Capítulo 3: Emma
La picazón en la pierna, por debajo del yeso, la obligó a abrir los ojos. Esa era la forma en la que se despertaba todos los días: obligada.
Se sorprendió cuando no vio a su madre ahí, esperándola a que despertara, teniéndole el desayuno como hacía a diario. Pensó que quizás ya se habría aburrido.
Los pasos fuera de su habitación atrajeron su atención, aún más cuando el individuo del otro lado tocó la madera con, probablemente, sus nudillos. La puerta se abrió un poco y una mata de cabellos rubio oscuro se asomó. Jamie parecía tener miedo de entrar, pero luego de Emma le hiciera un gesto, él dio un paso adentro, aunque seguía conservando su distancia.
―Buenos días ―saludó él―. ¿Cómo amaneciste?
―Bien ―Emma escuchó su voz ronca, aclarándola de inmediato. Era su respuesta automática; no le gustaba explicar por qué no había amanecido bien.
―Mamá fue a comprar unas cosas, creo que vienen unas amigas tuyas y les va a cocinar.
Emma asintió.
Jamie se quedó ahí de pie, apretando los labios en una sonrisa, sin saber qué decir exactamente, y era comprensible, es decir, a Emma todo le molestaba últimamente, y no era que se molestara mucho en ocultarlo.
―Salió una nueva película ―soltó él, y se vio arrepintido de inmediato. Emma no podía ir al cine. Aunque si la ayudaban...
―¿En serio?
La respuesta le había tomado tan por sorpresa que Emma se sintió mal. ¿Qué tan afectado estaba su hermano por su culpa? Lo vio analizar sus palabras como si buscara alguna clase de sarcasmo en ella, lo que solo hizo sentir a Emma peor.
―Sí... Es decir ―frunció el ceño―. Sí. ―Sonrió.
Emma soltó un bufido, más irónico que molesto.
―No voy a morderte, Jamie.
―¿Qué? ―Emma lo sintió tratando de fingir que no pensaba mal de ella, pero falló penosamente―. ¿Por qué dices eso?
―Entiendo que mi comportamiento no ha sido el mejor este mes...
―Em ―la detuvo Jamie, arrastrando el sillón en la esquina hasta situarlo junto a la cama y se sentó―. Tuviste un accidente y fue traumático, es normal que te sientas desesperada algunas veces.
Fue directo al centro de su corazón. Eso era lo que estaba: desesperada. Ella quería levantarse de ahí, pero cada intento le recordaba aquel día al sentir el yeso en su pierna.
―Quizás ―respondió.
―Solo queremos ayudarte ―le dijo su hermano con voz bajita, con cautela, mirando sus manos entrelazadas entre sus piernas―. Pero a veces... A veces yo siento que no es suficiente.
Tal vez Jamie no la veía como un monstruo, pero en ese momento, fue tal cómo se sintió Emma. Como un horrendo monstruo que estaba aterrorizando a su propia familia.
―Lo siento ―se escuchó decir Emma.
Jamie levantó la mirada y mostró un atisbo de sonrisa.
―No tienes por qué ―le dijo él―, ya te dije que es normal. Lo leí en una página de psicología.
―¿Ya te inscribiste para la Universidad?
―Llené el formulario por internet ―contestó Jamie―. Espero que me devuelvan el correo con la dirección y fecha de la prueba.
―Eso es bueno.
―Sí... Pero me da miedo.
―¿Por qué? ―Emma frunció el ceño, arrastrándose para sentarse y negándose a la ayuda que rápidamente le ofreció Jamie.
―Es que... No sé si... ¿Y si no paso? Mamá va a sentirse mal.
―Claro que no ―le dijo ella―. Estará orgullosa de ti, siempre lo ha estado.
―No le he dicho de la prueba.
―¿Por qué no?
―Está algo preocupada por... ―Jamie se cortó de inmediato, Emma supo que era por ella―. Por lo de... la fiesta.
