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Capítulo 2: Caleb

Caleb detestaba esperar. El día que la paciencia fue repartida para cada uno de nosotros, él obviamente se cansó de esperar y se fue. Sin embargo, Rosy estaba en el primer año de escuela, y él era el único disponible para ir por ella, así que tenía que poner el culo en la vereda, jugar con su celular y esperar a que su hermana se asomara a través de las grandes puertas negras de la institución a la cual él también perteneció en algún momento del pasado.

A las doce y media, la dichosa puerta se abrió y una mujer con el pelo recogido en una bola, recibió a los padres con una sonrisa. Caleb se acercó, esperando que se fueran algunos, como siempre hacía. Alcanzaba a ver la fila de niños bulliciosos y ansiosos por irse a sus casas. Casi al final estaba su hermana, quien, al verlo, no pudo evitar soltar un chillido de alegría, haciendo que Caleb perdiera la seriedad que dominaba su rostro y sonriera.

―Hey ―Caleb se dio vuelta para ver a una mujer mayor que le sonreía. La reconoció como la mujer que impartió clases para su salón cuando ella era mucho más joven y él un niño―. Hola ―dijo ella, con algo de sorpresa mezclada con emoción.

―Hey ―le saludó con un beso en la mejilla, devolviéndole la sonrisa―. ¿Cómo está?

―Yo bien. Qué grande estás ―comentó ella.

―El tiempo pasa.

―Dímelo a mí.

Ambos compartieron una risa breve, antes de que la expresión en el rostro de la maestra se pusiera un poco seria.

―Siento mucho lo de tu mamá.

Y eso era lo que él se sabía que le diría, pero ya lo había superado... Tal vez.

―Gracias.

Quizás ella pensó que lo más correcto era ponerse seria para darle un pésame muy tardío, porque luego de hacerlo volvió a sonreír normalmente.

―Y ¿qué has hecho? ¿Sigues estudiando?

Las típicas preguntas de un profesor de colegio, pensó Caleb.

Aquella institución funcionaba como primaria y secundaria, lo que a su familia le servía bastante considerando que el gasto era también reducido en comparación con colegios particulares.

―No... ―decidió ser honesto, total, ya no se la volvería a topar; nunca pasaba―. Comencé a trabajar y pues... Ahora está en veremos.

―Entiendo ―¿Lo hacía?―. Pero deberías intentarlo. Habrá muchas más oportunidades si...

Caleb se desconectó un rato de la conversación cuando Rosy salió y se impactó contra él, rodeándolo con sus pequeños brazos. Él la levantó y besó su mejilla.

―Pero ya llegará el momento ―continuó la maestra.

―Eso espero ―respondió Caleb automáticamente, sonriendo―. Bueno, tengo que irme. Fue un gusto verla, Profe.

Mentira.

―Igual, muchacho ―ella volvió a sorprenderse―. De verdad que has crecido bastante. Ya traes hasta barba ―ella se rió. Caleb la imitó, no podía hacer otra cosa.

―Adiós ―le dijo él.

La maestra sonrió, diciéndole un "hasta luego" y metiéndose a la institución.

―Bien ―le dijo Caleb a Rosy, bajándola directo a la moto―. Ya sabes qué hacer, ¿cierto? ―Mientras le acariciaba la mejilla, la niña asintió.

―¿Y ya está la comida? ―preguntó ella.

―Sí... ―Caleb, miró a ambos extremos de la calle―. Y es la que más te gusta.

Caleb se subió a la moto con Rosy emocionada a sus espaldas. Saliendo del parqueadero, impulsaba la moto con los pies y miraba la calle de arriba abajo a cada instante. La moto era de Louis, lo que le exigía tener aún más cuidado.

―Sujétate duro ―ordenó suavemente.

―Ya.

La niña extendió sus brazos alrededor del estómago de Caleb, tocándose apenas las puntas de sus dedos.

―De igual nos vamos despacio, ¿okey? ―aseguró él, antes de ponerse el casco y encender la moto, sintiendo a Rosy asentir en su espalda.

Cuando llegaron a la casa, Louis los esperaba sentado en el escalón de la entrada.

―Pensé que te habías ido a dar la vuelta olímpica ―refunfuñó el rubio apenas los hermanos aparcaron.

