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Capítulo 36: Emma

Caminaba hacia la cafetería porque ese se había vuelto su lugar favorito desde aquella noche. Al llegar a casa ese sábado, fue Jamie el que la recibió con preguntas de todo tipo, pero la que más resonó en la cabeza de Emma fue: "¿Por qué estás mojada?".

Aún este día mientras caminaba al lado de su hermano, sonreía solo de recordarse a sí misma arrojándose al agua y Caleb siguiéndola. A través de mensajes por Whatsapp, Caleb continuaba diciéndole que eso había sido loco, aunque no le decía loca a ella de manera directa.

Chistes sin gusto en Whatsapp que a Emma arrancaban carcajadas se habían vuelto en su rutina diaria por los últimos días. Una que otra vez solían conversar de algo serio, como el desenlace de películas famosas. Como, por ejemplo, ¿quién podría evitar derramar una lágrima viendo el desenlace de La Decisión de Anne? Ambos concordaban en que nadie.

Sin embargo, había algo que no podía decirle, o más claro, pedirle, por chat. Y ese era el motivo por el cual llegaban a la cafetería, y esta vez ella no traía muletas. Porque desde aquella noche del sábado pasado, había decidido no usarlas más. Esto no se lo había dicho a nadie, ni a sus amigas ni a su madre ni a Jamie, y era que, en el fondo de su mente, la decisión de dejar las muletas llevaba como carátula una imagen donde Emma y Caleb caminaban juntos de la mano por alguna playa justo al atardecer. Qué ridículo contarle eso a alguien, ¿no?

―¿Crees que quiera ir? ―le preguntó a Jamie.

Él la miró y rodó los ojos.

―Solo pregúntaselo ―respondió.

Emma estaba por decir algo más, pero la interrumpió la risa escandalosa de dos rubias que se acercaban a ellos, de hecho, pasaron de largo hacia la puerta sin importarles que ellos estaban por entrar.

Jamie abrió la puerta para que Emma pudiera pasar y lo primero que ella vio fue a una de las rubias, arrimada al mostrador, coqueteándole a Caleb.

Ambos caminaron hacia la cola y sus ojos se encontraron rápidamente con los de Caleb, no pudiendo evitar sonreír. Él tampoco lo evitó. Eso debía significar algo, ¿cierto?

Pero el carraspeo de las rubias interrumpió la conexión. Emma decidió que ellas no le caían bien, para nada. Y que le estuvieran coqueteando a Caleb le agradaba menos. Oh por Dios, ¿estaba siendo celosa?

―Permiso ―casi ladró una de las rubias, que llevaba su cartera colgando de su brazo flexionado, caminando hasta ponerse delante de Emma y obligándola a retroceder.

Emma se vio a sí misma unas horas atrás en su casa frente al espejo, se había dicho que se veía bien, y realmente ella se sentía bien con lo que llevaba puesto, y se sentía bien consigo misma. Aquella rubia de pechos levantados no la intimidaba para nada por muy lindo y brilloso que tuviera el cabello.

―Lo siento ―respondió Emma, interponiéndose entre las dos chicas antes de que se juntaran, dando un par de pasos hasta que quedó frente a la caja registradora―. Yo estaba primero.

Jamie se unió a ella rápidamente.

―¿Disculpa? ―contestó la rubia entrometida, casi gruñendo. Emma la vio sonreír y solo la imitó.

―Que yo estaba primero ―repitió. Se volteó hacia la caja, donde Caleb parecía petrificado por alguna razón―. ¿No es cierto?

Caleb asintió de inmediato, y a Emma le llenó el pecho algo que no pudo explicarse a sí misma en el momento.

Escuchó un gemido proveniente de las últimas de la cola, pero no se inmutó en voltear. Simplemente hizo su pedido.

Cuando se fue a sentar junto con Jamie, las rubias seguían de pie frente al mostrador, pero esta vez le daban miradas de muerte. A Emma no le importaba. Aunque, algo en aquella rubia, la tetona, la intrigaba, y cuando la vio rodar los ojos la recordó. Quizás la confundía, pero estaba casi 100% segura que era la misma rubia que había dicho que Caleb era su novio aquel día cuando fue con Becca.

De inmediato su mente comenzó a divagar, ignorando todo lo que Jamie estaba diciéndole. Había conversado varios días con Caleb, pero Emma había asumido que él no tenía novia así que no preguntó. Aquel día esa declaración de la rubia fue tan espontanea que Emma la había tomado como una broma. ¿Lo era?

―Oye ―llamó Jamie con chasquido de sus dedos frente a ella―, ¿estás aquí?

Emma asintió.

―Ella dijo que era su novia.

Jamie levantó una ceja.

―¿Qué? ¿Quién?

Jamie miró en la dirección que Emma señalaba y se volteó de inmediato con la ceja levantada otra vez.

Se sentí tensa, levemente, pero tensa al fin. De hecho, era más como curiosidad por saber, pero sin atreverse a averiguar. No quería hacerlo. Tampoco quería lanzarse a sacar conclusiones apresuradas. Ya había olvidado a esta chica, pero ella seguía allá, conversando con Caleb. Y él se veía muy tranquilo. Ya ni la miraba.

―¿Cuándo dijo? ―preguntó Jamie. Emma parpadeó y suspiró.

―El otro día que vinimos con Becca. Ella también estaba aquí.

Jamie se volteó de nuevo y regreso a Emma.

―Yo no creo, la verdad.

