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Capítulo 8: Emma

El destello de una moto apareció abruptamente en su rango de visión. El tipo vestido de negro que conducía la moto se estrelló contra la ventana del asiento del auto donde ella estaba sentada, dejándola petrificada instantáneamente, sin saber qué hacer. Se decidió a quitarle el casco por alguna razón con sus manos temblorosas cuando el miedo decidió desbloquear su cerebro, notando de inmediato al contacto que entre sus dedos había sangre, pero las palabras abandonaron su garganta cuando se vio a sí misma al remover el casco, con una herida larga en la frente, sangrando, con los labios hinchados y partidos, como si hubiese sido golpeada fuertemente el día anterior, y más sangre saliendo de su nariz y oídos. No podía llorar, gritar o moverse, solo sentía el fuerte palpitar en sus sienes y los rápidos latidos que daba su corazón, apunto de salirse de su pecho en una dolorosa explosión. Entonces, el espécimen frente a ella abrió los ojos, que tenían las pupilas dilatadas, y la miró directo a los suyos, amenazante.

Se despertó envuelta en sudor y notando un, ya familiar, dolor horrible en la pierna.

―¡Mamá! ―gritó en cuanto sus cuerdas vocales respondieron, y se dejó ir en el llanto que en la pesadilla le había sido negado―. Mamá ―volvió a llamar, esta vez en un murmuro, mirando hacia ningún lado en la oscuridad.

La puerta se abrió de golpe y luego la habitación se iluminó.

―Emma... Dios mío... ―Stella terminó de atarse la bata al acercarse a la cama, donde Emma estaba empapada en su propio sudor. Jamie entró luego, casi estrellándose contra la puerta.

―¿Qué pasó? ―preguntó él, preocupado.

―Una pesadilla ―respondió Stella. No era la primera vez―. Cielo ―le dijo a Emma, sentándose a su lado y levantándose de inmediato ante la mueca de dolor de su hija―, ¿te duele?

Emma asintió.

―Jamie ―le dijo al muchacho―, ve por las pastillas que están en la mesa del comedor.

Jamie no dijo nada y salió corriendo, el aire pegándole en su torso desnudo.

―Ya se terminó ―le dijo Stella a Emma―. Ya se acabó. ―Y le dio un amago de sonrisa, apartándole los cabellos que tenía pegados en la cara. A pesar de haberlo vivido antes, ni ella ni Jamie sabían cómo lidiar con las pesadillas de Emma; nunca les contaba qué veía en sus sueños.

Emma asintió, aunque dudaba que se hubiese terminado en realidad.

―¿Te gustaría ducharte? ―le preguntó Stella, tratando de distraerla.

Emma volvió a asentir. En realidad, no quería quedarse sola.

―Toma ―le entregó Jamie, regresando con las pastillas y también un vaso con agua.

Jamie miró a Emma aún con preocupación, aunque ella no lo mirara para nada.

―Ve ―le dijo Stella a su hijo―, vuelve a la cama.

―¿Cómo te sientes? ―le preguntó Jamie a Emma en voz baja.

―Sí ―respondió ella―. No te vayas.

Jamie sonrió; por lo menos no estaba de mal humor, gritándole que se largue.

―Bueno, entonces, espera un momento afuera ―le dijo Stella a Jamie―. Tomaremos una ducha.

―Okey ―aceptó el chico y salió, cerrando la puerta tras él.

"Tomaremos". Emma sonrió. Por primera vez en varias semanas la idea no le molestaba ni le parecía mala... Mientras no la dejaran sola.

―Vamos ―le dijo Stella, inclinándose un poco sobre la cama para que Emma se sujetara de su cuello―. Uou, ¿qué comiste? ―bromeó. Emma le devolvió la sonrisa.

Cuando estuvo de pie, Emma notó que eran las tres de la mañana. Sintió cierto pesar al descubrir que faltaban tres horas para que saliera el sol. Dios, no se quería quedar sola. El rostro del sueño, aunque había sido de ella misma, aún era aterrador y permanecía presente en su mente.

Al igual que siempre, Emma dejó las muletas arrimadas al inodoro y se quitó la blusa mientras Stella la sostenía por la cintura, luego se afianzó con las manos en la pared, con la pierna enyesada un poco levantada para que no tocara el suelo. Stella le ayudó a quitarse el short de tela fina y holgada, que era el tipo de prenda que siempre usaba, más que nada porque era la más fácil de colocarse teniendo un yeso en la pierna.