―Deja el drama.

―Hola, dulce Rose ―saludó a la niña, bajándola de la moto para ayudar a Caleb. Ella le besó la mejilla―. ¿Dónde dejaste a Jack?

Caleb sonrió.

Rosy no supo qué responder, igual que siempre. Ella no entendía la broma que hacía referencia a la película Titanic.

―¿No está? ―preguntó Caleb a Louis, señalando con la barbilla a la casa detrás de él, mientras colocaba candado a la moto.

Louis negó.

―¿Crees que estaría mendigando aquí afuera si estuviera él para abrirme la puerta?

Caleb sonrió. ―De hecho, sí.

―De hecho, tienes razón.

Los tres entraron a la casa, siendo recibidos por el calor encerrado en ella. Louis, como Juan por su casa, recorrió la sala, abriendo el par de ventanas que daban a la frentera y la de la cocina. No era muy grande, así que el ambiente se enfrió rápido.

―Te hace falta un aire ―le dijo Louis―. Tengo mucho calor.

―Disculpe, su alteza. Lo siento por no cagar plata.

Louis entrecerró los ojos, visiblemente ofendido.

―Qué grosero... Yo te doy ideas y tú me tratas así.

―No necesito ideas, necesito plata.

―¡Comida! ―intervino Rosy, irrumpiendo en la sala luego de haberse lavado las manos.

―¡Comida! ―sonrió Louis, sentándose junto a Rosemary con cara de niño emocionado.

Caleb rodó los ojos. ¿Qué más podía hacer? Normalmente se enojaría por el atrevimiento de alguna persona con esa magnitud, pero el ser amigo con Louis desde que iban a la escuela, como que les daba el derecho de abusar así el uno del otro.

―A veces ―dijo Caleb desde la cocina, saliendo hacia el comedor con un plato de comida, el de Rosy―, creo que no te quieren en tu casa.

Louis se levantó para seguir a su amigo de vuelta a la cocina.

―A mí me aman a donde yo vaya, no puedo evitarlo.

Caleb se rió.

―Está bien. Si te gusta mentirte, quién soy yo para evitarlo.

Louis bufó.

―Men, por cierto, ¿qué pasó con la moto? ¿Fuiste?

Caleb levantó la mirada del plato que servía hacia la pared frente a él un par de segundos para luego seguir en lo que estaba.

―¿Para qué? ―respondió. No le gustaba hablar de ese tema.

―Cómo que para qué. Porque es tuya pues.

Caleb le entregó el plato y cogió el suyo, dejando a Louis solo en la cocina.

Louis se sentó frente a él en la mesa unos segundos después.

―Es que creo que deberías ir a retirarla.

―Está en el patio de la policía, sacarla es un trámite pfff... Además, ya está dañada. Tú no la viste. Dudo que sirva de algo.

―Pero puede que tenga arreglo.

―Pero eso necesita plata.

―O puedes vender lo que aún sirva.

Caleb pensó un momento, luego negó con la cabeza.

―Mira ―continuó Louis―, si ya no valiera, se la habrían llevado al chatarrero, ¿no te parece?

Tenía razón. Pero Caleb no quería ir, no quería verla. Dios, había pasado apenas un mes y algo más del accidente. Aún le daba pavor subirse a la moto de Louis para ir por Rosy a la escuela, y eso que recién esta semana había decidido hacerlo. Porque, según él, ya lo había superado.

La cicatriz reciente en su pantorrilla comenzó a arder en su mente. Sabía que era más psicológico, pero el recuerdo era real. Como la partida de Margaret, su madre; algo que Louis no mencionaba, y Caleb lo agradecía.

―No ―dijo―. Ya fue. Olvídalo.

Louis podía leerlo como nadie más hacía. Era una de las desventajas de tener amigos tan cercanos como lo era el rubio para él. A Caleb le daba vergüenza admitir que tenía miedo, o que le dolía el recuerdo, que a veces se asustaba en la calle cuando las luces de algún vehículo lo impactaban, pero sabía que Louis notaba todo eso, porque cada vez que se ponía tenso por algo, él solo se quedaba en silencio y trataba de cambiar de tema o hacer bromas.

