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Capítulo 25: Caleb

¿Qué mejor manera de comenzar la semana que con un nuevo cargo dentro de la cafetería?

Caleb se alegró cuando le dijeron que este día estaría a cargo de la caja, recibiendo las órdenes y facturándolas. Obviamente Cory, el gruñón, puso mala cara cuando el gerente le pidió explicarle a Caleb cómo funcionaba el sistema, a pesar de que Sara se había ofrecido a hacerlo, incluso Daisy dijo que ella podría hacerlo, pero toda muestra de gentileza fue barrida con una mirada del empleado del mes.

Cory terminó de indicarle cómo marcar la orden, cómo borrar algo si el cliente cambiaba de opinión, cómo hacer uso de los botones de descuento y cómo imprimir la factura.

―Bien ―contestó Caleb, entusiasmado. La actitud de Cory no iba a arruinarle el día―. Sencillo.

Cory levantó una ceja, en modo de advertencia.

―Gracias ―dijo Caleb, pero Cory ya se había marchado.

―Nos pasó a todos ―le dijo Daisy, llamando su atención haciendo que se voltee y le sonría.

―Me consta ―apoyó Sara por el otro lado.

―¿Qué pasa si me equivoco? ―les preguntó Caleb, imaginando que la factura se trancaría en la impresora o que marcaría mal algún producto y se estafaría él mismo.

―Solo no lo hagas ―aconsejó Daisy con una mirada de advertencia, divertida.

Caleb la vio cambiar su semblante, demasiado alegre para ser lunes por la mañana, y notó que era porque Cory estaba reingresando al área que compartirían todo el día.

―Pregúntame si necesitas ―ofreció Sara, hablando muy bajo y rápido a la vez que se alejaba también.

"Saldrá bien" se repitió varias veces mentalmente a la vez que veía los primeros clientes ingresar al lugar.

―Buenos días ―le dijo al muchacho que se paró frente a la caja, ofreciéndole una sonrisa―, ¿en qué puedo ayudarle?

Las palabras se sentían tan falsas al escucharlas. Quizás porque seguía un protocolo con el que aún no se familiarizaba del todo. Sería más fácil si les preguntara cosas más simples y directas como «¿Qué quieres?» Ó «¿Vas a pedir o no?». Pensándolo bien, eso sonaba muy tosco para ser honestos, aunque cuando las hablaba con Louis se sentía lo más normal del mundo. Entre estas y otras divagaciones, se le fue muy pronto la primera parte del día, cogiéndole por sorpresa lo rápido que llegó el almuerzo, el cual compartió con Sara, Daisy y Zac.

―¿Y qué hacías antes? ―preguntó Zac―. Digo, antes de venir aquí.

Caleb tragó el líquido que tenía en la boca y puso la botella en el suelo otra vez, tomando el sándwich de Subway que habían comprado para cada uno. No les prohibían llevar su propia comida, pero de todos modos fueron muy cuidadosos con no mostrar de más en las bolsas mientras subían a la terraza.

―Hacía encargos ―contestó Caleb. Los otros tres alzaron la mirada en una pregunta muda―. Como mensajero.

En realidad, no era así como lo hacía, pero no confiaba en esas personas como para dar detalles verídicos de su vida. Ellos le caían bien hasta cierto punto, y agradecía que fueran amables con él, incluso Zac, con el que nunca había hablado hasta este día, pero hasta ahí. Caleb no era de los que se sintieran en obligación de devolver la misma confianza que recibía.

Zac asintió, dando un bocado a su comida.

―¿Y dónde? ―preguntó Daisy.

Caleb la miró.

―Un amigo me consiguió trabajo de medio tiempo en la farmacia donde él trabaja, y yo hacía las entregas a domicilio ―respondió.

―Yo repartía el periódico ―dijo Zac.

―Yo ayudaba a papá ―comentó Sara.

―¿En qué? ―preguntó Daisy.

Caleb agradeció mentalmente que las preguntas dejaran de ser para él.

―Con balances, impuestos y esas cosas ―contestó Sara―. Trabaja en el banco ―explicó.

―Y... ―Caleb no se sentía tan seguro de preguntar, pero... ¡a la mierda!―. ¿Por qué trabajas aquí?