Dentro del área de la ducha la esperaba la silla que usaba siempre para sentarse mientras Stella la ayudaba. Emma ya sabía que podía quedarse sola y bañarse sin mucha ayuda, pero decidió no decir nada y que su madre se quedara. Aunque no pudo evitar sentir algo de vergüenza siempre que sus senos quedaban expuestos, aún delante de su madre, la cual los había visto varias veces por semana todo un mes... Casi al final de la ducha, como siempre, ya se le pasaba. Terminó de enjabonarse el cuello y el pecho, cuidando que no le cayera espuma en la pierna que siempre su madre le limpiaba con un paño húmedo con mucho cuidado. Stella le ayudó con la espalda, dejando caer más agua sobre la cabeza de Emma, considerando lo sudada que había estado como para que el pelo se le pegara a la frente.

Stella le pasó la toalla cuando se hubo enjuagado y, luego de secarse, Emma fue ayudada a levantarse. Stella le pasó el interior limpio y sostuvo a Emma de un brazo mientras giraba la cara para no invadir aún más la privacidad de su hija.

Emma ya casi era una profesional cambiándose el interior con una mano, maniobrando en su pierna enyesada. Stella le ayudó con la blusa limpia que le había llevado y también a ponerse otro short.

Cuando salieron del baño, Jamie las esperaba en la cama de Emma, con las sábanas cambiadas.

―No te hubieses molestada ―le dijo Emma con amabilidad.

―No es nada ―respondió su hermano―, ¿cómo te sientes?

Emma se relamió los labios y soltó el aire en sus pulmones por la nariz.

―Mejor, definitivamente ―contestó, sonriendo.

Jamie se levantó para ayudarla a recostarse, notando la toalla envuelta en el cabello de su hermana y sonriendo por ello.

―¿Qué te pasa? ―le preguntó Jamie a Stella, que se masajeaba el cuello mientras cerraba los ojos.

―Me duele un poco la cabeza ―respondió ella, visiblemente cansada.

Emma la analizó por unos segundos, pensando que era injusto retenerla ahí, además ya tenía a Jamie, y conociéndolo como lo conocía, se ofrecería a quedarse.

―Ve ―le dijo Jamie a su madre. Emma sonrió―. Duerme, yo me quedo. Además ―miró a Emma―, tampoco puedo dormir.

―¿Estás bien? ―le preguntó Stella a Emma con cariño.

―Sí ―respondió, dándole una leve sonrisa―. Aquí nos quedamos.

―Bueno ―dijo Stella, parándose, dándoles besos de buenas noches―. Pero por favor no se desvelen. ¿Sí?

Los dos asintieron.

―Descansa ―le dijo Emma―. Y gracias.

Stella le sonrió y salió, dejando la puerta abierta.

―¿Y bien? ―preguntó Jamie, volteándose hacia Emma y subiéndose a la cama, recostándose a un lado de su hermana con mucho cuidado.

―¿Qué?

―¿Qué soñabas? ―preguntó Jamie.

―Nada ―contestó Emma, vacilante, mientras comprobaba sus uñas.

Jamie entrecerró los ojos. Él quería ser psicólogo y, aunque sonara feo, él había pensado que con Emma podría practicar algo. Primero lo primero; lograr que se sienta cómoda para habar.

―Yo estaba soñando con un circo ―dijo Jamie.

―Pensé que no podías dormir.

―O sea ―Jamie se acomodó mejor, ladeando su cuerpo, sosteniendo el peso de su tórax con el codo y su colocando la cabeza en la palma de su mano―, antes de despertarme para no poder dormir.

Emma enarcó una ceja

―Seguro que sí.

―Vamos, Em ―Jamie decidió que no iba a funcionar el distraerla, así que mejor entablar una conversación como las que siempre hubo entre ellos. Dejaría de lado su psicología y solo sería un hermano conversando con su hermana―. Ya son varias las noches que te despiertas gritando, algo pasa.

La muchacha no respondió. Volvió a mirar sus uñas.

―No es para tanto ―habló por fin, murmurando sus palabras.

―¿Es sobre el accidente?

Emma tenía que reconocer que Jamie era persistente y no se daría por vencido así por así, y ella no quería gritarle. Pero, ¿por qué no contarle? ¿Por qué no confiar en él?