Mientras comían en silencio, Caleb se preguntó vagamente lo que pudo haber pasado con la otra chica. Aquella con la que se accidentó. Desde ese día, este pensamiento tampoco abandonaba su mente. Aparecía en momentos inoportunos e inesperados, acaparando su atención al dejar a su mente trabajar en conclusiones que, posiblemente, no tenían ningún sentido. 

Tuvo suerte de no irse detenido aquel día, aunque la familia de la muchacha lo quería tras las rejas, o eso había oído de las enfermeras. Eso hubiera sido lo último que le pudo haber pasado, teniendo en cuenta el estado devastado en el que estaba por la reciente muerte de su madre, por los golpes en el cuerpo y la policía pendiente de él para cada procedimiento. Afortunadamente, tampoco tuvo que quedarse mucho más que una noche en el hospital, por cuidados más que nada, ya que algunos testigos habían declarado el fallo que vieron en los semáforos y, luego de que la policía lo corroborara que era cierto, lo habían dejado solo con su padre y su hermana menor.

Pero la familia de la muchacha no escuchaba razones. Lo último que Caleb supo fue que no pondrían la demanda. Sin embargo, antes de irse a casa la tarde del día siguiente, con ayuda de una enfermera que lo había atendido pudo acercarse a la habitación de esa chica, siendo impulsado por el sentimiento de culpa. Aunque no la veía bien, podía decir que era guapa. No pudo quedarse mucho tiempo, ya que era algo contra las reglas y el hermano de la fémina andaba por ahí cerca. Mientras se iba, se la había imaginado arrojándole cosas, culpándolo del yeso que ella tenía en la pierna. Y, efectivamente, esa imagen que se llevó de ella, irrumpía en sus sueños constantemente, intranquilizándolo más y más.

―Terminé ―anunció la pequeña Rosy, sacando a Caleb del desvarío de sus pensamientos.

―¿Estás con nosotros? ―le preguntó Louis―. Houston llamando a Caleb. Orden de aterrizaje aceptada. Repito: Aceptada.

Caleb rodó los ojos.

―Si tu trabajo fuera contar chistes...

Louis fingió ofenderse.

―Si no fueras un calamardo amargado pero sin la narizota y con solo dos patas, apreciarías mi talento de comediante que muchos quisieran presenciar de gratis.

Rosy no pudo evitar reírse.

―Ya ves ―aprovechó Louis―: Ella sí sabe apreciar mi talento.

―Mejor cállate ―dijo Caleb, levantándose de la mesa.

Quiso tomar el plato de Louis, pero éste se lo impidió.

―Aunque me trates como el culo, yo te ayudo, hermano.

Caleb sonrió. Siendo honesto, tenía que admitir que Louis ponía algo de emoción a esa casa, porque si fuera por él mismo, su casa parecería una funeraria. Y no quería eso para Rosy.

Después de lavar los platos, Caleb le concedió a su hermana irse a jugar a su habitación con la condición que luego bajara para ayudarle con la tarea.

―¿Qué tal el trabajo? ―le preguntó a Caleb a Louis cuando se sentaron frente a la televisión.

―Ahí ―contestó.

A Caleb no le gustaba tener que trabajar con su padre en el taller, pero perder la moto le había quitado la oportunidad de seguir trabajando en la farmacia. Ellos se disculparon por no tener una vacante para él en algún otro cargo, y quedaron en llamarlo si algo aparecía, pero él sabía que eso no pasaría.

―Hablé con un amigo ―le dijo Louis―, que trabaja en la bolsa de empleos. Le entregué tu currículo.

Caleb frunció el ceño y lo miró, sorprendido.

―¿De dónde sacaste mi currículo?

―Te hice uno, perro. Conozco tu información... Y bueno, una que otra cosa inventada. Pero el punto es que no revisan bien esas cosas hasta que te dan el trabajo. ―Louis miró al techo, inseguro―. O eso creo.

―¿Es en serio? ―se sorprendió Caleb, soltando una risita―. Me das miedo.

―Sí, bueno...  Entonces eso quiere decir que no hubieses aceptado que te prostituyera.

Caleb se rió de nuevo.

―Estás loco.

―Oye, idiota, estoy dándote ideas.

