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Capítulo 18: Emma

El sol estaba en su punto más alto cuando llegaron a la cafetería, donde, según Stella, habría un centro de recepciones en el último piso donde podrían planear hacer la fiesta de graduación de Jamie. Emma no pudo oponerse la mañana que Jamie le propuso hacer la fiesta si ella asistía, debido a que, gracias a su situación médica, no asistió a la ceremonia de graduación que se llevó a cabo un par de semanas atrás, en aquella escuela donde ella también cursó parte de su vida académica.

―¿Segura que aquí es? ―preguntó Emma con incertidumbre, mirando hacia arriba al edificio frente a ella, cubriendo sus ojos del sol con su mano libre.

―Sí, cariño. Ya te dije. Sara me dijo que... ―Stella revisó el espacio a su alrededor, buscando algo, o a alguien―. Ven.

Emma se dejó guiar por su madre hacia la parte trasera del edificio. Había una fila de chicos y chicas arrimados junto a la pared del edificio. Todos llevaban sobres manila o carpetas, haciendo que Emma supusiera que la actividad por la que esperaban era una entrevista de trabajo. Giraron en la esquina y caminaron un poco más, despacio, con Stella pendiente de cada paso que daba su hija. Se encontraron con una puerta roja doble y Emma tocó el timbre que estaba en la parte superior derecha.

―¿Será que no hay nadie? ―se preguntó Stella en voz alta, caminando hacia la vereda y mirando hacia arriba, achinando los ojos, y esperando unos segundos, como si alguien aparecería por alguna de las ventanas a preguntar qué quería.

―¿Y si es en otro edificio?

―Es aquí... Sara me...

La puerta crujió detrás de Emma, haciendo que se volteé. Una mujer de piel morena y cabello rojo apareció, ocultando su rostro detrás de la puerta entre abierta y sonriéndoles gentilmente.

―Buenas tardes ―saludó de inmediato Stella.

―Buenas ―contestó la pelirroja―, dígame. ¿Qué se les ofrece?

―Oh, verá, nos enteramos que aquí funciona un centro de eventos, una recepción de...

―Ah, sí. Claro, ―la chica sonrió―, pasen.

Una vez estuvieron dentro, se les indicó que esperaran un momento, en lo que apareció un señor alto y regordete, de unos sesenta años más o menos, con una barba canosa y unas gafas con armazón transparente. Él se secó el aparente sudor en su frente con un pañuelo y les pidió que lo siguieran.

El lugar no era para nada pequeño, ni tampoco lo era su precio. Ocupaba un piso entero, con acceso mediante escaleras y ascensor, un mini bar donde atenderían tres baristas, un DJ, el juego de luces y demás detalles. La cara de póker le duró desde que entraron al ascensor de vuelta a la primera planta, hasta que llegaron a la entrada principal de la cafetería.

―Seiscientos dólares ―repitió Stella, las palabras del adulto mayor. Él les había sonreído, con tal de hacer el negocio. Pero ella no estaba dispuesta a pagar aquello por una fiesta que, además, tenía límite hasta la una de la mañana.

―Seiscientos cincuenta ―corrigió Emma.

―De todos modos ―dijo Stella, mientras empujaba la puerta de vidrio para que pasara Emma―, no creo que hubiésemos ocupado todo el lugar.

―Cierto. Jamie no tiene muchos amigos.

Emma tomó asiento en el mismo lugar donde había estado con Jamie la mañana del día anterior. Era lunes y, además, la hora del almuerzo, así que la cafetería estaba abarrotada de gente. Casi todas las mesas estaban ocupadas y la cola en la caja era un poco larga. Al parecer la idea de almuerzo de algunas personas incluía un sándwich de pavo y un cappuccino.

Alcanzó a saludar a Sara cuando ya iba de salida, esta vez no estaba en la caja, sino al fondo, preparando milkshakes y latte helado, por lo que alcanzó a ver.

―Y ¿si lo hacemos en la casa? ―propuso Emma cuando estaban en el taxi, sopesando ideas de dónde hacer la fiesta―. Además, a Jamie no le gusta mucho el escándalo.

―Es verdad ―reaccionó Stella―. Asumo que querrá algo un poco más sencillo. ―Se volteó en su asiento―. ¿Por qué no se me ocurrió?

Emma se encogió de hombros ofreciendo una sonrisa ladina.

―Creí ―Stella se acomodó de nuevo mirando al frente―, que como son chicos, querrían algo tipo antro. O un antro.

Aunque no la veía, Emma puso los ojos en blanco.