Sentía vergüenza.

Era la razón que le pegaba a Emma por dentro, en el pecho, más directamente, en ese rincón donde antes había estado la fortaleza que la había caracterizado.

Una lágrima quiso salirse de su ojo derecho, justo del lado del que estaba Jamie.

―No llores, hermana ―pidió Jamie, casi en un hilo de voz, no pudiendo evitar sentirse un poco culpable―. Está bien, no hablemos de eso. Mejor cuéntame qué tal la visita de...

―No ―cortó Emma, limpiándose los ojos con sus finos dedos―. Te contaré.

Jamie supo entonces que no era solo el sueño, era lo que se temía. Emma tenía una marca que le había dejado el accidente, más allá del yeso y la cicatriz que le quedaría en el muslo. Algo que era normal, pero que, si no se trataba, no la dejaría avanzar tranquila.

―Te escucho ―la apoyó Jamie, posando su mano sobre la de Emma en su regazo.

―Tengo miedo ―confesó Emma. Jamie entrecerró los ojos, pero esperó oír más antes de formular algún comentario―. Desde ese día... No sé, solo tengo miedo, de todo.

―¿Algo en específico, de ese día, tal vez?

Emma rememoró la moto, la luz, el golpe, el grito, y el vacío en el que sintió sumergirse antes de despertarse en el hospital.

―El taxista me preguntó si era algo especial ―contó―, supuse que era por mi ropa. Le dije que tenía una competencia de baile, así que puso música. ―Emma sonrió, el señor había sido amable con ella―. Me conversó de que a su hija también le bailar ballet.

Emma se detuvo para tragar el nudo que sintió en su garganta de repente. Realmente se sentía débil, pero sabía que Jamie no la juzgaría, así que dejó de tratar de ocultarlo. Necesitaba urgentemente sacarse ese peso de encima. Tragó con fuerza y tomó una buena dosis de aire por la nariz.

―Podemos seguir mañana...

―No ―le dijo ella, apresurándose a añadir―, está bien. Quiero contarte.

Jamie estiró sus labios, dándole una sonrisa sincera sin mostrar los dientes, aun posando su cabeza sobre su mano, y su otra mano sobre la de Emma.

―Todo iba bien ―continuó Emma―, me reí de algo que él me contaba, y entonces el semáforo se puso en verde, y me arrimé más a la ventana cuando me pareció ver el otro semáforo, el de la otra calle, la que nos interceptaba, ponerse también en verde. ―Jamie asintió con seriedad, acariciando de nuevo la mano de Emma. Ella tragó saliva, de pronto sentía su garganta demasiado seca y con un nudo que pronto aparecería―. El semáforo de peatones también mostraba la manito roja aún, parpadeando, y me pareció raro. Pero no tuve tiempo de decir nada, ni de actuar, ni de reaccionar.

―Está bien ―le dijo Jamie, recostándose sobre el hombro de Emma y extendiendo su brazo para abrazarla de algún modo.

―Luego ―siguió el relato―, vi los autos de la otra calle pararse de golpe, pero él... la moto, él no. Quise apartarte de la ventana, pero fue inútil. El frenón el taxi me dejó pegada al asiento, luego vi la moto venir contra mí. Escuché el vidrio de la ventana romperse, escuché el golpe, escuché al chofer gritar, y yo... creo que también grité, no recuerdo bien. Sentí como si me hubiesen clavado algo en la pierna. Dios... ―Emma clavó sus ojos brillosos en el techo―. Dolía horrible, así que me eché sobre el asiento como si así se fuera a calmar el dolor. Algo me cayó en los ojos y me toqué, porque me ardían las vistas, y vi que era algo rojo, sangre. La cabeza me dolía, la pierna me dolía, y no podía moverme. Cada intento era un infierno. Lo último que pensé fue en llamarlos, pero para ese momento ya veía círculos negros en los bordes de mi visión, hasta que ya todo fue negro. Por unos segundos seguí escuchando, como hablaban algunas personas, luego ya no escuché tampoco.

Hubo un silencio entre los dos. Jamie creyó que sería buena idea ir por un poco de agua a la cocina, así que se levantó.

―No te vayas ―le dijo Emma, limpiándose los ojos.

Jamie le sonrió, acariciando su mejilla.

