Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 19: Caleb

No había pasado mucho desde que había vuelto a casa cuando recibió la llamada del señor Martin, diciéndole que la vacante era suya, si es que estaba disponible al día siguiente, así de simple. Según las palabras del Licenciado, tendría que ir dos semanas de prueba, donde se determinaría si se quedaría o no con el puesto. Caleb no dudó ni un segundo en decir que estaría ahí al día siguiente, donde le entregarían una camiseta con el logo de la cafetería. Ya si se quedaba con el trabajo, Caleb pagaría con su propio dinero el uniforme completo.

―Interesante ―comentaba Louis a través del teléfono.

―¿Me estás prestando atención?

Caleb se sentía un poco alterado, primero porque ya tenía trabajo, y segundo, porque empezaba mañana. Y si pudiera añadir una tercera razón, sería el hecho de que su amigo parecía estar ocupado en otra cosa, pero aun así no cortaba la llamada, lo que era desesperante.

―Sí... ―Se escucharon voces y luego la respiración de Louis se agitó, terminando en un fuerte resoplo, como si se echara en un sofá, cansado―. Ahora sí. Es que estoy en la farmacia... Mierda. Estas sillas podrían tener un cojín o algo.

Caleb echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. No había visto la hora; el turno de Louis ya había comenzado. Se sintió tonto, pero la voz de su amigo lo devolvió al momento.

―¿Thomas?

―Aquí estoy... Nada, solo eso. Ya tengo trabajo.

―Mierda ―maldijo el rubio al otro lado de la línea―. Eh, me alegro, la verdad que sí, y me sorprende, pero tengo que irme. Esta gente jode.

Caleb sonrió. Si esa gente escuchará las palabras de Louis, posiblemente harían que lo botaran. Quizás era extremista, pero nunca se sabe.

―Dale. Hablamos luego. Cuídate.

―Igual.

Por la ventana veía cómo el atardecer se ponía en un lugar donde no podía verlo, debido a las otras casas más allá cubriéndolo.

Relamió sus labios, sediento, mientras bajaba por las escaleras a paso lento, conociendo el hecho de que el taller ya estaba cerrado y que su padre podría estar en la cocina. Con el pasar del tiempo, luego de una discusión, o de un vomite de palabras durante una borrachera, el ambiente se tornaba tenso en incómodo entre los dos en cualquier rincón donde se encontraran. Así que prefería evitarlo.

A pesar de haber merendado los tres en la misma mesa, Caleb seguía esperando unas disculpas que nunca llegarían, que nunca habían llegado. Elías solo le sonreía, como si todo estuviera bien, como si esa fuera su ofrenda de paz, como si esa fuera su disculpa, pero ese acto ya Caleb lo conocía muy bien. Al día siguiente, Elías pensaría que ya todo estaba superado y arreglado entre él y su hijo.

El haber ayudado un poco en el taller, más la mañana ocupada que pasó en la entrevista y en la calle, hizo que al tocar su cama luego de bañarse, fuera suficiente para quedarse profundamente dormido, no sin antes poner la alarma en su teléfono. No podía permitirse quedarse dormido y llegar tarde a su primer día de trabajo.

Le había informado a su padre de su nueva rutina, más que nada para que se hiciera cargo de llevar a Rosy a la escuela. Caleb suponía que podría seguir llevándola, pero primero quería asegurarse de su horario completamente.

Cuando llegó a la cafetería, al igual que el día anterior, ya había personas uniformadas esperando, pero esta vez, ni bien tocó la vereda, la puerta enrollable fue alzada por uno de los chicos con el mismo conjunto de ropa que incluía el pantalón negro y la camiseta concho de vino.

―¿Te lo dieron? ―le sobresaltó una chica, haciendo que se volteara. La recordaba―. Disculpa, buenos días. Es que... ¿te dieron el puesto?

―Hola ―contestó Caleb―. Supongo ―sonrió.

―Caleb, ¿cierto?

Él asintió.

―Sara, ¿verdad?

La chica asintió, sonriendo, gesto que Caleb devolvió amablemente.

―Bueno, espero que te acoples rápido y sin problemas ―le dijo Sara con una sonrisa―. Si necesitas ayuda, pregúntame no más.

―Lo haré ―respondió Caleb, con un deje divertido―. Créeme.

Los dos compartieron una risita breve antes de que los pusieran a trabajar.

Caleb estaría al cargo de un supervisor, el cual, se suponía, era el nuevo encargado de la caja. Y su primera tarea designada, fue ayudar a reacomodar las sillas luego de limpiar el suelo con otras dos señoritas. Cuando estuvo todo listo, se abrió para la clientela.

Lo enviaron a la parte de atrás de la barra, en la cocina, permitiéndole observar mientras le enseñaban cómo se hacían un espresso, un cappuccino, un café americano y otros cafés que, a lo largo de la mañana, Caleb fue olvidando poco a poco.

―¿Así? ―le preguntó él a la muchacha de color que le enseñaba a partir una porción de pie de limón.