Las palabras sonaron un tanto duras a pesar de en que su mente eran más suaves y comunes. Debería grabarse seriamente en algún lugar visible que sus pensamientos no tendrán la misma apariencia cuando pasen por su boca hacia el exterior.

Sara miró su comida con timidez, ignorando el tono equivocado que había usado Caleb. Él se relajó un poco... solo un poco. Idiota.

―Él comenzó desde abajo ―respondió ella―. Siempre me cuenta esa historia, de cuando trabajaba de conserje para pagar la escuela... ―Caleb se identificó con la necesidad mientras veía a Sara tragar saliva―. No sé, solo... me gustaría forjar yo también mi camino.

―¿Quieres que se sienta orgulloso? ―le preguntó Zac.

Caleb bebió de la botella mientras Daisy terminaba lo que quedaba de su sándwich.

Sara asintió.

―¿Y por qué aquí? ―continuó Zac―. Es decir, no me malinterpretes. Es solo que si él te ofrece más recursos que los que él tuvo en su tiempo, tal vez lo haría sentir mejor si supiera que te está ayudando.

Sara meditó las palabras del muchacho frente a ella mientras Daisy hacía una bola la funda donde antes había estado su comida.

―Creo que sí ―apoyó Daisy―. ¿No te propuso que trabajes allá con él?

Sara bajó la mirada ante los seis ojos que estaban clavados en ella.

¿En serio ella estaba haciendo eso para enorgullecer a su padre? Caleb sintió como el estómago se le contraía en un repentino enfurecimiento que se desvaneció tan pronto como apareció. Él nunca haría algo así por su padre, o al menos eso perjuraba. No entendía por qué hacer algo que no le gustaba por alguien con quien no se llevaba bien iba a hacerlo sentir mejor. Pero entonces, al levantar la mirada, vio en Sara a Rosy, una niña pequeña que amaba a su padre, aunque no supiera cómo era él en realidad. ¿Y cómo era en realidad? Caleb no lo sabía; debía ser honesto, porque ni siquiera se interesaba por saber más del hombre que lo engendró. Simplemente había decidido sacar sus propias conclusiones de las veces que llegó borracho, o le gritó, o casi le pegó, o de esos fines de semana donde no regresó a casa hasta el lunes por la mañana en un estado que provocaba pena ajena en Caleb.

Sin embargo, si pensaba en su madre, la historia era distinta. Él recordaba cómo hubo una época en la que pensaba estudiar arquitectura, porque esa había sido el sueño que su madre no pudo cumplir. Tal vez, si él lo hacía, ella sería feliz, y él sería la razón de esa felicidad. Pero ella partió antes que él siquiera pudiera empezar.

―¿Te da miedo? ―preguntó Caleb. Sara levantó la mirada hacia él, pestañeando un par de veces.

―¿Trabajar con él?

―Decepcionarlo ―aclaró.

Sara no respondió, pero bajó la mirada. Esa era suficiente respuesta.

Caleb lo supuso, porque se había imaginado cientos de veces fracasar en esa carrera, no ser suficiente y que, en lugar de poner feliz a su madre, fuera al contrario.

De todos modos, sintió algo de envidia al notar el amor que sentía Sara por su padre, no porque él quisiera sentir el mismo por el suyo, sino porque le recordaba al que había sentido por su madre cuando estaba viva, y que aún sentía, pero que ahora, ya no tenía a quién dárselo, dejando que se acumule en su pecho hasta que doliera justo en los momentos en los que se sentía solo y los ojos empezaban a picarle mientras la visión se le empañaba antes de quedarse dormido. Pero esa parte, era una que no compartía ni siquiera con Louis.

Daisy fue la que les cortó la conversación, avisando la hora y que tendrían que bajar.

Al parecer, Zac no era tan mudo como parecía, y ya hasta se reía con más confianza, diciendo cosas graciosas a Caleb esperando que este se riera también, pero tenía que conformarse con la sonrisa del aludido nada más. Además, Caleb había descubierto que sí, efectivamente Cory casi había hecho que despidieran a Zac, y éste tuvo que rogar para poder quedarse, aunque para ello tuviera que estar bajo la vigilancia estricta del gruñón. Y, por si fuera poco, se enteró que Zac tenía un hijo, un varón de seis años. Caleb se asombró más que nada porque Zac parecía tener su misma edad, así que prefirió no preguntar la edad a la que lo tuvo.

―Hora de trabajar ―le dijo Zac, parándose a su lado.

