente, pero era como si lo fuera. Desde muy pequeño pasaba metido en la casa de Caleb, obligándolo a salir a correr por la calle, a andar en bici, a jugar algo de futbol, o ir por ahí a joder la vida bajo la lluvia. Esos días ya parecían tan lejanos en el pasado.
―¿No está la tuya? ―preguntó Louis, refiriéndose a Susy, la vecina que se comía a Caleb con la mirada.
―Enante la vi ―dijo Caleb, restándole toda la importancia que podía―, me saludó. Nada más ―hizo énfasis en sus últimas palabras para que Louis no empezara con sus cosas, pero eso era imposible.
―Te tiene ganas ―declaró Louis, curvando sus labios hacia abajo, moviendo la cabeza de arriba abajo con suficiencia, como quien asegura que lo que dijo era totalmente cierto―. Yo lo sé.
Caleb dejó salir el aire.
―Según tú, todas y todos ―Caleb miró a Louis con una ceja levantada― nos tienen ganas.
―Es que somos unos papis ―afirmó Louis, pasando su brazo sobre el hombro de su amigo―. Algún día, conquistaremos el mundo. Anótalo.
―Madura, Louis ―le dijo Caleb, divertido.
―Bueno, Thomas.
Caleb sonrió. A él no le molestaba que Louis lo llamara Thomas. Ya tantos años que se había acostumbrado. Quizás si lo hubiese empezado a hacer luego de que su madre muriera, entonces si se habría mostrado algo reticente al trato, pero Louis había comenzado a llamarlo Thomas desde que un día Margaret los llamó a comer y pronunció el nombre completo de Caleb: Thomas Caleb Morrison. Desde aquel día, fueron siempre Thomas y Louis.
Entraron al Cyber, apresurándose a enviar el dichoso correo y Caleb insultando a Louis cuando ponía porno, subiéndole el volumen a los parlantes.
Pagaron el tiempo consumido y regresaron por el mismo camino.
―¿Crees que Elías pueda arreglarme la moto? ―preguntó Louis.
Caleb frunció el ceño y miró a Louis.
―Louis ―le dijo―, solo le falta combustible.
―¿Ah sí? ―Louis sonrió y miró al cielo―. ¡Milagro! Motocina se ha salvado.
Motocina era su moto. Nombre de mierda, según Caleb.
―No sé cómo es que te soporto ―expresó Caleb, fingiendo decepción mientras soltaba el aire.
―Porque me amas ―contestó Louis, tirándole un besito antes de salir corriendo hacia la casa.
―Idiota ―murmuró Caleb, con una risita.
Louis fue de mucha ayuda cuando su madre murió. A veces, vagamente, en la oscuridad de su habitación, se preguntaba cómo hubiese sido de diferente la situación si no hubiese tenido a Louis. Era por esa razón que Louis era su hermano de otra madre, valiendo más que cualquier mujer con bonitas curvas. O bueno, hasta que conociera a la indicada, entonces ella tendría que pasar las únicas dos pruebas para estar con Caleb: Amar a Rosy... Y soportar a Louis. Si era así, entonces todo lo demás se iba a la mierda y se subían en su felices para siempre. Caleb admitía que a veces se le pegaba un poco de la inmadurez de Louis, pero uno de los dos tenía que ser el serio y razonable, y entonces volvía a su pose de tipo rudo.
―¿Quieres que te ayude? ―preguntó Louis, cuando se detuvieron frente al taller y vieron a Elías recostado sobre un viejo sofá. Las tarrinas estaban vacías y la Coca-Cola que antes había comprado ya estaba más debajo de la mitad.
―¿Seguro? ―le preguntó Caleb, con una ceja levantada. Aún hacía mucho sol.
―Claro ―contestó―, de igual no tengo nada que hacer en mi casa.
Era sábado y era su día libre.
―¿No tenías que limpiar la cocina? ―le preguntó de nuevo, recordando a lo que Louis había accedido para que Andrea se quedara a cuidar a Rosy cuando salieron.
―Pff... Pan comido. Ya está hecho ―respondió Louis, remangándose las mangas cortas de su camiseta.
Caleb sonrió con malicia.
―Qué conste ―dijo Caleb, aún con la misma sonrisa―, tú lo pediste.
Louis se sintió inseguro, pero ya había vendido su alma de todos modos, así que se metió al taller.
No era la primera vez que Louis se quedaba a ayudarle y a compartir el mismo espacio con su padre, pero siempre prefería mantenerlos separados; lo bueno de lo (que él consideraba) malo en su vida. Sin embargo, sentir la compañía de su amigo, siempre lo hacía estar más tranquilo. Además, así Caleb podría enviarlo a comprar bebidas, o ir a vigilar a Rosy, o todo lo que él no quisiera hacer. Mientras tanto, Louis solo se preguntaba el porqué de la extraña sonrisa medio macabra en el rostro de Caleb.
Gracias por leer. Apreciaría mucho si consideraras el dejar tu voto si te gusta la novela, o si te gustó algo en particular dentro de este capítulo. Nos vemos en el siguiente capítulo, con suerte. Un abrazo. :)
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