Capítulo 16: Caleb
Luego de llegar del centro comercial, Caleb casi saltó de la moto directamente a la puerta, abriéndola y adentrándose en su casa. Ni bien puso un pie en el interior, sintió la bofetada de la culpabilidad en el rostro por algo que se suponía no olvidaría. Y ahí venía Rosy, bajando las escaleras con la emoción reflejada en su cara, para recordárselo.
―¿Qué me trajiste? ―preguntó ella, saltándose en los brazos de su hermano y mirándolo con ansias de una respuesta.
Él le devolvió la sonrisa, y esperaba que ella notara la disculpa a través de su gesto, pero la niña seguía con la misma expresión con la que había bajado.
―¡Pequeña Rose! ―gritó Louis desde atrás, haciendo que Caleb voltee, con Rosy aún en su regazo―. Toma.
La niña extendió su mano derecha hacia el huevito de Kinder Joy que le entregaba Louis. Ella se removió incómoda hasta que Caleb la puso de nuevo en el piso, corriendo de nuevo hacia las escaleras. Caleb sonrió.
―¿Qué se dice? ―preguntó una voz al fondo de la sala.
Los tres desviaron sus miradas, encontrándose con Elías sentado en el sofá más alejado.
Rosy, ignorando la mirada vacía de su padre, se giró sobre sus talones.
―Gracias ―le dijo a Louis con una sonrisa tímida, y luego corrió escaleras arriba.
―Gracias ―murmuró Caleb a su amigo.
―¿Qué tal les fue? ―preguntó su padre.
―Sigue ―le dijo Caleb a Louis, entregándole la bolsa con la ropa―, ya subo.
Louis asintió e hizo lo que se le pidió, algo que Caleb agradeció en silencio.
―Bien ―contestó a su padre, caminando hacia la escalera lentamente; no planeaba quedarse a charlar, solo quería saber qué quería Elías.
―Comprando ropa ¿ah?
Caleb asintió.
―Y ¿ya comiste?
―No.
―Bueno, no hay nada de comer.
Caleb alzó una ceja. ¿Eso significaba que Rosy no había comido aún? Ya era más de medio día.
―¿No has comprado nada? ―espetó. No quiso que sus palabras sonaran muy bruscas, pero no pudo evitarlo.
Su padre lo miró, como si no pudiera creer que lo que escuchaba y se puso de pie.
―Pensé que mi hijo traería comida, pero prefirió comprarse ropita.
Caleb tragó saliva y respiró hondo mientras Elías caminaba hacia la puerta.
―Tengo una entrevista mañana ―se explicó. No quería hacerlo, pero una parte de él, la del niño del pasado, lo hizo hablar automáticamente ante la actitud autoritaria de su padre―. Necesitaba...
―¿Por qué no me la pediste? ―se volteó Elías, endureciendo su mirada―. Bien sabes que algo ahí te podría quedar.
Caleb se mordió el labio inferior por el lado de adentro, soltándolo antes de partirlo y causar que sangre.
―Quise comprar la mía ―dijo, y eso no fue más que para provocar una discusión.
Elías negó con la cabeza, soltando una risita.
―Eso suena bien ―comentó su padre con sarcasmo―. Supongo que eso es más importante que si tu hermana come o no.
Caleb apretó los puños, sintiendo como el meñique comenzaba a doler. Por un momento creyó que sus dientes se partirían de lo tanto que los presionaba entre sí.
―¿Por qué no has comprado nada? ―cuestionó.
―No tengo plata ―respondió su padre de inmediato, como si fuera obvio―. Y lo sabes. No me fue bien en el taller esta semana. Esperaba contar contigo.
Ahora era Caleb quien negaba, ladeando la cabeza y soltando una risita. Era mentira. Sabía que Elías se iría por la tarde a algún bar, a gastar el dinero que supuestamente no tenía. Parecía que lo que a su padre le molestaba, era que gastara dinero "innecesariamente" y no lo ayudara con la casa. Y con no ayudar, se refería a obligarlo a gastar de su fondo para licor.
―Iré a ver qué consigo ―avisó Elías, tomando la gorra del gancho clavado en la pared antes de abrir la puerta y desaparecer luego de cerrarla fuertemente.