―Te traeré un poco de agua.

―Ahí hay ―señaló Emma, el vaso que le había traído antes para que se tomar la pastilla.

Era muy poca agua, pero Jamie se quedó, sin replicar.

―¿Y sueñas con eso? ―preguntó él con cautela.

Emma negó con la cabeza.

―No. Siempre es extraño... Voy sentada en el taxi, y la moto se estrella, por cualquier ventana, o por el parabrisas, y cuando le quito el casco, soy yo.

Emma lo había dicho con cierto aire tenebroso a causa del miedo que le recordaba rememorar esas escenas, y Jamie sintió un cierto frío recorrerle la columna.

Jamie analizó las palabras de Emma, buscando una teoría sobre el por qué soñaba con ella misma.

―Quizás ―Jamie volvió a acostarse―, sientes ganas de saber quién era él, pero solo puedes verte a ti porque nunca lo viste de verdad.

Emma frunció el ceño.

―Yo... no quiero saber quién era él.

―¿Segura? ¿Ni para darle con las muletas?

Ambos sonrieron.

―No ―contestó ella.

―Bueno ―Jamie miró sus manos sobre el colchón, él estaba boca abajo, levantando su cuerpo con sus codos―, quizás... y te da miedo no volver a ser la que eras.

Emma entrecerró los ojos y le dio una, parpadeante, mirada curiosa a su hermano.

―¿A qué te refieres? ―preguntó ella.

―Es que... ―Jamie se sentía incómodo con las frases en su mente―. Bueno, antes eras toda una... toda una chica fuerte, decidida, segura... Y pues, como te he visto estas semanas, creo que... ―Jamie bajó más la voz, hasta que fue apenas un susurró―, que te sientes débil.

Emma se encontró con los ojos de Jamie, quien parecía disculparse con la mirada. Ella sonrió.

―Así me siento ―confesó. Por primera vez en varios días, no le costó decirlo, pero vaya que sintió un alivio al hacerlo.

Jamie le sonrió, estirando su mano para limpiarle una lágrima que ella no notó que salía.

―Es comprensible ―dijo él―. Pero... ―Se sentó y cruzó las piernas―, si me dejas, si nos dejas, podemos ayudarte.

La sonrisa amable que daba Jamie era capaz de enamorar a cualquiera. Su cabello castaño alborotado y ondulado, apenas unos tonos más oscuro que el de Emma, sus ojos color miel igual a los de ella, solo que a él le daban un aspecto algo inocente y a la vez fuerte... En ella no sabía si proyectaría la misma imagen.

Emma le devolvió la sonrisa.

―Eso trato ―admitió, avergonzada―, pero... ¡Ugh! Se me hace muy difícil a veces.

Jamie la miró un momento, y volvió a recostarse, en la misma posición de antes.

―Cuando papá se fue, cuando me hizo sentir como la mierda, tú me dijiste que la familia se apoya y nunca se abandona, me dijiste que, si él si fue, es porque no era nuestra familia... ―Jamie se detuvo, para tragar un poco de saliva ante el repentino y sorpresivo nudo que casi se formaba en su garganta. Él no creyó que fuera a afectarle recordar aquel día; se equivocaba―. También me dijiste que mientras yo te tuviera, nadie me iba a lastimar. ―Emma lo miró, sin poder evitar soltar un sollozo. A Jamie ya casi no le funcionaba la técnica de tragar saliva―. Bueno, si no me dejas ayudarte, me estarás lastimando.

Emma estiró los brazos y Jamie no dudó en abrazarla. Los dos soltaron sollozos silenciosos. Jamie no creía que aún, después de varios años, le impactara revivir aquella noche.

―Él no merece tus lágrimas ―le dijo Emma tras un par de minutos, como en aquel momento del pasado, cuando ambos respiraron mejor―. Yo tampoco. ―Apretó más su abrazo para que Jamie no se levantara―. Eres un gran chico, y estoy muy orgullosa de ti.

―¿Me dejarás ayudarte? ―preguntó Jamie, hundido en el hombro de su hermana.

Emma exhaló.

―Sé que no será la gran ayuda ―se levantó Jamie, optando su pose de dolido para tratar de convencerla, era un truquito inocente, según su punto de vista―, pero podrías conversar conmigo cada vez que te sientas presionada, así no te ahogas más...