El aprendiz sonrió orgulloso de su trabajo cuando su maestra se vio contenta del mismo. Y eso era un punto bueno, porque sería su labor por lo que quedaba de la semana.

Caleb pensó que estaría libre, porque, seamos honestos, cortar una porción de tarta o de pastel no era gran cosa, pero con lo que él no contaba, era la afluencia de clientes a ciertas horas, como si se pusieran de acuerdo para caer todos de golpe, causando un caos dentro del pequeño espacio que compartía con sus compañeros de trabajo.

Cortar un simple trozo de tarta se volvió de pronto complicado, al tener más platos sobre la barra con cubierta de aluminio, donde cada plato llevaba consigo una indicación verbal dada en un grito que no se repitió más veces y que Caleb se veía obligado a recordar.

La hora del almuerzo lo agarró completamente cansado, y eso que solo partió porciones de tarta y pastel.

―¿Dónde almorzarás?

Era Sara, quien se había acercado a él sin que Caleb lo haya notado.

―Pues... ―sopesó el dinero en sus bolsillos; el suficiente para regresar a su casa. No había pensado en el detalle del almuerzo, y se reprendió mentalmente por ello―. No sé. Creo que...

―¿Quieres venir conmigo? ―propuso Sara―. Tengo un sándwich de pollo y uno de pavo, pero es imposible que me avance siquiera un mordisco del segundo, así que, si quieres, podemos compartir.

Caleb la miró dudoso un momento, sospechando si era realidad lo que decía, o solo se había dado cuenta que él no tenía para comer.

Al final, terminó aceptando. Le sorprendió cuando subieron escalera tras escalera, con Caleb cargado la bolsa de papel donde iban los sándwiches y Sara cargando las bebidas. Se abrieron paso en la terraza del edificio, caminando hasta una pequeña mesa cuadrada con cuatro sillas, una en cada lado, todo bajo una carpa azul que estaba pegada a la pared. La carpa estaba asegurada con soldaduras al suelo.

―Suelo venir a comer aquí ―dijo Sara, rompiendo el silencio cuando se sentaron a la mesa―. No sé, es tranquilo, y muy fresco.

―Bastante ―comentó Caleb, sintiendo la brisa recorrerle los brazos y el rostro―. ¿No te dicen nada por estar aquí?

―No. Bueno, creo... Hasta ahora nadie ha dicho nada, así que ―Sara se acomodó y sonrió juguetonamente―, supongo que es legal.

Caleb sonrió ladino. El café de sus ojos parecía aclarar un poco, gracias a la manera en que la luz natural del lugar acariciaba sus iris. Sara lo miraba entre bocados y luego bajaba la mirada, mientras él solo fingía no darse cuenta. Ella era linda, mucho, pero no sentía las mismas ganas de mirarla que, aparentemente, ella tenía sobre él.

―Está bueno ―mencionó Caleb―. ¿De qué es este?

Sara soltó una risita.

―Ese es de pavo, pero, créeme, vas a aburrirte pronto.

―¿Siempre comes de estos?

―De hecho, recién empecé a trabajar la semana pasada. Pero de igual, ya les cogí fastidio...

Caleb enarcó una ceja.

―¿También estás de prueba?

Sara negó, tragando un poco del jugo de mora que se había llevado a la boca.

―No. Trabajo a medio tiempo, por la Universidad, ya sabes...

Pues, Caleb no estaba muy seguro de saber, pero asintió de todos modos.

―¿Estudias? ―le preguntó Sara.

Caleb negó.

―Aún no me postulo.

Esta vez Sara fue la de la ceja levantada.

Caleb pensó que ella diría algo, por la manera en que lo miró, pero no dijo nada. Lo único que ella mencionó, era que ya tenían que bajar.

La tarde siguió casi igual, con Sara haciendo malteadas, la muchacha de color, quien resultaba llamarse Daisy, redecoraba una tarta tras otra.

Lo que llamó la atención de Caleb fue que, una o dos horas antes de cerrar ―porque no estaba seguro de la hora de cierre―, una mujer rubia, más que Louis, pero con ojos café en diferencia de los azules de su amigo, se acercó al mostrador y saludó a Sara mientras hacía su pedido al empleado supervisor en la caja. Asumió que se conocerían de algún lado y volvió a su labor, la cual pronto implicó apartar una porción de pie de limón para la rubia.

A las seis en punto, les dieron que ya podían irse. Caleb estuvo la mayor parte del día de pie, comprobando que, trabajar en una cafetería, no iba a ser tan fácil como él pensaba. Cuando consiguiera el puesto de trabajo oficialmente, sus tareas serían asignadas al inicio de la semana, así como también solo trabajará o en la mañana, o en la tarde. Eso le había explicado Sara. Y, como consejo adicional, debería buscar postularse para la universidad para así conservar el trabajo, ya que el medio tiempo se lo daban solo a estudiantes.