Esa era la parte que podría el buen ánimo de Caleb. Que su padre se hiciera la víctima. No se llevaban bien incluso desde antes de lo de su madre, pero cuando Margaret murió, fue peor, y Caleb quiso poner de su parte para apoyar a su padre, porque, de cierto modo, él necesitaba un apoyo distinto al que le daba su mejor amigo, y creía que si dejaba de lado su indiferencia podrían superarlo juntos. Pero una botella con alcohol pareció ser de más ayuda, así que Caleb tuvo que apoyarse sólo, a sí mismo, por un tiempo, aclarando sus pensamientos y luchando contra lo que le había pedido su madre en su lecho de muerte: que arreglara las cosas con su papá.
Por casi un año, fue un martirio lidiar con la nueva faceta de Elías los fines de semana, usando la muerte de su mujer como excusa para pedir otro trago. Rosy estaba muy pequeña y no entendía aun lo que había pasado, así que cuando ella se dormía y Louis se iba a su casa, Caleb se quedaba solo, permitiéndose llorar por miedo, pena o simplemente por rabia. Tomó la decisión de dejar que Elías se hundiera solo, porque de no hacerlo, también los arrastraría a Rosy y a él, o esa era su conclusión aquellos días. Ahora no le importaba volver a pensar en lo mismo, peor al darse cuenta de que su padre, con el pasar de los meses y años, se había convertido en una víctima de su propio juego, aquel donde siempre culpaba a alguien o algo para justificar su borrachera.
―¿Thomas?
Caleb sintió el familiar apretón en el hombro. No se había dado cuenta de que seguía parado en el mismo lugar, mirando hacia la puerta, o a sus recuerdos del pasado.
―¿Estás bien? ―le preguntó Louis cautelosamente.
Caleb asintió, volteándose para seguirlo escaleras arriba. Sus ojos estaban secos y era muy consciente de aquello. Una cualidad que fue mejorando con el tiempo. A estas alturas del partido, consideraba que ya era lo suficientemente fuerte como para no llorar así nada más. En el fondo de sus pensamientos, reposaba la hipótesis de que para hacerlo llorar habría que golpearlo realmente duro.
De todos modos, a la gente le gusta creer sus propias mentiras.
―¿Todo bien? ―preguntó Louis, echándose sobre la cama mientras Caleb se sentaba en la silla giratoria frente al pequeño escritorio arrimado junto a la ventana.
Caleb giró hacia Louis, no entendiendo bien si la pregunta se refería a su actitud en el centro comercial o a la situación de Elías.
―Bien.
Louis le dio una mirada cargada de duda mientras alzaba una de sus castañas cejas. Caleb notó que los ojos azules de su amigo se veían más oscuros dentro de la habitación.
―¿Y en el centro comercial? ―preguntó el rubio―. Me dijiste que cuando...
―Llegáramos te contaba ―completó.
Resopló levemente moviendo la silla de un lado a otro. Era increíble que el artículo no se dañara, considerando que había comprado esa silla cuando pensó que iría a la Universidad, para mayor comodidad mientras hacía la tarea encomendada. Ahora era un objeto más en su habitación, que rara vez usaba más que para aglomerar la ropa sucia, o limpia, o la que cayera primero.
―Vi una chica ―dijo, Louis se interesó de inmediato, acomodándose sobre sus codos arrastrándose más al borde de la cama―. En la cafetería. Fin.
La sonrisa que empezaba a esbozarse en el escasamente pecoso rostro de su amigo se desvaneció de golpe.
―Qué manera la tuya de contar una historia. ―Louis rodó los ojos―. Al menos era bonita, supongo.
Caleb recordó los labios de la muchacha. Ahora, en su mente, ella tenía ojos verdes, como la vendedora del centro comercial, la tal Jeny, aunque aquella chica en la calle no se había quitado las gafas. ¿Cómo serían sus ojos reales?
―Hey ―Louis movió una mano en el aire, haciendo un chasquido para llamar su atención―, ¿estás ahí? Okey, eso responde mi pregunta. Era bonita. Algo es algo.
―Pero ―reaccionó Caleb―, creo que tiene novio ―entrelazó las manos en su regazo rodándose un poco de la silla―. Así que no importa.
Vio a Louis levantar la ceja derecha, mientras lentamente iba sonriendo sarcásticamente.
