Capítulo 20: Emma
Era miércoles, lo que significaba que el día tan ansiado había llegado. La cita ya había sido planeada la última vez que la habían chequeado los médicos y habían concluido que el yeso había estado haciendo su trabajo.
―¿Estás nerviosa? ―le preguntó Becca, de pie a su lado en la sala de urgencias, mientras esperaban que las recibiera el doctor que se lo quitaría.
―Algo ―suspiró.
El olor a desinfectante y a alcohol le traía viejos recuerdos, aunque no había pasado tanto tiempo en realidad desde que había estado en una habitación, del mismo hospital, y con la misma combinación de olores. Las voces de las enfermeras resoban por los pasillos a través de los altavoces y los camilleros pasaban ―a veces caminando, a veces corriendo― frente a ellas solo aumentando su nerviosismo.
―Iré por un café ―le avisó su amiga, y observándola como si esperara permiso. Emma asintió. Seguro solo estaba preocupada de dejarla sola. Pero estaba en un hospital, en una camilla y con muchas enfermeras y doctores yendo y viniendo, así que no había riesgo, o eso quiso creer―. Te traeré uno.
―Mejor agua.
―Okey. Ya vuelvo ―se volteó Becca, caminando hacia la cortina para correrla y repetir su acción cuando estuvo del otro lado.
El día lunes habían quedado en ir a la cafetería, pero no contaron con que al amanecer del martes Emma recibiera el día con algo de fiebre. No resultó ser la gran cosa, pero Stella quiso prevenir. Becca había aparecido por su casa pasada la hora del almuerzo y fue donde Emma le pidió que la acompañara al hospital al día siguiente. No habían hecho más que ver películas y hablar una que otra cosa trivial. Becca se había callado cuando Emma le preguntó de la Academia, y ésta no quiso insistir en el tema para no poner a su amiga en una situación algo incómoda. Era obvio que Becca aún no sabía cómo manejar la situación, al no estar enterada de mucho. Se suponía que era su mejor amiga, pero Emma la había excluido por semanas de su vida, obligando a Becca a atenerse a lo poco que conocía o se enteraba de su estado médico y emocional.
El ambiente en la casa solo se había aliviado un poco cuando comenzaron a hablar de la compañía que Stella había pedido para Emma por las tardes, para que no se quedara sola, y Becca se había ofrecido. A la final no fue, nadie fue, y dudaba que ahora la necesitara, teniendo a Jamie en casa todo el día y ya ―probablemente― sin el yeso, para poder moverse libremente por la casa. De todos modos, Emma sabía que Stella no se iba a quedar tranquila, y en algún momento, algo se le iba a ocurrir para someter a su hija con el fin de tenerla vigilada, y así evitar alguna calamidad.
Un hombre con uniforme azul y bata blanca corrió la cortina, ignorando el susto leve que le causó al agarrarla desprevenida, acercándose de manera decidida y alegre. Su cabello negro peinado hacia atrás parecía hacer juego con su sonrisa compuesta de una hilera de perlados y bien ubicados dientes.
―Hola ―saludó él―. ¿Emma Dotson?
La aludida asintió.
Él le dio una jovial sonrisa mientras se volteaba para ir a correr la cortina y aislarlos del resto de esa pequeña área del hospital.
―¿Te ha molestado? ―preguntó él, regresando a coger el tablero con que el que había llegado―. El yeso ―especificó.
Emma negó.
―Veo que no hablas mucho. ―El doctor le dio una sonrisa―. Me llamo Alex. Puedes decirme Doctor Alex ―bromeó.
―Doctor Alex ―repitió Emma, casi sonriendo.
No lo podía negar; el tipo inspiraba confianza. Pero se recordó a sí misma que él solo estaba haciendo su trabajo, lo que incluía hacer sentir al paciente lo más cómodo posible ante su presencia.
―¿Va a doler? ―preguntó Emma.
El Doctor Alex sonrió, negando con la cabeza.
―No. Solo sentirás un ronroneo en esa parte ―señaló la rodilla de Emma con el bolígrafo en su mano―, y luego algo de frío. Pero nada más.
Emma dejó que él le tomara la presión y revisara los latidos de su corazón, algo que dijo, solo era rutinario. Nada importante, añadió, cuando dijo que todo estaba bien.
―Y... ―Emma miró a sus compañeras de madera que la habían seguido más de un mes, convirtiéndose en dos extremidades más―. ¿Seguiré usándolas?
El Doctor Alex siguió su mirada.
―¿Las muletas?
―Sí.
―Eso sí. Solo por un mes y medio o dos, ya tres a lo mucho... Dependiendo de tu progreso. ―Emma no pudo evitar sentir algo de decepción al escuchar aquello. El Doctor Alex le sonrió de nuevo―. Pero no te preocupes, el primer mes es netamente médico, para que tu pierna se reajuste y se termine de recuperar para aguantar tu peso. Luego, es psicológico; varios pacientes tienen miedo de dejarlas porque suelen pensar que, aunque haya pasado mucho tiempo después del retiro del yeso, aún podrían romperse algo si se afianzan como antes.
