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Capítulo 26: Emma

Hambrienta.

Emma se sentía hambrienta mientras miraba al sujeto de cabellos castaños detrás del mostrador. Él se movía con agilidad de aquí para allá, con un envidiable semblante enérgico que acababa en una que otra sonrisita con sus compañeros. Sus miradas se encontraron un segundo, pero ella desvió la suya, igual que las últimas cinco o seis veces. De hecho, pensó que él tal vez hacía lo mismo.

Se volteó hacia Jamie con una sonrisa en el rostro. Él la recibió con una ceja levantada.

―¿Qué?

―¿Te gusta? ―preguntó él.

Emma levantó la ceja, y Jamie señaló con el mentón al chico junto a la barra, donde ahora tomaba la orden de un señor de traje marrón.

―Nada que ver ―contestó Emma, sabiendo que no lo convencería por el simple hecho de que sus palabras ni siquiera la convencían a ella―. Voy al baño ―y se levantó.

―Cuidado ―le dijo Jamie con una sonrisa, pero ella prefirió no preguntar a qué se refería y mejor se puso en marcha.

El muchacho que había estado espiando vilmente, se detuvo frente a ella con la bandeja en las manos, justo antes de chocar. Emma vio la sangre llenarle las mejillas a través de la piel bronceada y algo brillosa de su cara. Había algo de sudor en su frente, pero fue la leve sonrisa la que se robó toda su atención. Sus dientes, tan simples como eso, solo unos dientes, de pronto parecieron el show perfecto para Emma, quien no pudo hacer más que devolver el gesto por inercia. Aunque estaba casi segura que su sonrisa había salido más como una vergonzosa mueca.

―Casi ―dijo él, soltando el alivio en medio de su tonta sonrisa.

La voz del muchacho retumbó en sus oídos, haciéndola titubear para sus adentros al no encontrar una respuesta para aquello. Diablos, ni siquiera requería una respuesta. Emma volvió a sonreír y solo asintió, pidiendo permiso y caminando hacia los baños.

Eso había sido algo muy estúpido de su parte, aunque parte de lo que había pasado estaba solo en su mente. Es decir, él no la escuchó titubear, o la vio ponerse roja. ¿Y si se puso roja y no se dio cuenta? ¿Cómo te das cuenta que te pones rojo?

Estaba sobreactuando. Parecía una adolescente, la cual veía un chico lindo por primera vez en su vida. Pero este no era un tipo tan lindo como para decir que había salido de una revista, o que era el digno representante de ensueño protagonista de un libro de fantasía, ni siquiera parecía un príncipe. Pero entonces esa sonrisa venía de nuevo a sus pensamientos... No era lindo, pero tenía algo que la cautivaba... Algo lindo.

Se miró al espejo mientras se lavaba las manos, con las muletas bajo sus brazos.

Cuando salió del baño, mientras hacía su camino hacia la mesa donde la esperaba su hermano, buscó al misterioso castaño con disimulo, y lo encontró, mirándola, como si la estuviera esperando, y de nuevo, ahí estaba, esa sonrisa estúpidamente coqueta.

No parecía como si él se diera cuenta de lo que hacía. Es decir, Emma conocía el proceder de los chicos coquetos ―o eso creía―, donde te sonríen y luego te guiñan como si no pudieras resistírteles, y luego su ego se sube a las nubes donde parece que te eligieron como la afortunada para merecerlos...

Pero no. Este no. Su sonrisa era coqueta, pero tonta, y... ¿sincera?

―¿Segura que estás bien?

Emma levantó la mirada. Después de todo, ¿por qué lo estaba analizando?

―Aja. ¿Por?

Siguió la mirada de Jamie y luego la levantó hacia él de nuevo. Había estado revolviendo la tarta a punto de que parecía puré. Se encogió de hombros, obteniendo como respuesta la mirada divertida de su hermano, adornada con una oscura ceja levantada.

―Bueno ―dijo él, volviendo a comer―, ¿te importa si le hablo?

Emma no entendió.

―A él ―aclaró Jamie.

Era sobre el castaño.

―Se ve interesante...

Emma debió responder con una expresión hueca porque Jamie soltó una risita.

―Quita esa cara ―le dijo él―; no es muy mi tipo.

―No me interesa ―respondió, tratando de convencerse más a ella que a Jamie.

Emma no creía en el amor a primera vista. Es decir, ¿cómo carajos te enamoras de alguien a quien nunca antes has visto?

Pero... ya lo había visto antes. Un breve momento, pero lo había visto.

Aun así, ni siquiera sabía su nombre.

Sí, realmente estaba actuando como una puberta en busca de su príncipe azul.

―Bueeeno ―bufó Jamie―. Entonces no te importara que venga directo hacia acá.

Emma hizo algo que no debía hacer. Algo que está prohibido. Algo que solo haces cuando te interesa alguien lo suficiente, lo suficiente como para voltearte de inmediato luego de escuchar algo como lo que dijo Jamie. Pero no solo era el hecho de que se había volteado al instante, sino que lo había hecho como un caballo epiléptico.

Se lamentó y se alivió al instante; Se lamentó porque no debió hacerlo, y se alivió porque era mentira. El castaño conversaba con un rubio en una mesa lejana a la suya; por el trato entre ambos, dedujo que se conocían.

―Menos mal no te gusta ―comentó Jamie, engullendo el último bocado y bebiendo de su latte helado.

Emma le hizo una mueca de desagrado, pero no pudo ocultar la sonrisa que se le salió al sentirse tonta. Ella vio a Jamie levantar la mirada, como si viera a alguien acercarse a la mesa, pero esta vez no iba a caer.