―¿La conoces?
―No ―contestó de inmediato.
―¿Tons? ¿Cómo sabes que tiene novio?
―Porque él estaba con ella...
―¿Estaban tomados de la mano? ¿Se besaron? ¿Le cogía una teta o el culo?
Caleb negó.
―Entonces, ¿por qué mierdas crees que eran novios?
Caleb se removió, incómodo ante el interrogatorio, o ante sus pensamientos. Louis estaba haciendo que sintiera esperanza, y eso no era bueno, porque apostaba a que nunca volvería a topársela en el camino.
―Es que... ―desvió la mirada hacia un lugar en el suelo―. Una chica así... no creo que pudiera estar soltera.
Louis se echó a reír.
―No jodas. ¿En serio te pusiste rojo? ―volvió a reírse, esta vez más parecido a una carcajada.
―Vete a la mierda.
Y eso hizo que Louis se carcajeara más fuerte. Le estaba dando la razón.
―Ay... ―Louis se limpió la esquina del ojo izquierdo―. Qué dulce eres ―dijo son sarcasmo―. Apuesto a que si la vez de nuevo te cagas.
Caleb resopló. No debió contarle, pero ya que lo había hecho, se sentía diferente, como más real, como más parte de su vida. Ya no parecía solo una fantasía lejana a la realidad.
―Pero eso no va a pasar ―dijo Caleb, volteándose hacia el escritorio y colocando sus brazos sobre la superficie, jugando con sus dedos.
―¿No dices que estaba en la cafetería?
El movimiento de las manos de Caleb se detuvo mientras levantaba un poco la mirada hacia el calendario en la pared clavado a la altura de sus ojos.
―Concreta ―pidió.
Escuchó a Louis soltar el aire bruscamente mientras las bases de la cama de madera crujieron. El rubio se acuclilló al lado del escritorio, cruzando los brazos sobre el borde y apoyando la barbilla en su muñeca.
―Que si andaba hoy por ahí, mis cálculos arrojan que es probable que vaya por ahí cuando ya estés trabajando.
Puto Louis. Putas sus conclusiones y sus teorías.
Louis se puso de pie, diciendo que iba por agua, dejando el eco de su carcajada en los oídos de Caleb, al salir de la habitación.
No entendía por qué de pronto sentía tanta incertidumbre y curiosidad. Dios, estaba siendo estúpido. Era una chica que no volvería a ver, y aunque pasara lo contrario, ella podría tener novio. Definitivamente no iba a dejar que Louis le metiera ideas en su cabeza... Bueno, trataría.
―Elías está abajo ―mencionó Louis al regresar a la habitación. Caleb se puso de pie―. Creo que me voy.
Le hubiese pedido que no se vaya, que se quedara a comer, pero con suerte encontraría comida para sí mismo. Aunque sabía bien que Elías no sería capaz de salir a buscar comida y no traerle por muy molesto que estuviera. Simplemente no era un buen momento, y a Louis no había que explicarle. Había sido testigo de su historia a través de los años...
―Cuida bien mi pantalón ―pidió Louis desde la moto estacionada a pocos metros de la entrada―. Y conquístalos ―guinó.
―Eso espero ―contestó Caleb―. Maneja despacio.
―Bueno, mamá.
―Es en serio ―espetó Caleb luego de que la moto estuvo encendida y el ruido se volvió un leve ronroneo―. A veces manejas como si te picaran las bolas.
Louis se removió sobre la montura.
―Es que... sí me pican ―soltó una risa―. Y esta mierda me hace picar la cabeza ―bufó, moviendo el casco para acomodarlo antes de ponérselo―. Y... no pienses en la chica esa.
Caleb se rascó la frente reprimiendo una sonrisa. No debió contarle. Los ojos azules de Louis destellaban totalmente una intención opuesta a la que expresaron las palabras que salieron de su boca.
Al entrar de nuevo en la casa, lo recibieron sonidos de cucharas chocando contra platos de porcelana y pequeños susurros. Elías, como pensó que lo haría, le había llevado un almuerzo, y no solo eso, sino que se lo había servido en un plato, igual que el de Rosy, en lugar de dejarlos en sus contenedores desechables. Esto era más para hacerlo sentir culpable. Caleb había notado que este era un acto reflejo de la actitud de su padre. Era como si lo hiciera automáticamente.