Fue buen intento desviar la dirección hacia la que apuntaba su respuesta, pero en parte tenía razón. Jamie había culminado la secundaria, y aunque tenía su propio baile de graduación, Stella siempre había hablado de hacerle una fiesta propia. Emma, en su momento, estuvo totalmente de acuerdo. Y todo parecía bien, hasta ahora, que Jamie se negaba, y Emma sabía que él lo hacía por ella, lo que la hizo exhalar suavemente.
―Ya veo.
―Sí. Quizás lo mejor sea no hacer otra fiesta. ―Emma levantó la mirada, dispuesta a debatirle, pero Jamie continuó rápido―. Es decir, con la de la escuela fue suficiente. No necesito otra.
―Nada que ver. Mamá está ilusionada con eso desde que iniciaste la secundaria. Ya sabes cómo de feo se puso todo en mi época de graduación.
―Sí, pero...
―Pero nada, Jamie Franklin Dotson. No le puedes quitar la ilusión a mamá... ―Emma se reacomodó y bajó la voz―. Ya bastante la he hecho pasar.
―Oye ―gruñó él―, esto no fue tu culpa.
Honestamente, ella no sabía qué responder. Por ahora, bastante se le hacía imaginar a Jamie en su baile, preocupado porque ella no les hablaba o siempre les respondía molesta.
A diario se disponía a ser mejor, a no hacer caras largas o muecas de molestia cuando Stella se ofrecía a ayudarle en algo, pero simplemente no podía evitarlo. Luego se lamentaba y se odiaba a sí misma cuando se daba cuenta que la había hecho pasar un momento de mierda.
―¿Quieres que te traiga el desayuno? ―Jamie dio por terminada la conversación. Quizás sentía algo de temor por el rumbo que estaba tomando la plática y por cómo terminaría.
Emma volvió a exhalar.
―Está bien.
Jamie se levantó y caminó hasta la puerta.
―Espera ―lo detuvo ella, haciendo que él se volteara―. ¿Puedo... comer en el jardín?
Eso sí que lo sorprendió, y, muy distinto a su reacción de antes, a Emma esta le agradó mucho. Jamie se limitó a sonreír complacido.
―Claro ―respondió, pasándole las muletas arrimadas en la pared y ayudándola a levantarse.
Bajar por la escalera fue todo un caso, pero el que Jamie fuera un poco más alto y más fuerte le sirvió de mucho para que Emma pudiera afianzarse.
No era como cuando iba a bañarse, era peor. El miedo de poder asentar la pierna y sentir dolor estaba presente a cada segundo, aunque Jamie le decía qué hacer, o cómo moverse, literalmente.
Cuando ya estuvieron abajo, Emma lo vio observarla, como si esperara una respuesta. ¿Seguir o retroceder?
Emma se había dispuesto el día anterior a poner de su parte y debía aprovechar su ―algo― buen estado de ánimo para cumplir su cometido, o parte de ello.
Jamie la ayudó a sentarse en la silla que estaba alrededor de la mesita redonda en el jardín, luego de adecuarla con los cojines de la sala. Tomó la otra silla para ayudar a Emma a subir la pierna.
―¿Te duele? ―le preguntó él cuando ya la había instalado.
―Algo... Pero es soportable.
―Bien... supongo. Ya-ya te traigo el desayuno.
Jamie despareció tras las puertas correderas que daban al jardín trasero con una sonrisa.
Vaya, llevaba días, semanas sin respirar aire fresco. El cielo azul por encima de ella, con algunas nubes blancas esparcidas como algodón. Uno que otro pájaro cantando en algún lugar. La suave brisa de la mañana golpeando su rostro bajo la sombrilla. Ni rastro de la lluvia suave de la noche anterior, más que una que otra gota que brillaba sobre el césped.
Sí, podía intentarlo. Tenía que hacerlo. Debía hacerlo. Emma sentía que debía forzarse a ser optimista; se lo debía a su familia. Varias semanas ya los había hecho sufrir.