―Ya toca ―contestó.

Zac le dio una sonrisa antes de coger el trapeador y caminar rumbo a los baños. Por lo visto Cory designaba sus tareas, y parecía disfrutar haciéndolo.

Caleb repitió sus líneas preparadas: saludo, pregunta, sonrisa. No había tantos clientes este día, y esa era una de las razones por las que habían subido los cuatro a almorzar a la vez, dejando solos a Cory y la otra morena, sorprendiéndose todos de que el gruñón no se opusiera.

El cliente que no se esperaba este día era aquel bulloso rubio que estaba parado frente a él con una sonrisa de oreja a oreja.

―Quiero un latte helado ―pidió Louis, con la misma sonrisa―. Y unos deditos de queso. Tenga. ―Esta última palabra la dijo como un niño mientras extendía el dinero con una mano.

―Louis ―le dijo Caleb, tomando el billete y marcando la orden en la máquina―. ¿Qué haces aquí?

El rubio rodó los ojos.

―Vine a nadar. ¿Dónde me cambio?

Caleb sonrió, inevitablemente. Susurrando la palabra "idiota".

―Cállate ―murmuró Louis, mirando a ambos lados, como si se cerciorara que nadie los viera―. Aquí no nos conocemos ―le dijo, y se puso sus gafas, carraspeando―. Y por favor, que sea rápido ―demandó en voz alta. Luego se bajó un poco las gafas del lado derecho y le dio un guiño.

Caleb quiso decirle que estaba loco y que era un pendejo, pero Cory se acercó, con su libreta, en la que alcanzó a distinguir varias cosas escritas, y rogó que nada de eso tuviera que ver con él. Le dio la factura a Louis tan pronto como pudo, viendo que la cola empezaba a alargarse un poco.

Luego de que Daisy le entregara su orden a Louis en la mesa, Caleb tuvo un pequeño problema, ya que la máquina registraba la orden, pero las facturas no salían.

―Espera aquí ―le pidió Sara en voz bajita, halándolo por el codo hacia ella mientras Cory revisaba la impresora.

―Quiero ver cómo la arregla ―respondió él en igual tono. No quería recurrir a Cory por tal motivo otra vez si es que era algo que él también podía solucionar.

Se acercó sigilosamente, estudiando cada movimiento que hacía el gruñón, removiendo piezas externas y recolocando el rollo de papel otra vez en su sitio. Sin embargo, no pudo prestar más atención a lo que Cory hacía; no porque éste le mirara reprobatoriamente o algo, sino por el cliente, o mejor dicho la clienta que estaba del otro lado del mostrador. Él ni siquiera se dio cuenta de que había entrado al lugar.

Pero la recordaba. Recordaba ese cabello, esas facciones, y aunque ahora no llevaba gafas, él sabía que era ella. La chica con la que se chocó el domingo de la semana pasada. Sus ojos eran mieles, dueños de una dulce mirada que estaba fija en él ahora. Desechó de inmediato la imagen que había puesto en su mente donde le ponía ojos azules, y, para su sorpresa, se deleitó con el verdadero color de ojos que ella tenía.

En su mente él sonreía, coqueto instintivamente, pero por fuera lo que se veía era algo parecido a una mueca, como si se le hubiese entumecido el labio superior, ahorcando la sonrisa que él planeaba dar.

A ella el cabello negro le caía sobre los hombros y debajo de sus brazos llevaba las muletas. Ese era el otro detalle que le ayudó a reconocerla.

Un chasquido lo devolvió a la realidad, donde Cory lo miraba, molesto. Mierda. ¿Le había dicho algo?

―Ya está ―dijo el gruñón―. No lo arruines ―le dijo casi al oído.

Caleb lo vio irse hacia la puerta, escribiendo algo en su libreta rápidamente antes de bajarla y guardarla en su bolsillo. Podría apostar que escribía todos los insultos que no podía decir en voz alta.

―Buenos días ―dijo Caleb automáticamente a la muchacha frente a él. Aunque ella tenía la piel un poco pálida, él pudo ver que no era la palidez de una piel lechosa, sino la de alguien que tuvo un rico bronceado en algún momento, pero había pasado mucho tiempo alejado del sol. Seguro si se decidía a tostarse al sol... ―. ¿Puedo... ayudarla en algo? ―balbuceó.

