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Capítulo 31: Caleb

La espuma de la leche subía conforme el líquido iba siendo vertido en la tasa de porcelana, donde se mezclaba suavemente con el espresso preparado con anterioridad.

La noche del sábado había sido muy extraña, tanto que los estragos seguían ahí este lunes por la mañana. Caleb miraba entre ratos a sus compañeros, con quienes compartía una que otra breve sonrisa, luego se volvía hacia su labor. Se sentía con suerte de que Cory lo hubiese tratado de fastidiar al recibirlo con una sonrisa socarrona, informándole que estaría a cargo de la caja todo el día. Pero luego de que se hubiese ido, Caleb decidió preparar él mismo la orden si los demás estaban ocupados y no había muchos clientes en la cola. De este modo, su mente no divagaría en lo sucedido el sábado.

―¿Y tú, Caleb?

El aludido se volteó hacia la voz que pronunciaba su nombre. Sara estaba arrimada hacia la barra de la cocina, con los brazos cruzados y pronto levantó una ceja, quizás debido a la expresión de desconcierto que había puesto Caleb. Rayos, no estaba escuchando.

Sonrió, como si con eso fuera suficiente, acercándose al mostrador y entregándole el cappuccino a su dueña.

―Andas algo perdido ―le dijo Zac, a su lado, colocando en una charola una tarta de manzana y unos deditos de queso.

La orden pertenecía a la misma dueña del cappuccino. ¿Cuándo había ella pedido eso? Dios, ¿lo había olvidado?

La clienta colocó el cappuccino sobre la charola y luego le dio las gracias a ambos antes de encaminarse hacia una mesa.

―¿Te sientes bien? ―le preguntó Daisy, acercándose por un costado.

Caleb se volteó, arrimándose contra el mostrador y sonrió.

―Sí, solo que no dormí bien.

Al levantar la mirada, notó la ceja levantada de Sara. ¿Se daría cuenta ella? Dicen que las mujeres tienen un sexto sentido.

―Bueno ―dijo Caleb, tratando de desviar la atención―, ¿qué me preguntaban?

―Ah ―contestó Daisy, regresando al lavabo―, que si has salido del país.

―Nunca ―respondió Caleb de inmediato―. ¿Y ustedes?

Zac soltó una risita antes de salir por la puerta de servicio. ¿Dijo algo malo?

―Les decía ―se acercó Sara―, que una vez mis padres fueron de viaje a España; como me enfermé, no pude ir.

―Qué mal ―comentó Caleb―. ¿Y tú?

Daisy negó con la cabeza. Tampoco había viajado, pero aseguró que le encantaría.

Conforme los minutos pasaban, los clientes se apilaban en la cola, primero, solo uno detrás de otro, luego, había cinco o más personas esperando.

Para cuando Cory llegó, Zac ya había regresado y, como todos los días cuando el supervisor estaba en la cocina, todos trabajaban en silencio. Sin embargo, el escándalo que causó un rubio impertinente al ingresar al local golpe del medio día, llamó la atención de Caleb, agachando de inmediato la mirada cuando Louis le dio una sonrisa de oreja a oreja.

Lo último que Caleb quería, era que Cory le hiciera un reporte por ponerse a conversar con sus amigos en horario de trabajo, pero Louis llegó pronto a la caja luego de hacer cola.

―Almuerzo. Vamos. Y un latte helado con caramelo.

Caleb actuó igual que con cualquier cliente, más aún cuando Cory se paseó disimuladamente detrás de él.

―Tu cambio ―le entregó a Louis.

La hora del almuerzo para él llegó casi al instante, por lo que se disculpó con Sara diciéndole que iría a almorzar con un amigo. Ella no tuvo problemas, mucho menos Daisy.

Caminó directo a la salida, notando que Louis ya se había puesto de pie y lo seguía casi de cerca.

―¿A dónde vamos? ―le preguntó Louis, encendiendo la moto.

Caleb, sentado detrás y colocándose el casco, frunció el ceño.

―Tú me estás invitando, pensé que...

―Okey, vámonos.