―Aquí está ―regresó Jamie, apareciendo con una bandeja con frutas, cereales, algo de pan integral, mermelada y, aparentemente, jugo de naranja recién exprimido.
―Te has... esmerado ―comentó Emma, casi sonriendo.
A su vez, Jamie le sonreía ampliamente.
―¿Y tú ya comiste? ―Por un momento, ella imaginó que él la dejaría comer sola.
―No... ―le dijo, algo alegre―. Ahora vuelvo.
Jamie volvió luego con solo un par de vasos. Los dos comieron casi en silencio, Jamie contándole una que otra cosa que haya ocurrido por el vecindario, y Emma fingiendo algo de interés; no era que le importaba mucho la vida ajena. Bastante tenía con la suya.
―Eh... ―Jamie rompió el silencio que se había instalado en ellos cuando terminaron de comer― Estaba pensando... ―Emma lo miraba con atención, mientras bebía lo que quedaba de su jugo―. No, nada, olvídalo.
―No, dilo.
―Es que... No es nada. En serio.
―Vamos, Jamie. Solo dilo.
―Mmm...
Emma suspiró.
―Mira, sea lo que sea, si no lo dices, te golpearé con las muletas, ¿bien?
Emma ladeó los labios en una media sonrisa oculta, haciendo que Jamie soltara una risita.
―Está bien ―aceptó él―. Estaba pensando en que sí quiero la fiesta. ―Emma asintió, era lo que él tenía que hacer. Pero conocía a su hermano. La cosa no terminaba ahí, y tenía razón. Jamie continuó―. Solo si tú vas.
Emma levantó una ceja, intrigada.
―Eso es... ―En serio no se había esperado esa propuesta―. Lo pensaré. ―Mintió. Obvio que no iba a ir.
No pudo evitar sentirse culpable cuando Jamie sonrió, algo emocionado.
―Está bien ―dijo él, levantando la mirada haciendo que Emma se volteara para ver qué miraba.
Stella se acercó a ellos con una gran sonrisa en el rostro. Los chicos sabían que era más que nada por el hecho de ver a Emma en el jardín.
―Hola, cariño ―se acercó para besar a Jamie.
―Madre ―respondió él.
―Cielo ―besó a Emma, rodeando la mesa para sentarse en la silla sobrante―. ¿De qué hablaban?
―Le decía a Emma que quiero hacer mi fiesta... ―Stella frunció un poco el entrecejo, pero se le escapó una leve sonrisa―. Y le dije que vaya.
Stella miró a Emma, como si comprobara el estado de su hija.
―Lo pensaré ―repitió Emma.
La misma emoción en los ojos de Jamie fue reflejada en los de su madre. Dios, tendría que pensarlo de verdad.
―Eso es... increíble ―comentó Stella―. A propósito de eso... ―Su expresión se tornó algo seria―. Quería hablarles de algo.
Jamie y Emma la miraron con más atención, pendientes de sus palabras. Raras veces ella les decía esas cuatro palabras.
―Eh, pues, es sobre el trabajo ―soltó―. Ya se me vence el permiso que pedí y pues...
―¿No estabas yendo al trabajo? ―preguntó Emma, notando la inmediata mirada fugaz que se dieron su madre y su hermano.
―Pedí un permiso para poder quedarme en casa contigo.
―Oh, mamá. Pero...
―No, tranquila, no hubo problema. Expliqué la situación y Rodrigo me apoyó.
Rodrigo era su jefe, y amigo de muchos años.
―Que tienes una hija inválida ―se le salió a Emma.
―Cielo...
El ambiente se puso tenso, pero Emma ya había tomado una decisión. Y se lo repitió al menos diez veces en ese instante: Tengo que intentarlo...
―Bueno... ―Emma rompió el silencio, dudando sobre lo que diría―. Puedo quedarme con Jamie ―Quizás ellos se esperaban alguna discusión o un reclamo, porque la pregunta de Emma los dejó algo afectados―. Es decir, hasta que se vaya a la Universidad.