―Es Jamie de quien hablamos, Ma'. Si por él fuera, podría pasar su cumpleaños sentado en el sofá viendo a los pingüinos de madagascar.

Stella le dio la razón en su mente.

―¿Crees que en la casa esté bien? ―preguntó Stella haciendo una pequeña mueca de inseguridad.

De repente el taxi frenó a raya para no envestirse con el auto que salió de la intersección frente a ellos, a toda velocidad. El taxista piso el freno como acto reflejo, ocasionando un susto en Stella, que iba en el asiento del copiloto, y un golpe de los recuerdos en Emma, que iba en el asiento de atrás.

Su corazón había empezado a latir con fuerza, tanto que podía sentirlo y verlo en su pecho, el cual se levantaba más de lo normal. Stella la miraba desde el asiento de adelante, buscando algún indicio que la obligara a actuar y, si era posible, cruzarse al asiento de atrás, pero no fue necesario.

Emma trató de calmar su respiración, pensando en los planes de la fiesta de Jamie para distraerse. Y había funcionado, porque antes de que se diera cuenta, su corazón latía normalmente otra vez.

―Sí ―respondió a la pregunta que su madre le había hecho antes―. Más acogedor.

Stella se volteó de nuevo y permaneció en esa posición hasta que llegaron a casa.

Ayudada por su madre, se dejó caer en el sofá para luego verla irse rumbo la cocina. Prendió la tv, aunque no tenía ganas de ver nada en particular, simplemente para ocultar su ensimismamiento. Antes, cuando no se atrevía ni a salir de su cuarto, pensaba que sentiría un pánico terrible la próxima vez que saliera a la calle, peor cuando cogiera un taxi, si es que lo lograba hacer algún día. Pero las salidas con Jamie, y la de este día, no la había hecho enloquecer. Concluyó que había estado siendo paranoica. Sí sentía algo de temor, y las manos le sudaban entre momentos, pero era algo que ella podía controlar.

Vio a Jamie bajar por la escalera y acercarse a saludarla, para luego ir a saludar a Stella. Los vio conversar en voz baja, o era simplemente el hecho de que la voz de sus pensamientos era más alta.

El que pudiera controlar el miedo que sentía cuando el auto se movía de una manera irregular, significaba que no era todo como ella creyó que sería. Se reconoció a sí misma el intento de salir adelante, de ser la misma mujer fuerte que era antes.

―¿Qué opinas? ―escuchó.

Levantó la mirada hacia Jamie, que se había sentado en el sofá a lado izquierdo del suyo, el cual no se apegaba demasiado, dejando un espacio entre los dos muebles para poder moverse entre ellos.

―Bien ―respondió, asumiendo que hablaba de la fiesta en la casa.

Jamie levantó una ceja. Hablaba de la fiesta en la casa, ¿verdad?

―No... pareces muy convencida.

Emma lo miró fijamente esperando que él le explicara algo. Stella apareció, sin zapatos, con otra muda de ropa, una más cómoda, y se sentó en el otro sofá de cuero negro.

―Le estaba diciendo para hacer algo aquí en la casa ―contó Stella―, podríamos mover los muebles y la mesa, o en el jardín...

Emma respiró hondo, relajándose al conocer el tema que estaban tratando y dejando de sentirse perdida.

―Creo que el jardín puede ser buena opción ―dijo Emma.

―¿Y si llueve? ―Jamie se veía un poco preocupado―. Puede pasar... Por mí no hay problema si la hacemos aquí adentro, o si sólo hacemos una comida y...

―Sh-sh-sh ―le calló su madre―. Tendrás una fiesta y punto. Uno se gradúa de la secundaria solo una vez.

Emma recordó su fiesta de graduación, que consistía en un viaje a la playa con sus amigos de curso. Becca la había persuadido para ir, y pues, la había pasado bien. De todos modos, sabía que podía regresar si se arrepentía, considerando que la playa estaba nada más que a casi una hora en auto desde la ciudad, y una hora u hora y media si se tomaba un bus.

Se fijó que su familia la miraba, como si esperaran que ella diera la última palabra. ¿Seguían hablando del jardín?

―Entonces... ―empezó a hablar Jamie algo dubitativo―, ¿en el jardín?

―Es tu fiesta ―le dijo Emma―, donde la quieras, creo yo que está bien. Claro, también depende de cuánta gente vendrá.

―Pues... ―Jamie miró al techo―. No lo sé... ―Bajó la voz.

―¿A quiénes has invitado? ―se interesó Stella.

―Pues...

Emma sonrió.

―No has invitado a nadie, ¿cierto?

Él negó con la cabeza.

Stella soltó una risita cansada.

―Bueno ―su madre se puso de pie―, entonces ve avisándoles que hay fiesta en tu casa. El próximo sábado.

Jamie y Emma soltaron una risita al mismo tiempo.

―¿Sabes cuántos hijos quisieran oír eso de sus madres? ―bromeó Jamie.

―Qué le vamos a hacer ―contestó Stella con suficiencia, intentando una imagen e superioridad―, soy una súper mamá.

―Lo eres ―recalcaron los jóvenes, viendo a su madre pasar entre ellos e ir a la cocina.

―Sí ―dijo Emma―. Y por cierto ―ladeó su cabeza hacia Jamie―, no te olvides de decirle a Jasmine.

Jamie se removió incómodo, levantando los pies sobre el sofá.

―No sé ―trató de zafarse―. Tal vez esté ocupada...

―¿Quién es Jasmine? ―preguntó Stella, volviendo con un vaso de agua y haciéndose lugar hacia el sofá del que se había levantado antes.

―Una amiga de Jamie ―respondió Emma―. Ella me pintó el pelo. Son amiguísimos.

―No somos...

―¿En serio? ―volvió a interesarse Stella, limpiando un poco de agua de su barbilla con el dorso de su mano―. No sabía de ella.

―Es que no...

―Es una linda persona ―lo cortó Emma por segunda vez―. Podrías decirle que venga con su hermano, así no se siente sola.

Jamie le dio una mirada de reprimenda, pero divertida.

―Ella ha de tener novio, tal vez, así que vendrá con él.

―No estás seguro ―contraatacó Emma, sonriendo.

―¿Hay algo que no me estoy enterando?

Los dos se voltearon hacia Stella.

―No ―contestaron al unísono.

Stella entrecerró los ojos.

―Bueno ―les dijo con una mirada desafiante―, me enteraré.

―¿Le preguntarás? ―volvió a tratar Emma.

―¿A quién?

―A Jasmine.

Emma sonrió al ver el alivio en la cara de Jamie.

―Veré qué me dice ―contestó, resignado―, supongo.

Emma sonrió, un pequeño triunfo.

―Oye ―le dijo Jamie a Stella―, ¿no vamos a comer nada?

―¿Tienes hambre? ―le preguntó su madre.

―Obvio ―bufó Jamie.

―¿A qué hora te levantaste? ―le preguntó Emma.

―Cuando ustedes se fueron... ¿Por qué?

―Ah, pensé que habrías desayunado antes de que llegáramos.

Jamie negó.

―Pidamos comida china ―propuso Stella.

Emma y Jamie estuvieron de acuerdo, y así se hizo.

Mientras Stella veía a sus hijos batallar con los palillos chinos, rindiéndose al fin y Jamie yendo por un tenedor para cada uno, a Emma se le ocurría asegurarse de que a Jasmine le llegara la invitación, pero, sobre todo, a Santiago.

Cuando terminaron de comer y volvieron a la sala, Emma revisó un mensaje de Becca, en el cual le pedía que la acompañara a ver a Sara a la cafetería para que le contara un chisme. Pudo deducir el plan de Sara de sorprender a Becca con el cambio de look que Emma se había hecho. Así que respondió que estaba bien, pero que se encontrara allá. Si iba a ser parte de una sorpresa, por lo menos hacerlo bien.

Jamie desapareció tras subir las escaleras, avisando que se daría un baño, y Stella estaba tan concentrada en la película que estaba pasando en uno de los canales, que casi parecía quedarse dormida. Emma solo pensaba en que estar en una fiesta, no era un paso pequeño, como se había dispuesto a dar, era algo mucho más grande, teniendo en cuenta que habría gente bailando, gritando eufórica ―tal vez―, y no sabía si estaba lista para eso. Se convenció de que sería igual que los taxis, que todo el miedo estaría en su cabeza, y que podría manejarlo.

La condición de Jamie era que ella estuviera en la fiesta y, pues, síque la cumpliría, por él, y por ella misma.


Hey, jóvenes lectores. Quería aclarar algo, y es que la novela, tal como la leen, no ha pasado por un proceso de edición/revisión debido, lo que significa que no siempre se verá así. Puede que al finalizarla y revisarla de nuevo, cosas se quiten o cosas se agreguen. Solo eso, y disculpen si se me fue algún error ortográfico o gramatical. Un saludo y hasta la próxima. :D

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