―El vender mi cuerpo como si vendiera carne de pollo no es que lo considere una muy buena idea que digamos. Tampoco estoy tan desesperado.

―Sí, pero te daría más plata que ahora.

De hecho, era cierto. En el taller casi no ganaba nada para él. Era como trabajar con su padre para mantener la casa y a los tres, nada más. Si quería algo para él, tendría que esperar mucho tiempo para conseguirlo. Y solo llevaba semana y media laborando con él.

―Por ahora es lo que hay ―expresó Caleb con algo de pesar.

Agradecía que Louis se preocupara, pero no quería que dejara de lado sus cosas por estar pendiente de él. Ya bastante había hecho consiguiéndole trabajo de medio tiempo como repartidor en la farmacia donde trabajaba.

―Bueno ―siguió Louis, levantándose del sofá―, de igual no perdemos nada con intentar. ― Guiñó con un chasquido.

 Caleb suspiró.

―Veamos qué tal entonces.

Louis sonrió, y luego se puso la mano en el pecho, como si se preparara para cantar el himno nacional. 

 ―Laastima que terminó, la visita de hoy... Pronto volveré yo con, más diversiones... ―Cantó Louis, haciendo sonreír a Caleb―. Louis, Louis, es el rey...

Caleb le arrojó un cojín soltando una risa.

 ―¿Te acuerdas esa vez cuando cantamos eso frente al televisor? ―recordó Louis con una risa―. Maldito Porky y su show.

―Omitamos esa parte de nuestras vidas ―demandó Caleb, aún riéndose.

―Bueno, me voy ―avisó Louis, caminando hacia la puerta. Seguía trabajando en la farmacia en el centro de la ciudad, y estudiaba por las noches, pero estaba de vacaciones por estos días, lo que le permitía efectuar ese horario. 

―¿Hasta cuándo tendrás ese turno?

Louis hizo un mohín. El que le cambiaran el turno, hacía que él se tuviera que quedar a dormir allí.

―No lo sé. Yo soy solo un empleado, y me toca.

―¿Por qué no le dices a tu amigo que te busque un empleo también?

―Porque tú lo necesitas más ―dijo Louis en la puerta, colocando una mano en el hombro de Caleb y haciendo pestañitas―. Además, la paga es buena en la farmacia. Eso me sirve, por ahora.

Caleb sonrió de medio lado.

―Te prenderé un velita ―le dijo―, San Lucho.

―Qué gracioso ―Louis achinó los ojos mientras Caleb le entregaba las llaves. Odiaba ese sobrenombre, y Caleb lo aprovechaba―. Cabrón.

―De nada ―mencionó Louis con sarcasmo, saliendo directo a la moto, sacándola a la calle y poniéndose el casco.

―¡Gracias! ―gritó Caleb desde la puerta, sonriendo divertido.

Louis le mostró el dedo de en medio antes de salir rumbo a su casa con el motor haciendo ruido, mientras Caleb entraba de nuevo a la casa, pensando que tenía que esperar a su padre para abrir el taller y ponerse a trabajar juntos. Se descubrió a sí mismo deseando, para sus adentros, que el otro amigo de Louis pudiera ayudarlo. Sería algo bueno.

Al echarse de nuevo en el sofá, vio en la televisión el final de un comercial de autos y motos. De alguna forma, aquellas imágenes lo llevaron a pensar en lo diferente que pudo ser aquel domingo. Solía pensar de vez en cuando que el accidente había sido su castigo por haber sido cobarde al huir para no despedirse de su madre. Pero eso ya era cosa del ayer, y como cada vez que aparecía ese pensamiento, lo hizo a un lado.

Mientras más se hundía en el sofá, una nueve de sueño se iba asentando sobre él, haciendo que sus párpados se volvieran más pesados, fracasando al tratar de poner más atención en la televisión. Antes de dormirse, una serie de imágenes cruzó su mente, aquellas donde se imaginó a sí mismo siendo acariciado por su madre, y del otro lado, un taxi con una chica inconsciente. Y se durmió, sintiéndose igual de mal como aquella noche en el hospital.

Hey, querido lector. Choca ese puño. ¡Muchas gracias por leer! Si te gustó, apreciaría que consideraras el dejar tu voto. Espero que te vaya bien allá donde estés. Un abrazo. :)

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