Emma alzó una ceja, sintiéndose algo tonta por preguntar.
―¿Se me puede romper algo?
El Doctor Alex revisó las hojas en el tablero.
―Dislocación de la rótula ―dijo él, sin mirarla―. Pues ―levantó la mirada―, en estos casos el yeso solo reacomodó tus huesos. Ahora estará en ti el cuidarte de no dar movimientos bruscos, al menos no por un tiempo, ayudándote con las muletas. Tu cuerpo te irá diciendo por sí solo de tu avance, y las muletas las dejarás por decisión propia. Ya verás ―guiñó.
Emma asintió. De haber venido Stella con ella, de seguro la lista de preguntas continuaría.
La cortina se corrió detrás del doctor, mostrando a Becca, quien traía consigo un vaso blanco hermético, una botella de agua, y una expresión de sorpresa en su rostro.
―Buenos días ―saludó Becca, reprimiendo una sonrisa.
―Hola ―respondió el doctor―, buenos días. ¿Familiar?
Becca pareció no escuchar.
―¿Familiar, de Emma?
―Ah, no, sí... No. Somos amigas ―habló muy rápido, haciendo que tanto Emma como el Doctor Alex sonrieran por inercia.
Becca caminó hacia el otro lado de la camilla, haciéndole un gesto extraño con los ojos a Emma.
―Bien ―avisó el doctor, igual de sonriente que cuando había llegado―, ya regreso. No se vayan ―agregó, divertido, como si ellas fueran unas niñas pequeñas.
―Qué bello ―comentó Becca tan pronto la cortina volvió a cubrirlas del exterior.
Emma soltó una risita.
―Sabía que dirías eso.
―Es que... ―Becca echó la cabeza hacia atrás dramáticamente. Ese gesto solo se lo había visto a Penny, quizás se le pegó sin darse cuenta―. Es muy lindo. Y esa voz...
Emma la miró, divertida, con el ceño fruncido insegura de querer la respuesta a la pregunta que estaba por hacer.
―¿Qué tiene su voz?
Becca la miró fijamente.
―Que es gruesa, y excitante.
―Okey ―respondió Emma, volteando la cabeza y levantando las manos en señal de basta―. No preguntaré más.
Escuchó a Becca reírse, mientras veía la cortina moverse otra vez, dejando ver al Doctor Alex, esta vez concentrado, como si tuviera algo en su mente. Cuando sus ojos encontraron los de Emma, sonrió, de esas sonrisas que te calman.
―Bien ―le dijo él―, empecemos.
Emma estudió el artefacto plateado, una vara que terminaba en una pequeña rueda con puntas, como una sierra diminuta redonda, la cual empezó a girar tan rápidamente que generaba un zumbido.
El Doctor Alex apagó el objeto y luego se dirigió a ella, estudiando su posición sobre la camilla.
―¿Puedes ayudarla? ―le preguntó a Becca, la cual, asintió gustosamente―. Aquí, más acá.
Emma tuvo que recostarse una vez estuvo ubicada un poco más al borde. Decidió mirar al techo una vez que el Doctor Alex le pidió a Becca alejarse un poco, aunque aún sostenía la mano de su amiga.
Por encima del ruido de la sala de emergencias en la mañana, se escuchó el zumbido ocasionado al colisionar el metal con el yeso. Emma enfocó su visión en la lámpara sobre ellos, sintiendo la presión en su rodilla irse liberando poco a poco, trazando un camino desde su muslo hacia abajo.
Un momento después, el Doctor Alex levantó con cuidado su pierna, haciendo que, instintivamente, flexione un poco la rodilla luego de mucho tiempo. El movimiento se sintió ajeno mientras el yeso era deslizado por debajo de su extremidad, la cual fue acomodada nuevamente sobre la superficie acolchonada.
―¿Te dolió? ―preguntó el Doctor Alex, como si ya conociera la respuesta pero quisiera oírla de todos modos.
―No.
Emma no la vio, pero podía imaginar la sonrisa embobada en el rostro de Becca cuando el médico frente a ella sonrió ladinamente.
―Te lo dije.
No. No lo había dicho, pero, al igual que antes, quizás solo seguía un protocolo a la hora de tratar clientes.
Ya limpia su pierna, se sintió extraño cuando estuvo sentada al borde de la camilla. No podía apartar los ojos de su rodilla doblada, más que nada por lo pálida que se veía, aun cuando se había removido los restos del yeso.
―Parte de los músculos ―mencionó el Doctor Alex, señalando con la punta de su bolígrafo la parte inferior del muslo y la parte superior de la pantorrilla―, están un poco flácidas por la falta de ejercicio. Así que sentirás esa zona un tantito aguada cuando camines, como si te colgara; es completamente normal.
―¿Dolerá? ―preguntó Emma antes de que siquiera pudiera analizar su pregunta―. Es decir, en algún momento...