―Bueno ―respondió ella. El sonido de su voz reconectó el momento con el recuerdo de aquel domingo cuando se disculpó con ella y esta le respondió que estaba bien―, primero, buenas tardes... ―Caleb la vio mirar hacia los ventanales. Afuera la luz natural empezaba a ser reemplazada poco a poco por la luz artificial. ¿Qué hora era, de todos modos?

―Lo siento ―habló apresurado, sonriendo―. Aquí adentro el tiempo parece no avanzar.

Ella le devolvió una media sonrisa, y él se sintió tonto de inmediato. ¿Por qué hizo ese comentario tan ridículo? ¿Acaso pensó que era gracioso? ¡Idiota!

―Segundo ―continuó ella―, dame un moccaccino y una porción de tarta de manzana.

―Ah... ―Caleb vio dentro de la vitrina a su lado y comprobó su pensamiento―. No tenemos tarta, ahora, pero sale en un momento, por si gusta esperar.

Él probablemente no era consciente de que su respuesta salió con sabor a disculpa y súplica. Sin embargo, no parecía importarle.

―¿Qué tanto? ―preguntó ella, con una leve mueca.

―Unos diez o quince minutos ―contestó Caleb, mirando detrás de él hacia la pared que sobresalía en medio de la cocina y detrás de la cual estaba arrimado un horno individual. Se volteó hacia la clienta y le sonrió―. Sí, eso... más o menos.

Ella alzó la ceja pero asintió.

―Entonces, ¿nada más?

Ella se volteó, y antes de que Caleb pudiera despegarle la mirada, ya había otro chico parado a su lado, lo que extrañamente le removió algo en el estómago. Él tenía el pelo rubio, pero oscuro, y llevaba gafas. Aquel chico la agarró por la cintura y luego le susurró algo al oído, haciéndola sonreír.

Caleb bajó la mirada. De pronto se sintió tonto, sin embargo, no iba a quedarse con la duda.

―Y, su novio, ¿qué va a pedir?

Caleb los vio intercambiar una mirada luego de que el rubio se quitara las gafas para que ambos terminaran compartiendo una risita. Tenían el mismo color de ojos, lo que le dio un rayo de esperanza.

―Somos hermanos ―aclaró ella.

Y Caleb volvió a sonreír.

―Claro...

Luego de que ellos pidieran, Caleb escuchó un gritó ahogado detrás de él. Por lo visto Sara los conocía, porque ella les saludó y ellos le devolvieron el gesto gustosamente.

―¿Su nombre? ―le preguntó a ella directamente, ignorando a Sara detrás. Por su bien, esperaba que Cory no la viera.

―No me trates de usted ―contestó ella―, me haces sentir vieja.

Caleb sonrió.

―Lo siento ―bajó la mirada y la levantó de nuevo―. ¿Tu nombre?

―Emma ―respondió, dándole una pequeña sonrisa.

Caleb escribió el nombre en la orden y le entregó la factura larga a Emma.

―Cuando esté listo, se... ―Caleb se detuvo―. te lo llevo a la mesa.

Ella asintió, aunque no parecía muy convencida, o quizás estaba extrañada por la actitud de Caleb.

La siguió con mirada hasta que se sentó en una mesa cerca de donde comenzaba el ventanal. Notó que ya no llevaba el yeso, pero tenía una gasa pequeña cubriéndole alguna herida ―quizás, porque si no qué más― en la pierna.

De hecho, esa era información irrelevante ahora. Cuando se fijó, vio a Louis, quien lo miraba como si le preguntara «¿Pasa algo?»; tal vez se debía al hecho de que estaba sonriendo, porque sentía sus labios estirados, no tanto, pero suficiente como para considerarse una sonrisa, una pequeña, una vergonzosamente disimulada.

Lo único que Caleb quería ahora, para su propia confusión, era que esa tarta saliera rápido para entregarla él personalmente a la chica que la había ordenado, la cual lo miraba desde la mesa, haciendo que la sonrisa disimulada en sus labios se estirara un poco más en una silenciosa respuesta.


Querido lector, quiero agradecerte por tomarte el tiempo para leer mi novela, por tu paciencia para esperar por las actualizaciones y por tu amabilidad a la hora de comentar o simplemente por votar. :)

Otro encuentro de nuestros protagonistas, ¿cómo seguirá todo? :D


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