―¿Qué? ―preguntó Emma. Jamie la miraba fijamente.

―¿Estás celosa?

Emma soltó una risita, y se relajó un poco. Sí, eso necesitaba, relajarse.

―¿Por qué lo estaría? ―evadió.

Jamie no insistió más porque llamaron a su apellido para que se acercara a retirar la orden. Emma no miró hacia el mostrador porque no quería ver sus conclusiones tontas plasmadas en un cuadro real. Por el contrario, fijó su mirada en la pantalla del celular, donde aparecían los recientes mensajes que había intercambiado con Caleb.

―Se llama Dana ―le dijo Jamie apenas se sentó, colocando la charola plástica sobre la mesa.

―¿Qué?

―La tipa esa, se llama Dana.

―¿Cómo sabes?

―Escuché a tu novio decírselo.

―Él no es mi novio.

Jamie rodó los ojos. Qué descaro.

―Bueno, tu compañero de travesuras. Le dijo: "Dana ―Jamie agravó la voz―, ya te dije que no. No iré.".

Emma soltó otra risita.

―Eres un sapo.

Jamie se encogió de hombros, pero Emma no insistió más. Se quedaba con esa versión corta, Caleb rechazando a la tal Dana. Sí, así quería mejor quedarse.

Emma aprovechó cuando las rubias buscaron una mesa de las que estaban hasta el fondo para acercarse rápidamente al mostrador antes de que Caleb se fuera. Si quería algo, tenía que actuar pronto.

―Hey ―le saludó.

Caleb pareció sorprendido y, si no fuera por los tonos que daban las luces del lugar a la piel, Emma diría que Caleb se había sonrojado. Pero eso no importaba ahora.

―Hola ―contestó él, sonriendo―. ¿Cómo estás? Disculpa lo de hace...

―No importa ―respondió Emma de inmediato―. Y pues, estoy bien.

―Me alegra. ―Caleb sonrió―. ¿En qué te puedo servir?

"En mucho" pensó Emma, pero barrió rápidamente esos pensamientos pecaminosos de su mente.

―Quería invitarte a cenar ―respondió, antes de olvidarlo y empezar a hablar barbaridades.

―Uou ―exclamó Caleb, mirando a su alrededor―. Eso es... muy... sin anestecia.

Emma sonrió.

―O sea, es en mi casa, este viernes. Puedes traer a tu hermanita si quieres.

―¿En serio? ―Caleb lucía sorprendido―. ¿No habría problema?

―Claro que no. Son bienvenidos.

―Y como por motivo de qué o qué, sería. ―Caleb se apresuró a añadir―: Digo, no me malinterpretes. Solo quiero saber si debo ir con traje o...

Emma soltó el aire que no sabía que mantenía en sus pulmones. Por un segundo pensó que él se negaría y, de cierto modo, eso la puso triste por un instante.

―No, no... Traje no. ―Rayos, no había pensado en una excusa, así que soltó lo primero que se le vino a la mente―. Mi mamá va a preparar su... ―se rascó la parte de atrás de la cabeza―. Su... pollo... al aluminio.

Mierda.

―¿Aluminio? ―preguntó Caleb, con una ceja levantada en incertidumbre con obvias razones.

Emma se abofeteó mentalmente.

―Sí... O sea, no es aluminio en el pollo literalmente, o bueno sí. ―Quiso meter una risita, pero no pudo. Vamos, Emma, que llevaban días hablando, y habían vivido una cita muy extraña y ya se habían besado como marido y mujer; no podía ponerse nerviosa ahora―. Envuelve el pollo en aluminio y... es muy rico.

Mierda. Estaba hablando mierda. ¿En qué momento había perdido el control?

―¿El pollo de tu mamá?

Emma miró a Sara aparecer por detrás de Caleb.

―¿Ese que hace envuelto en aluminio, al horno? ¡Qué rico!

―Sí ―casi gritó Emma―. Al horno. Pollo al horno.

Cuando miró a Caleb, él tenía una mirada extraña sobre ella. Aunque Emma no podía descifrarla, no pudo evitar sentirse desnuda. No es como que él la mirara pícara o pervertidamente, sino más bien del modo dulce, ese que no es muy común.

―Está bien ―aceptó Caleb―. Se lo diré a Rosy para ver si quiere ir, aunque sé que dirá que sí, pero de todos modos.

Emma sonrió al ver la sonrisa de Caleb mostrarse de entre sus lindos labios. Vaya, cómo de bien recordaba el movimiento de su boca...

¡Basta!

―Bien ―contestó Emma―. Hasta luego, entonces.

Gesticuló un "gracias" hacia Sara cuando Caleb miró hacia otro lado, luego caminó hacia la salida, pero recordó que no se tenía que ir aún. Jamie la esperaba en la mesa y la miraba como si estuviera loca.

Se sentó de nuevo, empezando a reírse ante la mirada que le daba Jamie, como si pensara que ella estaba loca, y decidió empezar a contarle todo lo que había pasado en su pequeño viaje al mostrador. Algo estaba pasando en ella, y Emma no era tonta ni se haría la tonta. Ella sabía bien qué era eso que estaba pasando y cómo podía evolucionar, y quería compartir aquello con su hermano, su fiel confidente de la vida.

Y ahora que él se había abierto a ella luego de varios años callando, sentía que podía contarle lo que sea.


Del autor: Hola, bebés. Un abrazo a la distancia. Espero les guste la novela y pues, nada, que sigamos hasta el fin. Un beso.

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