Antes de que Margaret enfermara, nunca salían por comida. Estaban tan acostumbrados a su sazón y encantos con ella, que preferían esperar a llegar a casa en lugar de comer en la calle. Hasta entonces, solían ser una familia normal. Caleb aún podía recordar la época en la que se llevaba completamente bien con su padre, cómo se sentía acostarse entre sus padres cuando era niño y despertaba antes que ellos. Aún podía recordar la felicidad cuando se enteraron de la llegada de Rosy...
Pero entonces todo cambió.
Por eso, como lo predijo, basándose en ese ritual que su padre siempre efectuaba antes de salir a beber no sin antes asegurarse de conseguir una buena excusa para hacerlo, esta noche Elías regresó pasadas las doce, tomado, escupiendo donde pasaba y tambaleándose de un lado a otro. Caleb lo vio desde la ventana y, luchando contra su voluntad, bajó para ayudarlo, siendo golpeado por el frío de la noche que se colaba por la puerta de la entrada abierta de par en par.
―La extraño ―masculló Elías mientras Caleb se acercaba a levantarlo del piso y cerrar la puerta.
Ambos subían de manera irregular los doce escalones, con Caleb volteando la cara de golpe sin poder evitar la mueca que se formaba en su rostro cada vez que el aliento de su padre le golpeaba en la cara.
―¿Dónde estabas? ―murmuró Caleb, visiblemente molesto.
Lo llevó hasta su habitación, al igual que había hecho muchas otras noches. Odiaba entrar a esa habitación. A pesar de los años, Elías había decidido conservar varias cosas de Margaret, creando su propio tormento. Entrar ahí, era adentrarse casi en un santuario, con algunas fotos y joyas, o perfumes de mujer por doquier.
Antes, cuando ponía un pie ahí, Caleb sentía pánico. Luego empezó solo a sentir náuseas por la rapidez con la que daban vuelta sus pensamientos en su mente. Y ahora, solo se sentía terriblemente incómodo, como si ese lugar no fuera parte de su casa y quisiera salir de ahí lo antes posible. No importaba cómo lo tomara, el recuerdo seguía pesando.
―Debería darte vergüenza ―regañó Caleb mientras lo ayudaba a recostarse.
Elías se rió.
―¿Sabes qué me da vergüenza? ―su palabras salían como si se le enredaran en la lengua. Caleb lo miró, esperando la respuesta que, él sabía de antemano, no debería―. De haberme sentido orgulloso.
Caleb levantó la ceja.
―De ti ―agregó Elías.
Caleb esbozó una media sonrisa, queriendo que su padre se diera cuenta que no le importaba, dándose vuelta para irse.
―Mírate ―ladró Elías, haciendo que Caleb se detuviera en el umbral de la puerta―. No eres nadie. No has conseguido nada. Me das lástima.
Era la borrachera de Elías la que hablaba a sus espaldas, pero dicen que los bebés y los borrachos nunca mienten. Quizás esas eran las palabras que Elías quería decirle siempre, pero no tenía el valor de hacerlo.
―Está bien ―contestó Caleb sin voltearse, hablando lo suficientemente claro como para ser oído por Elías, pero no para despertar a Rosy―. Porque es lo mismo que yo pienso de ti.
Caleb no estaba borracho, pero sentir el coraje para decir esas palabras sabiendo que posiblemente su padre no recordara nada al día siguiente, no lo hacía muy diferente.
En su habitación, se echó sobre su cama y apagó la pequeña lámpara sobre la veladora junto a su cama. Rosó un pie contra la pared hasta que el sueño lo invadió. Estaba sereno y tranquilo, como si nada hubiese pasado.
Quizás era real el hecho de que se había vuelto más fuerte, que se necesitaría un golpe realmente doloroso para hacer que llore, para hacer que se quiebre... Era eso, o se mentía muy bien.
Hey, lectores. Muchas gracias por leer hasta aquí. Apreciaría mucho si consideraran el dejar su voto si la novela les gusta, o les parece interesante. Espero que tengan un buen fin de semana y una excelente semana nueva. Saludos y ¡hasta la próxima! :)
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