Tan pronto como la moto arrancó, Caleb se sujetó y tensó su cuerpo. Aunque aún venían a su mente pequeños retazos del accidente, en este momento lo único en lo que podía pensar era en sí mismo y Emma recorriendo las calles en una motocicleta. ¿Cómo sería? Claro, ella tendría que dejar las muletas de una vez. Pero ya no tenía el yeso con el que la vio la primera vez, entonces, ¿cuál era el motivo para conservarlas?

―¿Qué hacemos aquí? ―preguntó Caleb con incredulidad cuando se detuvieron frente a una peluquería.

―Espera un momento.

Louis se bajó de la moto dejando a Caleb encima, lo que casi lo hace perder el equilibrio.

―¿Estás loco? ―se quejó.

Louis no lo miró, por el contrario, fue casi corriendo hacia el interior de la peluquería. Luego de un par de minutos salió a la misma velocidad con la que ingresó.

―Listo ―le dijo Louis con una sonrisa mientras levantaba una pierna por delante de Caleb―. Vámonos.

―He decidido mejor no preguntar ―respondió Caleb, colocándose el casco nuevamente.

El restaurante al que llegaron no era lujoso, más bien era del tipo de lugares para comer con buen ambiente, buena decoración, pero con los precios asequibles para las personas de clase media o que buscaran ahorrar. Eran pocas las mesas vacías, pero Louis se las ingenió para sentarse en una de la cual recién se levantaban sus anteriores ocupantes.

Una chica de servicio se acercó a recoger los platos y limpiar un poco el desorden sobre la mesa, dándoles la bienvenida y tomando sus órdenes de inmediato.

―Bien, cuéntame ―habló Louis. Caleb alzó las cejas al no entender―. Lo que te tiene con esa cara.

―Ah... Pues nada.

Louis ladeó un poco la cabeza y entrecerró los ojos.

―Te conozco como si yo te hubiese parido ―replicó el rubio―. Cuenta.

Caleb sabía que podía confiar en Louis, lo que no sabía era qué contarle, o mejor dicho, cómo contarle. Emma le interesaba, a simple y primera vista le había gustado, y el sábado durante el tiempo que compartieron juntos no hizo más que reforzar su atracción por ella. Pero se sentía extraño, de una manera que no podía explicar. Así que dejó de darle vueltas y simplemente dejó salir lo que se le vino a la mente.

―Me gusta Emma.

Louis asintió por unos segundos.

―Lo sé. Ya ¿y?

Caleb alzó una ceja y se reacomodó en la silla, colocando sus codos sobre la mesa y su barbilla sobre el puño que formaba la unión de sus manos.

―No sé, es raro.

―¿Qué es raro?

―No sé, Louis ―respondió Caleb, algo exasperado, echándose hacia atrás al respaldo de la silla―. Es que ese día cuando hablábamos... Ella es tan... Agh! ¿Me entiendes?

Ahora era Louis el que levantaba una ceja y copiaba la posición que había tomado Caleb anteriormente sobre la mesa.

―Te gusta, y ya. No veo cuál es el proble... Espera, ¿crees que no le gustas?

Bingo.

Caleb casi quiso reírse de la forma tan tonta y simple con la que Louis lo había ayudado a darse cuenta de la inquietud que le molestaba pero que no descubría cuál era.

Louis soltó una risita y luego se hizo para atrás, para que la chica que les había dado la bienvenida les dejara la comida sobre la mesa.

―Solo mírate ―le dijo Louis cuando se quedaron solos otra vez―, eres un muchachón. Tienes buena pinta y aparte sabes de mecánica. ―Dio un bocado a la lasaña que había pedido y luego añadió con la boca llena―: A las mujeres les gustan los mecánicos.

―No sé de mecánica, solo ayudo a Elías a veces.

Louis rodó los ojos.

―Da lo mismo ―contestó―. El punto es que tienes que hacer que ella te vea todo sudado y envuelto en grasa. Te amará.

¿Lo haría? Caleb sacudió sus pensamientos. No debía escuchar a Louis, pero ya estaba considerando la idea, y eso lo hacía querer golpearse.

El hambre les impidió seguir conversando, obligándolos a casi devorar lo que tenían en frente. Era algo en lo que se parecían, a diferencia de otras personas, ambos no perdían el apetito así por así. Debía ser algo demasiado grave para distraer su atención.