Tan pronto como cruzó las puertas dobles de la entrada, luego de despedirse de sus compañeros, el frío le pegó en el rostro en una ráfaga de viento causada por un auto que pasaba. Al volver la vista para el otro lado, vio a Louis en la moto.

―¿Qué haces aquí? ―cuestionó Caleb, acercándose―. ¿No tenían turno?

―Sí ―Louis se puso la mano en la frente dramáticamente―, pero me sentí mal de repente.

―Van a correrte ―comentó Caleb, divertido con una media sonrisa.

La seguridad que mostraban sus ojos azules era algo que Caleb envidiaba. Él había tomado a Louis como ejemplo a la hora de actuar con seguridad, pero a Louis parecía dársele naturalmente.

―¿Te llevo? ―ofreció el rubio.

―No... ―contestó Caleb, sarcástico―. Puedes dejarme aquí, para que camine hasta mi casa.

Mientras iban en la moto, divisando ya su casa a la distancia, Caleb pensó en que no había sido un mal día, por el contrario, había sido muy bueno. Él si podía acoplarse a ese trabajo, además de que le gustaba el ambiente, con música suave todo el día, el olor de los dulces y el café que lo empalagaba un poco, pero era cuestión de acostumbrarse nada más. Siempre es cuestión de adaptarse; supervivencia humana.

―¿Qué tal el primer día? ―preguntó Louis, apagando la moto pero sin bajarse de ella.

Caleb meneó la cabeza haciendo un mohín.

―No estuvo mal.

Era raro ver a Louis con su uniforme de camisa blanca y pantalón negro, pero más raro era verlo en la moto donde siempre andaba vestido casi a la maldita sea.

―¿Alguna chica...?

―No ―cortó Caleb―. Estoy ahí por el trabajo y nada más. Cero chicas.

Louis sonrió.

―¿Cuántas hay?

―No entiendes, ¿verdad?

―Oye ―se quejó Louis, divertido―, no me pegues. No es mi culpa... En la farmacia solo estamos otros dos chicos, una mujer casada y un viejo gordo que va a disque revisar que todo esté bien, pero lo que en realidad hace es asegurarse de que no nos robemos nada.

Caleb sonrió burlón.

―Sus razones tendrá.

―Qué gracioso ―se mofó Louis con una mueca.

Un auto blanco pasó por la calle, con música a todo volumen saliendo por las ventanas abiertas. Caleb se lo quedó viendo hasta que estuvo fuera de su rango de visión.

―Y mañana ―habló Louis―, ¿cómo harás con Rosy?

―Elías la llevará.

No estaba seguro aún, pero era la única opción.

Louis asintió, de pronto cambiando su expresión como si acabara de recordar algo.

―Tengo que irme ―avisó―. Ve y descansa. Ahora aún te queda energía como para quedarte conversando, pero un tiempito más y llegarás fatigado, ya verás.

Caleb sonrió.

―Ya estoy fatigado.

―Bueno ―le dijo Louis, prendiendo la moto―, entonces vete a dormir. Ya me contarás de aquella chica.

Caleb reaccionó, abriendo los ojos como platos, buscando en su mente los pedazos de la breve conversación que estaban teniendo, algún indicio que le mostrara que le habló de alguna chica. Aunque, la única que se le venía a la mente, era la misma que había visto en la cafetería con las gafas el domingo por la mañana.

―¿Cuál chica?

Louis sonrió, suficiente.

―Ya ves ―respondió―, sí hay una chica. Iré a comprar un jodido café para ver cuál es.

―Vete a la mierda.

Louis puso en marcha la moto, y Caleb se metió directo a la casa.

Se rió de sí mismo por la reacción que había tenido. Aquella chica no era más que eso: una chica. Estaba dándole mucha importancia a un tema que no lo merecía. Su mente le recordó la ley que se había impuesto de cero chicas y, de algún modo, eso lo ayudó a sentirse más tranquilo. Ahora su enfoque, era el empleo.

Por lo pronto, ya tenía una compañera en quien confiar ―o eso creía― y a la cual recurrir cuando estuviera cagándola ―o por cagarla― en el trabajo.

Ahora solo tendría que arreglar tres cosas, las cuales meditaba mientras se duchaba: 1) hablar con Elías para que se encargara de ir a dejar a Rosy a la escuela todos los días que no podría por llegar temprano al trabajo, también a recogerla. 2) Un lugar donde almorzar... Quizás esa tal Sara podría ayudarle. Y, 3) Su cama, para tirarse en ella largo y tendido, porque sus pies y su espalda dolían como si lo hubiesen empujado contra una pared todo el puto día.


Queridos lectores: Gracias por estar aquí. Como dije, si encuentro un momento para escribir y actualizar, lo hago de inmediato. Siento que esta historia será un tanto largo, considerando el hecho de que, prácticamente, he venido contando dos historias a la vez; la de Emma y la de Caleb por separado. Pero, creo que desde aquí, será diferente. En fin, los espero en el siguiente capítulo. :)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro