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Capítulo 17: Caleb

Quizás Elías sentía algo de culpa, quizás recordaba lo que le había dicho la noche anterior, porque se levantó temprano, justo cuando Caleb servía el desayuno a Rosy, y se ofreció a llevarla a la escuela para que el muchacho no tuviera problema con llegar temprano a su entrevista de trabajo.

Caleb simplemente había asentido, en un desayuno familiar donde Rosy parecía ser la única estar con todos los ánimos encima.

Un beso en la mejilla entre los dos hermanos y un pequeño abrazo fue lo que conllevó la despedida antes de que la niña cruzara la puerta, a sabiendas que su papi la esperaba afuera.

Con una ducha rápida que dejó que gotas aún resbalaran por su cuerpo al haberlas ignorada cuando frotaba la toalla contra su piel, saltó hacia el interior de su habitación de un lado al otro. La entrevista era en una hora, y necesitaba darse prisa, aceptando el hecho de que ya no llegaría tan temprano como había planeado en un principio.

Gracias a todos los santos y Louis había planchado el pantalón, porque las planchas se le daban completamente mal a Caleb. Una vez terminó de abotonar su camisa, incluidos los botones en las muñecas, prosiguió con la corbata, haciendo muecas raras frente al espejo del baño mientras estiraba el cuello con movimientos leves. Se cepilló los dientes, reprendiéndose mentalmente por no haberlo hecho antes de ponerse la camisa.

Ni bien llegó a la planta baja, corrió de vuelta a su cuarto por el saco que reposaba tranquilamente sobre la cama. No está de más acotar que maldijo unas treinta veces en el lapso de treinta y cinco minutos que le llevó estar listo y llegar a la vereda, donde llamó el taxi.

―Gracias ―dijo apresurado mientras salía del vehículo.

Inhaló una bocanada de aire, como si estuviera cansado, aunque había hecho todo el camino hacia la cafetería en auto. Exhaló tranquilamente el oxígeno convertido en dióxido de carbono cuando vio que el lugar donde esperaba laborar seguía cerrado. Miró su celular, donde la pantalla le mostraba que eran las siete y cincuenta y seis de la mañana. Arriba el sol brillaba al este de la ciudad, sus rayos chocando contra los edificios que proporcionaban sombra a la mayor parte de las calles que empezaban a abarrotarse de gente. Un nuevo día, una nueva semana, el contador se reiniciaba y se abría paso la rutina.

―Buenos días ―saludó gentilmente al grupo de personas frente a la puerta principal.

Una que otra chica de las que estaban arrimadas a los pilares que sostenían el edificio se volteó para verle, dejando sus miradas en él por mucho tiempo, haciendo que Caleb se rascara suavemente la parte trasera de su cabeza, sintiéndose un poco incómodo ante el escrutinio del que era víctima. Sonrió para sus adentros; tal vez estaba pensando mal, tal vez andaba tanto con Louis que se le había pegado su manera de pensar. Si ese rubio idiota estuviera ahí, capaz y se pavoneaba frente a esas féminas creyendo que ellas estaban interesadas en él por el simple hecho de darle una mirada curiosa, por rápida que fuera.

―Hola ―le dijo una chica de pelo negro, sacándolo de sus pensamientos y obligándolo a fijar su atención en ella.

―Hola ―contestó automáticamente, devolviéndole la pequeña sonrisa que ella le brindó.

―Soy Sara ―se presentó la muchacha, extendiéndole la mano dubitativamente, como si estuviera nerviosa.

Caleb correspondió el gesto, tomando la suave y delicada mano de Sara entre sus dedos toscos y uno que otro callo por ahí. ¿Acaso se había olvidado de limpiarse las lagañas o un moco y por eso ella lo miraba así?

―Caleb ―respondió, haciendo un pequeño énfasis en la pronunciación de la primera vocal. A veces olvidaba que cuando daba su nombre oralmente y no por escrito, no era necesario explicar que no se pronunciaba como se escribía. Keileb, corregía siempre.

―Mucho gusto. Oye, ¿vienes por lo de las entrevistas?

Caleb asintió, interesado en el tema por completo.

―Aja. No me digas que no las harán aquí porque no sé cómo...

―No, no, no ―lo detuvo Sara, soltando una risita―. Sí son aquí, pero tienes que ir por la puerta de allá ―señaló ella, haciendo que Caleb se volteé para ver la esquina por la que había doblado la mañana del día anterior, justo antes de chocarse con aquella otra, también de cabello negro, pero el cual llevaba suelto sobre sus hombros y no en una coleta como Sara―. Giras ahí y caminas hasta una puerta transparente. Le dices al guardia que es por las entrevistas, y ahí te deja pasar, si es que no hay cola, aunque como no he visto más gente rondando por aquí, supongo que eres de los primeros ―Sara sonrió―. O el primero.

Caleb le devolvió la sonrisa, asintiendo, ignorando por completo el coqueteo, absorto en las indicaciones como si fueran algo muy difícil de recordar. Obviamente le daba algo de temor llegar a la entrevista.

―Muchas gracias ―soltó con toda la amabilidad que pudo―. Espero no perderme ―bromeó.

Sara se rió. Caleb sonrió, más que nada por la impresión de que a ella le haya parecido gracioso.

―Espero que lo consigas ―le motivó ella.

―Yo igual ―respondió, sonriendo―. Gracias ―repitió, cambiando de mano la carpeta que contenía su hoja de vida, su título de haber culminado la secundaria y sus notas.

Caminó hacia la esquina luego de despedirse de Sara que, a diferencia de las otras chicas, dejó de seguirlo con la mirada. De pronto sintió crecer en su interior confianza por aquella joven.

Doblando en el extremo de la calle, vio un chico entrando por una puerta que era sostenida abierta por un guardia, el cual la soltó, dejando que se cierre cuando aquel muchacho ya había ingresado por completo. Se acercó, algo inseguro y tocó el vidrio.

―Buenos días ―saludó al guardia, el que le respondió con las mismas dos palabras, como lo decía el protocolo de una buena sociedad civilizada―, vengo por las entrevistas. Me dijeron que por aquí...

―Claro ―corroboró el señor en uniforme. Caleb observó las canas en su cabello antes de pasar―. Siéntese ahí ―le indicó.

―Gracias.

―Llega temprano ―comentó el guardia detrás de él, haciendo que se voltee de nuevo―. Se salva de hacer cola ―y le dio una leve sonrisa mañanera.

Caleb lo imitó, sin responder. No sabía qué decir, el agradecimiento ya lo había dado. Así que solo asintió, aun sonriendo y caminó hacia la fila de cuatro asientos acochinados, unidos por el metal en sus bases.

Otros tres chicos estaban a su lado, cada uno ocupando uno de los asientos disponibles. Vio como otro chico tocaba la puerta y el guardia no lo dejaba pasar, pero le señalaba a la pared por el lado de afuera. Caleb entendió por qué hubiese tenido que hacer cola de llegar más tarde. Cuando el chico al otro extremo del asiento pasara a la oficina frente a la cual esperaban, los otros tres avanzarían un lugar, y así sucesivamente hasta que todos hayan sido entrevistados.

¿Cuántos vendrían a la entrevista?

Caleb vio al chico de al lado abrir su carpeta. Una carta de recomendación atrapó su atención. Quizás debió llevar una... Pero no llevaría de la tienda Pepe. Era ridículo. Tendría que bastar con su experiencia académica. ¿Y si no le daban el puesto? Estos chicos podrían estar más preparados que él. ¿Cómo lo elegirían por encima de ellos?

Las dudas y pequeños temores que sentía al momento, fueron barridos de inmediato cuando recordó a su padre la noche anterior. Esa razón era la que lo motivaba a buscar un empleo, uno propio, uno donde no estuviera Elías. Y al igual que antes, se llenó de valor momentáneo para pelear por ese puesto. No podía seguir dependiendo de Elías. No quería.

La mañana avanzó mucho más lenta de lo que él esperaba, peor aun cuando fue llamado. La primera pregunta con la que le atacó el señor que lo recibió, un tal Licenciado Martin con mucho gel en el pelo, fue la de por qué quería trabajar en ese lugar. No tenía la experiencia que los otros chicos, pero tenía las ganas de trabajar, y dijo ser un buen aprendiz, y que amaba el café. Gran mentira. No le gustaba para nada el café. Quizás el señor que le hizo la entrevista, lo notó porque soltó una risita, como si ya hubiese escuchado eso antes. Caleb decidió ser honesto al darse cuenta que sus mentiras no causarían el efecto que él quería, y confesó que buscaba el trabajo porque necesitaba aportar dinero a su casa, que su hermana estaba pequeña y que la situación iba peor desde que su madre había muerto. Él se cayó cuando habló de más, nunca lo decía por decir, y ahora podría ser interpretado como alguien que esperaba dar lástima para conseguir una vacante. Quiso retractarse, pero a lo hecho pecho.

―Mmm... ―El Sr. Martin examinó la hoja de sus notas, como si fuera una carta de recomendación. En realidad, Caleb nunca había tenido una, pero de hacerlo, supuso que así sería leída por un empleador―. Veo que eras un sabiondo ―le dijo, con una pequeña sonrisa. Estaba tratando de alivianar el ambiente.

Caleb dedujo eso cuando vio sus manos moverse sobre sus rodillas. Se sentía nervioso, y no podía explicar por qué. Tal vez así se sentía ir a una primera entrevista de trabajo, bueno había ido a otras días atrás, pero esta era la primera donde llevaba un saco, zapatos puntudos y el cabello peinado hacia un lado.

―Me iba bien ―contestó.

―¿La contabilidad era tu fuerte? ―interrogó el Sr. Martin, levantando la vista para encarar su respuesta.

Caleb asintió, inseguro de si metería la pata al decir que sí.

El Sr. Martin sonrió.

―Hijo, tranquilo que no voy a robar tu alma.

Caleb devolvió la sonrisa.

―Lo siento ―el Sr. Martin se puso de pie, sonriendo por su aparente broma y dirigiéndose a un dispensado de agua en la esquina de la pequeña habitación―. Sírvete ―le entregó un vaso desechable con el transparente líquido y volvió a su lado del escritorio de madera.

―A ver ―habló el Sr. Martin―. Vamos a hacer esto más fácil.

―¿Es tu primera entrevista?

―La primera a la que vengo con corbata ―contestó, con una risita. Se arrepintió de inmediato cuando el Sr. Martin levantó una ceja.

El Sr. Martin se rió.

―Mira... ―el empleador miró la hoja en la carpeta abierta delante de él―. Caleb, ¿cierto?

Keileb ―corrigió con la pronunciación correcta―. Pero puede decirme Caleb, no importa ―añadió de inmediato―. Como sea.

―Bien, Caleb ―esta vez usó la pronunciación adecuada―. No sé si sabías, pero ésta vacante es de medio tiempo. Especialmente para estudiantes que necesitan pagar sus estudios y, pues, a la vez, estudiar. Lo que me lleva a preguntar, ya que tus notas son muy buenas, ¿tienes planes de seguir la Universidad?

Caleb miró la expresión expectante del Sr. Martin. ¿La Universidad? Eso ya no parecía tener peso en él. Recordaba contarle a su madre las ganas que tenía de ser un Ingeniero, un Economista o un Auditor. Pero, sobre todo, las ganas que tenía de ir a la Universidad. Ese deseo había nacido con la mirada de orgullo que le daba Margaret cada vez que él mencionaba la palabra Universidad. Luego de que ella muriera, fue como si sus ganas de seguir sus estudios se fueran con ella.

―Porque ―siguió el Sr. Martin―, si estudiaras, entonces podrías aplicar a este puesto.

Tal vez sonaría loco, pero Caleb estaba notando una indirecta en las palabras del hombre al otro lado del escritorio.

―Pues... ―Caleb se preparó para mentir―. No quiero mentir ―dijo en cambio―, no sé si pueda estudiar ahora. Mi hermana me necesita mucho en casa y me gustaría estar ahí. Me gustaría seguir estudiando, pero por ahora quiero asegurarme de que podré hacerlo sin tener que salirme a la mitad del semestre por falta de plata o algo así.

El Sr. Martin se irguió contra el respaldo de su silla, entrelazando sus manos en su regazo.

―Bueno, Sr. Caleb ―dijo el Sr. Martin, haciendo énfasis en el nombre y poniéndose de pie. Caleb lo imitó―. Creo que eso sería todo por ahora.

Caleb tomó la mano del Sr. Martin en el aire, en un apretón que se movió de arriba abajo por un par de segundos antes de soltarse.

―Esto se queda ―informó el Sr. Martin, cerrando la carpeta de Caleb y colocándola sobre otro grupo de carpetas en una pila un poco más allá de la silla.

―Muchas gracias por su tiempo ―dijo Caleb con una leve sonrisa cortés, caminando hasta la puerta.

―Pendiente del teléfono, ¿no? ―recomendó el Sr. Matin―. Lo estaremos llamando ―agregó, con una pequeña sonrisa.

Caleb devolvió el gesto antes de voltearse y salir de la oficina. Lo primero que hizo luego de que el otro chico pasara, fue respirar. Inhaló mucho aire. Ni siquiera había notado lo mucho que lo necesitaba.

Cuando llegó a la calle, luego de despedirse del guardia, caminó hacia la entrada principal de la cafetería. Esa chica, Sara, estaba detrás de la barra, frente a una computadora y conversando con una clienta ―seguramente.

Se soltó el nudo de la corbata mientras se daba vuelta para cruzar la calle. Observó los diminutos letreros verdes en las esquinas, ubicando el nombre de las calles, a sabiendas de que, si seguía la dirección correcta, llegaría hasta un parque. Lo había visto cuando iba en el taxi.

Al final, no parecía estar tan cerca como le había parecido, porque caminó alrededor de una hora, cuidando demasiado el saco que llevaba sobre su hombro ahora. Si algo le pasaba, iba a tener que pagarlo, y no podía permitirse aquel gasto.

Cuando sus ojos avellana por fin vislumbraron el parque, soltó un suspiro de alivio, acompañado por una sonrisa victoriosa. Vamos, que el muchacho estaba algo cansado y sudado, pero la camisa se ceñía a su pecho mostrando la silueta de sus pectorales y la manera en que la camisa estaba remangada, solo hacía que las venas en sus brazos fueran más visibles. Aparte del cabello entre peinado y alborotado. Él no lo aceptaba, pero las chicas que lo veían, mientras caminaba, estudiaban su figura con cierto deleite. Solo Dios sabe lo que pasaba por sus mentes, pero Caleb estaba demasiado deseoso por llegar al parque y sentarse como para darse cuenta de aquellas miradas que, poco más, y parecían desnudarlo en la mente de sus dueñas.

Se sentó en una banqueta vacía bajo una farola apagada. Al frente podía ver un pequeño puente sobre la laguna, en la cual había varios botes con parejas o simplemente amigos, pedaleando divertidamente, espantando uno que otro pato entrometido que salía corriendo sobre el agua aleteando sus alas, como si se preparara para volar, pero terminaba de nuevo en el agua solo que en otro sitio del enorme estanque.

Una vez estuvo relajado, y antes de irse, levantó la mirada, estudiando el parque entero, ubicando la posición del sol, y preguntándose cómo se vería el atardecer desde ese puente. No había ningún edificio que cubriera el oeste, solo una hilera de casas pequeñas. Los colores de la puesta de sol se reflejarían en el agua y sería un espectáculo digno de ver. Pero era solo medio día y el sol estaba en su sitio más alto, quizás algún día, cuando tuviera tiempo, volvería por la tarde solo para cumplir su cometido.

Mientras regresaba a casa en el taxi, mirando por la ventana, recordaba aquel día en el que su madre le hizo admirar la belleza de un atardecer por primera vez. Habría tenido solo unos diez años en aquel entonces, pero fue edad suficiente como para guardar ese recuerdo perfectamente en su memoria. Ella amó en vida esa parte del día en especial, solía decir que no hay mal día que no mejore un poquito con observar una perfecta puesta de sol, aunque sea solo por ese instante... Decía que era casi inevitable sentir la paz y la calma en el ambiente durante esos minutos cuando los ojos solo se enfocan en el cielo al oeste, como si miraran a una magnífica obra de arte.

Y ahora, años después, cada vez que se paraba frente a un atardecer,siempre le hacía sentirse, de alguna manera, más cerca de ella.


Hey, amigos, muchas gracias por leer. Y por votar. :) Estoy presionado por la Universidad y eso no me ha dejado escribir mucho últimamente, sin embargo, divago mucho entre títulos y tramas para más historias. x.x Pero no emprenderé nada nuevo hasta que esta termine. Espero les guste, y pues, hasta la próxima. :) Pasen bien.

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