―Tengo cinco minutos ―avisó Caleb con pereza mientras se levantaban de la mesa luego de que la muchacha volviera con el cambio―. Quisiera darme la tarde libre. Pero no lo haré ―añadió de inmediato al ver la mirada de complicidad de Louis.

Louis los llevó de vuelta a la cafetería muy rápido, tanto que Caleb sintió algunas veces que se caería, pero gracias a todos los santos, no pasó.

―Mira ―dijo Louis cuando Caleb se bajó de la moto―, yo creo que sí le gustas. Es decir, casi te arranca la boca esa noche, entonces, no sé por qué piensas lo contrario.

Caleb quiso decirle que no era algo tan serio, pero de inmediato un pensamiento cruzó su mente, ese donde se imaginaba a sí mismo actuando como Louis con las mujeres que lo trataban bien. Negó suavemente para sus adentros. ¿Qué estaba haciendo?

―No es para tanto ―se escuchó decir.

Louis lo miraba con una ceja levantada y luego sonrió.

―¿En serio?

―Aja.

―Entonces no te importará que allá venga.

Pudo ser una broma, una cruel broma, una a la cual Caleb hubiese reaccionado con una risita socarrona sin dejarse convencer, pero en lugar de todo eso, se volteó como un caballo con tortícolis, con una expresión de espanto cuando vio que, efectivamente, Emma venía al final de la vereda junto a una muchacha rubia.

―Suerte.

Caleb se volteó para ver a Louis ponerse el casco y prender la moto. Quiso pedirle que se quedara, pero el rubio arrancó de inmediato y se fue. Caleb podría haber jurado que lo escuchó reírse.

―Hey.

Se volteó, encontrándose con la amielada mirada de Emma. Para su sorpresa, su corazón aumentó sus latidos en velocidad y fuerza.

―Hola ―respondió, pretendiendo sorpresa y una sonrisa simpática. Bueno, así se imaginaba él que estaba saliendo todo. Pero la mueca que formaban sus labios contaba otra historia.

―¿Te sientes bien? ―le preguntó la rubia que venía a lado de Emma.

Caleb tragó saliva y asintió, esta vez sonriendo más normal.

―Claro. ¿Qué las trae por aquí?

Estúpido. ¿A qué va la gente a las cafeterías? ¿A tomarse fotos? Bueno, sí, pero esta vez no. Es decir. Ellas podrían ir de paso. Volvió a sentirse estúpido, pero con la velocidad a la que también iban sus pensamientos, no podía clasificar sus sentimientos o emociones, solo lo sentía y actuaba y ya.

―Un muffin de calabaza ―respondió la rubia.

―Pie de limón ―contestó Emma.

―Pasen ―ofreció Caleb, levantando pobremente el brazo para otorgarles el paso.

Casi golpeó a Emma cuando se le adelantó. Él quería abrirles la puerta para así otorgarles el paso de manera correcta, pero, aparte del pequeño empujón que les dio, se tropezó a sí mismo contra la puerta y casi no la pudo abrir. Dios...

Escuchó una risita detrás de él, misma que se detuvo cuando se colocó de espaldas a la puerta para permitirles el paso.

―Gracias ―le dijeron las dos.

Las vio caminar delante de él y vio la reacción de Sara cuando las vio. Caminó hacia la puerta para el personal y se adentró en la cocina. Quiso ir directo a la caja para tomar la orden, pero Sara se le adelantó. Y aunque Emma lo miraba de la misma forma de la que lo había mirado casi toda la noche del sábado que compartieron, fue otra la mirada la que terminó atrapando su atención a mala gana.

Una rubia, otra rubia, de hecho. Una que, a diferencia de a Emma, conocía más que bien. Una con la que ya tenía una historia y un pasado.

Dana. Y caminaba directo hacia la caja, sonriéndole con descaro.


Del autor: Hey, amigos. Espero estén bien. Me he tardado, pero ha sido por... digamos que motivos varios, donde se incluye universidad (como siempre). En fin, pobre Caleb. Ojalá les haya gustado y pues, estoy emocionado por escribir lo que pasa luego y ansioso porque lo lean. Un abrazo y gracias por su apoyo demostrado a través de votos y/o comentarios. Hasta el siguiente. :)

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