―Ahí viene ―le dijo él en un murmuro apenas moviendo los labios.

―Buen intento ―respondió Emma, y Jamie sonrió, encogiéndose de hombros.

No constaba con la voz ajena que de pronto invadió su sentido auditivo.

―¿Desean algo más? ―preguntó el muchacho, de pie junto a la mesa, con una sonrisa en el rostro y sin saber que había sido víctima del escrutinio al que ella y su hermano lo habían sometido.

Emma vio a Jamie, quien volvió a encogerse de hombros. ¿Desde cuándo hacían atención a la mesa?

―Eh... ―respondió Jamie, mirándola―, un pie de limón para llevar, por favor. ―El castaño lo miraba mientras asentía, como si esa respuesta no estuviera en los planes.

―Y... ―volvió su vista a Emma―. ¿Tú?

―Yo nada ―contestó, dándose cuenta de que estaba enfocada en sus labios, y levantó la mirada de inmediato hacia sus ojos. Notó la sonrisa de él y la cara se le puso levemente caliente. «Sí, así es como sabes que te pones roja, estúpida, estúpida».

―Un pie de limón, entonces ―repitió él, esperando el consentimiento de Jamie.

―Eso mismo.

Emma vio la naturalidad con la que Jamie hablaba con él, y a ella parecía costarle pronunciar algo. ¿Así se vería ella hablando con Santiago? La situación tenía cierta similitud, excepto que a ella no le gustaba este chico, o eso decía en sus adentros. Era un poco confuso para ser sobre un extraño.

―Bam ―exclamó Jamie.

Emma siguió su mirada, llegando hacia el trasero del castaño de espalda ancha que se alejaba hacia el mostrador. No era un trasero de futbolista o un tipo de gym, pero... Bam.

Vergonzosamente para ella, también se encontró con la mirada del rubio con el que había visto a aquel muchacho hablar. Los ojos azules sobre la sonrisa que se levantaba por la comisura derecha únicamente la miraban como si le dijeran "¡Te atrapé!". Y la reacción de Emma no fue más que peor, ya que se volteó de inmediato, declarándose culpable con aquel acto.

―¿Es el del otro domingo? ―preguntó Jamie. Tal vez no se dio cuenta del rubio.

―¿Quién?

Jamie levantó la ceja. Era obvio.

―Ah... No lo sé. No lo recuerdo.

Jamie la miró como si no le creyera, pero asintió.

―Bien... ―Él iba a hablar, pero sus ojos viajaron de nuevo por encima de su cabeza de su hermana, y ella sintió un pequeño y breve retorcijón en la boca del estómago, prediciendo quién se acercaba―. Qué efectivo ―comentó Jamie, algo asombrado.

―Aquí está ―anunció el castaño, poniendo el recipiente desechable sobre la mesa.

―Gracias ―le dijo Emma, levantando la mirada dubitativamente. Esta vez él no sonreía, pero su expresión era jovial.

―Y... ―llamó Jamie, quien sostenía un billete en la mano―, ¿pago allá o...?

―No, no ―respondió el castaño, tomando el billete...

―¡Morris! ―escucharon los tres, volteándose hacia la caja, donde el tipo de aspecto gruñón miraba al castaño con el entrecejo fruncido.

―Es Morrison ―corrigió el aludido entre dientes, casi inaudible, pero Emma pudo entenderle perfectamente―. Voy ―le respondió en voz alta, mirando a Emma y luego a Jamie, algo apenado―. ¿Podrías... venir? ―preguntó, haciendo un gesto con la cabeza hacia la caja.

Jamie sonrió en respuesta.

―Claro.

―Buenas tardes ―se despidió de Emma.

―Igualmente ―respondió ella, tratando de imitar su sonrisa otra vez, pero capaz y volvió a parecer una mueca.

Emma los vio irse hacia la caja, sin poder evitar que sus ojos bajaran hacia el trasero del castaño, que se levantaba bajo el pantalón de tela negra. Esta vez se volteó antes que el rubio la atrapara otra vez. Y después de todo, ¿por qué le importaba si ese rubio de pacotilla la descubría? Ella no le debía nada. Podía mirar donde le diera la gana.

Se quedó sola en la mesa, mirando el desastre resultado de la tarta sobrante en su plato que parecía haber sido acribillada por un tenedor con complejo de batidor.

No podía actuar así por un chico, menos aun cuando ni siquiera conocía su nombre. Se dijo a sí misma que su reacción era solo porque nadie le había atraído en mucho tiempo, y por eso estaba actuando como la primera vez. Conclusión tras conclusión, escusa tras excusa.

―Se llama Caleb ―mencionó Jamie, tomando asiento de nuevo, con una bolsa plástica en sus manos, en la que metió el recipiente donde estaba el pie de limón.

―¿Qué?

―Ese muchacho, el que no te gusta, se llama Caleb. ―Jamie le dio una sonrisa de complicidad―. Lo averigüé por ti.

«Genial.»


Nota: No quería poner toda la nota en un solo capítulo porque hasta a mí me da flojera leerlas a veces cuando leo una novela y solo quiero ir al siguiente cap, así que dije lo más importante en la que dejé en el capítulo anterior. Solo añadiré en esta que, DOS CAPÍTULOS POR FALTA DE UNO, y por eso fue mi demora. Un saludo, y pues, pasen bien. Espero les haya gustado la escena que compusieron estos dos capítulos. <3

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