―Eso sería... ―Stella se reacomodó, hablando con mucha más confianza al ver que Emma estaba dispuesta a llegar a un acuerdo―. genial. Mi horario va a ser solo en las tardes, así que yo puedo estar aquí en las mañanas. Pensaba que, si Jamie no está, podríamos contratar una enfermera o...
Emma tomó aire. No era fácil.
―Me parece bien ―fue todo lo que dijo. Ya no quería hablar del tema. Estaba controlándose, pero no quería abusar. De todos modos, se sintió mejor de saber que estaba tratando. Algo es algo, pensó de nuevo―. Me gustaría ir al baño; no me he cepillado los dientes... ¿Me ayudas?
Jamie aceptó con una leve sonrisa.
Mientras subían la escalera, Stella le mencionó desde el primer escalón las cosas que podría prepararle basadas en la dieta que le dio el doctor, para recibir a sus amigas.
―Mierda ―expresó―, me había olvidado que venían. ¿Tendré que bañarme?
―Bueno, ya han de estar acostumbradas a tu hedor ―bromeó Jamie.
Emma se sorprendió, hacía tiempo que no escuchaba una broma de su hermano.
―Jamie ―reprendió Stella desde abajo.
―Lo siento, lo siento... Se me salió, fue sin querer, yo...
Y Emma se rió.
―Eres un idiota ―contestó, siguiéndole la broma.
―¿Te gustaría bañarte? ―le preguntó Jamie―. Para decirle a mamá que venga...
―Más tarde ―respondió―. Creo que vendrán en la tarde.
Recordar que cada una tenía sus actividades la hacía pensar en cuando iba todo el día a la academia. Ella también tenía muchas actividades, pero ahora se basaban en su habitación y, gracias al cielo, al jardín el día de hoy.
―Bueno ―dijo Jamie―. Te veo luego ―se despidió con un beso en la frente una vez que la ayudó a acomodarse en la cama.
Ya en la soledad de su alcoba, Emma soltó un par de lágrimas. Estaba costándole actuar como si estaba todo bien, pero para ella no era así en realidad.
Le molestaba el yeso en la pierna y detestaba la idea de tener a algún extraño cuidándola como si no sirviera para nada. No necesitaba una enfermera.
Su teléfono casi descargado vibró sobre la mesita, distrayendo su atención de su drama interno. Lo tomó y leyó el mensaje, o más bien recordatorio, de Becca:
"Nos vemos más tarde, guapa. Las chicas están emocionadas por verte."
Emma sonrió con ironía. No podía evitar pensar en las miradas que recibiría, como si pensaran que un simple saludo podría romperla.
Dejó que el aparato se resbalara de entre sus dedos sobre su regazo, ignorando los ruegos melódicos del teléfono móvil porque lo conectara a la energía.
¿Qué tan difícil iba a ser, ser la misma de antes?
Emma estaba dispuesta a poner de su parte, pero no podía ocultar el hecho de que realmente le aterraba la idea de no conseguir los resultados que esperaba.
Un par de horas después, cuando ya llevaba unos cinco capítulos del libro que antes había fingido estar leyendo, Stella entró en la habitación.
―¿Lista para la ducha? ―preguntó con una sonrisa.
Emma asintió, sonriendo igual, y poniendo el marcador en la página donde se había quedado.
Su familia, esa debía ser su motivación.
Poco a poco, iba añadiendo más rocas a la base de su recuperación. Y por lo pronto, se iría acostumbrando a la idea de que en la fiesta de Jamie volvería a estar en el ambiente que solía estar antes del accidente. Tenía hasta ese día para demostrar si aún quedaba algo de la fortaleza que algún día la caracterizó.
Gracias por leer. :) Si te gustó, apreciaría que consideraras el dejar tu voto; me ayudarías mucho. Un saludo. x
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