Emma no entendía cómo era que él siempre daba con las palabras adecuadas que describían su situación. Tal vez sería un gran psicólogo si se preparaba bien. No, corrección: Sería, un gran psicólogo.

―Qué intenso eres ―bromeó ella. Jamie sonrió.

―Mamá está muy preocupada ―le dijo él―. No la preocupemos más...

Emma no respondió. Él estaba usando las mismas palabras que ella había usado la noche que se fue su padre.

―Creo que puedes ser mi diario personal por un tiempo ―dijo ella―, pero si me pongo idiota, no te dejes.

―¿Y qué te hace pensar que me dejaría? ―Jamie se rió.

Emma se unió a su risa.

Un momento después, Emma se calmó y miró sus dedos entrelazados en su regazo antes de hacer su pregunta, buscando la manera de no incomodar a Jamie.

―Jamie ―le dijo ella, con total calma―, ¿ha cambiado algo de lo que nos dijiste esa vez?

Jamie dejó de reírse y apretó los labios en una sonrisa, negando con la cabeza. Emma asintió.

―Te amo ―expresó Emma, sonriéndole.

Jamie sintió el apoyo de su hermana y, cuidadosamente, se recostó sobre ella para abrazarla de nuevo. Era bueno volver a ser los mismos de antes, aunque él no supiera por cuánto duraría. Pronto le quitarían el yeso a Emma y, tal vez, el pequeño aparato que aseguraba que su herida pudiera sanar bien. Luego de eso, vendría la verdadera recuperación, y con ello vendrían momentos de ira, frustración, decepción y tristeza. Tenía que estar preparado, por él, por Stella y sobre todo por Emma.

―Okey ―respondió él, bromeando.

Emma fingió sorprenderse, divertida.

―Yo también te amo ―admitió él, y, sincerándose aún más, añadió―: Gracias por no dejarme.

Emma pareció ofenderse, aún con restos de la sonrisa en su cara.

―Oye ―le reprendió ella dulcemente―, no voy a dejarte... Nunca. La familia no se abandona ―citó sus propias palabras.

Jamie sonrió, y luego frunció el entrecejo al ver el reloj en la pared opuesta a la cama.

―Vaya, mamá se va a enojar ―comentó él, Emma voletó hacia el reloj―. Dijo que no nos desvelemos.

Emma, en sus adentros, se alegró de haberlo hecho. Se sentía muchísimo más liviana de lo que se había sentido en días.

―Cuatro de la mañana ―dijo ella―. ¿Por qué ya no te quedas aquí? ―Aún tenía algo de miedo por quedarse sola.

Jamie se encogió de hombros, restándole importancia.

―Bueno.

Emma se removió más hacia la pared, cuidando de que su pierna no tocarla el muro. Jamie se levantó de la cama y apagó la luz, luego se recostó a lado de Emma, volteándose de espaldas a ella, acomodándose en la mejor posición para darle más espacio a su hermana, aunque era una cama en la que cabían perfectamente los dos.

―Te quiero Em ―dijo él, luego de apagar la lamparita sobre la mesita de noche―. Buenas noches.

―Gracias, baby ―respondió ella, sonriendo burlonamente.

―Osh ―se quejó Jamie―, que no me digas así.

Emma soltó una risita, pero no dijo nada.

Un momento después, tocó el hombro de su hermano para comprobar que ya se había quedado dormido. Su respiración relativamente pausada llenaba el silencio de la habitación. Gracias a Dios, Jamie no roncaba.

Emma miró al techo, pensando de nuevo lo bien que se había sentido el contar lo que sentía, lo que pensaba. Quizás el plan de Jamie funcionaría. No parecía nada mala la idea de tener alguien a quien contarle sus cosas para alivianar su carga, pero, se dijo a sí misma, tendría que tener cuidado de no poner ese peso sobre Jamie equivocadamente.

Sus parpados pesaron en la penumbra de su alcoba, dejándose envolver por el sueño mientras decidía que, al día siguiente, le pediría a Jamie que la llevara a ver el atardecer, si es que él quería. Tenía ya más de un mes sin ir a aquel lugar donde la paz y la tranquilidad la envolvía por unos cuantos minutos sin importar cómo haya estado el día.


Gracias por leer. Apreciaría mucho si consideraras el dejar tu voto en caso de que te haya gustado. :) Que tengas un buen día, o noche. x

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