―Mmm... Puede ser, alguna que otra molestia. Te recomiendo que uses las muletas para todo durante estas primeras semanas. ―El doctor cogió el yeso y lo arrojó a un pequeño tacho de basura de plástico en una esquina―. Ahora, sin tener impedimento, por inercia flexionarás más la pierna, lo que sí se te podría causar algo de molestia en la herida. ―Emma vio la gasa que cubría sus puntadas―. ¿Te dieron algún medicamento para el dolor?
Emma buscó en su mente entre las tantas pastillas que Stella le había llevado con cada comida. No recordaba específicamente el nombre o la función de alguna.
―Bueno ―se rió el doctor―, te recetaré esta y la tomas sólo en caso de que sientas dolor.
Emma asintió tomando el papel que él le tendió.
―Y ¿ya no debe volver? ―preguntó Becca de repente.
El doctor la miró, extrañado, igual que Emma.
―Pues... No creo, a decir verdad. ―Miró a Emma―. Aunque habrá que quitarte esos puntos y...
―¿Lo hará usted?
El Doctor Alex volvió a mirar a Becca, pero esta vez con un deje divertido que hizo que la muchacha se sonrojara. Emma sonrió para sí misma por la escenita que atestiguaba.
―Es que... ―trató de excusarse Becca. Emma se interesó por lo que diría―. Como la atendió bien, pensé que sería bueno tratar con alguien de... confianza.
Emma pudo escuchar cómo Becca tragó saliva al finalizar su excusa, y sabía que se debía a la sonrisa que se expandió en el rostro del médico.
―Bueno ―le dijo él a Emma―, en ese caso, cuando vengas, puedes preguntar por mí. ―Le extendió la mano con una tarjeta que sacó del bolsillo de su bata―. Aunque no es muy complicado y una enfermera lo puede hacer sin ningún problema, que es como normalmente se procede.
Emma oyó el suspiro de Becca. A estas alturas se atrevió a pensar que ya Becca no se daba cuenta de si era obvia o no.
―Gracias ―contestó ella, volviendo a mirar su rodilla, y atreviéndose a balancear ligeramente su pie de atrás hacia adelante―. Se siente extraño ―dijo.
―Puedes permanecer aquí un momento ―le ofreció el Doctor Alex, sonriente. Emma lo llamaría Doctor Sonrisas, pero se lo guardó en su mente―, hasta que te sientas cómoda. Fue un placer ―acarició su hombro―. Se ve que eres una muchacha fuerte.
Emma se tragó una risita. Muchacha fuerte...
―Que tengan buen día ―se despidió él, tendiéndole la mano a Becca, quien pareció deleitarse con el breve contacto. El Doctor Alex caminó para irse y se volteó una última vez hacia ella―. Por cierto, cuando se vayan, dejen abierto ―les indicó, señalando la cortina. Las chicas asintieron diciendo que estaba bien―. Bien. Cuídense.
Y se fue, pasando por debajo de la cortina y dejándolas solas.
―Y me imagino que crees que no se dio cuenta de la baba que se te rodaba ―dijo Emma, sonriendo.
―¿Qué? ―Becca abrió los ojos como platos―. No me digas que...
―¿En serio no te diste cuenta?
―¡No! ―chilló Becca, escondiendo su rostro tras sus manos―. Qué horror. Qué pensará de mí...
―Que se te caía la baba por él.
―Calla ―Becca rodó los ojos.
Emma se rió, sintiendo el golpe de nostalgia al rememorar aquellos días cuando pasaba así con Becca. No había sido hacía mucho en realidad, pero había cambiado tanto su vida en un mes. Lo que también la golpeó, fue la idea de poder volver a bailar. Se esforzaba por acallar esa voz en el fondo de su mente, pero ver su pierna libre del yeso, prácticamente la liberó. Ahora le quedaban las puntadas, y luego de eso, solo quedaría la cicatriz recordándole todo.
―Y bien ―habló Becca, ayudándola a bajarse de la camilla, ofreciéndose como apoyo―, ¿vas a contarme de una vez cómo es que te pintaste el pelo?
Dejaron el hospital entre risas, tocando temas como el pelo de Emma y el Doctor Alex, aunque eso no impedía que apareciera la preocupación que sentían las dos con cada paso que Emma daba. Trataba de no doblar la rodilla, pero como le había dicho el Doctor Alex, pasaba instintivamente al no tener nada que se lo impidiera, y le daba miedo, lo que la llevaba a pensar en lo otro que el médico le había dicho, lo de la parte psicológica. Pero era normal. Sin embargo, cuando se subieron al auto de Becca, volvió a sentarse en la misma posición en la que ocupaba todo el asiento trasero, insegura aún. Pero no había prisa, eso le había dicho Becca; pasito a pasito se llega a la meta.
Se imaginaba que tendría una cicatriz porque, de hecho, sí que latendría, y eso casi no le afectaba. Nunca había sido tan superficial, aunque nonegaba que si la cicatriz fuera en su rostro, tal vez no le restaríaimportancia como lo hacía con la pierna. De todos modos, lo que la calmaba eratener la certeza de que el tiempo cura todas las heridas... por lo menos lasfísicas.
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